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April 24, 2023 14:58
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En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre | |
no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que | |
vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, | |
adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. | |
Una olla de algo más baca que carnero, | |
salpicón las más noches, duelos y quebrantos | |
los sabados, lantejas los viernes, algún | |
palómino de añadidura los domingos, consumían | |
las tres partes de su hacienda. El resto | |
della concluían sayo de velarte, calzas de | |
velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo | |
mesmo, y los días de entre semana se honraba | |
con su bellori de lo más fino. | |
Tenía en su casa una ama que pasaba de | |
los cuarenta y una sobrina que no llegaba a | |
los veinte y un mozo de campo y plaza, que | |
así ensillaba el rocín como tomaba la | |
podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con | |
los cincuenta años. Era de complejión recia, | |
seco de carnes, enjuto de rostro, gran | |
madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que | |
tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada, | |
que en esto hay alguna diferencia en los autores | |
que deste caso escriben, aunque por conjeturas | |
verosímiles se deja entender que sé | |
llamaba Quejana... Pero esto importa poco | |
a nuestro cuento; basta que en la narración | |
de él no se salga un punto de la verdad. | |
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, | |
los ratos que estaba ocioso, que eran los | |
más del año, se daba a leer libros de caballerías, | |
con tanta afición y gusto, que olvidó casi | |
de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la | |
administración de su hacienda, y llegó a tanto | |
su curiosidad y desatino en esto, que vendió | |
muchas hanegas de tierra de sembradura para | |
comprar libros de caballerías en que leer, y | |
así llevó a su casa todos cuantos pudo haber | |
dellos, y de todos ningunos le parecían también | |
como los que compuso el famoso Feliciano | |
de Silva, porque la claridad de su prosa | |
y aquellas entricadas razones suyas le | |
parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer | |
aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde | |
en muchas partes hallaba escrito. La razón | |
de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal | |
manera mi razón enflaquece, que con razón | |
me quejo de la vuestra fermosura. Y también | |
cuando leía. Los altos cielos que de vuestra | |
divinidad divinamente con las estrellas os | |
fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento | |
que merece la vuestra grandeza. Con estas | |
razones perdía el pobre caballero el juicio, y | |
desvelábase por entenderlas y desentrañarles | |
el sentido que no se lo sacara ni las entendiera | |
el mesmo Aristóteles, si resucitara | |
para solo ello. | |
No estaba muy bien con las heridas que don | |
Belianís daba y recebía, porque se imaginaba | |
que, por grandes maestros que le hubiesen | |
curado, no dejaría de tener el rostro y todo él | |
cuerpo lleno de cicátrices y señales. Pero con | |
todo, alababa en su autor aquel acabar su libro | |
con la promesa de aquella inacabable aventura, | |
y muchas veces le vino deseo de tomar | |
la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí | |
se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun | |
saliera con ello, si otros mayores y continuos | |
pensamientos no se lo estorbaran. | |
Tuvo muchas veces competencia con el cura | |
de su lugar, que era hombre docto, graduado | |
en ciguenza, sobre cuál había sido mejor | |
caballero, palmerín de Ingalaterra o Amadís, | |
de Gaula; mas Maese Nícolas, barbero del | |
mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al | |
caballero del Febo, y que si alguno se le podía | |
comparar, era don Galaor, hermano de Amadís, | |
de Gaula, porque tenía muy acomodada condición | |
para todo, que no era caballero melindroso, | |
ni tan llorón como su hermano, y que | |
en lo de la valentía no le iba en zaga. | |
En resolución, él se enfrascó tanto en su | |
letura que se le pasaban las noches leyendo de | |
claro en claro y los días de turbio en turbio; | |
y así, del poco dormir y del mucho leer, sé | |
le secó el celebro, de manera que vino a perder | |
el juicio. Llénosele la fantasía de todo aquello | |
que leía en los libros, así de encantamentos | |
como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, | |
requiebros, amores, tormentas y disparates | |
imposibles. Y aséntosele de tal modo en | |
la imaginación que era verdad toda aquella | |
máquina de aquellas sonadas soñadas | |
invenciones que leía que para él no había otra | |
historia más cierta en el mundo. Decía el que | |
el Cid Ruidiaz había sido muy buen caballero; | |
pero que no tenía que ver con el caballero de | |
la ardiente espada, que de solo un revés | |
había partido por medio dos fieros y descomunales | |
gigantes. Mejor estaba con Bernardo del | |
Carpio, porque en Roncesualles había muerto | |
a Roldán el encantado, valiéndose de la industria | |
de Hércules, cuando ahogó a Anteo, él | |
hijo de la tierra, entre los brazos. Decía mucho | |
bien del gigante Morgante, porque, con ser | |
de aquella generación gigantea, que todos | |
son soberbios y descomedidos, él solo era | |
afable y bien criado. Pero sobre todos estaba | |
bien con reinaldos de Montalbán, y más | |
cuando le veía salir de su castillo y robar | |
cuantos topaba, y cuando en allende robó | |
aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, | |
según dice su historia. Diera él, por dar una | |
mano de coces al traidor de Galalón, al ama | |
que tenía, y aun a su sobrina de añadidura. | |
En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar | |
en el más extraño pensamiento que jamás | |
dio loco en el mundo, y fue que le pareció | |
convenible y necesario, así para el aumento | |
de su honra, como para el servicio de su | |
república hacerse caballero andante y irse por | |
todo el mundo con sus armas y caballo, a buscar | |
las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello | |
que él había leído que los caballeros andantes | |
se ejercitaban, deshaciendo todo género | |
de agravio, y poniéndose en ocasiones y | |
peligros, donde, acabándolos, cóbrase eterno | |
nombre y fama. Imaginábase el pobre ya | |
coronado por el valor de su brazo, por lo menos | |
del imperio de Trapisonda; y así, con estos | |
tan agradables pensamientos, llevado del extraño | |
gusto que en ellos sentía, se dio priesa | |
a poner en efecto lo que deseaba. | |
Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas | |
que habían sido de sus visabuelos que, | |
tomadas de orín y llenas de moho, luengos | |
siglos había que estaban puestas y olvidadas | |
en un rincón. Limpiolas y aderezolas lo mejor | |
que pudo; pero vio que tenían una gran falta, | |
y era que no tenían celada de encaje, sino | |
morrión simple; mas a esto suplió su industria, | |
porque de cartones hizo un modo de media | |
celada, que, encajada con el morrión, hacían | |
una apariencia de celada entera. Es verdad | |
que para probar si era fuerte y podía estar al | |
riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le | |
dio dos golpes, y con él primero y en un | |
punto deshizo lo que había hecho en una semana; | |
y no dejó de parecerle mal la facilidad con | |
que la había hecho pedazos, y por asegurarse | |
deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, | |
poniéndole unas barras de hierro por de dentro, | |
de tal manera que él quedó satisfecho de su | |
fortaleza, y sin querer hacer nueva experiencia | |
della, la diputó y tuvo por celada finísima de | |
encaje. | |
Fue luego a ver su rocín, y, aunque tenía | |
más cuartos que un real, y más tachas que el rey. | |
caballo de Gonela, que tantum pellís & osa | |
fuit, le pareció que ni el bucéfalo de | |
Alejandro ni Babieca el del Cid con él sé | |
igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar | |
¿qué nombre le pondría, porque, según se decía, | |
el a sí mesmo, no era razón que caballo de | |
caballero tan famoso y tan bueno el por sí, | |
estuviese sin nombre conocido, y así, | |
procuraba acomodársele de manera que declarase | |
quien había sido antes que fuese de caballero | |
andante, y lo que era entonces, pues estaba | |
muy puesto en razón que, mudando su señor, | |
estado, mudase él también el nombre, y le | |
cobrase famoso y de estruendo, como convenía | |
a la nueva orden y al nuevo ejercicio. | |
que ya profesaba; y así, después de muchos | |
nombres que formó, borró y quitó, añadio, | |
deshizo y tornó a hacer en su memoria e | |
imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, | |
nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo | |
de lo que había sido cuando fue rocín, | |
antes de lo que ahora era, que era antes y | |
primero de todos los rocines del mundo. | |
Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, | |
quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento | |
duró otros ocho días, y al cabo se vino | |
a llamar don Quijote. ¿De dónde, cómo queda | |
dicho, tomaron ocasión los autores desta | |
tan verdadera historia que, sin duda, se debía | |
de llamar quijada y no quesada, como otros | |
quisieron decir... Pero acordándose que él | |
valeroso Amadís, no solo se había contentado con | |
llamarse Amadís a secas, sino que añadió el | |
nombre de su reino y patria por hacerla. | |
famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así | |
quiso, como buen caballero, añadir al suyo el | |
nombre de la suya, y llamarse don Quijote de | |
la Mancha, con que, a su parecer, declaraba | |
muy al vivo su linaje y patria, y la honraba | |
con tomar el sobrenombre della. | |
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión | |
celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose | |
a sí mismo, sé dio a entender que no | |
le faltaba otra cosa sino buscar una dama de | |
quien enamorarse, porque el caballero andante | |
sin amores era árbol sin hojas y sin fruto, y | |
cuerpo sin alma. Decíase el así: «Si yo por | |
malos de mis pecados, o por mi buena | |
suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, | |
como de ordinario les acontece a los caballeros | |
andantes, y le derribo de un encuentro, | |
le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le | |
venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien | |
enviarle presentado, y que entre y se hinque | |
de rodillas ante mi dulce señora, y diga con | |
voz humilde y rendido. ¡Yo, señora, soy | |
el gigante caraculiambro, señor de la insula | |
Malindranía, a quien venció en singular | |
batalla el jamás como se debe alabado | |
caballero don Quijote de la Mancha, el cual me | |
mandó que me presentase ante vuestra | |
merced para que la vuestra grandeza | |
disponga de mí a su talante? | |
¡Oh, cómo se holgo nuestro buen caballero | |
cuando hubo hecho este discurso, y más cuando | |
halló a quien dar nombre de su dama! Y fue | |
a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo | |
había una moza labradora de muy buen parecer, | |
de quien él un tiempo anduvo enamorado, | |
aunque, según se entiende, ella jamás lo supo | |
ni se dio cata dello. | |
Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título | |
de señora de sus pensamientos; y buscándole | |
nombre que no desdijese mucho del suyo, y | |
que tirase y se encaminase al de princesa, | |
gran señora, vino a llamarla Dulcinea del | |
Toboso, porque era natural del Toboso, nombre | |
a su parecer, músico y peregrino, y significativo | |
como todos los demás, que a él y a | |
sus cosas había puesto. | |
Hechas, pues, estas prevenciones no quiso | |
aguardar más tiempo a poner en efecto su | |
pensamiento, apretándole a ello la falta que él | |
pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según | |
eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos | |
que enderezar, sinrazones que emendar, | |
y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. | |
Y así, sin dar parte a persona alguna de su | |
intención, y sin que nadie le viese, una mañana, | |
antes del día, que era uno de los calurosos del | |
mes de Julio, se armó de todas sus armas, subió | |
sobre Rocinante, puesta su mal compuesta | |
celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por | |
la puerta falsa de un corral, salió al campo con | |
grandísimo contento y alborozo de ver | |
cuánta facilidad había dado principio a su buen | |
deseo. | |
Mas apenas se vio en el campo cuando le | |
asaltó un pensamiento terrible y tal, que por | |
poco le hiciera dejar la comenzada empresa; | |
y fue que le vino a la memoria que no era | |
armado caballero, y que, conforme a ley de | |
caballería, ni podía ni debía tomar armas con | |
ningún caballero; y, puesto que lo fuera, había de | |
llevar armas blancas, como novel caballero, sin | |
empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo | |
la ganase. Estos pensamientos le hicieron | |
titubear en su propósito; mas pudiendo más su | |
locura que otra razón alguna, propuso de | |
hacerse armar caballero del primero que topase, | |
a imitación de otros muchos que así lo hicieron, | |
según él había leído en los libros, que tal le | |
tenían. En lo de las armas blancas, pensaba | |
limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que | |
lo fuesen más que un armiño; y con esto | |
se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro | |
que aquel que su caballo quería, creyendo que | |
en aquello consistía la fuerza de las aventuras. | |
Yendo, pues, caminando nuestro flamante | |
aventurero, iba hablando consigo mesmo, | |
y diciendo: «¿Quién duda, sino que en los | |
venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera | |
historia de mis famosos hechos, que el sabio | |
que los escribiere no ponga, cuando llegue a | |
contar esta mi primera salida tan de mañana, | |
desta manera? ¿Apenas había el rubicundo Apolo | |
tendido por la faz de la ancha y espaciosa | |
tierra las doradas hebras de sus hermosos | |
cabellos, y apenas los pequeños y pintados | |
pajarillos con sus arpadas lenguas habían | |
saludado con dulce y meliflua armonía la venida | |
de la rosada aurora, que, dejando la blanda | |
cama del celoso marido, por las puertas y | |
balcones del manchego horizonte a los mortales | |
se mostraba, cuando el famoso caballero don | |
Quíjote de la Mancha, dejando las ociosas | |
plumas, subió sobre su famoso caballo | |
rocinante y comenzo a caminar por el antiguo, | |
conocido campo de Montiel. | |
verdad que por él caminaba, y añadió diciendo: | |
¡Dichosa edad y siglo dichoso! Aquel adonde | |
saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas | |
de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles | |
y pintarse en tablas, para memoria en lo | |
futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quien quiera | |
que seas a quien ha de tocar el ser coronista | |
de esta peregrina historia, ruégote que no te | |
olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno | |
mío en todos mis caminos y carreras! Luego | |
volvía diciendo como si verdaderamente fuera | |
enamorado. ¡Oh, princesa Dulcinea, señora deste | |
cautivo corazón! ¡Mucho agravio me avedes | |
fecho en despedirme y reprocharme con él | |
riguroso afincamiento de mandarme no parecer | |
ante la vuestra fermosura. Plegaos, señora, | |
de membraros deste vuestro sujeto corazón, que | |
tantas cuitas por vuestro amor padece. | |
estos iba ensartando otros disparates, todos al | |
modo de los que sus libros le habían enseñado, | |
imitando en cuanto podía su lenguaje. | |
esto caminaba tan despacio, y el sol entraba | |
tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante | |
a derretirle los sesos, si algunos tuviera. | |
Casi todo aquel día caminó sin acontecerle | |
cosa que de contar fuese, de lo cual sé | |
desesperaba, porque quisiera topar luego luego, | |
con quien hacer experiencia del valor de su | |
fuerte brazo. Autores hay que dicen que la | |
primera aventura que le avino fue la del puerto | |
Lapice, otros dicen que la de los molinos | |
de viento; pero lo que yo he podido averiguar | |
en este caso, y lo que he hallado escrito en | |
los anales de la Mancha, es que él anduvo | |
todo aquel día y al anochecer, su rocín y él sé | |
hallaron cansados y muertos de hambre, y que | |
mirando a todas partes por ver si descubriría | |
algún castillo o alguna majada de pastores | |
donde recogerse, y adonde pudiese remediar | |
su mucha hambre y necesidad, vio, no | |
lejos del camino por donde iba, una venta, | |
que fue como si viera una estrella que no | |
a los portales, sino a los alcázares de su | |
redención le encaminaba. | |
caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía. | |
¿Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas? | |
de estas que llaman del partido, las cuales | |
iban a Sevilla con unos harrieros que en | |
la venta aquella noche acertaron a hacer | |
jornada, y como a nuestro aventurero todo cuanto | |
pensaba, veía o imaginaba, le parecía ser hecho | |
y pasar al modo de lo que había leído, luego | |
que vio la venta, se le representó que era un | |
castillo con sus cuatro torres y chapiteles de | |
luciente plata, sin faltarle su puente levadiza | |
y honda caba, con todos aquellos aderentes | |
que semejantes castillos se pintan. | |
Fuese llegando a la venta que a él le | |
parecía castillo, y a poco trecho della detuvo las | |
riendas a Rocinante, esperando que algún enano | |
se pusiese entre las almenas a dar señal | |
con alguna trompeta de que llegaba caballero | |
al castillo. Pero como vio que se tardaban y | |
que Rocinante se daba priesa por llegar a la | |
caballeriza, se llegó a la puerta de la venta, y | |
vio a las dos destraídas mozas que allí | |
estaban, que a él le parecieron dos hermosas | |
doncellas o dos graciosas damas, que delante de | |
la puerta del castillo se estaban solazando. | |
esto sucedió acaso que un porquero, que | |
andaba recogiendo de unos rastrojos una manada | |
de puercos, que sin perdón, así se llaman, | |
tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, | |
y al instante se le representó a don Quijote lo | |
que deseaba, que era que algún enano hacía | |
señal de su venida; y así, con extraño contento, | |
llegó a la venta y a las damas. Las cuales, | |
como vieron venir un hombre de aquella suerte | |
armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo | |
se iban a entrar en la venta. Pero don Quijote, | |
coligiendo por su huida su miedo, alzándose | |
la visera de papelón, y descubriendo su seco y | |
polvoroso rostro, con gentil talante y voz | |
reposada les dijo: | |
No fuyan las vuestras mercedes ni teman | |
desaguisado alguno, ca a la orden de caballería | |
que profeso non toca ni atañe facerle a | |
ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como | |
vuestras presencias demuestran. | |
Mirábanle las mozas y andaban con los | |
ojos buscándole el rostro, que la mala visera | |
le encubría; mas ¿cómo se oyeron llamar | |
doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no | |
pudieron tener la risa, y fue de manera que don | |
Quíjote vino a correrse y a decirles: | |
Bien parece la mesura en las fermosas, y | |
es mucha sandez, además, la risa que de leve | |
causa procede; pero non vos lo digo porque os | |
acuítedes ni mostredes mal talante, que el mío | |
non es de al que de serviros. | |
El lenguaje, no entendido de las señoras, y | |
el mal talle de nuestro caballero acrecentaba en | |
ellas la risa, y en él el enojo, y pasara muy | |
adelante, si a aquel punto no saliera el ventero, | |
hombre que, por ser muy gordo, era muy pacífico; | |
el cual, viendo aquella figura contrahecha, | |
armada de armas tan desiguales como eran, | |
brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en | |
nada en acompañar a las doncellas en las | |
muestras de su contento. Mas, en efeto, | |
temiendo la máquina de tantos pertrechos, | |
determinó de hablarle comedidamente, y así | |
le dijo: | |
Si vuestra merced, señor caballero, busca | |
posada, amén, del lecho, porque en esta venta | |
no hay ninguno, todo lo demás se hallará en | |
ella en mucha abundancia. | |
Viendo don Quijote la humildad del alcaide | |
de la fortaleza, que tal le pareció a él el | |
ventero y la venta, respondió: | |
Para mí, señor castellano, cualquiera cosa | |
basta, porque | |
Mis arreos son las armas, | |
mi descanso el pelear | |
Penso el huésped que el haberle llamado | |
castellano había sido por haberle parecido de los | |
sanos de Castilla, aunque él era andaluz, y | |
de los de la playa de San Lúcar, no menos | |
ladrón que caco, ni menos maleante que | |
estudiantado paje; y así le respondió: | |
Según eso, las camas de vuestra merced | |
serán duras peñas, y su dormir, siempre velar; | |
y, siendo así, bien se puede apear, con | |
seguridad de hallar en esta choza ocasión, | |
ocasiones para no dormir en todo un año, cuanto | |
más en una noche. | |
Y, diciendo esto, fue a tener el estribo a | |
don Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad | |
y trabajo como aquel que en todo aquel | |
día no se había desayunado. Dijo luego al | |
huésped que le tuviese mucho cuidado de su | |
caballo, porque era la mejor pieza que comía pan | |
en el mundo. Mírole el ventero, y no le pareció | |
tan bueno como don Quijote decía, ni aun la | |
mitad; y acomodándole en la caballeriza, volvió | |
a ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban | |
desarmando las doncellas, que ya se habían | |
reconciliado con él, las cuales, aunque le habían | |
quitado el peto y el espaldar, jamás supieron | |
ni pudieron desencajarle la gola, ni quitalle. | |
la contrahecha celada que traía atada con unas | |
cintas verdes, y era menester cortarlas por no | |
poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso | |
consentir en ninguna manera, y así se quedó | |
toda aquella noche con la celada puesta, que | |
era la más graciosa y extraña figura que sé | |
pudiera pensar. Y al desarmarle, como él sé | |
imaginaba que aquellas traídas y llevadas que | |
le desarmaban eran algunas principales señoras | |
y damas de aquel castillo, les dijo con | |
mucho donaire. | |
¡Nunca fuera caballero | |
de damas también servido, | |
¿Cómo fuera don Quijote | |
cuando de su aldea vino. | |
¡Doncellas curaban dél, | |
princesas del su rocino. | |
¡Oh, Rocinante! ¿Qué este es el nombre, señoras | |
mías, de mi caballo y don Quijote de la Mancha | |
el mío; que, puesto que no quisiera descubrirme, | |
fasta que las fazañas fechas en vuestro | |
servicio y pro me descubrieran, la fuerza de | |
acomodar al propósito presente este romance | |
viejo de Lanzarote ha sido causa que sepáis | |
mi nombre antes de toda sazón; pero tiempo | |
vendrá en que las vuestras señorías me | |
manden, y yo obedezca, y el valor de mi brazo | |
descubra el deseo que tengo de serviros. | |
Las mozas, que no estaban hechas a oír | |
semejantes retóricas, no respondían palabra; | |
solo le preguntaron si quería comer alguna | |
cosa. | |
Cualquiera yantaría yo, respondió don | |
Quíjote, porque a lo que entiendo me haría | |
mucho al caso. | |
A dicha acerto a ser viernes aquel día, y no | |
había en toda la venta, sino unas raciones de | |
un pescado que en Castilla llaman abadejo, y | |
en Andalucía bacallao, y en otras partes | |
curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle sí, | |
por ventura comería su merced truchuela; que | |
no había otro pescado que dalle a comer. | |
Como haya muchas truchuelas, respondió | |
don Quijote, podrán servir de una trucha; | |
porque eso se me da que me den ocho reales | |
en sencillos que en una pieza de a ocho. | |
¿Cuánto más que podría ser que fuesen estas | |
truchuelas como la ternera, que es mejor que | |
la baca y el cabrito que el cabrón. | |
lo que fuere, venga luego, que el trabajo y | |
peso de las armas no se puede llevar sin él | |
gobierno de las tripas. | |
pusiéronle la mesa a la puerta de la venta | |
por el fresco y trújole el huésped una porción | |
del mal remojado y peor cocido bacallao, y un | |
pan tan negro y mujriento como sus armas, | |
pero era materia de grande risa verle comer, | |
porque, como tenía puesta la celada y alzada la | |
visera, no podía poner nada en la boca con | |
sus manos, si otro no se lo daba y ponía, y | |
así, una de aquellas señoras servía deste | |
menester. Mas al darle de beber, no fue posible | |
ni lo fuera, si el ventero no horadara una | |
caña, y, puesto él un cabo en la boca, por él | |
otro le iba echando el vino; y todo esto lo | |
recebía en paciencia, a trueco de no romper las | |
cintas de la celada. | |
Estando en esto, llegó acaso a la venta un | |
castrador de puercos, y así como llegó, sono | |
su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con | |
lo cual acabó de confirmar don Quijote que | |
estaba en algún famoso castillo, y que le | |
servían con música, y que el abadejo eran | |
truchas, el pan candeal y las rameras damas, | |
y el ventero castellano del castillo; y con esto | |
daba por bien empleada su determinación, y | |
salida. Mas lo que más le fatigaba era el no | |
verse armado caballero, por parecerle que no | |
se podría poner legítimamente en aventura | |
alguna sin recebir la orden de caballería. | |
Y así, fatigado deste pensamiento, abrevió | |
su venteril y limitada cena. La cual acabada, | |
llamó al ventero, y, encerrándose con él en la | |
caballeriza, se hincó de rodillas ante él, | |
diciéndole: | |
No me levantaré jamás de donde estoy. | |
valeroso caballero, fasta que la vuestra | |
cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, él | |
cuál redundará en alabanza vuestra y en pro | |
del género humano. | |
El ventero que vio a su huésped a sus pies | |
y hoyo semejantes razones, estaba confuso | |
mirándole sin saber qué hacerse ni decirle, y | |
porfiaba con el que se levantase, y jamás | |
quiso, hasta que le hubo de decir que él le | |
otorgaba el don que le pedía. | |
¿No esperaba yo menos de la gran magnificencia | |
vuestra, señor mío, respondió don | |
Quíjote. Y así os digo que el don que os | |
he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido | |
otorgado es que mañana, en aquel día, me | |
habéis de armar, caballero, y esta noche en la | |
capilla de este vuestro castillo velaré las armas, | |
y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo | |
que tanto deseo para poder como se debe, | |
ir por todas las cuatro partes del mundo | |
buscando las aventuras en pro de los | |
menesterosos, como está a cargo de la caballería, y | |
de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo | |
deseo a semejantes fazañas es inclinado. | |
El ventero, que, como está dicho, era un poco | |
socarrón, y ya tenía algunos barruntos de la | |
falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo | |
cuando acabó de oírle semejantes razones, | |
y, por tener que reír aquella noche, determinó | |
de seguirle el humor; y así le dijo que andaba | |
muy acertado en lo que deseaba y pedía, | |
y que tal prosupuesto era propio y natural de | |
los caballeros tan principales como él parecía | |
y como su gallarda presencia mostraba, y que | |
él, así mesmo, en los años de su mocedad, | |
se había dado a aquel honroso ejercicio, | |
andando por diversas partes del mundo buscando | |
sus aventuras, sin que hubiese dejado los | |
percheles de Malaga, islas de Riarán, | |
compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la | |
olivera de Valencia, rondilla de Granada, playa de | |
San Lúcar, potro de Córdoba y las Ventillas | |
de Toledo, y otras diversas partes, donde | |
había ejercitado la ligereza de sus pies, | |
sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, | |
recuestando muchas viudas, deshaciendo | |
algunas doncellas, y engañando a algunos | |
púpilos, y, finalmente, dándose a conocer por | |
cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda | |
España, y que a lo último se había venido a | |
recoger a aquel su castillo, donde vivía con | |
su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él | |
a todos los caballeros andantes, de cualquiera | |
calidad y condición que fuesen, solo por la | |
mucha afición que les tenía, y porque partiesen | |
con él de sus averes en pago de su buen | |
deseo. | |
Díjole también que en aquel su castillo no | |
había capilla alguna donde poder velar las | |
armas, porque estaba derribada para hacerla de | |
nuevo; pero que, en caso de necesidad, el | |
sabía que se podían velar donde quiera, y que | |
aquella noche las podría velar en un patio de él | |
castillo; que a la mañana, siendo Dios servido, | |
se harían las debidas ceremonias, de manera | |
que él quedase armado caballero, y tan | |
caballero que no pudiese ser más en el mundo. | |
Pregúntole si traía dineros, respondió don | |
Quíjote que no traía blanca, porque el nunca | |
había leído en las historias de los caballeros | |
andantes que ninguno los hubiese traído. | |
A esto dijo el ventero que se engañaba, ¿qué | |
puesto caso que en las historias no se escribía, | |
por haberles parecido a los autores dellas que | |
no era menester escrevir una cosa tan clara | |
y tan necesaria de traerse, como eran dineros | |
y camisas limpias, no por eso se había de | |
creer que no los trujeron; y así, tuviese por | |
cierto y averiguado que todos los caballeros | |
andantes de que tantos libros están llenos y | |
atestados, llevaban bien herradas las bolsas | |
por lo que pudiese sucederles, y que así | |
mismo llevaban camisas y una arqueta pequeña | |
llena de ungüentos para curar las heridas que | |
recebían, porque no todas veces en los campos | |
y desiertos donde se combatían y salían | |
heridos, había quien los curase, si ya no era que | |
tenían algún sabio encantador por amigo, que | |
luego los socorría, trayendo por el aire, en | |
alguna nube, alguna doncella o enano con | |
alguna redoma de agua de tal virtud que, en | |
gustando alguna gota della, luego al punto | |
quedaban sanos de sus llagas y heridas, como | |
si mal alguno hubiesen tenido; mas ¿qué en | |
tanto que esto no hubiese, tuvieron los | |
pasados caballeros, por cosa acertada que sus | |
escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras | |
cosas necesarias, como eran hilas y unguentos | |
para curarse; y cuando sucedía que los tales | |
caballeros no tenían escuderos, que eran pocas | |
y raras veces, ellos mesmos lo llevaban | |
todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no | |
se parecían, a las ancas del caballo, como que | |
era otra cosa de más importancia, porque no | |
siendo por ocasión semejante, esto de llevar | |
alforjas no fue muy admitido entre los caballeros | |
andantes, y por esto le daba por consejo, | |
pues aún se lo podía mandar como a su ahijado, | |
que tan presto lo había de ser, que no caminase | |
de allí adelante, sin dineros y sin las | |
prevenciones referidas, y que vería cuán bien | |
se hallaba con ellas, cuando menos se pensase. | |
Prometióle don Quijote de hacer lo que sé | |
le aconsejaba con toda puntualidad. Y, así, sé | |
dio luego orden como velase las armas en un | |
corral grande que a un lado de la venta estaba, | |
y, recogiéndolas don Quijote todas, las puso | |
sobre una pila que junto a un pozo estaba. | |
embrazando su adarga, asio de su lanza, y con | |
gentil continente se comenzó a pasear delante | |
de la pila, y cuando comenzo el paseo | |
comenzaba a cerrar la noche. | |
Conto el ventero a todos cuantos estaban en | |
la venta, la locura de su huésped, la vela de las | |
armas y la armazón de caballería que esperaba. | |
Admiráronse de tan extraño género de | |
locura, y fuéronselo a mirar desde lejos y | |
vieron que, con sosegado ademán, unas veces sé | |
paseaba, otras, arrimado a su lanza, ponía los | |
ojos en las armas, sin quitarlos por un buen | |
espacio dellas. Acabó de cerrar la noche, pero | |
con tanta claridad de la luna, que podía competir | |
con el que se la prestaba, de manera que | |
cuanto el novel caballero hacía era bien visto | |
de todos. | |
Antojósele en esto a uno de los harrieros que | |
estaban en la venta ir a dar agua a su recua, | |
y fue menester quitar las armas de don | |
Quíjote que estaban sobre la pila el cual, | |
viéndole llegar, en voz alta le dijo: | |
¡Oh tú, quien quiera que seas, atrevido | |
caballero, que llegas a tocar las armas del más | |
valeroso andante que jamás se ciño espada, mira | |
lo que haces, y no las toques, si no quieres | |
dejar la vida en pago de tu atrevimiento! | |
No se curó el harriero destas razones, y fuera | |
mejor que se curara, porque fuera curarse en | |
salud; antes, trabando de las correas, las arrojó | |
gran trecho de sí. Lo cual visto por don | |
Quíjote, alzó los ojos al cielo, y puesto el | |
pensamiento a lo que pareció, en su señora | |
Dulcínea, dijo: | |
Acorredme, señora mía, en esta primera | |
afrenta que a este vuestro avasallado pecho | |
se le ofrece; no me desfallezca en este primero | |
trance vuestro favor y amparo. | |
Y, diciendo estas y otras semejantes razones, | |
soltando la adarga, alzó la lanza a dos manos, | |
y dio con ella tan gran golpe al harriero en la | |
cabeza que le derribó en el suelo tan | |
maltrecho, que, si segundara con otro, no tuviera | |
necesidad de maestro que le curara. Hecho esto, | |
recogió sus armas y tornó a pasearse con él. | |
mismo reposo que primero. | |
Desde allí a poco, sin saberse lo que había | |
pasado, porque aún estaba aturdido el rey. | |
harriero, llegó otro con la mesma intención de | |
dar agua a sus mulos, y, llegando a quitar las | |
armas para desembarazar la pila, sin hablar | |
don Quijote palabra, y sin pedir favor a nadie, | |
solto otra vez la adarga, y alzó otra vez la | |
lanza, y sin hacerla pedazos, hizo más de tres la | |
cabeza del segundo harriero, porque se la abrió | |
por cuatro. Al ruido acudió toda la gente de la | |
venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto, don | |
Quíjote, embrazó su adarga, y, puesta mano a | |
su espada, dijo. | |
¡Oh, señora, de la fermosura, esfuerzo y vigor | |
del devilitado corazón mío, ahora es tiempo que | |
vuelvas los ojos de tu grandeza a este tú | |
cautivo caballero, que tamaña aventura está | |
atendiendo! | |
Con esto cobró, a su parecer, tanto ánimo, | |
que si le acometieran todos los harrieros de él | |
mundo no volviera el pie atrás. Los compañeros | |
de los heridos, que tales los vieron, comenzaron | |
desde lejos a llover piedras sobre don | |
Quíjote el cuál lo mejor que podía, sé | |
reparaba con su adarga, y no se osaba apartar de | |
la pila por no desamparar las armas. | |
daba voces que le dejasen, porque ya les | |
había dicho como era loco, y que por loco sé | |
libraría, aunque los matase a todos. También | |
don Quijote las daba, mayores, llamándolos de | |
alevosos y traidores, y que el señor del castillo | |
era un follón y mal nacido caballero, pues de | |
tal manera consentía que se tratasen los | |
andantes caballeros, y que si él hubiera recebido | |
la orden de caballería, que él le diera a entender | |
su alevosía. Pero de vosotros, soez y baja | |
canalla, no hago caso alguno. ¡Tirad, llegad, | |
venid y ofendedme en cuanto pudiéredes. | |
que vosotros veréis el pago que lleváis de | |
vuestra sandez y demasía! | |
Decía esto con tanto brío y denuedo, que | |
infundió un terrible temor en los que le acometían, | |
y así, por esto, como por las persuasiones, | |
del ventero, le dejaron de tirar, y él dejó | |
retirar a los heridos y tornó a la vela de sus | |
armas con la misma quietud y sosiego que | |
primero. | |
No le parecieron bien al ventero las burlas | |
de su huésped, y determinó abreviar y darle la | |
negra orden de caballería luego, antes que otra | |
desgracia sucediese. Y así, llegándose a él, sé | |
desculpó de la insolencia que aquella gente | |
baja con él había usado, sin que él supiese | |
cosa alguna, pero que bien castigados quedaban | |
de su atrevimiento. Dijole, ¿cómo ya le | |
había dicho que en aquel castillo no había capilla, | |
y para lo que restaba de hacer tampoco era | |
necesaria que todo el toque de quedar armado | |
caballero consistía en la pescozada y en él | |
espaldarazo, según él tenía noticia del ceremonial | |
de la orden, y que aquello, en mitad de un | |
campo se podía hacer, y que ya había cumplido | |
con lo que tocaba al velar de las armas, que | |
con solas dos horas de vela se cumplía, cuanto | |
mas que él había estado más de cuatro. | |
Todo se lo creyó don Quijote, y dijo: | |
que él estaba allí pronto para obedecerle, | |
y que concluyese con la mayor brevedad que | |
pudiese, porque si fuese otra vez acometido, | |
y se viese armado caballero, no pensaba dejar | |
persona viva en el castillo, eceto aquellas que | |
él le mandase a quien por su respeto dejaría. | |
Advertido y medroso desto el castellano, | |
trujo luego un libro donde asentaba la paja | |
y cebada que daba a los harrieros, y con un | |
cabo de vela que le traía un muchacho, y con | |
las dos ya dichas doncellas, se vino adonde | |
don Quijote estaba, al cual mandó hincar de | |
rodillas, y leyendo en su manual, como que | |
decía alguna devota oración, en mitad de la | |
leyenda alzó la mano y diole sobre el cuello | |
un buen golpe, y tras él, con su mesma | |
espada, un gentil espaldarazo, siempre | |
murmurando entre dientes como que rezaba. | |
esto, mandó a una de aquellas damas que le | |
ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha | |
desenvoltura y discreción, porque no fue | |
menester poca para no reventar de risa a cada | |
punto de las ceremonias; pero las proezas que | |
ya habían visto del novel caballero, les tenía la | |
risa a raya. | |
Al ceñirle la espada, dijo la buena señora: | |
Dios haga a vuestra merced muy venturoso | |
caballero y le dé ventura en lides. | |
don Quijote le preguntó cómo se llamaba, | |
porque él supiese de allí adelante a quién | |
quedaba obligado por la merced recebida, | |
porque pensaba darle alguna parte de la honra | |
que alcanzase por el valor de su brazo. Ella | |
respondió con mucha humildad que se llamaba | |
la Tolosa, y que era hija de un remendón | |
natural de Toledo, que vivía a las tendillas | |
de Sancho Bienaya, y que dondequiera | |
que ella estuviese le serviría y le tendría por | |
señor. Don Quijote le replicó que, por su amor, | |
le hiciese merced que de allí adelante sé | |
pusiese don y se llamase doña Tolosa. Ella sé | |
lo prometió, y la otra le calzó la espuela, con | |
la cual le pasó casi el mismo coloquio que | |
la de la espada. Pregúntole su nombre y | |
dijo que se llamaba la molinera, y que era | |
hija de un honrado molinero de Antequera. | |
la cual también rogo don Quijote que sé | |
pusiese don y se llamase doña Molinera, | |
ofreciéndole nuevos servicios y mercedes. | |
Hechas, pues, de galope y aprisa las | |
hasta allí nunca vistas ceremonias, no vio la hora | |
don Quijote de verse a caballo y salir | |
buscando las aventuras, y ensillando luego a | |
Rocinante, subió en él, y abrazando a su | |
huésped, le dijo cosas tan extrañas, agradeciéndole | |
la merced de haberle armado caballero, | |
que no es posible acertar a referirlas. | |
ventero, por verle ya fuera de la venta, con no | |
menos retóricas, aunque con más breves palabras, | |
respondió a las suyas, y, sin pedirle | |
la costa de la posada, le dejó ir a la buen | |
hora. | |
La del alba sería cuando don Quijote salió | |
de la venta, tan contento, tan gallardo, tan | |
alborozado por verse ya armado caballero, que | |
el gozo le reventaba por las cinchas del | |
caballo. Mas viniéndole a la memoria los consejos | |
de su huésped cerca de las prevenciones tan | |
necesarias que había de llevar consigo, | |
especial la de los dineros y camisas, determinó | |
volver a su casa y acomodarse de todo, y de | |
un escudero, haciendo cuenta de recebir a un | |
labrador vecino suyo, que era pobre y con | |
hijos, pero muy a propósito para el oficio | |
escuderil de la caballería. Con este pensamiento | |
guió a Rocinante hacía su aldea, el cual casi | |
conociendo la querencia, con tanta gana | |
comenzo a caminar, que parecía que no ponía | |
los pies en el suelo. | |
No había andado mucho, cuando le pareció | |
que a su diestra mano, de la espesura de un | |
bosque que allí estaba, salían unas voces | |
delicadas, como de persona que se quejaba, y a | |
penas las hubo oído, cuando dijo: | |
Gracias doy al cielo por la merced que me | |
hace, pues tan presto me pone ocasiones | |
delante donde yo pueda cumplir con lo que debo | |
a mi profesión, y donde pueda coger el fruto | |
de mis buenos deseos. Estas voces, sin duda, | |
son de algún menesteroso o menesterosa, que | |
ha menester mi favor y ayuda. | |
Y, volviendo las riendas, encaminó a | |
Rocinante hacía donde le pareció que las voces | |
salían. Y a pocos pasos que entró por él | |
bosque, vio atada una yegua a una encina y atado | |
en otra a un muchacho, desnudo de medio | |
cuerpo arriba, hasta de edad de quince años, | |
que era el que las voces daba, y no sin causa, | |
porque le estaba dando con una pretina muchos | |
azotes un labrador de buen talle, y cada | |
azote le acompañaba con una reprehensión, | |
consejo, porque decía: | |
La lengua queda y los ojos listos. | |
Y el muchacho respondía: | |
No lo haré otra vez, señor mío; por la | |
pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo | |
prometo de tener de aquí adelante más cuidado | |
con el hato.” | |
Y viendo don Quijote lo que pasaba, con | |
voz airada dijo: | |
Descortés caballero, mal parece tomaros | |
con quien defender no se puede. Subid sobre | |
vuestro caballo, y tomad vuestra lanza, que | |
también tenía una lanza arrimada a la encina | |
adonde estaba arrimada la yegua, que yo | |
os haré conocer ser de cobardes lo que estáis | |
haciendo... | |
El labrador, que vio sobre sí aquella figura | |
llena de armas, blandiendo la lanza sobre su | |
rostro, túvose por muerto, y con buenas | |
palabras respondió. | |
Señor caballero, este muchacho que estoy | |
castigando, es un mi criado que me sirve de | |
guardar una manada de ovejas que tengo en él. | |
estos contornos, el cual es tan descuidado, | |
que cada día me falta una; y porque castigo su | |
descuido, oh bellaquería, dice que lo hago de | |
miserable, por no pagarle la soldada que le | |
debo, y en Dios y en mi anima que miente. | |
¡Miente delante de mí, ruin villano! | |
don Quijote. ¡Por el sol que nos alumbra que | |
estoy por pasaros de parte a parte con esta | |
lanza; pagadle luego sin más réplica, si no, | |
por el dios que nos rige que os concluya, | |
aniquile en este punto. Desatadlo luego. | |
El labrador bajó la cabeza, y sin responder | |
palabra, desató a su criado, al cual preguntó | |
don Quijote que cuanto le debía su amo; él | |
dijo que nueve meses, a siete reales cada mes. | |
Hizo la cuenta don Quijote y halló que montaban | |
sesenta y tres reales, y dijole al labrador | |
que al momento los desembolsase, si no | |
quería morir por ello. | |
villano que para el paso en que estaba, | |
juramento que había hecho, y aun no había jurado | |
nada -que no eran tantos, porque sé | |
le habían de descontar y recebir en cuenta tres | |
pares de zapatos que le había dado, y un real | |
de dos sangrías que le habían hecho estando | |
enfermo. | |
¡Bien está todo eso! Replicó don Quijote. | |
pero quédense los zapatos y las sangrías | |
por los azotes que sin culpa le habéis | |
dado que si él rompió el cuero de los zapatos | |
que vos pagastes, vos le habéis rompido el de | |
su cuerpo; y si le sacó el barbero sangre | |
estando enfermo, vos en sanidad se la habéis | |
sacado; así que por esta parte no os debe | |
nada.” | |
El daño está, señor caballero, en que no | |
tengo aquí dineros; véngase Andrés conmigo | |
a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre | |
otro... | |
¿Irme yo con él? ¿Dijo el muchacho? ¿Más? | |
¡Mal año, no, señor, ni por pienso, porque, en | |
viéndose solo, me desvelle como a un san | |
¡Bartolomé! | |
¿No hará tal? Replicó don Quijote. ¡Basta | |
que yo se lo mande para que me tenga respeto; | |
y con que él me lo jure por la ley de | |
caballería que ha recebido, le dejaré ir libre y | |
aseguraré la paga. | |
Mire vuestra merced, señor, lo que dice. | |
dijo el muchacho: «¿Qué este mi amo no es | |
caballero, ni ha recebido orden de caballería | |
alguna, que es Juan Haldudo el rico, el vecino | |
del quintanar. | |
¿Importa poco eso?, respondió don Quijote, | |
que haldudos puede haber caballeros, cuanto | |
más que cada uno es hijo de sus obras. | |
«Así es verdad», dijo Andrés. Pero este | |
mi amo, ¿de qué obras es hijo, pues me niega | |
mi soldada y mi sudor y trabajo? | |
No niego, hermano Andrés, respondió el | |
labrador, y hacedme placer de veniros | |
conmigo; que yo juro por todas las órdenes que | |
de caballerías hay en el mundo de pagaros, | |
como tengo dicho, un real sobre otro, y aun | |
sahumados.” | |
¿Del sahumerio os hago gracia?, dijo don | |
Quíjote, dádselos en reales, que con eso me | |
contento, y mirad que lo cumpláis como lo | |
habéis jurado; si no, por el mismo juramento os | |
juro de volver a buscaros y a castigaros, y | |
que os tengo de hallar, aunque os escondáis | |
más que una lagartija. Y, si queréis saber | |
quien os manda esto, para quedar con más | |
verás obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el | |
valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor | |
de agravios y sinrazones, y a Dios quedad; | |
y no se os parta de las mientes lo prometido | |
y jurado, so pena de la pena pronunciada. | |
Y, en diciendo esto, picó a su rocinante, y | |
en breve espacio se apartó dellos. | |
labrador con los ojos, y cuando vio que había | |
traspuesto del bosque, y que ya no parecía | |
volvióse a su criado Andrés, y dijole: | |
Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo | |
que os debo, como aquel deshacedor de | |
agravios me dejó mandado. | |
¡Eso juro yo! ¡Y cómo que | |
andara vuestra merced acertado en cumplir el sol. | |
mandamiento de aquel buen caballero que | |
mil años viva, que, según es de valeroso y de | |
buen juez, vive Roque, que si no me paga, que | |
vuelva y ejecute lo que dijo! | |
«También lo juro yo», dijo el labrador. Pero | |
por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar | |
la deuda por acrecentar la paga. | |
Y, asiéndole del brazo, le tornó a atar a la | |
encina, donde le dio tantos azotes que le dejó | |
por muerto. | |
Llamad, señor Andrés, ahora, decía el | |
labrador, al desfacedor de agravios. Veréis cómo | |
no desface aqueste, aunque creo que no está | |
acabado de hacer, porque me viene gana de | |
desollaros vivo como vos temiades. | |
Pero, al fin, le desató y le dio licencia que | |
fuese a buscar su juez para que ejecutase | |
la pronunciada sentencia. Andrés se partió algo | |
mohíno, jurando de ir a buscar al valeroso don | |
Quíjote de la Mancha y contalle punto por | |
punto lo que había pasado, y que se lo había de | |
pagar con las setenas. Pero, con todo esto, | |
él se partió llorando y su amo se quedó riendo. | |
Y desta manera deshizo el agravio el valeroso | |
don Quijote, el cual, contentísimo de lo | |
sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo | |
y alto principio a sus caballerías, con gran | |
satisfación de sí mismo yua caminando hacía | |
su aldea, diciendo a media voz: | |
Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas | |
hoy viven en la tierra o sobre las bellas | |
bella Dulcínea del Toboso!, pues te cupo en | |
suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad | |
e talante a un tan valiente y tan nombrado | |
caballero como lo es, y será don Quijote de la | |
El cual, como todo el mundo sabe, | |
ayer rescibió la orden de caballería, y hoy | |
ha desfecho el mayor tuerto y agravio que | |
formó la sinrazón y cometió la crueldad. | |
quitó el latigo de la mano a aquel despiadado | |
enemigo, que tan sin ocasión vapulaba | |
a aquel delicado infante. | |
En esto, llegó a un camino que en cuatro sé | |
dividia, y luego se le vino a la imaginación las | |
encrucejadas, donde los caballeros andantes | |
se ponían a pensar cuál camino de aquellos | |
tomarían, y por imitarlos estuvo un rato quedo, | |
y, al cabo de haberlo muy bien pensado, solto la | |
rienda a Rocinante, dejando a la voluntad del | |
rocín la suya, el cual siguió su primer intento, | |
que fue el irse camino de su caballeriza. | |
habiendo andado como dos millas, descubrió | |
don Quijote un grande tropel de gente, que | |
como después se supo, eran unos mercaderes | |
toledanos que iban a comprar seda a Murcia. | |
Eran seis y venían con sus quitasoles, con | |
otros cuatro criados a caballo y tres mozos | |
de mulas a pie. | |
Apenas los divisó don Quijote, cuando sé | |
imaginó ser cosa de nueva aventura; y por | |
imitar en todo cuanto a él le parecía posible | |
los pasos que había leído en sus libros, le | |
pareció venir allí de molde uno que pensaba | |
hacer. Y así, con gentil continente y denuedo, | |
se afirmó bien en los estribos, apreto la lanza, | |
llegó la adarga al pecho, y, puesto en la mitad, | |
del camino, estuvo esperando que aquellos | |
caballeros andantes llegasen, que ya él por tales | |
los tenía y juzgaba, y cuando llegaron a trecho | |
que se pudieron ver y oír, levantó don Quijote | |
la voz, y con ademán arrogante, dijo. | |
Todo el mundo se tenga, si todo el mundo | |
no confiesa que no hay en el mundo todo | |
doncella más hermosa que la emperatriz de la | |
Mancha, la simpar dulcinea del Toboso. | |
Paráronse los mercaderes al son destas | |
razones, y a ver la extraña figura del que las | |
decía, y por la figura y por las razones | |
luego echaron de ver la locura de su dueño; | |
más quisieron ver despacio en que paraba | |
aquella confesión que se les pedía, y uno | |
dellos, que era un poco burlón y muy mucho | |
discreto, le dijo: | |
Señor caballero, nosotros no conocemos | |
quien sea esa buena señora que decís; | |
mostrádnosla, que si ella fuere de tanta hermosura | |
como significáis, de buena gana y sin | |
apremio alguno confesaremos la verdad que por | |
parte vuestra nos es pedida. | |
Si os la mostrara, replicó don Quijote, | |
¿Qué hiciérades vosotros en confesar una | |
verdad tan notoria? La importancia está en | |
que, sin verla, lo habéis de creer, confesar | |
afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo | |
sois en batalla, gente descomunal y soberbia. | |
que ahora vengáis uno a uno, como pide la | |
orden de caballería, ora todos juntos, como es | |
costumbre y mala usanza de los de vuestra | |
ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en | |
la razón que de mi parte tengo. | |
¡Señor caballero! Replicó el mercader, | |
suplico a vuestra merced, en nombre de todos | |
estos príncipes que aquí estamos que, porque | |
no encarguemos nuestras conciencias, | |
confesando una cosa por nosotros jamás vista, | |
oída, y más siendo tan en perjuicio de las | |
emperatrices y reinas del Alcarría, | |
Extremadura que vuestra merced sea servido de | |
mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque | |
sea tamaño como un grano de trigo, que por | |
el hilo se sacará el ovillo, y quedaremos con | |
esto satisfechos y seguros, y vuestra merced | |
quedará contento y pagado. Y aun creo que | |
estamos ya tan de su parte, que, aunque su | |
retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y | |
que del otro le mana bermellón y piedra | |
azufre, con todo eso, por complacer a vuestra | |
merced, diremos en su favor todo lo que | |
quisiere... | |
¡No le mana, canalla infame!, respondió don | |
Quíjote encendido en cólera. ¡No le mana! | |
digo eso que decís, sino ámbar y algalía entre | |
algodones; y no es tuerta ni corcovada, sino | |
más derecha que un huso de Guadarrama. | |
Pero vosotros pagaréis la grande blasfemia | |
que habéis dicho contra tamaña beldad, como | |
es la de mi señora! | |
Y, en diciendo esto, arremetió con la lanza | |
baja contra el que lo había dicho, con tanta | |
furia y enojo; que, si la buena suerte no | |
hiciera que en la mitad del camino tropezara, y | |
cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido | |
mercader. Cayo rocinante, y fue rodando su | |
amo una buena pieza por el campo, y queriéndose | |
levantar jamás pudo. Tal embarazo le | |
causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, | |
con el peso de las antiguas armas. Y entre | |
tanto que pugnaba por levantarse y no podía, | |
estaba diciendo: | |
Non fuiáis, gente cobarde, gente cautiva, | |
atended; que no por culpa mía, sino de mí | |
caballo, estoy aquí tendido! | |
Un mozo de mulas de los que allí venían, | |
que no debía de ser muy bien intencionado, | |
oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, | |
no lo pudo sufrir sin darle la respuesta | |
en las costillas. Y, llegándose a él, tomó la | |
lanza, y después de haberla hecho pedazos, con | |
uno de ellos comenzo a dar a nuestro don Quijote | |
tantos palos, que, a despecho y pesar de | |
sus armas, le molió como cibera. | |
sus amos, que no le diese tanto, y que le | |
dejase; pero estaba ya el mozo picado y no | |
quiso dejar el juego hasta envidar todo él | |
resto de su cólera; y, acudiendo por los demás, | |
trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre | |
el miserable caído que, con toda aquella | |
tempestad de palos que sobre él vía, no cerraba | |
la boca, amenazando al cielo y a la tierra, y a | |
los malandrines que tal le parecían. | |
Cansose el mozo, y los mercaderes siguieron | |
su camino, llevando que contar en todo él | |
del pobre apaleado. El cual, después que sé | |
vio solo, tornó a probar si podía levantarse; | |
pero si no lo pudo hacer cuando sano y | |
bueno, ¿cómo lo haría molido y casi deshecho? | |
Y aun se tenía por dichoso, pareciéndole que | |
aquella era propia desgracia de caballeros | |
andantes, y toda la atribuía a la falta de su | |
caballo; y no era posible levantarse, según tenía | |
brumado todo el cuerpo. | |
Viendo, pues, que, en efecto, no podía menearse, | |
acordo de acogerse a su ordinario remedio, | |
que era pensar en algún paso de sus | |
libros, y trújole su locura a la memoria aquel de | |
Baldovinos y del Marqués de Mantua, cuando | |
Carloto le dejó herido en la montiña, | |
historia sabida de los niños, no ignorada de los | |
mozos, celebrada y aun creída de los viejos, | |
y, con todo esto, no más verdadera que los | |
milagros de Mahoma. Esta, pues, le pareció a | |
el que le venía de molde para el paso en que | |
se hallaba; y así, con muestras de grande | |
sentimiento, se comenzó a vólcar por la tierra y a | |
decir con debilitado aliento lo mesmo que | |
dicen decía el herido caballero del bosque: | |
¿Dónde estás, señora mía, | |
que no te duele mi mal? | |
¡Oh, no lo sabes, señora, | |
o eres falsa y desleal. | |
Y desta manera fue prosiguiendo el | |
romance, hasta aquellos versos que dicen: | |
¡Oh, noble marqués de Mantua! | |
¡Mi tío y señor carnal! | |
Y quiso la suerte que, cuando llegó a este | |
verso, acerto a pasar por allí un labrador de su | |
mesmo lugar y vecino suyo, que venía de | |
llevar una carga de trigo al molino, el cual, | |
viendo aquel hombre allí tendido, se llegó a | |
él y le preguntó que quién era y qué mal | |
sentía que tan tristemente se quejaba. | |
Don Quijote creyo, sin duda, que aquel era | |
el marqués de Mantua, su tío, y así no le | |
respondió otra cosa, si no fue proseguir en su | |
romance, donde le daba cuenta de su desgracia | |
y de los amores del hijo del emperante con su | |
esposa; todo de la mesma manera que él | |
romance lo canta. El labrador estaba admirado | |
oyendo aquellos disparates, y quitándole la | |
visera que ya estaba hecha pedazos de los | |
palos, le limpió el rostro, que le tenía | |
cubierto de polvo, y apenas le hubo limpiado, | |
cuando le conoció, y le dijo: | |
Señor Quijana… ¡Que así se debía de | |
llamar cuando él tenía juicio, y no había pasado | |
de hidalgo sosegado a caballero andante, | |
¿Quién, apuesto a vuestra merced desta | |
suerte? | |
Pero él seguía con su romance a cuanto le | |
preguntaba... | |
Viendo esto el buen hombre, lo mejor que | |
pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si | |
tenía alguna herida, pero no vio sangre ni | |
señal alguna. Procuró levantarle del suelo, y no | |
con poco trabajo le subió sobre su jumento, por | |
parecer caballería más sosegada. Recogió | |
las armas hasta las astillas de la lanza y liolas | |
sobre Rocinante, al cual tomó de la rienda, y | |
del cabestro al asno, y se encaminó hacía su | |
pueblo, bien pensativo de oír los disparates | |
que don Quijote decía. Y no menos iba don | |
Quíjote que, de puro molido y quebrantado, | |
no se podía tener sobre el borrico, y de cuando | |
en cuando daba unos suspiros que los ponía | |
en el cielo, de modo que de nuevo obligó | |
a que el labrador le preguntase, le dijese qué | |
mal sentía. Y no parece sino que el diablo le | |
traía a la memoria los cuentos acomodados a | |
sus sucesos, porque en aquel punto, olvidándose | |
de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, | |
cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo | |
de Narbáez, le prendió y llevó cautivo. | |
a su alcaidía. De suerte que, cuando él | |
labrador le volvió a preguntar que como estaba | |
y qué sentía, le respondió las mesmas | |
palabras y razones que el cautivo abencerraje | |
respondía a Rodrigo de Narbaez, del mesmo | |
modo que él había leído la historia en la Diana, | |
de Jorge de Montemayor, donde se escribe | |
aprovechándose della tan a propósito, que | |
el labrador se iba dando al diablo de oír tanta | |
máquina de necedades, por donde conoció que | |
su vecino estaba loco y dábale priesa a | |
llegar al pueblo por excusar el enfado que don | |
Quíjote le causaba con su larga arenga. | |
cabo de lo cual, dijo: | |
Sepa vuestra merced, señor don Rodrigo, | |
de Narbáez, que esta hermosa Jarifa, que he | |
dicho, es ahora la linda Dulcinea del Toboso, | |
por quien yo he hecho, hago y haré los más | |
famosos hechos de caballerías que se han visto, | |
vean ni verán en el mundo. | |
A esto respondió el labrador. | |
Mire vuestra merced, señor, apecador de | |
mi!, que yo no soy don Rodrigo de Narbaez, ni | |
el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, | |
su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, | |
ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del | |
señor Quijana... | |
¡Yo sé quién soy! Respondió don Quijote. | |
y sé qué puedo ser, no solo los que he dicho, | |
sino todos los doce pares de Francia, y aun | |
todos los nueve de la fama, pues a todas | |
las hazañas que ellos todos juntos, y cada uno | |
por si hicieron, se aventajarán las mías. | |
En estas pláticas y en otras semejantes | |
llegaron al lugar a la hora que anochecía; pero | |
el labrador aguardó a que fuese algo más | |
noche, porque no viesen al molido hidalgo | |
tan mal caballero. Llegada, pues, la hora que | |
le pareció, entró en el pueblo y en la casa | |
de don Quijote, la cual halló toda alborotada | |
y estaban en ella el cura y el barbero de él | |
lugar, que eran grandes amigos de don Quijote, | |
que estaba diciéndoles su ama a voces. | |
¿Qué le parece a vuestra merced, señor? | |
licenciado, pero Pérez, que así se llamaba el | |
cura de la desgracia de mi señor? | |
días ha que no parecen él, ni el rocín ni la | |
adarga, ni la lanza ni las armas. | |
de mí!, que me doy a entender, y así es ello la | |
verdad como nací para morir, que estos malditos | |
libros de caballerías que él tiene y suele | |
leer tan de ordinario, le han vuelto el juicio; | |
que ahora me acuerdo haberle oído decir | |
muchas veces, hablando entre sí, que quería | |
hacerse caballero andante, e irse a buscar las | |
aventuras por esos mundos. Encomendados | |
sean a Satanas y a Barrabas tales libros, que | |
así han echado a perder el más delicado | |
entendimiento que había en toda la Mancha. | |
La sobrina decía lo mesmo, y aun decía más. | |
Sepa, señor, maese Nicolas, que éste era | |
el nombre del barbero, que muchas veces | |
le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en | |
estos desalmados libros de desventuras dos | |
días con sus noches, al cabo de los cuales | |
arrojaba el libro de las manos y ponía mano | |
a la espada y andaba a cuchilladas con las | |
paredes, y cuando estaba muy cansado, decía | |
que había muerto a cuatro gigantes como cuatro | |
torres, y el sudor que sudaba del cansancio | |
decía que era sangre de las feridas que | |
había recibido en la batalla, y bébiase luego | |
un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y | |
sosegado, diciendo que aquella agua era una | |
preciosísima bebida que le había traído el | |
sabio esquife, un grande encantador y amigo | |
suyo. Mas yo me tengo la culpa de todo, que | |
no avisé a vuestras mercedes de los disparates | |
de mi señor tío, para que lo remediaran | |
antes de llegar a lo que ha llegado, y | |
quemarán todos estos descomulgados libros; que | |
tiene muchos, que bien merecen ser abrasados | |
como si fuesen de herejes. | |
«Esto digo yo también», dijo el cura, y | |
a fe que no se pase el día de mañana sin | |
que de ellos no se haga acto público y sean | |
condenados al fuego, porque no den ocasión a | |
quien los leyere de hacer lo que mi buen | |
amigo debe de haber hecho. | |
Todo esto estaban oyendo el labrador y don | |
Quíjote, con que acabó de entender el | |
labrador la enfermedad de su vecino; y así, | |
comenzo a decir a voces: | |
Abran vuestras mercedes al señor, Valdovinos. | |
y al señor Marqués de Mantua, que viene | |
mal ferido; y al señor moro Abindarráez, que | |
trae cautivo el valeroso Rodrigo de Narbaez, | |
alcaide de Antequera. | |
A estas voces salieron todos, y como conocieron | |
los unos a su amigo, las otras a su amo, | |
y tío, que aún no se había apeado del jumento, | |
porque no podía, corrieron a abrazarle. | |
dijo: | |
¡Ténganse todos! ¡Que vengo mal ferido por | |
la culpa de mi caballo. | |
y llámese, si fuere posible, a la sabia | |
Hurganda, que cure y cate de mis feridas. | |
¡Mira en hora maza!, dijo a este punto | |
el ama, si me decía a mi bien mi corazón | |
del pie que cojeaba mi señor! Suba vuestra | |
merced en buen hora; que, sin que venga esa | |
Urgada, le sabremos aquí curar. ¡Amalditos! | |
digo, sean otra vez y otras ciento estos libros | |
de caballerías, que tal han parado a vuestra | |
merced! | |
Lleváronle luego a la cama, y, catándole | |
las feridas, no le hallaron ninguna, y él dijo | |
que todo era molimiento, por haber dado una | |
gran caída con Rocinante, su caballo, | |
combatiéndose con diez jayanes, los más desaforados | |
y atrevidos que se pudieran fallar en gran | |
parte de la tierra. | |
¡Ta, ta! ¿Dijo el cura? ¡Njayanes hay en la | |
danza? Para mí santiguada, que yo los queme | |
mañana antes que llegue la noche. | |
Hiciéronle a don Quijote mil preguntas, y a | |
ninguna quiso responder otra cosa sino que le | |
diesen de comer y le dejasen dormir, que | |
era lo que más le importaba. Hízose así, y él | |
cura se informó muy a la larga del labrador, | |
del modo que había hallado a don Quijote. Él | |
se lo contó todo, con los disparates que al | |
hallarle y al traerle había dicho que fue poner | |
más deseo en el licenciado de hacer lo que | |
otro día hizo, que fue llamar a su amigo el | |
barbero máese Nicolas, con el cual se vino a | |
casa de don Quijote. | |
El cual aun todavía dormía. | |
a la sobrina, del aposento donde estaban los | |
libros, autores del daño, y ella se las dio de | |
muy buena gana; entraron dentro todos y la | |
ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos | |
de libros grandes muy bien encuadernados, y | |
otros pequeños; y así, como el ama los vio, | |
volviose a salir del aposento con gran priesa, | |
y tornó luego con una escudilla de agua | |
bendita y un hísopo, y dijo: | |
Tome vuestra merced, señor licenciado. | |
rocíe este aposento, no esté aquí algún | |
encantador de los muchos que tienen estos libros, | |
y nos encanten, en pena de las que les | |
queremos dar echándolos del mundo. | |
Causó risa al licenciado la simplicididad del | |
ama, y mandó al barbero que le fuese dando | |
de aquellos libros, uno a uno, para ver de qué | |
trataban, pues podía ser hallar algunos que no | |
mereciesen castigo de fuego. | |
¡No! ¡Dijo la sobrina! ¡No hay para qué | |
perdonar a ninguno, porque todos han sido | |
los dañadores; mejor será arrojallos por las | |
ventanas al patio, y hacer un rimero dellos | |
y pegarles fuego, y, si no, llevarlos al corral, | |
y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el | |
humo... | |
Lo mismo dijo el ama: «Tal era la gana que | |
las dos tenían de la muerte de aquellos | |
inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero | |
leer siquiera los títulos. Y el primero que | |
máese Nícolas le dio en las manos, fue | |
cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el cura: | |
Parece cosa de misterio esta, porque, según | |
he oído decir: «Este libro fue el primero de | |
caballerías que se imprimió en España, y todos | |
los demás han tomado principio y origen deste, | |
y así me parece que, como a dogmatizador de | |
una secta tan mala, le debemos sin excusa | |
alguna condenar al fuego. | |
¡No, señor, que también | |
he oído decir que es el mejor de todos los | |
libros que de este género se han compuesto, | |
y así, como a único en su arte, se debe | |
perdonar.” | |
Así es verdad, y por esa | |
razón se le otorga la vida por ahora. Veamos | |
esotro que está junto a él. | |
¿Es las sergas de Esplandián | |
hijo legítimo de Amadís de Gaula. | |
Pues en verdad, dijo el cura, que no le | |
ha de valer al hijo la bondad del padre. | |
Tomad, señora ama, abrid esa ventana y echadle | |
al corral, y de principio al montón de la | |
hoguera que se ha de hacer. | |
Hízolo así el ama con mucho contento, y él | |
bueno de Esplandián fue volando al corral, | |
esperando con toda paciencia el fuego que le | |
amenazaba. | |
¡Adelante!, dijo el cura. | |
«Este que viene», dijo el barbero, ¿es Amadís | |
de Grecia, y aun todos los deste lado, a | |
lo que creo son del mesmo linaje de Amadís. | |
Pues vayan todos al corral, dijo el cura. | |
que a trueco de quemar a la reina pintiquiniestra | |
y al pastor Darinel y a sus eglogas, y | |
a las endiabladas y revueltas razones de su | |
autor, quemaré con ellos al padre que me | |
engendró, si anduviera en figura de caballero, | |
andante... | |
De ese parecer soy yo, dijo el barbero. | |
Y aun yo, añadió la sobrina. | |
Pues así es–, dijo el ama– vengan y al | |
corral con ellos. | |
Diéronselos que eran muchos, y ella ahorró | |
la escalera, y dio con ellos por la ventana | |
abajo. | |
¿Quién es ese tonel? ¿Dijo el cura? | |
¿Este es? ¿Respondió el barbero? | |
¡Olivante de Laura! | |
El autor de ese libro, dijo el cura, fue el | |
mesmo que compuso a jardín de flores, y | |
en verdad que no sepa determinar cuál de los | |
dos libros, es más verdadero, o por decir mejor, | |
menos mentiroso. Solo sé decir que este irá al | |
corral por disparatado y arrogante. | |
Este que se sigue es Florismarte. | |
¡Hircania! ¿Dijo el barbero? | |
¿Hay está el señor Florismarte? | |
el cura. Pues a fe que ha de parar presto en | |
el corral, a pesar de su extraño nacimiento y | |
sonadas aventuras, que no da lugar a otra | |
cosa la dureza y sequedad de su estilo. | |
corral con él y con esotro, señora ama. | |
¡Que me place, señor mío! ¡Respondía ella, | |
y con mucha alegría ejecutaba lo que le era | |
mandado. | |
«Este es el caballero plátir», dijo el | |
barbero. | |
«Antiguo libro es ese», dijo el cura, y no | |
hallo en el cosa que merezca venía; acompañe | |
a los demás sin réplica. | |
Y así fue hecho. | |
Abriose otro libro, y vieron que tenía por | |
título el caballero de la cruz. | |
Por nombre tan santo como este libro tiene, | |
se podía perdonar su ignorancia; mas también | |
se suele decir: «Tras la cruz está el diablo». Vaya | |
al fuego.” | |
Tomando el barbero otro libro, dijo: | |
Este es espejo de caballerías. | |
Ya conozco a su merced, ¡ay | |
anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus | |
amigos y compañeros, más ladrones que Caco, | |
y los doce pares con el verdadero historiador | |
Turpín, y en verdad que estoy por | |
condenarlos no más que a destierro perpetuo, | |
siquiera porque tienen parte de la invención de él | |
famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió | |
su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto, | |
al cuál, si aquí le hallo, y que habla en otra | |
lengua que la suya, no le guardaré respeto | |
alguno; pero si habla en su idioma, le pondré | |
sobre mi cabeza. | |
Pues yo le tengo en italiano, dijo el | |
barbero... Mas no le entiendo... | |
Ni aun fuera bien que vos le entendiérades, | |
respondió el cura. Y aquí le perdonáramos | |
al señor capitán que no le hubiera traído | |
a España y hecho castellano, que le quitó mucho | |
de su natural valor; y lo mesmo harán todos | |
aquellos que los libros de verso quisieren | |
volver en otra lengua; que por mucho cuidado | |
que pongan y habilidad que muestren, jamás | |
llegarán al punto que ellos tienen en su primer | |
nacimiento. Digo, en efecto, que este libro y | |
todos los que se hallaren que tratan destas | |
cosas de Francia, se echen y depositen en un | |
pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea | |
lo que se ha de hacer de ellos, ecetuando a | |
un bernardo del Carpio, que anda por ahí, y | |
a otro llamado roncesualles, que estos en | |
llegando a mis manos, han de estar en las de él | |
ama y dellas en las del fuego, sin remisión | |
alguna... | |
Todo lo confirmó el barbero y lo tuvo por | |
bien y por cosa muy acertada, por entender | |
que era el cura tan buen cristiano y tan amigo | |
de la verdad, que no diría otra cosa por todas | |
las del mundo. Y, abriendo otro libro, vio que | |
era palmerín de Oliva, y junto a él estaba | |
otro que se llamaba palmerín de Ingalaterra. | |
Lo cual, visto por el licenciado, dijo: | |
Esa Oliva se haga luego rajas y sé | |
queme que aún no queden della las cenizas; y | |
esa palma de ingalaterra se guarde y sé | |
conserve como a cosa única, y se haga para | |
ello otra caja como la que halló Alejandro | |
en los despojos de Dario, que la diputó para | |
guardar en ella las obras del poeta Homero. | |
Este libro, señor compadre, tiene autoridad por | |
dos cosas: la una, porque él por si es muy | |
bueno; y la otra, porque es fama que le compuso | |
un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras | |
del castillo de Miraguarda son bonísimas y | |
de grande artificio, las razones cortesanas y | |
claras que guardan y miran el decoro del que | |
habla con mucha propriedad y entendimiento. | |
Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, | |
señor máese Nicolas, que este y Amadís | |
de Gaula queden libres del fuego, y todos los | |
demás, sin hacer más cala y cata, perezcan. | |
No, señor compadre, replicó el barbero. | |
que este que aquí tengo es el afamado don | |
¡Belianís! | |
Pues ése replicó el cura, con la segunda, | |
tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un | |
poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera | |
suya, y es menester quitarles todo aquello | |
del castillo de la Fama, y otras impertinencias de | |
más importancia, para lo cual se les da término | |
ultramarino, y como se enmendaren, así | |
se usará con ellos de misericordia o de justicia; | |
y en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra | |
casa; mas no los dejéis leer a ninguno. | |
¡Que me place!, respondió el barbero. | |
y sin querer cansarse más en leer libros de | |
caballerías, el cura mandó al ama que | |
tomase todos los grandes y diese con ellos en | |
el corral. No se dijo a tonta ni a sorda, sino a | |
quien tenía más gana de quemallos que de | |
echar una tela, por grande y delgada que fuera, | |
y, asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por | |
la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayó | |
uno a los pies del barbero, que le tomó gana | |
de ver de quién era, y vio que decía: «Historia | |
del famoso caballero tirante el Blanco. | |
¡Válame Dios!, dijo el cura, dando una | |
gran voz. ¡Que aquí esté tirante el Blanco! | |
Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que | |
he hallado en él un tesoro de contento y una | |
mina de pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón | |
de Montalbán, valeroso caballero, y su | |
hermano Tomás de Montalbán, y el caballero | |
Fonseca, con la batalla que el valiente de | |
Tirante hizo con el alano y las agudezas | |
de la doncella placerdemivida, con los | |
amores y embustes de la viuda reposada y la | |
señora Emperatriz, enamorada de Ipólito, su | |
escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que | |
por su estilo es este el mejor libro del mundo; | |
aquí comen los caballeros y duermen y | |
mueren en sus camas y hacen testamento antes | |
de su muerte, con otras cosas de que | |
todos los demás libros de este género carecen. | |
Con todo eso, os digo que merecía el que | |
le compuso, pues no hizo tantas necedades | |
de industria, que le echaran a galeras por | |
todos los días de su vida. | |
y leedle, y veréis que es verdad cuanto del | |
os he dicho. | |
¿Así será? ¿Pero | |
¿Qué haremos destos pequeños libros que | |
quedan? | |
«Estos no deben de ser de | |
caballerías, sino de poesía. | |
Y abriendo uno, vio que era La Diana, de | |
jorje de montemayor, y dijo que | |
todos los demás eran del mesmo género. | |
Estos no merecen ser quemados, como los | |
demás, porque no hacen ni harán el daño que | |
los de caballerías han hecho, que son libros | |
de entendimiento, sin perjuicio de tercero. | |
¡Ay, señor! ¡Bien los | |
puede vuestra merced mandar quemar como a | |
los demás, porque no sería mucho que, habiendo | |
sanado mi señor tío de la enfermedad | |
caballeresca, leyendo estos se le antojase de | |
hacerse pastor y andarse por los bosques y | |
prados cantando y tañendo, y lo que sería peor, | |
hacerse poeta, que, según dicen, es | |
enfermedad incurable y pegadiza. | |
«Verdad dice esta doncella», dijo el cura, | |
y será bien quitarle a nuestro amigo este | |
tropiezo y ocasión delante. Y pues comenzamos | |
por la Diana, de Montemayor, soy de | |
parecer que no se queme sino que se le quite | |
todo aquello que trata de la sabia Felicia y de | |
la agua encantada, y casi todos los versos | |
mayores, y quédesele en ora buena la prosa y la | |
honra de ser primero en semejantes libros. | |
«Este que se sigue», dijo el barbero, ¿es | |
La Diana, llamada segunda del Salmantino, y | |
este, otro que tiene el mesmo nombre, cuyo | |
autor es Gil Polo. | |
Pues la del Salmantino, respondió el cura, | |
acompañe y acreciente el número de los | |
condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde | |
como si fuera del mesmo Apolo, y pase | |
adelante, señor compadre, y démonos prisa. | |
que se va haciendo tarde. | |
¿Este libro es? ¿Dijo el barbero abriendo | |
otro. ¡Los diez libros de Fortuna de Amor! | |
compuestos por Antonio de Lofraso, poeta | |
sardo... | |
Por las órdenes que recebí, dijo el cura, | |
que desde que Apolo fue Apolo, y las musas | |
musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan | |
disparatado libro como ese no se ha compuesto, | |
y que por su camino es el mejor y él | |
más único de cuantos deste género han salido | |
a la luz del mundo; y el que no le ha leído | |
puede hacer cuenta que no ha leído jamás | |
cosa de gusto. Dádmele acá, compadre, que | |
precio más haberle hallado, que si me dieran | |
una sotana de raja de Florencia. | |
Púsole aparte con grandísimo gusto, y él | |
barbero prosiguió diciendo: | |
Estos que se siguen son. El pastor de | |
Iberia, ninfas de Henares y desengaños de | |
celos... | |
Pues no hay más que hacer, dijo el cura, | |
sino entregarlos al brazo seglar del ama, y | |
no se me pregunte el por qué, que sería nunca | |
acabar.” | |
Este que viene es el pastor de Filida. | |
¿No es ese pastor, dijo el cura, sino muy | |
discreto cortesano; guárdese como joya | |
preciosa... | |
Este grande que aquí viene se intitula. | |
dijo el barbero, “Tesoro de varias poesías”. | |
¿Cómo ellas no fueran tantas?, dijo el cura, | |
fueran más estimadas; menester es que este | |
libro se escarde y limpie de algunas bajezas | |
que entre sus grandezas tiene. Guárdese, | |
porque su autor es amigo mío, y por respeto de | |
otras más heroicas y levantadas obras que ha | |
escrito.” | |
¡Este es! Siguió el barbero, ¡el cancionero! | |
de López Maldonado. | |
También el autor de ese libro, replicó el | |
cura, es grande amigo mío, y sus versos en | |
su boca admiran a quien los oye, y tal es la | |
suavidad de la voz con que los canta, que | |
encanta. Algo largo es en las eglogas, pero | |
nunca lo bueno fue mucho. Guárdese con los | |
escogidos. Pero, ¿qué libro es ese que está | |
junto a él? | |
La Galatea, de Miguel de Cervantes, dijo | |
el barbero. | |
Muchos años ha que es grande amigo mío | |
ese cerbantes, y sé que es más versado en | |
desdichas que en versos. Su libro tiene algo | |
de buena invención; propone algo y no | |
concluye nada. Es menester esperar la segunda | |
parte que promete; quizá con la emienda. | |
alcanzará del todo la misericordia que ahora sé | |
le niega, y entre tanto que esto se ve, | |
tenedle recluso en vuestra posada, señor, | |
compadre... | |
¡Qué me place! ¡Respondió el barbero! | |
aquí vienen tres, todos juntos. La Araucana | |
de don Alonso de Ercilla, la austriada, de | |
Juan Rufo, jurado de Córdoba y El Monserrate | |
de Cristóbal de Virues, poeta | |
Valenciano... | |
Todos esos tres libros, dijo el cura, | |
son los mejores que en verso heroico, en | |
lengua castellana, están escritos y pueden | |
competir con los más famosos de Italia; | |
guárdense como las más ricas prendas de poesía | |
que tiene España. | |
Cansóse el cura de ver más libros, y así, a | |
carga cerrada, quiso que todos los demás sé | |
quemasen; pero ya tenía abierto uno el | |
barbero, que se llamaba Las Lágrimas de | |
Angélica. | |
¡Lloráralas yo! ¡Dijo el cura en oyendo el | |
nombre, si tal libro hubiera mandado quemar, | |
porque su autor fue uno de los famosos | |
poetas del mundo, no solo de España, y fue | |
felicísimo en la tradución de algunas fábulas | |
de Ovidio. | |
Estando en esto, comenzo a dar voces don | |
Quíjote, diciendo: | |
Aquí, aquí, valerosos caballeros, aquí es | |
menester mostrar la fuerza de vuestros valerosos | |
brazos; que los cortesanos llevan lo mejor | |
del torneo! | |
Por acudir a este ruido y estruendo, no sé | |
pasó adelante con el escrutinio de los demás | |
libros que quedaban; y así se cree que fueron | |
al fuego, sin ser vistos ni oídos. La Carólea y | |
león de España, con los hechos del emperador, | |
compuestos por don Luís de Avila, que, | |
sin duda debían de estar entre los que quedaban, | |
y quizá, si el cura los viera, no pasaran | |
por tan rigurosa sentencia. | |
Cuando llegaron a don Quijote, ya él estaba | |
levantado de la cama, y proseguía en sus | |
voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y | |
reveses a todas partes, estando tan despierto | |
como si nunca hubiera dormido. Abrazáronse | |
con él y por fuerza le volvieron al lecho, y | |
después que hubo sosegado un poco, | |
volviéndose a hablar con el cura, le dijo: | |
Por cierto, señor arzobispo Turpín, que es | |
gran mengua de los que nos llamamos, | |
¿Pares dejar tan sin más ni más llevar la | |
vitoria de este torneo a los caballeros cortesanos, | |
habiendo nosotros los aventureros ganado el | |
prez en los tres días antecedentes. | |
Calle vuestra merced, señor compadre, | |
dijo el cura; ¡que Dios será servido que la | |
suerte se mude y que lo que hoy se pierde sé | |
gane mañana, y atienda vuestra merced a su | |
salud por ahora, que me parece que debe | |
de estar demasiadamente cansado, si ya no es | |
que está mal ferido. | |
«Ferido no», dijo don Quijote; ¿pero molido | |
y quebrantado, no hay duda en ello, porque | |
aquel bastardo de don Roldán me ha molido a | |
palos con el tronco de una encina, y todo de | |
envidia, porque ve que yo solo soy el opuesto | |
de sus valentías. Mas no me llamaría yo | |
Reinaldos de Montalbán sí, en levantándome deste | |
lecho, no me lo pagare, a pesar de todos sus | |
encantamentos; y por ahora tráiganme | |
de yantar, que sé que es lo que más me hará | |
al caso, y quédese lo del vengarme a mí | |
cargo.” | |
Hiciéronlo así, diéronle de comer y | |
quédose otra vez dormido, y ellos admirados de su | |
locura. | |
Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos | |
libros había en el corral y en toda la casa, y | |
tales debieron de arder que merecían guardarse | |
en perpetuos archivos; mas no lo permitió | |
su suerte y la pereza del escrutiñador, y | |
así se cumplió el refrán en ellos, de que | |
pagan a las veces justos por pecadores. | |
Uno de los remedios que el cura y el barbero | |
dieron por entonces, para el mal de su amigo, | |
fue que le murasen y tapiasen el aposento | |
de los libros, porque cuando se levantase no | |
los hallase, quizá quitando la causa, cesaría | |
el efecto, y que dijesen que un encantador | |
se los había llevado, y el aposento y todo. | |
y así fue hecho con mucha presteza. | |
De allí a dos días se levantó don Quijote, y | |
lo primero que hizo fue ir a ver sus libros, | |
y como no hallaba el aposento donde le había | |
dejado, andaba de una en otra parte buscándole. | |
Llegaba adonde solía tener la puerta y | |
tentábala con las manos, y volvía y revolvía | |
los ojos por todo, sin decir palabra; pero al | |
cabo de una buena pieza, preguntó a su ama | |
que hacía qué parte estaba el aposento de sus | |
libros. | |
Él ama, que ya estaba bien advertida de lo | |
que había de responder, le dijo: | |
¿Qué aposento o qué nada busca vuestra | |
merced? Ya no hay aposento ni libros en esta | |
casa, porque todo se lo llevó el mesmo diablo. | |
¿No era diablo, replicó la sobrina, sino un | |
encantador que vino sobre una nube una | |
noche, después del día que vuestra merced de | |
aquí se partió, y apeándose de una sierpe en | |
que venía caballero, entró en el aposento, y no | |
sé lo que se hizo dentro, que a cabo de poca | |
pieza salió volando por el tejado, y dejó la | |
casa llena de humo, y cuando acordamos a | |
mirar lo que dejaba hecho, no vimos libro ni | |
aposento alguno; solo se nos acuerda muy bien a | |
mí y al ama que, al tiempo del partirse aquel | |
mal viejo, dijo en altas voces que, por | |
enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos | |
libros y aposento, dejaba hecho el daño en | |
aquella casa que después se vería, dijo: | |
también, que se llamaba el sabio Muñatón. | |
¿Frestón diría?, dijo don Quijote. | |
¿No sé, respondió el ama, si se llamaba | |
Frestón o Fritón, solo sé que acabó en ton su | |
nombre.” | |
«Así es–, dijo don Quijote– que ése es | |
un sabio encantador, grande enemigo mío, que | |
me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y | |
letras que tengo de venir, andando los tiempos, | |
a pelear en singular batalla con un caballero | |
quien él favorece y le tengo de vencer sin que | |
él lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme | |
todos los sinsabores que puede, y mandole | |
yo que mal podrá el contradecir ni evitar, lo | |
que por el cielo está ordenado. | |
¿Quién duda de eso? | |
Pero ¿quién le mete a vuestra merced, señor, | |
tío, en esas pendencias? ¿No será mejor estarse | |
pacífico en su casa y no irse por el mundo | |
a buscar pan de trastrigo, sin considerar que | |
muchos van por lana y vuelven tresquilados? | |
¡Oh, sobrina mía!, respondió don Quijote, ¡y | |
¡Cuán mal que estás en la cuenta! Primero que | |
a mí me tresquilen, tendré peladas y quitadas | |
las barbas a cuantos imaginaren tocarme en la | |
punta de un solo cabello. | |
No quisieron las dos replicarle más, porque | |
vieron que se le encendía la cólera. | |
Es, pues, el caso que él estuvo quince días | |
en casa muy sosegado, sin dar muestras de | |
querer segundar sus primeros devaneos, en los | |
cuales días pasó graciosísimos cuentos con | |
sus dos compadres el cura y el barbero, sobre | |
que él decía que la cosa de que más necesidad | |
tenía el mundo era de caballeros andantes, | |
y de que en él se resucitase la caballería | |
andantesca. El cura algunas veces le contradecía, | |
y otras concedía, porque si no guardaba este | |
artificio, no había poder averiguarse con él. | |
En este tiempo solicitó don Quijote a un | |
labrador vecino suyo, hombre de bien, si es | |
que este título se puede dar al que es pobre, | |
pero de muy poca sal en la mollera. | |
resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y | |
prometió que el pobre villano se determinó | |
de salirse con él y servirle de escudero. | |
Déciale, entre otras cosas, don Quijote, que | |
se dispusiese a ir con él de buena gana, | |
porque tal vez le podía suceder aventura que | |
ganase, en quítame allá esas pajas, alguna | |
insula y le dejase a él por gobernador della. | |
Con estas promesas y otras tales, Sancho, | |
Panza, que así se llamaba el labrador, | |
dejó su mujer y hijos y asento por escudero | |
de su vecino. Dio luego don Quijote orden en | |
buscar dineros, y, vendiendo una cosa y | |
empeñándootra y malbaratándolas todas, llegó | |
una razonable cantidad. Acomódose, así mesmo, | |
de una rodela que pidió prestada a un su | |
amigo, y pertrechando su rota celada lo mejor | |
que pudo, avisó a su escudero Sancho del día | |
y la hora que pensaba ponerse en camino, | |
para que él se acomodase de lo que viese | |
que más le era menester. Sobre todo le encargó | |
que llevase alforjas, e dijo que sí | |
llevaría, y que ansí mesmo pensaba llevar un | |
asno que tenía muy bueno, porque él no | |
estaba duecho a andar mucho a pie. | |
En lo del asno reparó un poco don Quijote, | |
imaginando si se le acordaba si algún caballero | |
andante había traído escudero caballero asnalmente, | |
pero nunca le vino alguno a la memoria; | |
mas con todo esto determinó que le llevase, | |
con presupuesto de acomodarle de más honrada | |
caballería, en habiendo ocasión para ello, | |
quitándole el caballo al primer descortés | |
caballero que topase. | |
Proveyose de camisas y de las demás cosas | |
que él pudo, conforme al consejo que él | |
ventero le había dado. Todo lo cual hecho y | |
cumplido, sin despedirse panza de sus hijos, | |
mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una | |
noche se salieron del lugar, sin que persona los | |
viese, en la cual caminaron tanto, que al | |
amanecer, se tuvieron por seguros de que no | |
los hallarían aunque los buscasen. | |
Yua Sancho Panza sobre su jumento como | |
un patriarca, con sus alforjas y su bota, y con | |
mucho deseo de verse ya gobernador de la | |
insula que su amo le había prometido. | |
don Quijote a tomar la misma derrota, y | |
camino que el que él había tomado en su primer | |
viaje, que fue por el campo de Montiel, por él | |
cuál caminaba con menos pesadumbre que la | |
vez pasada, porque por ser la hora de la | |
mañana y herirles a soslayo los rayos del sol, no | |
les fatigaban. | |
Dijo en esto, Sancho Panza, a su amo. | |
Mire vuestra merced, señor caballero, | |
andante, que no se le olvide lo que de la insula | |
me tiene prometido que yo la sabré gobernar | |
por grande que sea. | |
A lo cual le respondió don Quijote. | |
¿Has de saber, amigo Sancho Panza, qué fue | |
costumbre muy usada de los caballeros andantes | |
antiguos hacer gobernadores a sus escuderos | |
de las ínsulas o reinos que ganaban, y | |
yo tengo determinado de que por mí no falte | |
tan agradecida usanza, antes pienso aventajarme | |
en ella, porque ellos algunas veces y | |
quizá las más, esperaban a que sus escuderos | |
fuesen viejos, y ya después de hartos de servir | |
y de llevar malos días y peores noches, les | |
daban algún título de conde, o por lo mucho | |
de marqués, de algún valle o provincia | |
de poco más a menos; pero si tú vives y yo | |
vivo, bien podría ser que antes de seis días | |
ganase yo tal reino que tuviese otros a él | |
aderentes, que viniesen de molde para coronarte | |
por rey de uno dellos. Y no lo tengas a | |
mucho que cosas y casos acontecen a los tales | |
caballeros, por modos tan nunca vistos, | |
pensados que con facilidad te podría dar aun | |
más de lo que te prometo. | |
¿De esa manera?, respondió Sancho Panza, | |
si yo fuese rey por algún milagro de los | |
que vuestra merced dice, por lo menos, Juana | |
Gutiérrez, mi oíslo, vendría a ser reina, y | |
mis hijos infantes. | |
Pues ¿quién lo duda?, respondió don | |
Quíjote. | |
Yo lo dudo, replicó Sancho Panza. ¿Por qué | |
tengo para mí que, aunque lloviese Dios, | |
reinos sobre la tierra, ninguno asentaría bien | |
sobre la cabeza de Mari Gutiérrez. Sepa, señor, | |
que no vale dos maravedís para reina. Condesa | |
le caerá mejor, y aun Dios y ayuda. | |
Encomiéndalo tú a Dios, Sancho, respondió | |
don Quijote, que él dará lo que más | |
le convenga; pero no apoques tu ánimo tanto | |
que te vengas a contentar con menos que con | |
ser adelantado. | |
¿No haré, señor mío?, respondió Sancho. | |
mas teniendo tan principal amo en vuestra | |
merced que me sabrá dar todo aquello que | |
me esté bien y yo pueda llevar. | |
En esto descubrieron treinta o cuarenta | |
molinos de viento que hay en aquel campo; y así, | |
como don Quijote los vio, dijo a su escudero: | |
La ventura va guiando nuestras cosas | |
mejor de lo que acertáramos a desear, porque | |
¿ves allí, amigo Sancho Panza, dónde sé | |
descubren treinta o pocos más, desaforados | |
gigantes con quien pienso hacer batalla, | |
quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos | |
comenzaremos a enriquecer? Que esta es buena | |
guerra, y es gran servicio de Dios quitar | |
tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. | |
¿Qué gigantes? | |
Aquellos que allí ves, respondió su amo, | |
de los brazos largos, que los suelen tener | |
algunos de casi dos leguas. | |
¡Mire vuestra merced!, respondió Sancho, | |
que aquellos que allí se parecen no son | |
gigantes, sino molinos de viento, y lo que en | |
ellos parecen brazos, son las aspas que | |
volteadas del viento, hacen andar la piedra del | |
molino.” | |
Bien parece, respondió don Quijote, que | |
no estás cursado en esto de las aventuras. | |
ellos son gigantes, y si tienes miedo, quítate | |
de ahí, y ponte en oración en el espacio que | |
yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual | |
batalla.” | |
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo | |
Rocinante, sin atender a las voces que su | |
escudero Sancho le daba, advirtiéndole que | |
sin duda alguna eran molinos de viento, y no | |
gigantes aquellos que iba a acometer. Pero | |
él iba tan puesto en que eran gigantes, que | |
ni oía las voces de su escudero Sancho, ni | |
echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo | |
que eran. Antes iba diciendo en voces altas: | |
Non fuyades, cobardes y viles criaturas. | |
que un solo caballero es el que os acomete! | |
Levántose en esto un poco de viento, y las | |
grandes aspas comenzaron a moverse lo cual | |
visto por don Quijote, dijo: | |
Pues aunque mováis más brazos que los | |
del gigante Briareo, me lo habéis de pagar. | |
Y, en diciendo esto, y encomendándose de | |
todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole | |
que en tal trance le socorriese, bien cubierto | |
de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió | |
a todo el galope de Rocinante, y envistió | |
con el primero molino que estaba delante, y | |
dándole una lanzada en el aspa, la volvió el | |
viento con tanta furia que hizo la lanza | |
pedazos, llevándose tras sí al caballo y al | |
caballero, que fue rodando muy mal trecho por él | |
campo. | |
Acudio Sancho Panza, a socorrerle a todo el | |
correr de su asno, y cuando llego, hallo que | |
no se podía menear. Tal fue el golpe que dio | |
con el Rocinante. | |
¡Válame Dios! ¿No le dije | |
yo a vuestra merced que mirase bien lo que | |
hacía, que no eran sino molinos de viento, y no | |
lo podía ignorar sino quien llevase otros tales | |
en la cabeza? | |
Calla, amigo Sancho, respondió don | |
Quíjote; que las cosas de la guerra más que | |
otras están sujetas a continua mudanza; | |
cuanto más que yo pienso, y es así verdad que | |
aquel sabio Frestón que me robó el aposento | |
y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, | |
por quitarme la gloria de su vencimiento. | |
tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo | |
al cabo, han de poder poco sus malas artes | |
contra la bondad de mi espada. | |
“Dios lo haga como puede”, respondió | |
¡Sancho Panza! | |
Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre | |
Rocinante, que medio despaldado estaba, y | |
hablando en la pasada aventura, siguieron el | |
camino del puerto lapice, porque allí decía | |
don Quijote, que no era posible dejar de él. | |
hallarse muchas y diversas aventuras, por ser | |
lugar muy pasajero, sino que yua muy | |
pesaroso por haberle faltado la lanza, y | |
diciéndoselo a su escudero, le dijo: | |
Yo me acuerdo haber leído que un caballero | |
español, llamado diego Pérez de Vargas, | |
habiéndosele en una batalla roto la espada, | |
desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, | |
y con él hizo tales cosas aquel día, y machacó | |
tantos moros, que le quedó por sobrenombre | |
Machuca, y así, él cómo sus decendientes | |
se llamaron desde aquel día en adelante | |
Hete dicho esto, porque | |
de la primera encina o roble que se me depare | |
pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno | |
como aquel que me imagino y pienso hacer | |
con él tales hazañas, que tú te tengas por bien | |
afortunado de haber merecido venir a vellas. | |
y a ser testigo de cosas que apenas podrán | |
ser creídas.” | |
¡A la mano de Dios! ¡A la mano de Dios! ¡Yo lo | |
creo todo así como vuestra merced lo dice; | |
pero enderécese un poco, que parece que va | |
de medio lado, y debe de ser del molimiento | |
de la caída. | |
¡Así es la verdad!, respondió don Quijote. | |
y si no me quejo del dolor, es porque no es | |
dado a los caballeros andantes quejarse de | |
herida alguna, aunque se le salgan las | |
tripas por ella. | |
Si eso es así, no tengo yo que replicar, | |
respondió Sancho... Pero sabe Dios si yo me | |
holgara que vuestra merced se quejara cuando | |
alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me | |
he de quejar del más pequeño dolor que | |
tenga, si ya no se entiende también con los | |
escuderos de los caballeros andantes eso del | |
no quejarse.” | |
No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad | |
de su escudero, y así le declaró que | |
podía muy bien quejarse como y cuando quisiese, | |
sin gana o con ella, que hasta entonces | |
no había leído cosa en contrario en la orden de | |
caballería. Dijole Sancho que mirase que era | |
hora de comer. Respondiole su amo que por | |
entonces no le hacía menester; que comiese | |
él cuando se le antojase. | |
Con esta licencia, se acomodó Sancho lo | |
mejor que pudo sobre su jumento, y sacando | |
de las alforjas lo que en ellas había puesto, | |
iba caminando y comiendo detrás de su amo | |
muy de su espacio y de cuándo en cuándo | |
empinaba la bota, con tanto gusto, que le | |
pudiera envidiar el más regalado bodegonero | |
de Malaga. Y en tanto que él iba de aquella | |
manera menudeando tragos, no se le acordaba | |
de ninguna promesa que su amo le hubiese | |
hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por | |
mucho descanso, andar buscando las | |
aventuras por peligrosas que fuesen. | |
En resolución, aquella noche la pasaron | |
entre unos árboles y del uno dellos desgajó | |
don Quijote un ramo seco que casi le podía | |
servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó | |
de la que se le había quebrado. Toda aquella | |
noche no durmió don Quijote, pensando en él | |
su señora Dulcinea, por acomodarse a lo que | |
había leído en sus libros cuando los caballeros | |
pasaban sin dormir muchas noches en las | |
florestas y despoblados, entretenidos con las | |
memorias de sus señoras. | |
No la pasó así, Sancho Panza, ¿qué | |
como tenía el estómago lleno, y no de agua | |
de chicoría, de un sueño se la llevó toda, y | |
no fueran parte para despertarle, si su amo no | |
lo llamara, los rayos del sol que le daban | |
en el rostro ni el canto de las aves, que | |
muchas y muy regocijadamente la venida del rey. | |
nuevo día saludaban. Al levantarse, dio un | |
tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que | |
la noche antes, y afligíósele el corazón por | |
parecerle que no llevaban camino de remediar | |
tan presto su falta. No quiso desayunarse don | |
Quíjote, porque, como está dicho, dio en | |
sustentarse de sabrosas memorias. | |
Tornarón a su comenzado camino del puerto | |
Lápice, y a obra de las tres del día le | |
descubrieron. | |
«Aquí–, dijo en viéndole don Quijote, | |
podemos, hermano Sancho Panza, meter las | |
manos hasta los codos en esto que llaman | |
aventuras. Mas advierte que, aunque me veas en | |
los mayores peligros del mundo, no has de | |
poner mano a tu espada para defenderme, si | |
ya no vieres que los que me ofenden es canalla | |
y gente baja que en tal caso bien puedes | |
ayudarme; pero si fueren caballeros, en ninguna | |
manera te es lícito ni concedido por las leyes | |
de caballería que me ayudes hasta que seas | |
armado caballero. | |
¡Por cierto, señor, que | |
vuestra merced sea muy bien obedicido en | |
esto y más que yo de mío me soy pacífico y | |
enemigo de meterme en ruidos ni pendencias; | |
bien es verdad que en lo que tocare a defender | |
mi persona no tendré mucha cuenta con esas | |
leyes, pues las divinas y humanas permiten | |
que cada uno se defienda de quien quisiere | |
agraviarle.” | |
¿No digo yo menos? Respondió don Quijote. | |
pero en esto de ayudarme contra caballeros, | |
has de tener a raya tus naturales ímpetus. | |
Digo que así lo haré, respondió Sancho. | |
y que guardaré ese preceto también como | |
el día del domingo. | |
Estando en estas razones, asomaron por él | |
camino dos frailes de la orden de San Benito, | |
caballeros sobre dos dromedarios, que no eran | |
más pequeñas dos mulas en que venían. | |
sus antojos de camino y sus quitasoles. | |
de ellos venía un coche con cuatro o cinco de | |
a caballo que le acompañaban, y dos mozos de | |
mulas a pie. Venía en el coche, como después | |
se supo, una señora bizcaina que iba a Sevilla, | |
donde estaba su marido, que pasaba a las | |
Indias con un muy honroso cargo. No venían los | |
frailes con ella, aunque yuan el mesmo camino; | |
mas apenas los divisó don Quijote, cuando | |
dijo a su escudero: | |
O yo me engaño, o esta ha de ser la más | |
famosa aventura que se haya visto, porque | |
aquellos bultos negros que allí parecen deben | |
de ser, y son, sin duda, algunos encantadores, | |
que llevan hurtada alguna princesa en aquel | |
coche, y es menester deshacer este tuerto a | |
todo mi poderio. | |
Peor será esto que los molinos de viento… | |
dijo Sancho. | |
frailes de San Benito, y el coche debe de ser | |
de alguna gente pasajera. Mire qué digo que | |
mire bien lo que hace, no sea el diablo que le | |
engañe.” | |
Ya te he dicho, Sancho, respondió don | |
Quíjote, que sabes poco de achaque de aventuras; | |
lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás. | |
Y, diciendo esto, se adelantó y se puso en | |
la mitad del camino por donde los frailes | |
venían, y en llegando tan cerca que a él le | |
pareció que le podrían oír lo que dijese, en | |
alta voz dijo: | |
gente endiablada y descomunal, dejad luego | |
al punto las altas princesas que en ese coche | |
lleváis forzadas; si no, aparejaos a recebir | |
presta muerte por justo castigo de vuestras | |
malas obras! | |
Detuvieron los frailes las riendas, y | |
quedaron admirados, así de la figura de don | |
Quíjote como de sus razones, a las cuales | |
respondieron. | |
Señor caballero, nosotros no somos endiablados | |
ni descomunales, sino dos religiosos de | |
San Benito, que vamos nuestro camino, y no | |
sabemos si en este coche vienen o no ningunas | |
forzadas princesas. | |
Para conmigo no hay palabras blandas; que | |
ya yo os conozco, fementida canalla, dijo | |
don Quijote. | |
Y, sin esperar más respuesta, picó a | |
Rocinante, y la lanza baja, arremetió contra él | |
primero fraile, con tanta furia y denuedo, que | |
si el fraile no se dejara caer de la mula, él | |
le hiciera venir al suelo mal de su grado, y | |
aun mal ferido, si no cayera muerto. | |
El segundo religioso, que vio del modo que | |
trataban a su compañero, puso piernas al | |
castillo de su buena mula y comenzo a correr por | |
aquella campaña, más ligero que el mesmo. | |
viento. | |
Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, | |
apeándose ligeramente de su asno, arremetió | |
a él y le comenzo a quitar los hábitos. | |
Llegaron en esto dos mozos de los frailes, y | |
preguntáronle que por qué le desnudaba; | |
respondióles, Sancho, que aquello le tocaba a él | |
ligítimamente como despojos de la batalla | |
que su señor don Quijote había ganado. | |
mozos que no sabían de burlas ni entendían | |
aquello de despojos ni batallas, viendo que ya | |
don Quijote estaba desviado de allí, hablando | |
con las que en el coche venían, arremetieron | |
con Sancho, y dieron con él en el suelo, y sin | |
dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces, | |
y le dejaron tendido en el suelo, sin aliento | |
ni sentido; y sin detenerse un punto, tornó a | |
subir el fraile todo temeroso y acobardado, | |
sin color en el rostro, y cuando se vio a | |
caballo, picó tras su compañero, que un buen | |
espacio de allí le estaba aguardando y esperando | |
en que paraba aquel sobresalto; y, sin querer | |
aguardar el fin de todo aquel comenzado | |
suceso, siguiéron su camino, haciéndose más | |
cruces que si llevaran al diablo a las | |
espaldas. | |
Don Quijote estaba, como se ha dicho, | |
hablando con la señora del coche, diciéndole: | |
La vuestra fermosura, señora mía, puede | |
facer de su persona lo que más le viniere en | |
talante, porque ya la soberbia de vuestros | |
robadores yace por el suelo, derribada por este | |
mi fuerte brazo; y porque no penéis por saber | |
el nombre de vuestro libertador, sabed que yo | |
me llamo don Quijote de la Mancha, caballero | |
andante y aventurero y cautivo de la sin | |
par y hermosa doña Dulcinea del Toboso, y en | |
pago del beneficio que de mí habéis recebido, | |
no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso | |
y que de mi parte os presentéis ante | |
esta señora, y le digáis lo que por vuestra | |
libertad he fecho. | |
Todo esto que don Quijote decía, escuchaba | |
un escudero de los que el coche acompañaban, | |
que era bizcaino; el cual, viendo que | |
no quería dejar pasar el coche adelante, sino | |
que decía que luego había de dar la vuelta al | |
Toboso se fue para don Quijote, y, asiéndole | |
de la lanza, le dijo en mala lengua castellana | |
y peor bizcaina, desta manera: | |
Anda, caballero, que mal andes. Por él | |
Dios que criome; que, si no dejas coche, así | |
te matas, como estás ahí bizcaino. | |
Entendiole muy bien don Quijote, y con | |
mucho sosiego le respondió. | |
Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo | |
hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, | |
cautiva criatura. | |
A lo cual replicó el bizcaino. | |
¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes | |
como cristiano. Si lanza arrojas y espada | |
sacas, el agua cuán presto verás que al gato | |
llevas! ¡Vizcaino por tierra, hidalgo por mar, | |
hidalgo por el diablo, y mientes que mira si | |
otra dices cosa. | |
¡Ahora lo veredes, dijo agrajes! | |
respondió don Quijote. | |
el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, | |
y arremetió al bizcaino con determinación de | |
quitarle la vida. | |
El bizcaino, que así le vio venir, aunque | |
quisiera apearse de la mula, que, por ser de | |
las malas de alquiler, no había que fiar en ella, | |
no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; | |
pero avínole bien que se halló junto al coche, | |
de donde pudo tomar una almohada que le | |
sirvió de escudo, y luego se fueron el uno | |
para el otro, como si fueran dos mortales | |
enemigos. La demás gente quisiera ponerlos en | |
paz; mas no pudo, porque decía el bizcaino | |
en sus mal trabadas razones, que si no le | |
dejaban acabar su batalla, que él mismo había de | |
matar a su ama y a toda la gente que se lo | |
estorbase. La señora del coche, admirada y | |
temerosa de lo que veía, hizo al cochero que | |
se desviase de allí algún poco, y desde lejos | |
se puso a mirar la rigurosa contienda, en él | |
discurso de la cual dio el bizcaino una gran | |
cuchillada a don Quijote encima de un hombro, | |
por encima de la rodela, que a dársela sin | |
defensa, le abriera hasta la cintura. | |
que sintió la pesadumbre de aquel desaforado | |
golpe, dio una gran voz, diciendo: | |
¡Señora de mi alma, Dulcinea, flor de la | |
fermosura, socorred a este vuestro caballero, | |
que, por satisfacer a la vuestra mucha bondad, | |
en este riguroso trance se halla! | |
El decir esto y el apretar la espada y él | |
cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al | |
bizcaino, todo fue en un tiempo, llevando | |
determinación de aventurarlo todo a la de un golpe | |
solo el bizcaino, que así le vio venir | |
contra él, bien entendió por su denuedo su coraje, | |
y determinó de hacer lo mesmo que don | |
Quijote; y así le aguardó bien cubierto de | |
su almohada, sin poder rodear la mula a una | |
ni a otra parte, que ya de puro cansada y no | |
hecha a semejantes niñerías, no podía dar un | |
paso. | |
Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote, | |
contra el cauto bizcaino, con la espada en | |
alto, con determinación de abrirle por medio, | |
y el bizcaino le aguardaba así mesmo, | |
levantada la espada y aforrado con su almohada, | |
y todos los circunstantes estaban temerosos | |
y colgados de lo que había de suceder, | |
aquellos tamaños golpes con que sé | |
amenazaban; y la señora del coche y las demás | |
criadas suyas estaban haciendo mil votos y | |
ofrecimientos a todas las imágenes y casas de | |
devoción de España, porque Dios librase a su | |
escudero, y a ellas, de aquel tan grande | |
peligro en que se hallaban. | |
Pero está el daño de todo esto que en este | |
punto y término deja pendiente el autor desta | |
historia esta batalla, disculpándose que no | |
halló más escrito destas hazañas de don Quijote, | |
de las que deja referidas. Bien es verdad que | |
el segundo autor de esta obra no quiso creer | |
que tan curiosa historia estuviese entregada | |
a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido | |
tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, | |
que no tuviesen en sus archivos o en sus | |
escritorios algunos papeles que deste famoso | |
caballero tratasen, y así, con esta imaginación, | |
no se desesperó de hallar el fin desta apacible | |
historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le | |
halló del modo que se contará en la segunda | |
parte. | |
Dejamos en la primera parte de esta historia | |
al valeroso bizcaino y al famoso don | |
Quíjote con las espadas altas y desnudas, en | |
guisa de descargar dos furibundos fendientes, | |
tales que, si en lleno se acertaban, por lo menos | |
se dividirían y fenderían de arriba a bajo, | |
abrirían como una granada, y que en aquel | |
punto tan dudoso paró y quedó destroncada | |
tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia | |
su autor, donde se podría hallar lo que della | |
faltaba. Causóme esto mucha pesadumbre, porque | |
el gusto de haber leído tan poco se volvía | |
en disgusto de pensar el mal camino que sé | |
ofrecía para hallarlo mucho, que, a mi parecer, | |
faltaba de tan sabroso cuento. Pareciome cosa | |
imposible y fuera de toda buena costumbre, | |
que a tan buen caballero le hubiese faltado | |
algún sabio que tomara a cargo el escrevir. | |
sus nunca vistas hazañas, cosa que no faltó a | |
ninguno de los caballeros andantes, | |
de los que dicen las gentes | |
que van a sus aventuras. | |
porque cada uno dellos tenía uno o dos sabios, | |
como de molde, que no solamente escribían | |
sus hechos, sino que pintaban sus más minimos | |
pensamientos y niñerías, por más escondidas | |
que fuesen. Y no había de ser tan desdichado | |
tan buen caballero, que le faltase a él | |
lo que sobró a Plátir y a otros semejantes. | |
Y así, no podía inclinarme a creer que tan | |
gallarda historia hubiese quedado manca y | |
estropeada, y echaba la culpa a la malignidad | |
del tiempo, devorador y consumidor de todas | |
las cosas, el cuál o la tenía oculta, | |
consumida. | |
Por otra parte, me parecía que, pues entre | |
sus libros se habían hallado tan modernos como | |
desengaño de celos y ninfas y pastores de | |
henares, que también su historia debía de | |
ser moderna, y que, ya que no estuviese | |
escrita, estaría en la memoria de la gente de su | |
aldea y de las a ella circunvecinas. Esta | |
imaginación me traía confuso y deseoso de saber | |
real y verdaderamente toda la vida y milagros | |
de nuestro famoso español don Quijote de la | |
Mancha, luz y espejo de la caballería manchega, | |
y el primero que en nuestra edad y en estos | |
tan calamitosos tiempos se puso al trabajo, | |
ejercicio de las andantes armas, y al de | |
desfacer agravios, socorrer viudas, amparar | |
doncellas de aquellas que andaban con sus azotes | |
y palafrenes, y con toda su virginidad a | |
cuestas, de monte en monte y de valle en valle, | |
que si no era que algún follón o algún villano | |
de hacha y capellina, o algún descomunal | |
gigante las forzaba, doncella hubo en los | |
pasados tiempos que, al cabo de ochenta años, | |
que en todos ellos no durmió un día debajo | |
de tejado, se fue tan entera a la sepultura | |
como la madre que la había parido. | |
Digo, pues, que por estos y otros muchos | |
respetos, es digno nuestro gallardo quijote de | |
continuas y memorables alabanzas, y aun a mí | |
no se me deben negar por el trabajo y diligencia | |
que puse en buscar el fin de esta agradable | |
historia. Aunque bien sé que si el cielo, el | |
caso y la fortuna no me ayudan, el mundo | |
quedará falto y sin el pasatiempo y gusto que | |
bien casi dos horas podrá tener el que con | |
atención la leyere. Pasó, pues, el hallarla en | |
esta manera. | |
Estando yo un día en el Alcana de Toledo, | |
llegó un muchacho a vender unos cartapacios | |
y papeles viejos a un sedero, y como yo soy | |
aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos | |
de las calles, llevado desta mi natural inclinación, | |
tomé un cartapacio de los que el muchacho | |
vendía, y vile con carácteres que conocí ser | |
aravigos. Y puesto que, aunque los conocía, | |
no los sabía leer, anduve mirando si parecía | |
por allí algún morisco aljamiado que los leyese; | |
y no fue muy dificultoso hallar intérprete | |
semejante, pues aunque le buscara de otra | |
mejor y más antigua lengua le hallara. En fin, | |
la suerte me deparó uno que, diciéndole mí | |
deseo, y poniéndole el libro en las manos, le | |
abrió por medio, y leyendo un poco en él, se | |
comenzo a reír. | |
Pregúntele yo que de qué se reya, y | |
respondiome que de una cosa que tenía aquel | |
libro escrita en el margen por anotación. | |
Díjele que me la dijese, y él, sin dejar la | |
risa, dijo. | |
Está, como he dicho, aquí en el margen, | |
escrito esto. Esta dulcínea del Toboso, tantas | |
veces en esta historia referida, dicen que tuvo | |
la mejor mano para salar puercos que otra | |
mujer de toda la Mancha. | |
Cuando yo ohí decir “Dulcínea del Toboso”, | |
quedé atónito y suspenso, porque luego se me | |
representó que aquellos cartapacios contenían | |
la historia de don Quijote. Con esta imaginación | |
le di priesa que leyese el principio, y | |
haciéndolo así, volviendo de improviso el | |
aravigo en castellano, dijo que decía: «Historia | |
de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide | |
Hámete, Benengelí, historiador aravigo. | |
Mucha discreción fue menester para disimular | |
el contento que recebí cuando llegó a mis | |
oídos el título del libro, y, salteándosele al | |
sedero, compré al muchacho todos los papeles y | |
cartapacios por medio real; que si él tuviera | |
discreción y supiera lo que yo los deseaba, | |
bien se pudiera prometer y llevar más de seis | |
reales de la compra. | |
Apárteme luego con el morisco por el claustro | |
de la iglesia Mayor, y roguele me volviese | |
aquellos cartapacios, todos los que trataban de | |
don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles | |
ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él | |
quisiese. Conténtose con dos arrobas de pasas | |
y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos | |
bien y fielmente y con mucha brevedad. | |
Pero yo, por facilitar más el negocio, y por | |
no dejar de la mano tan buen hallazgo, le | |
truje a mi casa, donde en poco más de mes y | |
medio la tradujo toda, del mesmo modo | |
que aquí se refiere. | |
Estaba en el primero cartapacio pintada, muy | |
al natural, la batalla de don Quijote con él | |
bizcaino, puestos en la mesma postura que | |
la historia cuenta. Levantadas las espadas, él | |
uno cubierto de su rodela, el otro de la | |
almohada y la mula del bizcaino tan al vivo, que | |
estaba mostrando ser de alquiler a tiro de | |
ballesta. Tenía a los pies escrito el bizcaino un | |
título que decía: «Don Sancho de Azpeitía», | |
que sin duda debía de ser su nombre, y a los | |
pies de Rocinante estaba otro que decía: «Don | |
Quijote. Estaba Rocinante maravillosamente | |
pintado, tan largo y tendido, tan atenuado, | |
flaco, con tanto espinazo, tan ético confirmado, | |
que mostraba bien al descubierto con cuanta | |
advertencia y propriedad se le había puesto | |
el nombre de Rocinante. Junto a él estaba Sancho | |
panza, que tenía del cabestro a su asno, | |
los pies del cual estaba otro rétulo que decía: | |
Sancho zancas, y debía de ser que tenía, a lo | |
que mostraba la pintura, la barriga grande, él | |
talle corto y las zancas largas, y por esto se le | |
debió de poner nombre de Panza y de Zancas; | |
que con estos dos sobrenombres le llama | |
algunas veces la historia. | |
Otras algunas menudencias había que advertir. | |
pero todas son de poca importancia, y | |
que no hacen al caso a la verdadera relación | |
de la historia, que ninguna es mala como sea | |
verdadera. Si a esta se le puede poner alguna | |
obgeción cerca de su verdad, no podrá ser | |
otra sino haber sido su autor aravigo, siendo | |
muy propio de los de aquella nación ser | |
mentirosos, aunque, por ser tan nuestros enemigos, | |
antes se puede entender haber quedado falto en | |
ella que demasiado. Y así me parece a mí, | |
pues cuando pudiera y debiera extenderla | |
pluma en las alabanzas de tan buen caballero, | |
parece que de industria las pasa en silencio. | |
cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y | |
debiendo ser los historiadores puntuales, | |
verdaderos, y no nada apasionados, y que ni él | |
interés ni el miedo, el rancor ni la afición, no | |
les hagan torcer del camino de la verdad, | |
cuya madre es la historia émula del tiempo, | |
depósito de las acciones, testigo de lo pasado, | |
ejemplo y aviso de lo presente, advertencia | |
de lo por venir. En esta sé que se hallará | |
todo lo que se acertare a desear en la más | |
apacible; y si algo bueno en ella faltare, para | |
mi tengo que fue por culpa del galgo de su | |
autor, antes que por falta del sujeto. | |
En fin, su segunda parte, siguiendo la | |
tradución, comenzaba desta manera. | |
Puestas y levantadas en alto las cortadoras | |
espadas de los dos valerosos y enojados | |
combatientes, no parecía sino que estaban amenazando | |
al cielo, a la tierra y al abismo. Tal era | |
el denuedo y continente que tenían. Y el primero | |
que fue a descargar el golpe fue el colérico | |
bizcaino, el cual fue dado con tanta fuerza | |
y tanta furia que, a no volvérsele la espada, | |
en el camino, aquel solo golpe fuera bastante | |
para dar fin a su rigurosa contienda y a todas | |
las aventuras de nuestro caballero; mas la | |
buena suerte que para mayores cosas le tenía | |
guardado, torció la espada de su contrario, de | |
modo que, aunque le acertó en el hombro, | |
izquierdo, no le hizo otro daño que desarmarle | |
todo aquel lado, llevándole de camino gran | |
parte de la celada con la mitad de la oreja; | |
que todo ello con espantosa ruina vino al | |
suelo, dejándole muy mal trecho. | |
¡Válame Dios, y quién será aquel que | |
buenamente pueda contar ahora la rabia que entró | |
en el corazón de nuestro manchego, viéndose | |
parar de aquella manera! No se diga más sino | |
que fue de manera que se alzó de nuevo en | |
los estribos, y, apretando más la espada en las | |
dos manos, con tal furia descargó sobre él | |
bizcaino, acertándole de lleno sobre la almohada | |
y sobre la cabeza, que, sin ser parte tan buena, | |
defensa, como si cayera sobre él una montaña, | |
comenzo a echar sangre por las narices, y por | |
la boca y por los oídos, y a dar muestras de | |
caer de la mula abajo, de donde cayera, sin | |
duda, si no se abrazara con el cuello, pero | |
con todo eso, sacó los pies de los estribos, y | |
luego soltó los brazos y la mula, espantada | |
del terrible golpe, dio a correr por el campo, y | |
a pocos corcovos dio con su dueño en tierra. | |
Estábaselo con mucho sosiego mirando don | |
Quijote, y como lo vio caer, saltó de su | |
caballo, y con mucha ligereza se llegó a él, y | |
poniéndole la punta de la espada en los ojos, le | |
dijo que se rindiese; si no, que le cortaría | |
la cabeza. Estaba el bizcaino tan turbado que | |
no podía responder palabra, y él lo pasara | |
mal, según estaba ciego don Quijote, si las | |
señoras del coche, que hasta entonces con | |
gran desmayo habían mirado la pendencia, no | |
fueran a donde estaba, y le pidieran con mucho | |
encarecimiento, les hiciese tan gran | |
merced y favor de perdonar la vida a aquel su | |
escudero. | |
A lo cual don Quijote respondió con mucho | |
entono y gravedad. | |
Por cierto, fermosas señoras, yo soy muy | |
contento de hacer lo que me pedís; mas ha de | |
ser con una condición y concierto, y es que | |
este caballero me ha de prometer de ir al | |
lugar del Toboso, y presentarse de mi parte ante | |
la símpar doña Dulcinea, para que ella haga | |
del lo que más fuere de su voluntad. | |
Las temerosas y desconsoladas señoras | |
sin entrar en cuenta de lo que don | |
Quíjote pedía, y sin preguntar quién Dulcinea | |
fuese, le prometieron que el escudero haría | |
todo aquello que de su parte le fuese | |
mandado. | |
Pues en fe de esa palabra, yo no le haré | |
más daño, puesto que me lo tenía bien | |
merecido.” | |
Ya en este tiempo se había levantado Sancho | |
Panza, algo maltratado de los mozos de los | |
frailes, y había estado atento a la batalla de su | |
señor don Quijote, y rogaba a Dios en su corazón | |
fuese servido de darle vitoria, y que en | |
ella ganase alguna insula de donde le | |
hiciese gobernador, como se lo había prometido. | |
Viendo, pues, ya acabada la pendencia, y que | |
su amo volvía a subir sobre Rocinante, llegó a | |
tenerle el estribo, y antes que subiese sé | |
hincó de rodillas delante dél, y, asiéndole de la | |
mano, se la besó y le dijo: | |
Sea vuestra merced servido, señor don | |
Quíjote mío, de darme el gobierno de la | |
insula que en esta rigurosa pendencia se ha | |
ganado; que por grande que sea, yo me siento | |
con fuerzas de saberla gobernar, tal y tan bien | |
como otro que haya gobernado insulas en él | |
mundo... | |
A lo cual respondió don Quijote: | |
Advertid, hermano Sancho, que esta aventura | |
y las a esta semejantes, no son aventuras | |
de ínsulas, sino de encrucijadas, en las | |
cuales no se gana otra cosa que sacar rota la | |
cabeza o una oreja menos. | |
qué aventuras se ofrecerán donde no | |
solamente os pueda hacer gobernador, sino más | |
adelante. | |
Agradecíóselo mucho, Sancho, y, besándole | |
otra vez la mano y la falda de la loriga, le | |
ayudó a subir sobre Rocinante, y él subió sobre su | |
asno y comenzo a seguir a su señor, que, a | |
paso tirado, sin despedirse ni hablar más con | |
las del coche, se entró por un bosque que allí | |
junto estaba. Seguíale, Sancho, a todo el trote | |
de su jumento, pero caminaba tanto rocinante, | |
que, viéndose quedar atrás, le fue forzoso dar | |
voces a su amo que se aguardase. Hízolo así | |
don Quijote, teniendo las riendas a Rocinante | |
hasta que llegase su cansado escudero, él | |
cuál, en llegando, le dijo: | |
Paréceme, señor, que sería acertado irnos | |
a retraer a alguna iglesia; que, según quedó | |
maltrecho aquel con quien os combatistes, no | |
será mucho que den noticia del caso a la santa | |
Hermandad, y nos prendan; y a fe que si lo | |
hacen, que primero que salgamos de la | |
cárcel que nos ha de sudar el hopo. | |
¡Calla! ¿Dijo don Quijote? | |
visto tú, o leído jamás, que caballero andante | |
haya sido puesto ante la justicia por más | |
homicidios que hubiese cometido? | |
Yo no sé nada de homecillos, respondió | |
Sancho, “ni en mi vida le caté a ninguno”. Solo | |
sé que la Santa Hermandad tiene que ver con | |
los que pelean en el campo, y en esotro no | |
me entremeto. | |
Pues no tengas pena, amigo, respondió | |
don Quijote, que yo te sacaré de las manos | |
de los caldeos, cuanto más de las de la | |
Pero dime, por tu vida... ¿has visto | |
más valeroso caballero que yo en todo lo | |
descubierto de la tierra? ¿Has leído en historias | |
otro que tenga ni haya tenido más brío en acometer, | |
más aliento en el perseverar, más destreza | |
en el herir, ni más maña en el derribar? | |
La verdad sea, respondió Sancho, que yo | |
no he leído ninguna historia jamás, porque ni | |
sé leer ni escrevir; mas lo que osaré apostar | |
es que más atrevido amo que vuestra merced | |
yo no le he servido en todos los días de mí | |
vida, y quiera Dios que estos atrevimientos | |
no se paguen donde tengo dicho. Lo que le | |
ruego a vuestra merced es que se cure, que | |
le va mucha sangre de esa oreja; que aquí | |
traigo hilas y un poco de unguento blanco en | |
las alforjas. | |
Todo eso fuera bien excusado, respondió | |
don Quijote, si a mí se me acordara de hacer | |
una redoma del bálsamo de Fierabras, que con | |
sola una gota se ahorrarán tiempo, y | |
medicinas.” | |
¿Qué redoma y qué balsamo es ese? | |
¡Sancho Panza! | |
¿Es un bálsamo?, respondió don Quijote, | |
de quien tengo la receta en la memoria, con | |
el cual no hay que tener temor a la muerte, ni | |
hay pensar morir de ferida alguna. Y, así, | |
cuando yo le haga y te le dé, no tienes más | |
que hacer, sino que, cuando vieres que en | |
alguna batalla me han partido por medio del | |
cuerpo, como muchas veces suele acontecer, | |
bonitamente la parte del cuerpo que hubiere | |
caído en el suelo, y con mucha sotiliza, | |
antes que la sangre se yele, la pondrás sobre | |
la otra mitad que quedaré en la silla, | |
advirtiendo de encajallo igualmente y al justo. | |
Luego me darás a beber solos dos tragos del rey. | |
bálsamo que he dicho, y verasme quedar | |
más sano que una manzana. | |
Si eso hay, dijo Panza, ¿yo renuncio desde | |
aquí el gobierno de la prometida insula, y no | |
quiero otra cosa en pago de mis muchos, y | |
buenos servicios, sino que vuestra merced me | |
de la receta de ese extremado licor, que para | |
mi tengo que valdrá la onza adonde quiera, | |
más de a dos reales, y no he menester yo más | |
para pasar esta vida honrada y descansadamente. | |
Pero es de saber ahora si tiene mucha | |
costa el hacelle. | |
Con menos de tres reales se pueden hacer | |
tres azumbres”, respondió don Quijote. | |
¡Apecador de mí! ¡Pues a | |
que aguarda vuestra merced a hacelle y a | |
enseñármele? | |
¡Calla, amigo! ¿Qué | |
mayores secretos pienso enseñarte, y mayores | |
mercedes hacerte; y por ahora curémonos, | |
que la oreja me duele más de lo que yo | |
quisiera... | |
Sacó Sancho de las alforjas hilas y unguento. | |
Mas cuando don Quijote llegó a ver rota su | |
celada, penso perder el juicio, y, puesta la | |
mano en la espada, y alzando los ojos al cielo, | |
dijo: | |
Yo hago juramento al criador de todas las | |
cosas, y a los santos cuatro evangelios donde | |
más largamente están escritos de hacer la vida | |
que hizo el grande marqués de Mantua cuando | |
juró de vengar la muerte de su sobrino | |
Valdovinos, que fue de no comer pan a | |
manteles, ni con su mujer folgar, y otras cosas | |
que, aunque de ellas no me acuerdo, las doy | |
aquí por expresadas hasta tomar entera | |
venganza del que tal desaguisado me fizo. | |
Oyendo esto, Sancho, le dijo: | |
Advierta vuestra merced, señor don Quijote, | |
que si el caballero cumplió lo que se le | |
dejó ordenado de irse a presentar ante | |
mi señora Dulcinea del Toboso, ya habrá cumplido | |
con lo que debía, y no merece otra pena | |
si no comete nuevo delito. | |
¿Has hablado y apuntado muy bien? | |
respondió don Quijote. Y así, anulo el | |
juramento en cuanto lo que toca a tomar de él | |
nueva venganza; pero hágole y confirmole de | |
nuevo de hacer la vida que he dicho hasta | |
tanto que quite por fuerza otra celada, tal y | |
tan buena como esta, a algún caballero. | |
no pienses, Sancho, que así a humo de pajas | |
hago esto; que bien tengo a quien imitar en | |
ello, que esto mesmo pasó al pie de la | |
letra sobre el yelmo de Mambrino, que tan | |
caro le costó a Sacripante. | |
que de al diablo vuestra merced tales | |
juramentos, señor mío, –que son | |
muy en daño de la salud y muy en perjuicio | |
de la conciencia. Si no, dígame ahora: ¿si acaso | |
en muchos días no topamos hombre armado | |
con celada. ¿Qué hemos de hacer? ¿Hase de | |
cumplir el juramento a despecho de tantos | |
inconvenientes e incomodidades, como será el | |
dormir vestido y el no dormir en poblado, y | |
otras mil penitencias que contenía el juramento | |
de aquel loco viejo del Marqués de Mantua, | |
que vuestra merced quiere revalidar ahora? Mire | |
vuestra merced bien que por todos estos caminos | |
no andan hombres armados, sino harrieros | |
y carreteros, que no solo no traen celadas, pero | |
quizá no las han oído nombrar en todos los | |
días de su vida.” | |
¿Engáñaste en eso?, dijo don Quijote, | |
porque no habremos estado dos horas por | |
estas encrucijadas, cuando veamos más armados | |
que los que vinieron sobre Albraca a la | |
conquista de Angélica la bella. | |
¡Alto, pues! Sea así –dijo Sancho–, | |
a Dios prazga que nos suceda bien, y que sé | |
llegue ya el tiempo de ganar esta ínsula que | |
tan cara me cuesta y muérame yo luego. | |
Ya te he dicho, Sancho, que no te dé eso | |
cuidado alguno, que, cuando faltare insula, | |
hay está el reino de Dinamarca o el de Sobradisa | |
que te vendrán como anillo al dedo, | |
y más que, por ser en tierra firme, te debes | |
más alegrar. Pero dejemos esto para su tiempo, | |
y mira si traes algo en esas alforjas que | |
comamos, porque vamos luego en busca de | |
algún castillo donde alojemos esta noche, y | |
hagamos el bálsamo que te he dicho, porque | |
yo te boto a Dios, que me va doliendo mucho | |
la oreja.” | |
Aquí trayo una cebolla y un poco de queso | |
y no sé cuántos mendrugos de pan”, dijo | |
Sancho... Pero no son manjares que pertenecen | |
a tan valiente caballero como vuestra, | |
merced.” | |
¡Qué mal lo entiendes! ¡Respondió don | |
Quíjote. ¡Hágote saber, Sancho, que es honra de | |
los caballeros andantes no comer en un mes, | |
y ya que coman, sea de aquello que hallaren | |
más a mano; y esto se te hiciera cierto si | |
hubieras leído tantas historias como yo, que | |
aunque han sido muchas, en todas ellas no he | |
hallado hecha relación de que los caballeros | |
andantes comiesen, si no era acaso, y en | |
algunos suntuosos banquetes que les hacían, y | |
los demás días se los pasaban en flores. | |
Y aunque se deja entender que no podían | |
pasar sin comer y sin hacer todos los otros | |
menesteres naturales, porque, en efecto, eran | |
hombres como nosotros, hase de entender | |
también que, andando lo más del tiempo de | |
su vida por las florestas y despoblados, y sin | |
cocinero, que su más ordinaria comida sería | |
de viandas rústicas, tales como las que tú ahora | |
me ofreces. Así, que, Sancho amigo, no te | |
congoje lo que a mí me da gusto, ni querrás | |
tú hacer mundo nuevo, ni sacar la caballería | |
andante de sus quicios. | |
Perdóneme vuestra merced, dijo Sancho. | |
que como yo no sé leer ni escrevir, como | |
otra vez he dicho, no se ni he caído en las | |
reglas de la profesión caballeresca, y de aquí | |
adelante yo proveeré las alforjas de todo | |
género de fruta seca para vuestra merced, que es | |
caballero, y para mí las proveeré, pues no lo | |
soy, de otras cosas volatiles y de más | |
sustancia.” | |
¿No digo yo, Sancho, replicó don Quijote, | |
que sea forzoso a los caballeros andantes no | |
comer otra cosa sino esas frutas que dices, | |
sino que su más ordinario sustento debía de | |
ser dellas, y de algunas hierbas que hallaban | |
por los campos, que ellos conocían, y yo | |
también conozco. | |
«Virtud es conocer | |
esas yerbas, que, según yo me voy imaginando, | |
algún día será menester usar de ese | |
conocimiento. | |
Y sacando, en esto, lo que dijo que traía, | |
comieron los dos en buena paz y compaña. | |
Pero deseosos de buscar donde alojar aquella | |
noche, acabaron con mucha brevedad su pobre | |
y seca comida. Subieron luego a caballo, | |
y diéronse priesa por llegar a poblado antes | |
que anocheciese; pero faltoles el sol y la | |
esperanza de alcanzar lo que deseaban, junto a | |
unas chozas de unos cabreros; y así, | |
determinaron de pasarla allí; que cuanto fue de | |
pesadumbre para Sancho no llegar a poblado, | |
fue de contento para su amo dormirla al cielo | |
descubierto, por parecerle que cada vez que | |
esto le sucedía era hacer un acto posesivo | |
que facilitaba la prueba de su caballería. | |
Fue recogido de los cabreros con buen | |
ánimo, y habiendo Sancho, lo mejor que pudo, | |
acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue | |
tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos | |
de cabra, que hirviendo al fuego en un caldero | |
estaban; y aunque él quisiera en aquel | |
mesmo punto ver si estaban en sazón de | |
trasladarlos del caldero al estómago, lo dejó de | |
hacer, porque los cabreros los quitaron del | |
fuego, y tendiendo por el suelo unas pieles | |
de ovejas, aderezaron con mucha priesa su | |
rústica mesa, y convidaron a los dos con | |
muestras de muy buena voluntad, con lo que | |
tenían. Sentáronse a la redonda de las pieles | |
seis dellos, que eran los que en la majada había, | |
habiendo primero, con groseras ceremonias, | |
rogado a don Quijote que se sentase sobre | |
un dornajo que vuelto del revés le pusieron. | |
Sentóse don Quijote, y quedábase Sancho en | |
pie para servirle la copa, que era hecha de | |
cuerno. Viéndole en pie su amo, le dijo: | |
Porque veas, Sancho, el bien que en sí | |
encierra la andante caballería, y cuán a pique | |
están los que en cualquiera ministerio della sé | |
ejercitan de venir brevemente a ser honrados | |
y estimados del mundo, quiero que aquí a mí | |
lado, y en compañía de esta buena gente, te | |
sientes, y que seas una mesma cosa conmigo, | |
que soy tu amo y natural señor, que comas en | |
mi plato y bebas por donde yo bebiere, porque | |
de la caballería andante se puede decirlo | |
mesmo que del amor se dice que todas | |
las cosas iguala. | |
¡Gran merced! ¡Pero sé decir | |
a vuestra merced, que como yo tuviese bien | |
de comer, también, y mejor me lo comería | |
en pie y a mis solas como sentado a par de | |
un emperador. Y aun si va a decir verdad, | |
mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón, | |
sin melindres ni respetos, aunque sea pan | |
y cebolla, que los gallipavos de otras mesas | |
donde me sea forzoso máscar despacio beber | |
poco, limpiarme a menudo, no estornudar, | |
toser si me viene gana, ni hacer otras cosas | |
que la soledad y la libertad traen consigo. | |
Así que, señor mío, estas honras que | |
vuestra merced quiere darme por ser ministro | |
y aderente de la caballería andante, como lo | |
soy, siendo escudero de vuestra merced, | |
conviértalas en otras cosas que me sean de más | |
comodo y provecho; que estas, aunque las doy, | |
por bien recebidas, las renuncio para desde | |
aquí al fin del mundo. | |
Con todo eso, te has de sentar, porque a | |
quien se humilla Dios le ensalza. | |
Y, asiéndole por el brazo, le forzó a que | |
junto de él se sentase. | |
¿No entendían los cabreros aquella jerigonza | |
de escuderos y de caballeros andantes, y no | |
hacían otra cosa que comer y callar y mirar | |
a sus huéspedes, que con mucho donaire y | |
gana, embaulaban tasajo como el puño. Acabado | |
el servicio de carne, tendieron sobre las | |
záleas gran cantidad de bellotas avellanadas, | |
y juntamente pusieron un medio queso, más | |
duro que si fuera hecho de argamasa. | |
estaba en esto ocioso el cuerno, porque andaba | |
a la redonda tan a menudo, ya lleno, ya vació, | |
como arcaduz de noria, que con facilidad | |
vació un zaque de dos que estaban de | |
manifiesto. | |
Después que don Quijote hubo bien satisfecho | |
su estómago, tomó un puño de bellotas | |
en la mano, y, mirándolas atentamente, solto | |
la voz a semejantes razones. | |
¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a | |
quien los antiguos pusieron nombre de dorados; | |
y no porque en ellos el oro, que en esta | |
nuestra edad de hierro tanto se estima, sé | |
alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, | |
sino porque entonces los que en ella vivían | |
ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío! | |
Eran en aquella santa edad todas las cosas | |
comunes; a nadie le era necesario para alcanzar | |
su ordinario sustento, tomar otro trabajo que | |
alzar la mano y alcanzarle de las robustas | |
encinas, que liberalmente les estaban convidando | |
con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes | |
y corrientes ríos, en magnífica abundancia, | |
sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. | |
las quiebras de las peñas, y en lo hueco de los | |
árboles formaban su república las solicitas, | |
discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, | |
sin interés alguno, la fértil cosecha de su | |
dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques | |
despedían de sí, sin otro artificio que el de su | |
cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que | |
se comenzaron a cubrir las casas, sobre | |
rústicas estacas sustentadas, no más que para | |
defensa de las inclemencias del cielo. Todo era | |
paz entonces, todo amistad, todo concordia; | |
aún no se había atrevido la pesada reja del corvo | |
arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas | |
de nuestra primera madre, que ella, sin ser | |
forzada, ofrecía por todas las partes de su fértil | |
y espacioso seno lo que pudiese hartar, | |
sustentar y deleitar a los hijos que entonces la | |
poseían. | |
Entonces sí, que andaban las simples y hermosas | |
zagalejas de valle en valle y de otero en | |
otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos | |
de aquellos que eran menester para cubrir | |
honestamente lo que la honestidad quiere, | |
ha querido siempre que se cubra, y no eran | |
sus adornos de los que ahora se usan, a quien | |
la púrpura de Tiro y la por tantos modos | |
martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas | |
verdes de lampazos y yedra entretejidas, | |
con lo que quizá yuan tan pomposas y compuestas | |
como van ahora nuestras cortesanas | |
con las raras y peregrinas invenciones que la | |
curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces | |
se decoraban los concetos amorosos del alma | |
simple y sencillamente, del mesmo modo | |
y manera que ella los concebía, sin buscar | |
artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. | |
No había la fraude, el engaño ni la malicia, | |
mezcládose con la verdad y llaneza. | |
justicia se estaba en sus proprios términos, | |
sin que la osasen turbar, ni ofender los de él | |
favor y los del interese, que tanto ahora la | |
menoscaban, turban y persiguen. La ley del | |
encaje aún no se había sentado en él | |
entendimiento del juez, porque entonces no había | |
que juzgar, ni quien fuese juzgado. | |
doncellas y la honestidad andaban, como tengo | |
dicho por donde quiera, sola y señera, sin | |
temor que la ajena desenvoltura y lascivo | |
intento le menoscabasen, y su perdición | |
nacía de su gusto y propria voluntad. Y ahora | |
en estos nuestros detestables siglos, no | |
está segura ninguna, aunque la oculte y cierre | |
otro nuevo laberinto como el de Creta, porque | |
allí, por los resquicios o por el aire, con el celo | |
de la maldita solicitud, se les entra la amorosa | |
pestilencia, y les hace dar con todo su recogimiento | |
al traste, para cuya seguridad, andando | |
mas los tiempos, y creciendo más la malicia, sé | |
instituyó la orden de los caballeros andantes | |
para defender las doncellas, amparar las | |
viudas y socorrer a los huérfanos y a los | |
menesterosos. | |
De esta orden soy yo, hermanos cabreros, | |
quien agradezco el gasaje, y buen | |
acogimiento que hacéis a mí y a mí escudero. | |
aunque por ley natural están todos los que | |
viven obligados a favorecer a los caballeros | |
andantes todavía, por saber que, sin saber | |
vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, | |
es razón que con la voluntad a mí posible | |
os agradezca la vuestra. | |
Toda esta larga arenga, que se pudiera muy | |
bien excusar, dijo nuestro caballero, porque | |
las bellotas que le dieron, le trujeron a la | |
memoria la edad dorada. Y antójosele hacer aquel | |
inútil razonamiento a los cabreros, que, sin | |
responderle palabra, embobados y suspensos, | |
le estuvieron escuchando. Sancho, así mesmo | |
callaba y comía bellotas, y visitaba | |
muy a menudo el segundo zaque, que porque | |
se enfriase el vino, le tenían colgado de un | |
alcornoque. | |
Más tardó en hablar don Quijote, que en | |
acabarse la cena, al fin de la cual uno de los | |
cabreros dijo: | |
Para que con más veras pueda vuestra | |
merced decir, señor caballero andante, que le | |
agasajamos con prompta y buena voluntad, | |
queremos darle solaz y contento con hacer | |
que cante un compañero nuestro, que no tardará | |
mucho en estar aquí. El cuál es un zagal | |
muy entendido y muy enamorado, y que sobre | |
todo, sabe leer y escrevir, y es músico de un | |
rabel que no hay más que desear. | |
Apenas había el cabrero acabado de decir | |
esto, cuando llegó a sus oídos, el son del rabel, | |
y de allí apoco llegó el que le tañía, que era | |
un mozo de hasta veinte y dos años, de muy | |
buena gracia. Preguntáronle sus compañeros | |
si había cenado, y, respondiendo que sí, el que | |
había hecho los ofrecimientos le dijo: | |
De esa manera, Antonio, bien podrás | |
hacernos placer de cantar un poco, por que vea | |
este señor huésped que tenemos, que también | |
por los montes y selvas hay quien sepa de | |
música. Hémosle dicho tus buenas habilidades, | |
y deseamos que las muestres y nos saques | |
verdaderos; y así, te ruego, por tu vida, | |
que te sientes y cantes el romance de tus | |
amores que te compuso el beneficiado tu tío, que | |
en el pueblo ha parecido muy bien. | |
¡Que me place!, respondió el mozo. | |
Y, sin hacerse más de rogar, se sento en él | |
tronco de una desmochada encina, y templando | |
su rabel, de allí a poco, con muy buena gracia, | |
comenzo a cantar, diciendo desta manera: | |
¡Antonio! | |
Yo sé, Olalla, que me adoras, | |
puesto que no me lo has dicho | |
ni aun con los ojos siquiera, | |
¡Mudas lenguas de amorios! | |
Porque sé que eres sabida, | |
¿En qué me quieres me afirmo? | |
que nunca fue desdichado | |
¡Amor que fue conocido! | |
Bien es verdad que tal vez, | |
¡Oh, colla, me has dado indicio | |
¿Qué tienes de bronce el alma | |
y el blanco pecho de risco. | |
Mas allá, entre tus reproches | |
y honestísimos desvíos, | |
tal vez la esperanza muestra | |
la orilla de su vestido. | |
Avalánzase al señuelo | |
mi fe, que nunca ha podido, | |
ni menguar por no llamado, | |
ni crecer por escogido. | |
Si el amor es cortesía, | |
de la que tienes colijo, | |
que el fin de mis esperanzas | |
ha de ser cual imagino. | |
Y si son servicios, parte | |
de hacer un pecho benigno, | |
algunos de los que he hecho | |
fortalecen mi partido. | |
Porque si has mirado en ello, | |
mas de una vez habrás visto | |
que me he vestido en los lunes | |
lo que me honraba el domingo. | |
¿Cómo el amor y la gala | |
andan un mesmo camino, | |
en todo tiempo a tus ojos | |
quise mostrarme polido. | |
Dejo el bailar por tu causa, | |
ni las músicas te pinto | |
¿Qué has escuchado a deshoras | |
y al canto del gallo primo. | |
No cuento las alabanzas | |
que de tu belleza he dicho. | |
que, aunque verdaderas, hacen | |
ser yo de algunas malquisto. | |
Teresa del Berrocal, | |
yo alabándote, me dijo: | |
Tal piensa que adora a un ángel, | |
y viene a adorar a un gimio, | |
¡Merced a los muchos dijes! | |
y a los cabellos postizos, | |
y a hipócritas hermosuras | |
que engañan al amor mismo. | |
Desmentila y enojóse. | |
volvió por ella su primo, | |
desafiome, y ya sabes | |
lo que yo hice y él hizo. | |
No te quiero yo a montón, | |
ni te pretendo y te sirvo | |
por lo de barraganía, | |
¡Qué más bueno es mi designio! | |
¿Coyundas tiene la iglesia | |
que son lazadas de sirgo; | |
pon tú el cuello en la gamella, | |
verás cómo pongo el mío. | |
¿Dónde no? Desde aquí juro | |
por el santo más bendito | |
de no salir destas sierras | |
sino para capuchino. | |
Con esto dio el cabrero fin a su canto, y | |
aunque don Quijote le rogo que algo más | |
cantase, no lo consintió Sancho Panza, porque | |
estaba más para dormir que para oír | |
canciones. Y así, dijo a su amo: | |
Bien puede vuestra merced acomodarse | |
desde luego a donde ha de posar esta noche; | |
que el trabajo que estos buenos hombres | |
tienen todo el día no permite que pasen las | |
noches cantando.” | |
Ya te entiendo, Sancho, le respondió don | |
Quíjote. ¡Qué bien se me trasluce que las | |
visitas del zaque piden más recompensa de | |
sueño que de música... | |
A todos nos sabe bien, bendito sea Dios, | |
respondió Sancho. | |
“No lo niego”, replicó don Quijote. Pero | |
acomódate tú donde quisieres, que los de mí | |
profesión mejor parecen velando que | |
durmiendo. Pero, con todo esto, sería bien | |
Sancho, que me vuelvas a curar esta oreja, | |
que me va doliendo más de lo que es | |
menester.” | |
Hizo Sancho lo que se le mandaba. Y, viendo | |
uno de los cabreros la herida, le dijo que | |
no tuviese pena, que él pondría remedio con | |
que fácilmente se sanase. Y, tomando algunas | |
hojas de romero, de mucho que por allí había, | |
las mascó y las mezcló con un poco de sal, | |
y, aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy | |
bien, asegurándole que no había menester otra | |
medicina, y así fue la verdad. | |
Estando en esto, llegó otro mozo de los que | |
les traían del aldea el bastimento, y dijo: | |
¿Sabéis lo que pasa en el lugar? | |
compañeros? | |
¿Cómo lo podemos saber? | |
dellos. | |
Pues sabed, prosiguió el mozo, que murió | |
esta mañana aquel famoso pastor estudiante | |
llamado grisóstomo, y se murmura que | |
ha muerto de amores de aquella endiablada | |
moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, | |
aquella que se anda en hábito de pastora por | |
esos andurriales. | |
¡Por Marcela dirás! | |
Por esa digo, respondió el cabrero. | |
lo bueno que mandó en su testamento, que le | |
enterrasen en el campo, como si fuera moro, | |
y que sea al pie de la peña donde está la | |
fuente del alcornoque, porque, según es fama, | |
y él dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde | |
él la vio la vez primera. Y también mandó | |
otras cosas, tales que los abades del pueblo | |
dicen que no se han de cumplir, ni es bien que | |
se cumplan, porque parecen de gentiles. | |
todo lo cual responde aquel gran su amigo. | |
Ambrosio, el estudiante que también se vistió | |
de pastor con él, que se ha de cumplir todo, | |
sin faltar nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, | |
y sobre esto anda el pueblo alborotado; | |
mas a lo que se dice, en fin, se hará lo que | |
Ambrosio y todos los pastores, sus amigos, | |
quieren, y mañana le vienen a enterrar con | |
gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para | |
mí que ha de ser cosa muy de ver; a lo menos, | |
yo no dejaré de ir a verla, si supiese no | |
volver mañana al lugar. | |
Todos haremos lo mesmo, respondieron | |
los cabreros, y echaremos suertes a quien | |
ha de quedar a guardar las cabras de todos. | |
¡Bien dices, Pedro! ¡Que no | |
será menester usar de esa diligencia, que yo | |
me quedaré por todos, y no lo atribuyas a | |
virtud, y a poca curiosidad mía, sino a que no | |
me deja andar el garrancho que el otro día | |
me pasó este pie. | |
Con todo eso, te lo agradecemos, | |
respondió Pedro. | |
Y don Quijote rogo a Pedro le dijese qué | |
Muerto era aquel y qué pastora aquella. A lo | |
cuál Pedro respondió que lo que sabía era | |
que el muerto era un hijodalgo rico, vecino | |
de un lugar que estaba en aquellas sierras, | |
el cual había sido estudiante muchos años en | |
salamanca, al cabo de los cuales había vuelto | |
a su lugar, con opinión de muy sabio y muy | |
leído. Principalmente decían que sabía la | |
ciencia de las estrellas y de lo que pasan allá | |
en el cielo el sol y la luna, porque puntualmente | |
nos decía el cris del sol y de la luna... | |
Eclipse se llama, amigo, que no cris. | |
escurecerse esos dos luminares mayores, dijo | |
don Quijote. | |
Mas Pedro, no reparando en niñerías, | |
prosiguió su cuento, diciendo: | |
Así mesmo adevinaba cuando había de | |
ser el año abundante o estil. | |
¿Estéril queréis decir, amigo?, dijo don | |
Quíjote. | |
“Estéril o estil”, respondió Pedro, “todo sé | |
sale allá. Y digo que con esto que decía sé | |
hicieron su padre y sus amigos que le daban | |
crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les | |
aconsejaba, diciéndoles: «Sembrad este año | |
cebada, no trigo; en este podéis sembrar | |
garbanzos, y no cebada; el que viene será | |
de guilla de aceite; los tres siguientes no sé | |
¡Cogera gota! | |
¿Esa ciencia se llama astrologia?, dijo don | |
Quíjote. | |
¡No sé yo cómo se llama! Replicó Pedro, | |
mas sé que todo esto sabía, y aun más. | |
Finalmente, no pasaron muchos meses después | |
que vino de Salamanca, cuando un día remaneció | |
vestido de pastor, con su cayado y | |
pellico, habiéndose quitado los hábitos largos | |
que como escolar traía, y juntamente se vistió | |
con él de pastor otro, su grande amigo, | |
llamado Ambrosio, que había sido su compañero | |
en los estudios. Olvidábaseme de decir cómo | |
Grisóstomo, el difunto, fue grande hombre | |
de componer coplas; tanto que él hacía los | |
villancicos para la noche del nacimiento del | |
Señor, y los autos para el día de Dios, que los | |
representaban los mozos de nuestro pueblo, y | |
todos decían que eran por el cabo. Cuando los | |
del lugar vieron tan de improviso vestidos de | |
pastores a los dos escolares, quedaron | |
admirados, y no podían adivinar la causa que les | |
había movido a hacer aquella tan extraña | |
mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre | |
de nuestro grisóstomo, y él quedó heredado | |
en mucha cantidad de hacienda, así en muebles | |
como en raíces y en no pequeña cantidad | |
de ganado mayor y menor, y en gran cantidad | |
de dineros; de todo lo cual quedó el mozo | |
señor desoluto, y en verdad que todo lo merecía; | |
que era muy buen compañero y caritativo, | |
y amigo de los buenos, y tenía una cara | |
como una bendición. Después se vino a | |
entender que el haberse mudado de traje no había | |
sido por otra cosa que por andarse por estos | |
despoblados empos de aquella pastora Marcela, | |
que nuestro zagal nombró denantes, de la | |
cuál se había enamorado el pobre difunto de | |
Y quiéroos decir ahora, porque | |
es bien que lo sepáis, quién es esta rapaza; | |
quizá, y aun sin quizá, no habréis oído semejante | |
cosa en todos los días de vuestra vida, | |
aunque viváis más años que Sarna. | |
Decid, sarra, replicó don Quijote, no | |
pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del | |
cabrero. | |
¡Harto vive la sarna! ¡Harto vive la sarna! | |
si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo | |
a cada paso los vocablos, no acabaremos en | |
un año... | |
¡Perdonad, amigo! ¿Qué | |
por haber tanta diferencia de sarna a sarra os | |
lo dije. Pero vos respondistes muy bien, | |
porque vive más sarna que sarra, y proseguid | |
vuestra historia, que no os replicaré más en | |
nada.” | |
Digo, pues, señor mío, de mi alma, dijo el | |
cabrero, que en nuestra aldea hubo un labrador, | |
aún más rico que el padre de Grisóstomo, | |
el cuál se llamaba Guillermo, y al cuál dio | |
Dios, amén, de las muchas y grandes riquezas, | |
una hija de cuyo parto murió su madre, que | |
fue la más honrada mujer que hubo en todos | |
estos contornos. No parece sino que ahora la | |
veo, con aquella cara que dél un cabo tenía | |
el sol y del otro la luna, y sobre todo, | |
hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo | |
que debe de estar su ánima a la hora de | |
ahora gozando de Dios en el otro mundo. | |
De pesar de la muerte de tan buena mujer | |
murió su marido Guillermo, dejando a su hija | |
Marcela, muchacha y rica, en poder de un | |
tío suyo, sacerdote y beneficiado en nuestro | |
lugar. Creció la niña con tanta belleza, que | |
nos hacía acordar de la de su madre, que la | |
tuvo muy grande, y con todo esto, se juzgaba | |
que le había de pasar la de la hija. | |
Y así fue que, cuando llegó a edad de | |
catorce a quince años, nadie la miraba que | |
no bendecía a Dios que tan hermosa la había | |
criado, y los más quedaban enamorados, | |
perdidos por ella. Guardabala su tío, con mucho | |
recato y con mucho encerramiento; pero con | |
todo esto, la fama de su mucha hermosura sé | |
extendió de manera que, así por ella como | |
por sus muchas riquezas, no solamente de los | |
de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas | |
a la redonda, y de los mejores dellos, era | |
rogado, solicitado e importunado se la | |
diese por mujer. Mas el que a las derechas | |
es buen cristiano, aunque quisiera casarla | |
luego, así como la vía de edad, no quiso | |
hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo a la | |
ganancia y granjería que le ofrecía el tener la | |
hacienda de la moza, dilatando su casamiento. | |
Y a fe que se dijo esto en más de un corrillo | |
en el pueblo, en alabanza del buen sacerdote. | |
Que quiero que sepa, señor, andante, que en | |
estos lugares cortos de todo se trata y de | |
todo se murmura. Y tened para vos como yo | |
tengo para mí, que debía de ser demasiadamente | |
bueno el clérigo que obliga a sus feligreses | |
a que digan bien dél, especialmente en | |
las aldeas.” | |
«Así es la verdad», dijo don Quijote, y | |
Proseguid adelante; que el cuento es muy | |
bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con muy | |
buena gracia. | |
La del Señor no me falte, que es la que hace | |
al caso. Y en lo demás, sabréis que, aunque él | |
tío proponía a la sobrina y le decía las | |
calidades de cada uno en particular, de los muchos | |
que por mujer la pedían, rogándole que sé | |
casase y escogiese a su gusto, jamás ella | |
respondió otra cosa sino que por entonces no | |
quería casarse, y que, por ser tan muchacha, | |
no se sentía hábil para poder llevar la carga | |
del matrimonio. Con estas que daba, al parecer, | |
justas excusas, dejaba el tío de importunarla, | |
y esperaba a que entrase algo más en | |
edad, y ella supiese escoger compañía a su | |
gusto. Porque decía él y decía muy bien que | |
no habían de dar los padres a sus hijos estado | |
contra su voluntad. Pero hételo aquí, cuando | |
no me cato, que remanece un día la melindrosa | |
Marcela hecha pastora, y sin ser parte | |
su tío, ni todos los del pueblo, que se lo | |
desaconsejaban, dio en irse al campo con las | |
demás zagalas del lugar, y dio en guardar su | |
mesmo ganado. Y, así, como ella salió en | |
público y su hermosura se vio al descubierto, | |
no os sabré buenamente decir cuántos ricos | |
mancebos, hidalgos y labradores, han tomado | |
el traje de Grisóstomo, y la andan requebrando | |
por esos campos. Uno de los cuales, como ya | |
está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían | |
que la dejaba de querer y la adoraba. | |
Y no se piense que porque Marcela se puso | |
en aquella libertad y vida tan suelta y de tan | |
poco o de ningún recogimiento, que por eso | |
ha dado indicio, ni por semejas que venga en | |
menóscabo de su honestidad y recato; antes | |
es tanta y tal la vigilancia con que mira por | |
su honra, que de cuantos la sirven y solicitan | |
ninguno se ha alabado, ni con verdad se podrá | |
alabar que le haya dado alguna pequeña | |
esperanza de alcanzar su deseo. | |
no huye ni se esquiva de la compañía, | |
conversación de los pastores y los trata cortes, | |
amigablemente, en llegando a descubrirle su | |
intención cualquiera dellos, aunque sea tan | |
justa y santa como la del matrimonio, los arroja | |
de sí como con un trabuco. Y con esta manera | |
de condición hace más daño en esta tierra que | |
si por ella entrara la pestilencia, porque su | |
afabilidad y hermosura atrae los corazones de | |
los que la tratan a servirla y a amarla; pero su | |
desdén y desengaño los conduce a términos | |
de desesperarse, y así no saben qué decirle, | |
sino llamarla a voces cruel y desagradecida, | |
con otros títulos a este semejantes, que | |
bien la calidad de su condición manifiestan. | |
Y si aquí estuviésedes, señor, algún día, veríades | |
resonar estas sierras y estos valles con los | |
lamentos de los desengañados que la siguen. | |
No está muy lejos de aquí un sitio donde | |
hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay | |
ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado | |
y escrito el nombre de Marcela, y encima | |
de alguno, una corona grabada en el mesmo | |
árbol, como si más claramente dijera | |
su amante, que Marcela la lleva y la merece | |
de toda la hermosura humana. Aquí sospira | |
un pastor, allí se queja otro, aculla se oyen | |
amorosas canciones, acá desesperadas | |
endechas. ¿Cuál hay que pasa todas las horas de | |
la noche sentado al pie de alguna encina, | |
peñasco, y allí, sin plegar los llorosos ojos, | |
embebecido y transportado en sus pensamientos, | |
le halló el sol a la mañana, y cuál hay | |
que, sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en | |
mitad del ardor de la más enfadosa siesta del | |
verano, tendido sobre la ardiente arena, envía | |
sus quejas al piadoso cielo; y deste y de | |
aquél, y de aquellos y de estos, libre y | |
desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela, y | |
todos los que la conocemos estamos esperando | |
en qué ha de parar su altivez, y quién ha de | |
ser el dichoso que ha de venir a domeñar | |
condición tan terrible y gozar de hermosura tan | |
extremada, por ser todo lo que he contado tan | |
averiguada verdad, me doy a entender que | |
también lo es la que nuestro zagal dijo que | |
se decía de la causa de la muerte de Grisóstomo. | |
Y así, os aconsejo, señor, que no dejéis | |
de hallaros mañana a su entierro, que será | |
muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos | |
amigos, y no está de este lugar a aquel | |
donde manda enterrarse media legua. | |
En cuidado me lo tengo, dijo don | |
Quijote, y agradézcoos el gusto que me habéis | |
dado con la narración de tan sabroso cuento. | |
¡Ah, cielos! ¡Aún no sé yo la | |
mitad de los casos sucedidos a los amantes de | |
Marcela; mas podría ser que mañana topásemos | |
en el camino algún pastor que nos los | |
dijese, y por ahora bien será que os vais a | |
dormir debajo de techado, porque el sereno | |
os podría dañar la herida, puesto que es tal la | |
medicina que se os ha puesto, que no hay que | |
temer de contrario acidente. | |
Sancho Panza, que ya daba al diablo el tanto | |
hablar del cabrero, solicitó por su parte que | |
su amo se entrase a dormir en la choza de | |
Hízolo así, y todo lo más de la noche | |
se le pasó en memorias de su señora Dulcinea, | |
a imitación de los amantes de Marcela. | |
Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y | |
su jumento y durmió, no como enamorado | |
desfavorecido, sino como hombre molido a | |
coces. | |
Mas apenas comenzo a descubrirse el día | |
por los balcones del Oriente, cuando los cinco | |
de los seis cabreros se levantaron y fueron a | |
despertar a don Quijote y a decille si estaba | |
todavía con propósito de ir a ver el famoso | |
entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían | |
compañía. Don Quíjote, que otra cosa no | |
deseaba, se levantó y mandó a Sancho que | |
ensillase y enalbardase al momento, lo cual | |
él hizo con mucha diligencia, y con la mesma | |
se pusieron luego todos en camino. Y no | |
hubieron andado un cuarto de legua, cuando | |
al cruzar de una senda, vieron venir hacía | |
ellos hasta seis pastores, vestidos con | |
pellicos negros y coronadas las cabezas con | |
guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. | |
cada uno un grueso bastón de acebo en la | |
mano. Venían con ellos, así mesmo dos | |
gentiles hombres de a caballo, muy bien | |
aderezados de camino, con otros tres mozos de | |
a pie que los acompañaban. En llegándose | |
a juntar se saludaron cortésmente, y | |
preguntándose los unos a los otros donde yuan, | |
supieron que todos se encaminaban al lugar del | |
entierro, y así comenzaron a caminar todos | |
juntos. | |
uno de los de a caballo, hablando con su | |
compañero, le dijo: | |
Paréceme, señor Vivaldo, que habemos de | |
dar por bien empleada la tardanza que | |
hiciéremos en ver este famoso entierro, que no | |
podrá dejar de ser famoso, según estos pastores | |
nos han contado extrañezas, así del muerto | |
pastor como de la pastora omicida. | |
Así me lo parece a mí, respondió | |
Vivaldo, y no digo yo hacer tardanza de un | |
día, pero de cuatro la hiciera, a trueco de | |
verle.” | |
Pregúntoles, don Quíxote, ¿qué era lo que | |
habían oído de Marcela y de Grisóstomo. | |
caminante dijo que aquella madrugada habían | |
encontrado con aquellos pastores, y que | |
por haberles visto en aquel tan triste traje, les | |
habían preguntado la ocasión porque yuan de | |
aquella manera que uno de ellos se lo conto, | |
contando la extrañeza y hermosura de una | |
pastora llamada Marcela, y los amores de muchos | |
que la requestaban, con la muerte de aquel | |
Grisóstomo a cuyo entierro yuan. Finalmente, | |
el conto todo lo que Pedro a don Quijote había | |
contado. | |
Cesó esta plática y comenzose otra, | |
preguntando el que se llamaba Vivaldo a don | |
Quíjote qué era la ocasión que le movía a | |
andar armado de aquella manera por tierra tan | |
pacífica. | |
A lo cual respondió don Quijote: | |
La profesión de mi ejercicio no consiente | |
ni permite que yo ande de otra manera. | |
buen paso, el regalo y el reposo allá sé | |
inventó para los blandos cortesanos; mas él | |
trabajo, la inquietud y las armas solo sé | |
inventaron e hicieron para aquellos que el mundo | |
llama caballeros andantes, de los cuales yo, | |
aunque indigno, soy el menor de todos. | |
Apenas le oyeron esto, cuando todos le | |
tuvieron por loco. Y por averiguarlo más y ver | |
qué género de locura era el suyo, le tornó a | |
preguntar, Vivaldo, que ¿qué quería decir | |
caballeros andantes. | |
¿No han vuestras mercedes leído? ¿Respondió | |
don Quijote, “los anales e historias de | |
ingalaterra, donde se tratan las famosas fazañas | |
del rey Arturo, que continuamente en nuestro | |
romance castellano llamamos el rey Artus, | |
de quien es tradición antigua y común en todo | |
aquel reino de la gran Bretaña, que este rey | |
no murió sino que, por arte de encantamento, | |
se convirtió en cuervo, y que, andando los | |
tiempos ha de volver a reinar y a cobrar su | |
reino y cetro; a cuya causa no se probará | |
que desde aquel tiempo a este haya ningún | |
inglés muerto cuerno alguno, pues en | |
tiempo de este buen rey fue instituida aquella | |
famosa orden de caballería de los caballeros | |
de la tabla redonda, y pasaron sin faltar | |
un punto, los amores que allí se cuentan de | |
don Lanzarote del lago con la reina Ginebra, | |
siendo medianera dellos y sabidora aquella | |
tan honrada dueña Quintañona, de donde nació | |
aquel tan sabido romance y tan decantado | |
en nuestra España, de... | |
¡Nunca fuera caballero | |
de damas tan bien servido, | |
¡Cómo fuera Lanzarote | |
¿Cuándo de Bretaña vino? | |
con aquel progreso tan dulce y tan süave | |
de sus amorosos y fuertes fechos, pues desde | |
entonces, de mano en mano, fue aquella orden | |
de caballería extendiéndose y dilatándose | |
por muchas y diversas partes del mundo. | |
en ella fueron famosos y conocidos por sus | |
fechos el valiente Amadís de Gaula, con todos | |
sus hijos y nietos hasta la quinta generación, | |
y el valeroso Félixmarte de Hircania, y él | |
nunca como se debe alabado tirante el Blanco, y | |
casi que en nuestros días vimos y comunicamos | |
y oímos al invencible y valeroso caballero | |
don Belianís de Grecia. Esto, pues, señores, | |
es ser caballero andante, y la que he | |
dicho es la orden de su caballería, en la cual | |
como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, | |
he hecho profesión, y lo mesmo que | |
profesaron los caballeros referidos profeso yo. | |
Y así, me voy por estas soledades y | |
despoblados buscando las aventuras, con ánimo | |
deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a | |
la más peligrosa que la suerte me deparare, | |
en ayuda de los flacos y menesterosos. | |
Por estas razones que dijo, acabaron de | |
enterarse los caminantes que era don Quijote | |
falto de juicio y del género de locura que lo | |
señoreaba, de lo cual recibieron la mesma | |
admiración que recibían todos aquellos que | |
de nuevo venían en conocimiento della. | |
Vivaldo, que era persona muy discreta y de | |
alegre condición, por pasar sin pesadumbre el | |
poco camino que decían que les faltaba, al | |
llegar a la sierra del entierro, quiso darle | |
ocasión a que pasase más adelante con sus | |
disparates. Y así le dijo: | |
Paréceme, señor caballero andante, que | |
vuestra merced ha profesado una de las más | |
estrechas profesiones que hay en la tierra, y | |
tengo para mí que aun la de los frailes | |
cartujos no es tan estrecha. | |
¿Tan estrecha bien podía ser? | |
nuestro don Quijote; pero tan necesaria en | |
el mundo, no estoy en dos dedos de ponello | |
en duda, porque, si va a decir verdad, no hace | |
menos el soldado que pone en ejecución lo | |
que su capitán le manda que el mesmo | |
capitán que se lo ordena. Quiero decir que los | |
religiosos, con toda paz y sosiego, piden al | |
cielo el bien de la tierra; pero los soldados | |
y caballeros ponemos en ejecución lo que | |
ellos piden, defendiéndola con el valor de | |
nuestros brazos y filos de nuestras espadas, no | |
debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puestos | |
por blanco de los insufribles rayos del sol | |
en el verano y de los erizados yelos del | |
invierno. Así, que somos ministros de Dios en la | |
tierra y brazos por quien se ejecuta en ella su | |
justicia. Y como las cosas de la guerra y las a | |
ellas tocantes y concernientes no se pueden | |
poner en ejecución sino sudando, afanando y | |
trabajando. Síguese que aquellos que la | |
profesan tienen, sin duda, mayor trabajo que | |
aquellos que en sosegada paz y reposo están | |
rogando a Dios favorezca a los que poco pueden. | |
No quiero yo decir, ni me pasa por pensamiento, | |
que es tan buen estado el de caballero | |
andante como el del encerrado religioso, | |
solo quiero inferir, por lo que yo padezco, | |
sin duda es más trabajoso y más aporreado, y | |
más hambriento y sediento, miserable, roto y | |
piojoso, porque no hay duda sino que los | |
caballeros andantes pasados pasaron mucha | |
malaventura en el discurso de su vida. Y si | |
algunos subieron a ser emperadores por el valor | |
de su brazo, a fe que les costó buen, porque | |
de su sangre y de su sudor; y que si a los que | |
a tal grado subieron, les faltarán encantadores | |
y sabios que los ayudaran, que ellos quedaran | |
bien defraudados de sus deseos y bien | |
engañados de sus esperanzas. | |
De ese parecer estoy yo, replicó el | |
caminante. Pero una cosa, entre otras muchas, me | |
parece muy mal de los caballeros andantes, y | |
es que, cuando se ven en ocasión de acometer, | |
una grande y peligrosa aventura en que se ve | |
manifiesto peligro de perder la vida, nunca en | |
aquel instante de acometella se acuerdan de | |
encomendarse a Dios, como cada cristiano | |
está obligado a hacer en peligros semejantes; | |
antes se encomiendan a sus damas, con tanta | |
gana y devoción, como si ellas fueran su dios. | |
cosa que me parece que huele algo a | |
gentilidad. | |
Señor, respondió don Quijote, “Eso no | |
puede ser menos en ninguna manera, y caería | |
en mal caso el caballero andante que otra cosa | |
hiciese; que ya está en uso y costumbre en la | |
caballería andantesca, que el caballero andante | |
que al acometer algún gran fecho de armas | |
tuviese su señora delante, vuelva a ella los | |
ojos blanda y amorosamente, como que le pide | |
con ellos le favorezca y ampare en él dudoso | |
trance que acomete. Y aun si nadie le oye, está | |
obligado a decir algunas palabras entre dientes, | |
en que de todo corazón se le encomiende; | |
y desto tenemos innumerables ejemplos en las | |
historias. Y no se ha de entender por esto que | |
han de dejar de encomendarse a Dios; que | |
tiempo y lugar les queda para hacerlo en él. | |
discurso de la obra. | |
Con todo eso, replicó el caminante, | |
queda un escrúpulo, y es que muchas veces he | |
leído que se traban palabras entre dos andantes | |
caballeros, y de una en otra, se les viene a | |
encender la cólera y a volver los caballos, | |
tomar una buena pieza del campo, y luego, sin | |
mas ni más, a todo el correr dellos se vuelven | |
a encontrar, y en mitad de la corrida sé | |
encomiendan a sus damas, y lo que suele suceder | |
del encuentro es que el uno cae por las ancas | |
del caballo pasado con la lanza del contrario | |
de parte a parte, y al otro le viene también, | |
que, a no tenerse a las crines del suyo, no | |
pudiera dejar de venir al suelo. Y no sé yo cómo | |
el muerto tuvo lugar para encomendarse a Dios | |
en el discurso de esta tan acelerada obra. | |
Mejor fuera que las palabras que en la carrera | |
gastó encomendándose a su dama, las gastara | |
en lo que debía y estaba obligado como | |
cristiano. ¿Cuánto más que yo tengo para mí que | |
no todos los caballeros andantes tienen damas | |
a quien encomendarse, porque no todos son | |
enamorados.” | |
¿Eso no puede ser?, respondió don Quijote. | |
digo que no puede ser que haya caballero andante | |
sin dama, porque tan proprio y tan natural | |
les es a los tales ser enamorados como al | |
cielo tener estrellas. Y a buen seguro que no | |
se haya visto historia donde se halle caballero | |
andante sin amores, y por el mesmo caso que | |
estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo | |
caballero, sino por bastardo, y que entró en | |
la fortaleza de la caballería dicha, no por la | |
puerta, sino por las bardas, como salteador, | |
ladrón... | |
Con todo eso, dijo el caminante, “me | |
parece, si mal no me acuerdo, haber leído que | |
don Galaor, hermano del valeroso Amadís de | |
Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien | |
pudiese encomendarse, y con todo esto no fue | |
tenido en menos, y fue un muy valiente y | |
famoso caballero... | |
A lo cual respondió nuestro don Quijote. | |
Señor, una golondrina sola no hace verano. | |
cuanto más que yo sé que de secreto estaba | |
ese caballero muy bien enamorado, fuera que | |
aquello de querer a todas bien cuantas bien | |
le parecían era condición natural a quien no | |
podía ir a la mano. Pero, en resolución, | |
averiguado está muy bien que él tenía una sola a | |
quien él había hecho, señora, de su voluntad, | |
la cual se encomendaba muy a menudo, | |
muy secretamente, porque se preció de secreto | |
caballero.” | |
Luego, si es de esencia que todo caballero | |
andante haya de ser enamorado, dijo el sol. | |
caminante, bien se puede creer que vuestra | |
merced lo es, pues es de la profesión. Y si es | |
que vuestra merced no se precia de ser tan | |
secreto como don Galaor, con las veras que | |
puedo le suplico, en nombre de toda esta | |
compañía, y en el mío, nos diga el nombre, | |
patria, calidad y hermosura de su dama, que ella | |
se tendría por dichosa de que todo el mundo | |
sepa que es querida y servida de un tal | |
caballero como vuestra merced parece. | |
Aquí dio un gran suspiro don Quijote, y dijo: | |
Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga | |
gusta o no de que el mundo sepa que | |
yo la sirvo; solo sé decir, respondiendo a lo | |
que con tanto comedimiento se me pide, que | |
su nombre es Dulcinea; su patria el Toboso, | |
un lugar de la Mancha; su calidad, por lo | |
menos ha de ser de princesa, pues es reina y | |
señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues | |
en ella se vienen a hacer verdaderos todos los | |
imposibles y quiméricos atributos de belleza | |
que los poetas dan a sus damas, que sus | |
cabellos son oro, sus frente campos Eliseos, sus | |
cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus | |
mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus | |
dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, | |
marfil sus manos, su blancura nieve y las partes | |
que a la vista humana encubrió la honestidad | |
son tales, según yo pienso y entiendo, que | |
solo la discreta consideración puede | |
encarecerlas y no compararlas. | |
El linaje, prosapia y alcurnia querríamos | |
saber”, replicó Vivaldo. | |
A lo cual respondió don Quijote: | |
No es de los antiguos curcios, gayos y | |
cipiones romanos, ni de los modernos colonas | |
y Ursinos, ni de los moncadas y requesenes de | |
cataluña, ni menos de los rebellas y villanovas | |
de Valencia; palafojes, Nuzas, Rocabertís, | |
corellas, lunas, halagones, urreas, foces y | |
Gurreas de Aragón; Cerdas, Manriques, Mendozas, | |
y Guzmanes de Castilla, Alencastros, Pallas y | |
Meneses de Portogal, pero es de los del | |
Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, | |
tal, que puede dar generoso principio a las más | |
ilustres familias de los venideros siglos. Y no | |
se me replique en esto, si no fuere con las | |
condiciones que puso Cerbino al pie del trofeo de | |
las armas de Orlando, que decía: | |
¡Nadie las mueva! | |
que estar no pueda con Roldán a prueba. | |
Aunque el mío es de los cachopines de | |
Laredo, “no le | |
osaré yo poner con él del Toboso de la Mancha, | |
puesto que, para decir verdad, semejante | |
apellido hasta ahora no ha llegado a mis oídos. | |
¡Cómo eso no habrá llegado! | |
Quíjote. | |
Con gran atención yuan escuchando todos | |
los demás la plática de los dos, y aun hasta los | |
mesmos cabreros y pastores conocieron la | |
demasiada falta de juicio de nuestro don | |
Quíjote. Solo Sancho Panza pensaba que cuanto | |
su amo decía era verdad, sabiendo el quién | |
era y habiéndole conocido desde su nacimiento. | |
Y en lo que dudaba algo era en creer aquello | |
de la linda dulcínea del Toboso, porque nunca | |
tal nombre ni tal princesa había llegado jamás | |
a su noticia, aunque vivía tan cerca de él | |
Toboso. | |
En estas pláticas yuan, cuando vieron que | |
por la quiebra que dos altas montañas hacían, | |
bajaban hasta veinte pastores, todos con | |
pellicos de negra lana vestidos y coronados | |
con guirnaldas, que a lo que después pareció, | |
eran cuál de tejo y cuál de ciprés. Entre seis | |
de ellos traían unas andas, cubiertas de mucha | |
diversidad de flores y de ramos, lo cual visto | |
por uno de los cabreros, dijo: | |
Aquellos que allí vienen son los que traen | |
el cuerpo de Grisóstomo y el pie de aquella | |
montaña es el lugar donde él mandó que le | |
enterrasen.” | |
Por esto se dieron priesa a llegar, y fue a | |
tiempo que ya los que venían habían puesto | |
las andas en el suelo, y cuatro dellos con | |
agudos picos estaban cabando la sepultura a un | |
lado de una dura peña. Recibiéronse los unos | |
y los otros cortésmente. Y luego don Quijote | |
y los que con él venían se pusieron a mirar | |
las andas, y en ellas vieron cubierto de flores | |
un cuerpo muerto, vestido como pastor, de | |
edad, al parecer, de treinta años; y, aunque | |
muerto, mostraba que vivo había sido de rostro | |
hermoso y de disposición gallarda. | |
dél tenía en las mesmas andas algunos | |
libros y muchos papeles abiertos y cerrados. | |
Y así, los que esto miraban como los que | |
abrían la sepultura, y todos los demás, que allí | |
había, guardaban un maravilloso silencio, hasta | |
que uno de los que al muerto trujeron, dijo | |
a otro. | |
Mira bien, Ambrosio, si es este el lugar | |
que Grisóstomo dijo, ya que queréis que | |
tan puntualmente se cumpla lo que dejó | |
mandado en su testamento. | |
¿Este es? ¿Qué muchas | |
veces en él me contó mi desdichado amigo | |
la historia de su desventura. Allí me dijo | |
el que vio la vez primera a aquella enemiga | |
mortal del linaje humano, y allí fue también | |
donde la primera vez le declaró su pensamiento, | |
tan honesto como enamorado, y allí fue la | |
última vez donde Marcela le acabó de desengañar | |
y desdeñar, de suerte que puso fin a la | |
tragedia de su miserable vida. Y aquí, en | |
memoria de tantas desdichas, quiso el que le | |
depositasen en las entrañas del eterno olvido. | |
Y volviéndose a don Quijote y a los | |
caminantes, prosiguió diciendo: | |
Ese cuerpo, señores, que con piadosos ojos | |
estáis mirando, fue depositario de un alma en | |
quien el cielo puso infinita parte de sus | |
riquezas. Ese es el cuerpo de Grisóstomo, que fue | |
único en el ingenio, sólo en la cortesía, | |
extremo en la gentileza, fénix en la amistad, | |
magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegre | |
sin bajeza, y finalmente, primero en todo lo | |
que es ser bueno y sin segundo en todo lo que | |
fue ser desdichado. Quiso bien, fue aborrecido; | |
adoró, fue desdeñado; rogo a una fiera, | |
importunó a un mármol, corrió tras el viento, | |
dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, | |
de quien alcanzó por premio ser despojos de | |
la muerte en la mitad de la carrera de su vida, | |
a la cual dio fin una pastora, a quien él | |
procuraba eternizar para que viviera en la memoria | |
de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien | |
esos papeles que estáis mirando, si él no me | |
hubiera mandado que los entregara al fuego | |
en habiendo entregado su cuerpo a la tierra. | |
De mayor rigor y crueldad usaréis vos con | |
ellos, –dijo Vivaldo–, que su mesmo dueño, | |
pues no es justo ni acertado que se cumpla la | |
voluntad de quien lo que ordena va fuera de | |
todo razonable discurso; y no le tuviera bueno | |
augusto César, si consintiera que sé | |
pusiera en ejecución lo que el divino Mantuano | |
dejó en su testamento mandado. Así que | |
señor Ambrosio, ya que deis el cuerpo de vuestro | |
amigo a la tierra, no queráis dar sus escritos | |
al olvido; que si él ordenó como agraviado, no | |
es bien que vos cumpláis como indiscreto. Antes | |
haced, dando la vida a estos papeles, que la | |
tenga siempre la crueldad de Marcela, para que | |
sirva de ejemplo en los tiempos que están por | |
venir a los vivientes para que se aparten, y | |
huyan de caer en semejantes despeñaderos; que | |
ya sé yo, y los que aquí venimos, la historia | |
deste vuestro enamorado y desesperado amigo, | |
y sabemos la amistad vuestra y la ocasión | |
de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar | |
de la vida, de la cual lamentable historia | |
se puede sacar cuanta haya sido la crueldad | |
de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la | |
amistad vuestra, con el paradero que tienen | |
los que a rienda suelta corren por la senda que | |
el desvarïado amor delante de los ojos les | |
pone. Anoche supimos la muerte de Grisóstomo, | |
y que en este lugar había de ser enterrado, | |
y, así, de curiosidad y de lástima, dejamos | |
nuestro derecho viaje, y acordamos de venir a | |
ver con los ojos lo que tanto nos había lastimado | |
en oírlo. Y en pago de esta lástima y del | |
deseo que en nosotros nació de remedialla, si | |
pudiéramos, te rogamos, ¡oh discreto Ambrosio!, | |
a lo menos, yo te lo suplico de mi parte, que | |
dejando de abrasar estos papeles, me dejes | |
llevar algunos dellos. | |
Y, sin aguardar que el pastor respondiese, | |
alargó la mano y tomó algunos de los que más | |
cerca estaban; viendo lo cual Ambrosio dijo: | |
Por cortesía consentiré que os quedéis, | |
señor, con los que ya habéis tomado; pero pensar | |
que dejaré de abrasar los que quedan, es | |
pensamiento vano. | |
Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles | |
decían: «Abrió luego el uno dellos y vio que | |
tenía por título canción desesperada. | |
Ambrosio, y dijo: | |
Ese es el último papel que escribió el | |
desdichado, y porque veáis, señor, en el término | |
que le tenían sus desventuras, leelde de modo | |
que seáis oído, que bien os dará lugar a ello | |
el que se tardare en abrir la sepultura. | |
Eso haré yo de muy buena gana, dijo | |
¡Vivaldo! | |
y como todos los circunstantes tenían el | |
mesmo deseo, se le pusieron a la redonda, | |
y él, leyendo en voz clara, vio que así decía: | |
Ya ¿qué quieres, cruel, que se publique | |
de lengua en lengua y de una en otra gente. | |
del áspero rigor tuyo la fuerza, | |
haré que el mesmo infierno comunique | |
Al triste pecho mío un son doliente, | |
con que el uso común de mi voz tuerza. | |
Y al par de mi deseo, que se esfuerza | |
a decir mi dolor y tus hazañas, | |
de la espantable voz irá el acento, | |
y en él mezcladas, por mayor tormento, | |
pedazos de las míseras entrañas. | |
Escucha, pues, y presta atento oído, | |
no al concertado son, sino al ruido | |
que de lo hondo de mi amargo pecho, | |
llevado de un forzoso desvarío, | |
por gusto mío sale y tu despecho. | |
El rugir del león, del lobo fiero, | |
el temeroso aullido, el silbo horrendo | |
de escamosa serpiente, el espantable | |
baladro de algún monstruo, el agorero | |
graznar de la corneja y el estruendo | |
del viento contrastado en mar instable, | |
del ya vencido toro el implacable | |
bramido, y de la viuda tortolilla | |
el sentible arrullar; el triste canto | |
del envidiado buho, con el llanto | |
de toda la infernal negra cuadrilla, | |
salgan con la doliente ánima fuera. | |
mezclados en un son, de tal manera, | |
que se confundan los sentidos todos, | |
pues la pena crüel que en mí se halla, | |
para contarle pide nuevos modos. | |
De tanta confusión, no las arenas | |
del padre Tajo oirán los tristes ecos, | |
ni del famoso Betis las olivas, | |
que allí se esparcirán mis duras penas | |
en altos riscos y en profundos huecos, | |
con muerta lengua y con palabras vivas, | |
o ya en escuros valles o en esquivas | |
playas, desnudas de contrato humano, | |
o adonde el sol jamás mostro su lumbre, | |
o entre la venenosa muchedumbre | |
de fieras que alimenta el libio llano, | |
que, puesto que en los páramos desiertos | |
los ecos roncos de mi mal, inciertos, | |
suenen con tu rigor tan sin segundo, | |
por privilegio de mis cortos hados, | |
serán llevados por el ancho mundo. | |
Mata un desdén, atierra la paciencia, | |
o verdadera o falsa, una sospecha, | |
matan los celos con rigor más fuerte. | |
desconcierta la vida larga ausencia. | |
contra un temor de olvido no aprovecha | |
firme esperanza de dichosa suerte. | |
En todo hay cierta, inevitable muerte, | |
mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo | |
celoso, ausente, desdeñado y cierto, | |
de las sospechas que me tienen muerto, | |
y en el olvido en quien mi fuego avivo, | |
y, entre tantos tormentos, nunca alcanza | |
mi vista a ver en sombra a la esperanza, | |
ni yo, desesperado, la procuro; | |
antes por extremarme en mi querella, | |
estar sin ella eternamente juro. | |
¿Puédese, por ventura, en un instante | |
esperar y temer, o es bien hacello, | |
siendo las causas del temor más ciertas? | |
Tengo, si el duro celo está delante, | |
de cerrar estos ojos, si he de vello | |
por mil heridas en el alma abiertas? | |
¿Quién no abrirá de par en par las puertas | |
a la desconfïanza, cuando mira | |
descubierto el desdén y las sospechas, | |
¡Oh, amarga conversión!, verdades hechas, | |
y la limpia verdad vuelta en mentira? | |
¡Oh, en el reino de amor fieros tiranos | |
celos!, ponedme un hierro en estas manos; | |
dame, desdén, una torcida soga. | |
Mas, ¡ay de mí!, que con cruel vitoria | |
vuestra memoria el sufrimiento ahoga. | |
Yo muero, en fin, y porque nunca espere | |
¡Buen suceso en la muerte ni en la vida! | |
pertinaz estaré en mi fantasía; | |
diré que va acertado el que bien quiere, | |
y que es más libre el alma más rendida | |
a la de amor antigua tiranía. | |
Diré que la enemiga siempre mía | |
Hermosa el alma como el cuerpo tiene, | |
y que su olvido de mi culpa nace, | |
y que en fe de los males que nos hace, | |
amor su imperio en justa paz mantiene. | |
Y con esta opinión y un duro lazo, | |
acelerando el miserable plazo | |
a que me han conducido sus desdenes, | |
ofreceré a los vientos cuerpo y alma, | |
sin lauro o palma de futuros bienes. | |
Tú, que con tantas sinrazones muestras | |
la razón que me fuerza a que la haga | |
a la cansada vida que aborrezco, | |
pues ya ves que te da notorias muestras | |
esta del corazón profunda llaga, | |
de como alegre a tu rigor me ofrezco, | |
si por dicha conoces que merezco | |
que el cielo claro de tus bellos ojos | |
en mi muerte se turbe, no lo hagas. | |
que no quiero que en nada satisfagas | |
al darte de mi alma los despojos. | |
Antes con risa en la ocasión funesta | |
descubre que el fin mío fue tu fiesta. | |
Más gran simpleza es avisarte desto, | |
pues sé que está tu gloria conocida | |
en que mi vida llegue al fin tan presto. | |
Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo | |
Tántalo con su sed, Sisifo venga | |
con el peso terrible de su canto. | |
Ticio traya su buitre, y así mismo | |
con su rueda egión no se detenga, | |
ni las hermanas que trabajan tanto. | |
Y todos juntos su mortal quebranto | |
trasladen en mi pecho, y en voz baja, | |
si ya a un desesperado son debidas, | |
canten obsequias tristes, doloridas, | |
al cuerpo, a quien se niegue aun la mortaja. | |
y el portero infernal de los tres rostros, | |
con otras mil quimeras y mil monstros, | |
lleven el doloroso contrapunto; | |
que otra pompa mejor no me parece | |
que la merece un amador difunto. | |
Canción desesperada, no te quejes | |
cuando mi triste compañía dejes, | |
antes, pues que la causa do naciste | |
con mi desdicha augmenta su ventura, | |
aun en la sepultura, no estés triste. | |
Bien les pareció a los que escuchado habían | |
la canción de Grisóstomo, puesto que el que | |
la leyo dijo que no le parecía que conformaba | |
con la relación que él había oído del recato, | |
bondad de Marcela, porque en ella se quejaba | |
grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, | |
todo en perjuicio del buen crédito y buena | |
fama de Marcela. A lo cual respondió | |
Ambrosio, como aquel que sabía bien los más | |
escondidos pensamientos de su amigo. | |
¿Para qué, señor, os satisfagáis desa | |
duda, es bien que sepáis que cuando este | |
desdichado escribió esta canción, estaba ausente de | |
Marcela, de quien él se había ausentado por su | |
voluntad, por ver si usaba con él la ausencia de | |
sus ordinarios fueros. Y como al enamorado | |
ausente no hay cosa que no le fatigue, ni temor | |
que no le dé alcance, así le fatigaban a | |
Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas | |
temidas como si fueran verdaderas. Y con esto | |
queda en su punto la verdad que la fama pregona | |
de la bondad de Marcela, la cual fuera | |
de ser crüel y un poco arrogante, y un mucho | |
desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede | |
ponerle falta alguna. | |
¿Así es la verdad?, respondió Vivaldo. | |
Y, queriendo leer otro papel de los que había | |
reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa | |
visión que tal parecía ella, que improvisamente | |
se les ofreció a los ojos, y fue que por | |
cima de la peña donde se cababa la sepultura, | |
pareció la pastora Marcela tan hermosa, que | |
pasaba a su fama su hermosura. Los que hasta | |
entonces no la habían visto, la miraban con | |
admiración y silencio, y los que ya estaban | |
acostumbrados a verla, no quedaron menos | |
suspensos que los que nunca la habían visto. | |
apenas la hubo visto Ambrosio, cuando con | |
muestras de ánimo indignado le dijo: | |
¿Vienes a ver por ventura ¡oh fiero basilisco | |
destas montañas! Si con tu presencia vierten | |
sangre las heridas deste miserable a quien tú | |
crueldad quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte | |
en las crüeles hazañas de tu condición, o a ver | |
desde esa altura, como otro despiadado. | |
Nero, el incendio de su abrasada Roma, o a | |
pisar arrogante este desdichado cadáver, como | |
la ingrata hija al de su padre Tarquino? | |
Dinos presto a lo que vienes, o qué es aquello de | |
que más gustas; que por saber yo que los | |
pensamientos de Grisóstomo jamás dejaron de | |
obedecerte en vida, haré que, aun el muerto, te | |
obedezcan los de todos aquellos que sé | |
llamaron sus amigos. | |
No vengo, ¡ah Ambrosio!, a ninguna cosa de | |
las que has dicho”, respondió Marcela, “sino a | |
volver por mí misma, y a dar a entender cuán | |
fuera de razón van todos aquellos que de sus | |
penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; | |
y así, ruego a todos los que aquí estáis, me | |
estéis atentos, que no será menester mucho | |
tiempo, ni gastar muchas palabras, para persuadir | |
una verdad a los discretos. | |
Hízome el cielo, según vosotros decís, | |
hermosa, y de tal manera, que, sin ser poderosos, | |
a otra cosa a que me améis os mueve mí | |
hermosura. Y por el amor que me mostráis, decís, | |
y aun queréis que esté yo obligada a amaros. | |
Yo conozco, con el natural entendimiento que | |
Dios me ha dado, que todo lo hermoso es | |
amable; mas no alcanzo que, por razón de | |
ser amado, esté obligado lo que es amado por | |
hermoso, a amar a quien le ama. Y más que | |
podría acontecer que el amador de lo hermoso | |
fuese feo, y siendo lo feo digno de ser | |
aborrecido, cae muy mal el decir: «Quiérote por | |
hermosa, hasme de amar aunque sea feo... | |
puesto caso que corran igualmente las | |
hermosuras, no por eso han de correr iguales los | |
deseos que no todas hermosuras enamoran; | |
que algunas alegran la vista y no rinden la | |
voluntad; que si todas las bellezas enamorasen | |
y rindiesen, sería un andar las voluntades | |
confusas y descaminadas, sin saber en | |
cuál habían de parar, porque, siendo infinitos | |
los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los | |
deseos, y, según yo he oído decir, el verdadero | |
amor no se divide, y ha de ser voluntario | |
y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo | |
que lo es, ¿por qué queréis que rinda mí | |
voluntad por fuerza, obligada no más de que | |
decís que me queréis bien? Si no, decidme: «Si | |
como el cielo me hizo, hermosa, me hiciera fea, | |
fuera justo que me quejara de vosotros | |
porque no me amábades? ¿Cuánto más que habéis | |
de considerar que yo no escogí la hermosura | |
que tengo, que tal cual es, el cielo me la dio | |
de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así, | |
como la víbora no merece ser culpada por la | |
ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, | |
por habérsela dado naturaleza, tan poco yo | |
merezco ser reprehendida por ser hermosa, que | |
la hermosura en la mujer honesta es como el | |
fuego apartado o cómo la espada aguda. ¿Qué | |
ni él quema, ni ella corta a quien a ellos no sé | |
acerca. La honra y las virtudes son adornos. | |
del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo | |
sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la | |
honestidad es una de las virtudes que al cuerpo | |
y alma más adornan y hermosean, ¿por qué | |
la ha de perder la que es amada por hermosa, | |
por corresponder a la intención de aquel que | |
por solo su gusto, con todas sus fuerzas e | |
industrias, procura que la pierda? | |
Yo nací libre, y para poder vivir libre | |
escogí la soledad de los campos. Los árboles | |
destas montañas son mi compañía, las claras | |
aguas destos arroyos mis espejos, con los | |
árboles, y con las aguas comunico mis | |
pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y | |
espada puesta lejos. A los que he enamorado | |
con la vista, he desengañado con las palabras. | |
Y si los deseos se sustentan con esperanzas, | |
no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo | |
ni a otro alguno, en fin, de ninguno dellos, | |
bien se puede decir que antes le mató su | |
porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo | |
que eran honestos sus pensamientos, y que | |
por esto estaba obligada a corresponder a | |
ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar | |
donde ahora se caba su sepultura, me descubrió | |
la bondad de su intención, le dije yo que la | |
mía era vivir en perpetua soledad, y de que | |
sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento | |
y los despojos de mi hermosura; y si él, | |
con todo este desengaño, quiso porfiar contra | |
la esperanza y navegar contra el viento. ¿Qué | |
mucho que se anegase en la mitad del golfo | |
de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera | |
falsa, si le contentara, hiciera contra mí mejor | |
intención y prosupuesto. Porfió desengañado, | |
desesperó sin ser aborrecido. Mirad ahora si | |
será razón que de su pena se me dé a mí la | |
culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel | |
a quien le faltaron las prometidas esperanzas, | |
confiese el que yo llamare, ufánese el que yo | |
admitiere; pero no me llame crüel ni omicida | |
aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo | |
ni admito. | |
El cielo aun hasta ahora no ha querido que | |
yo ame por destino; y el pensar que tengo de | |
amar por elección es excusado. Este general | |
desengaño sirva a cada uno de los que me | |
solicitan de su particular provecho; y entiéndase | |
de aquí adelante; que, si alguno por mí | |
muriere, no muere de celoso ni desdichado, | |
porque quien a nadie quiere, a ninguno debe | |
dar celos; que los desengaños no se han de | |
tomar en cuenta de desdenes. El que me llama | |
fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial | |
y mala; el que me llama ingrata no me sirva; | |
el que desconocida no me conozca; ¿quién | |
cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, | |
esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, | |
ni los buscará, servirá, conocera ni seguirá en él. | |
ninguna manera; que si a Grisóstomo mató su | |
impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha | |
de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo | |
conservo mi limpieza con la compañía de los | |
árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda | |
el que quiere que la tenga con los hombres? | |
Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no | |
codicio las ajenas. Tengo libre condición y no | |
gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a | |
nadie. No engaño a este, ni solicito aquel. | |
ni burlo con uno, ni me entretengo con el otro. | |
La conversación honesta de las zagalas destas | |
aldeas, y el cuidado de mis cabras me | |
entretiene. Tienen mis deseos por término estas | |
montañas; y si de aquí salen, es a contemplar | |
la hermosura del cielo, pasos con que camina | |
el alma a su morada primera. | |
Y, en diciendo esto, sin querer oír respuesta, | |
alguna, volvió las espaldas y se entró por lo | |
más cerrado de un monte que allí cerca estaba, | |
dejando admirados tanto de su discreción | |
como de su hermosura, a todos los que allí | |
estaban. Y algunos dieron muestras de aquellos | |
que de la poderosa flecha de los rayos de | |
sus bellos ojos estaban heridos, de quererla | |
seguir, sin aprovecharse del manifiesto | |
desengaño que habían oído. | |
Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole | |
que allí venía bien usar de su caballería | |
socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta | |
la mano en el puño de su espada, en altas e | |
inteligibles voces dijo. | |
ninguna persona, de cualquier estado y | |
condición que sea, se atreva a seguir a la | |
hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa | |
indignación mía. Ella ha mostrado, con claras y | |
suficientes razones, la poca o ninguna culpa | |
que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y | |
cuán ajena vive de condescender con los | |
deseos de ninguno de sus amantes; a cuya causa | |
es justo que, en lugar de ser seguida y | |
perseguida, sea honrada y estimada de todos los | |
buenos del mundo, pues muestra que en él, | |
ella es sola la que con tan honesta intención | |
vive... | |
¡Oh, ya que fuese por las amenazas de don | |
Quíjote, o porque Ambrosio les dijo que | |
concluyesen con lo que a su buen amigo debían, | |
ninguno de los pastores se movió ni apartó de | |
allí hasta que, acabada la sepultura y | |
abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron su | |
cuerpo en ella, no sin muchas lágrimas de los | |
circunstantes. Cerraron la sepultura con una | |
gruesa peña, en tanto que se acababa una | |
losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar | |
hacer, con un epitafio que había de decir | |
desta manera. | |
Yace aquí de un amador | |
¡El mísero cuerpo helado, | |
que fue pastor de ganado, | |
perdido por desamor. | |
Murió a manos del rigor | |
de una esquiva hermosa ingrata, | |
con quien su imperio dilata | |
la tiranía de amor. | |
Luego esparcieron por cima de la sepultura | |
muchas flores y ramos, y, dando todos el | |
pésame a su amigo Ambrosio, se despidieron de él. | |
Lo mesmo hicieron Vivaldo y su compañero, | |
y don Quijote se despidió de sus huéspedes | |
y de los caminantes, los cuales le rogaron sé | |
viniese con ellos a Sevilla, por ser lugar tan | |
acomodado a hallar aventuras, que en cada | |
calle, y tras cada esquina se ofrecen más que | |
en otro alguno. | |
don Quijote les agradeció el aviso, y él | |
ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo | |
que por entonces no quería ni debía ir a | |
Sevilla, hasta que hubiese despojado todas | |
aquellas sierras de ladrones malandrines, de | |
quién era fama que todas estaban llenas. | |
Viendo su buena determinación, no quisieron los | |
caminantes importunarle más, sino tornándose | |
a despedir de nuevo, le dejaron y prosiguieron | |
su camino, en el cual no les faltó de qué tratar, | |
así de la historia de Marcela y Grisóstomo, | |
como de las locuras de don Quijote. | |
cuál determinó de ir a buscar a la pastora | |
Marcela, y ofrecerle todo lo que él podía en su | |
servicio. Mas no le avino como él pensaba, | |
según se cuenta en el discurso de esta verdadera | |
historia, dando aquí fin la segunda parte. | |
Cuenta el sabio Cide Hamete Venengelí que, | |
así como don Quijote se despidió de sus | |
huéspedes y de todos los que se hallaron al | |
entierro del pastor Grisóstomo, él y su | |
escudero se entraron por el mesmo bosque donde | |
vieron que se había entrado la pastora Marcela; | |
y habiendo andado más de dos horas por él, | |
buscándola por todas partes sin poder hallarla, | |
vinieron a parar a un prado lleno de fresca | |
yerba, junto del cual corría un arroyo apacible | |
y fresco, tanto que convidó y forzo, a pasar | |
allí las horas de la siesta, que rigurosamente | |
comenzaba ya a entrar. | |
Apeáronse don Quijote y Sancho, y, dejando | |
al jumento y a Rocinante a sus anchuras | |
pacer de la mucha yerba que allí había, dieron | |
saco a las alforjas, y sin cerimonia alguna, | |
en buena paz y compañía, amo y mozo comieron | |
lo que en ellas hallaron. ¿No se había curado | |
Sancho, de echar sueltas a Rocinante, seguro | |
de que le conocía por tan manso y tan poco | |
rijoso que todas las yeguas de la dehesa de | |
Córdoba no le hicieran tomar mal siniestro. | |
Ordenó, pues, la suerte y el diablo, que no | |
todas veces duerme que andaban por aquel | |
valle paciendo una manada de hacas galicianas, | |
de unos harrieros gallegos, de los | |
cuáles es costumbre sestear con su recua en | |
lugares y sitios de hierba y agua. Y aquel, | |
donde acerto a hallarse don Quijote, era muy | |
a propósito de los gallegos. Sucedió, pues, | |
que a Rocinante le vino en deseo de refocilarse | |
con las señoras facas, y saliendo, así | |
como las olio, de su natural paso y costumbre, | |
sin pedir licencia a su dueño, tomó un | |
trótico algo picadillo, y se fue a comunicar | |
su necesidad con ellas. Mas ellas, ¿qué a lo que | |
pareció, debían de tener más gana de pacer | |
que de ál recibiéronle con las herraduras y | |
con los dientes, de tal manera que apoco | |
espacio se le rompieron las cinchas y quedó sin | |
silla, en pelota. Pero lo que él debió más de | |
sentir fue que, viendo los harrieros la fuerza, | |
que a sus yeguas se les hacía, acudieron con | |
estacas, y tantos palos le dieron, que le | |
derribaron mal parado en el suelo. | |
Ya, en esto, don Quijote y Sancho, que la | |
paliza de Rocinante habían visto, llegaban | |
hijadeando. Y dijo don Quijote a Sancho: | |
A lo que yo veo, amigo Sancho, estos no | |
son caballeros, sino gente soez y de baja | |
ralea. Dígolo porque bien me puedes ayudar a | |
tomar la debida venganza del agravio que | |
delante de nuestros ojos se le ha hecho a | |
Rocinante. | |
¿Qué diablos de venganza hemos de tomar? | |
respondió Sancho: “Si estos son más de | |
veinte, y nosotros no más de dos, y aunquizá | |
nosotros, sino uno y medio? | |
Yo valgo por ciento, replicó don Quijote. | |
Y, sin hacer más discursos, echó mano a su | |
espada y arremetió a los gallegos, y lo | |
mesmo hizo Sancho Panza, incitado y movido | |
del ejemplo de su amo. Y a las primeras dio | |
don Quijote una cuchillada a uno que le abrió | |
un sayo de cuero de que venía vestido, con | |
gran parte de la espalda. Los gallegos, que | |
se vieron maltratar de aquellos dos hombres | |
solos, siendo ellos tantos, acudieron a sus | |
estacas, y, cogiendo a los dos en medio, | |
comenzaron a menudear sobre ellos con grande | |
Verdad es que al | |
segundo toque dieron con Sancho en el suelo, | |
y lo mesmo le avino a don Quijote, sin que | |
le valiese su destreza y buen ánimo. Y quiso | |
su ventura que viniese a caer a los pies de | |
Rocinante, que aún no se había levantado, donde | |
se echa de ver la furia con que machacan | |
estacas puestas en manos rústicas y enojadas. | |
Viendo, pues, los gallegos el mal recado | |
que habían hecho, con la mayor presteza que | |
pudieron cargaron su recua y siguieron su | |
camino, dejando a los dos aventureros de mala | |
traza y de peor talante. El primero que sé | |
resintió fue Sancho Panza, y hallándose junto a | |
su señor, con voz enferma y lastimada, dijo. | |
¡Señor don Quijote! ¡Ah, señor don | |
¡Quíjote! | |
¿Qué quieres, Sancho hermano? ¿Respondió | |
don Quijote, con el mesmo tono afeminado | |
y doliente que Sancho. | |
Querría, si fuese posible, respondió | |
Sancho Panza, que vuestra merced me diese dos | |
tragos de aquella bebida del feo Blas, si es | |
que la tiene vuestra merced hay a mano. Quizá | |
será de provecho para los quebrantamientos | |
de huesos como lo es para las feridas. | |
Pues a tenerla yo aquí, ¡desgraciado yo!, | |
¿Qué nos faltaba? ¿Qué respondió don Quijote? | |
Mas yo te juro, Sancho Panza, a fe de caballero | |
andante, que antes que pasen dos días, | |
si la fortuna no ordena otra cosa, la tengo de | |
tener en mi poder o mal me han de andar las | |
manos.” | |
Pues ¿en cuantos le parece a vuestra | |
merced que podremos mover los pies? | |
¡Sancho Panza! | |
¿De mí sé decir?, dijo el molido caballero | |
don Quijote, que no sabré poner término a | |
esos días. Mas yo me tengo la culpa de todo, | |
que no había de poner mano a la espada contra | |
hombres que no fuesen armados caballeros | |
como yo. Y así, creo que en pena de haber | |
pasado las leyes de la caballería, ha permitido | |
el dios de las batallas que se me diese este | |
castigo. Por lo cual, Sancho Panza, conviene | |
que estés advertido en esto que ahora te diré, | |
porque importa mucho a la salud de entrambos, | |
y es que cuando veas que semejante canalla | |
nos hace algún agravio, no aguardes a | |
que yo ponga mano al espada para ellos, porque | |
no lo haré en ninguna manera, sino pon tú | |
mano a tu espada y castígalos muy a tu sabor; | |
que, si en su ayuda y defensa acudieren | |
caballeros, yo te sabré defender y ofendellos con | |
todo mi poder, que ya habrás visto por mil | |
señales y experiencias hasta adonde se extiende | |
el valor de este mi fuerte brazo. | |
Tal quedó de arrogante el pobre señor con | |
el vencimiento del valiente bizcaino. | |
mas no le pareció también a Sancho | |
Panza el aviso de su amo que dejase de | |
responder, diciendo: | |
Señor, yo soy hombre pacífico, manso. | |
sosegado, y sé disimilar cualquiera injuria, | |
porque tengo mujer y hijos que sustentar y criar. | |
Así, que séale a vuestra merced también aviso, | |
pues no puede ser mandato que en ninguna | |
manera pondré mano a la espada, ni contra | |
villano ni contra caballero. Y que, desde aquí | |
para delante de Dios, perdono cuantos agravios | |
me han hecho y han de hacer, ora me los | |
haya hecho, ohaga o haya de hacer persona alta, | |
o baja, rico, pobre, hidalgo o pechero, sin | |
eceptar estado ni condición alguna. | |
Lo cual oído por su amo le respondió: | |
Quisiera tener aliento para poder hablar un | |
poco descansado, y que el dolor que tengo en | |
esta costilla se aplacara tanto cuanto, para | |
darte a entender, Panza, en el error en que estás. | |
Ven acá, pecador. Si el viento de la fortuna, | |
hasta ahora tan contrario, en nuestro favor sé | |
vuelve, llenándonos las velas del deseo, | |
para que seguramente y sin contraste alguno | |
tomemos puerto en alguna de las ínsulas que te | |
tengo prometida, ¿qué sería de ti, sí, ganándola | |
yo, te hiciese, señor, della, pues lo vendrás a | |
imposibilitar por no ser caballero, ni quererlo | |
ser, ni tener valor ni intención de vengar tus | |
injurias y defender tu señorío? ¿Por qué has de | |
saber que en los reinos y provincias | |
nuevamente conquistados nunca están tan quietos | |
los ánimos de sus naturales, ni tan de parte del | |
nuevo señor, que no se tengan temor de que | |
han de hacer alguna novedad para alterar de | |
nuevo las cosas, y volver, como dicen, a probar | |
ventura. Y, así, es menester que el nuevo | |
posesor tenga entendimiento para saberse | |
gobernar y valor para ofender y defenderse en | |
cualquiera acontecimiento. | |
En este que ahora nos ha acontecido, respondió | |
Sancho, quisiera yo tener ese entendimiento | |
y ese valor que vuestra merced dice. | |
Mas yo le juro, a fe de pobre hombre, que más | |
estoy para bizmas que para pláticas. | |
vuestra merced, si se puede levantar, y ayudaremos | |
a Rocinante, aunque no lo merece, porque él | |
fue la causa principal de todo este molimiento. | |
Jamás tal creí de Rocinante, que le tenía por | |
persona casta y tan pacífica como yo. En fin, | |
bien dicen que es menester mucho tiempo para | |
venir a conocer las personas, y que no hay cosa | |
segura en esta vida. | |
aquellas tan grandes cuchilladas como vuestra | |
merced dio a aquel desdichado caballero andante, | |
había de venir por la posta y en seguimiento | |
suyo esta tan grande tempestad de palos | |
que ha descargado sobre nuestras espaldas? | |
Aun las tuyas, Sancho, replicó don Quijote, | |
deben de estar hechas a semejantes nublados; | |
pero las mías, criadas entre sinabafas, | |
y holandas, claro está que sentirán más el dolor | |
de esta desgracia. Y si no fuese porque imagino | |
¿Qué digo imagino? Sé muy cierto que todas | |
estas incomodidades son muy anejas al ejercicio | |
de las armas, aquí me dejaría morir de puro | |
enojo.” | |
A esto replicó el escudero. | |
Señor, ya que estas desgracias son de la | |
cosecha de la caballería, dígame vuestra | |
merced si suceden muy a menudo, o si tienen sus | |
tiempos limitados en que acaecen, porque me | |
parece a mí que a dos cosechas quedaremos | |
inútiles para la tercera, si Dios, por su infinita | |
misericordia, no nos socorre. | |
¿Sábete, amigo Sancho?, respondió don | |
Quíjote que la vida de los caballeros andantes | |
está sujeta a mil peligros y desventuras, y | |
ni más ni menos está en potencia propincua | |
de ser los caballeros andantes reyes, | |
emperadores, como lo ha mostrado la experiencia | |
en muchos y diversos caballeros, de cuyas | |
historias yo tengo entera noticia. Y pudiérate | |
contar ahora si el dolor me diera lugar, de | |
algunos que solo por el valor de su brazo han | |
subido a los altos grados que he contado. | |
estos mesmos se vieron antes y después en | |
diversas calamidades y miserias, porque él | |
valeroso Amadís de Gaula se vio en poder de | |
su mortal enemigo Arcaláus el encantador, de | |
quien se tiene por averiguado que le dio, | |
teniéndole preso, más de docientos azotes con | |
las riendas de su caballo, atado a una coluna | |
de un patio. Y aun hay un autor secreto y de | |
no poco crédito, que dice que, habiendo cogido | |
al caballero del Febo con una cierta trampa | |
que se le hundió debajo de los pies, en un | |
cierto castillo, al caer, se halló en una honda | |
sima debajo de tierra, atado de pies y manos, | |
y allí le echaron una destas que llaman melecinas | |
de agua de nieve y arena, de lo que llegó | |
muy al cabo, y si no fuera socorrido en aquella | |
gran cuita de un sabio, grande amigo suyo, lo | |
pasara muy mal el pobre caballero. Así, | |
que bien puedo yo pasar entre tanta buena | |
gente, ¿qué mayores afrentas son las que estos | |
pasaron que no las que ahora nosotros pasamos. | |
Porque quiero hacerte sabidor, Sancho, | |
que no afrentan las heridas que se dan con los | |
instrumentos que acaso se hallan en las | |
manos. Y esto está, en la ley del duelo, | |
escrito por palabras expresas; que si el zapatero | |
da a otro con la horma que tiene en la mano, | |
puesto que verdaderamente es de palo, no por | |
eso se dirá que queda apaleado aquel a quien | |
dio con ella. Digo esto porque no pienses que, | |
puesto que quedamos de esta pendencia molidos, | |
quedamos afrentados, porque las armas | |
que aquellos hombres traían, con que nos | |
machacaron, no eran otras que sus estacas y | |
ninguno dellos a lo que se me acuerda tenía | |
estoque, espada ni puñal. | |
¿No me dieron a mi lugar?, respondió | |
Sancho, a que mirase en tanto, porque apenas | |
puse mano a mi tizona, cuando me santiguaron | |
los hombros con sus pinos, de manera que | |
me quitaron la vista de los ojos y la fuerza de | |
los pies, dando conmigo a donde ahora yago, y | |
adonde no me da pena alguna el pensar si fue | |
afrenta o no lo de los estacazos, como me | |
la da el dolor de los golpes, que me han de | |
quedar tan impresos en la memoria como en | |
las espaldas.” | |
Con todo eso te hago saber, hermano, | |
Panza replicó don Quijote que no hay | |
memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor | |
que muerte no le consuma. | |
Pues, ¿qué mayor desdicha puede ser | |
replicó Panza –de aquella que aguarda al | |
tiempo que la consuma y a la muerte que la | |
acabe? Si esta nuestra desgracia fuera de | |
aquellas que con un par de bizmas se curan, aun | |
no tan malo; pero voy viendo que no han de | |
bastar todos los emplastos de un hospital para | |
ponerlas en buen término siquiera. | |
Déjate deso y saca fuerzas de flaqueza. | |
¡Sancho!, respondió don Quijote, que así | |
haré yo, y veamos cómo está Rocinante, que a | |
lo que me parece, no le ha cabido al pobre la | |
menor parte de esta desgracia. | |
No hay de qué maravillarse deso, respondió | |
Sancho, siendo él tan buen caballero | |
andante; de lo que yo me maravillo es de que | |
mi jumento haya quedado libre y sin costas, | |
donde nosotros salimos sin costillas. | |
Siempre deja la ventura una puerta abierta | |
en las desdichas para dar remedio a ellas, | |
dijo don Quijote. Dígolo porque esa bestezuela | |
podrá suplir ahora la falta de Rocinante, | |
llevándome a mí desde aquí a algún castillo | |
donde sea curado de mis feridas. Y más que | |
no tendré a deshonra la tal caballería, porque | |
me acuerdo haber leído que aquel buen viejo | |
Sileno, ayo y pedágogo del alegre dios de la | |
risa, cuando entró en la ciudad de las cien | |
puertas, iba muy a su placer caballero sobre | |
un muy hermoso asno. | |
Verdad será que él debía de ir caballero | |
como vuestra merced dice, respondió Sancho; | |
pero hay grande diferencia del ir caballero al | |
ir atravesado como costal de vasura. | |
A lo cual respondió don Quijote: | |
Las feridas que se reciben en las batallas | |
antes dan honra que la quitan. Así que, Panza, | |
amigo, no me repliques más, sino como ya | |
te he dicho, levántate lo mejor que pudieres | |
y ponme de la manera que más te agradare | |
encima de tu jumento, y vamos de aquí antes | |
que la noche venga y nos saltee en este | |
despoblado.” | |
Pues yo he oído decir a vuestra merced | |
dijo Panza que es muy de caballeros andantes | |
el dormir en los páramos y desiertos lo más | |
del año, y que lo tienen a mucha ventura. | |
«Eso es», dijo don Quijote, cuando no | |
pueden más o cuando están enamorados, y es | |
tan verdad esto, que ha habido caballero que sé | |
ha estado sobre una peña, al sol y a la sombra | |
y a las inclemencias del cielo, dos años sin | |
que lo supiese su señora. Y uno destos fue | |
Amadís cuando, llamándose Beltenebros, sé | |
alojó en la peña pobre, ni sé si ocho años | |
o ocho meses, que no estoy muy bien en la | |
cuenta. Basta que él estuvo allí haciendo | |
penitencia por no sé qué sinsabor que le hizo la | |
señora Oriana. Pero dejemos ya esto, Sancho, | |
y acaba, antes que suceda otra desgracia al | |
jumento como a Rocinante. | |
¡Aún ahí sería el diablo! ¡Aún ahí sería el diablo! | |
y despidiendo treinta ayes y sesenta sospiros | |
y ciento y veinte pesetes y reniegos de | |
quien allí le había traído, se levantó, quedándose | |
agobiado en la mitad del camino, como arco | |
turquesco, sin poder acabar de enderezarse, y | |
con todo este trabajo aparejó su asno, que | |
también había andado algo destraído con la | |
demasiada libertad de aquel día. | |
a Rocinante, el cual, si tuviera lengua con | |
que quejarse, a buen seguro que Sancho, | |
su amo no le fueran en zaga. | |
En resolución, Sancho acomodó a don Quijote | |
sobre el asno y puso de reata a Rocinante, | |
y, llevando al asno de cabestro, se encaminó | |
poco más a menos hacía donde le pareció | |
que podía estar el camino real. Y la suerte | |
que sus cosas de bien en mejor yua guiando, | |
aún no hubo andado una pequeña legua, cuando | |
le deparó el camino, en el cual descubrió | |
una venta que, a pesar suyo y gusto de don | |
Quíjote, había de ser castillo. Porfiaba, Sancho, | |
que era venta y su amo que no, sino castillo; | |
y tanto duró la porfía, que tuvieron lugar sin | |
acabarla, de llegar a ella, en la cual Sancho sé | |
entró, sin más averiguación, con toda su recua. | |
El ventero que vio a don Quijote atravesado | |
en el asno, preguntó a Sancho qué mal | |
traía. Sancho le respondió que no era nada, | |
sino que había dado una caída de una peña | |
abajo, y que venía algo brumadas las costillas. | |
Tenía el ventero por mujer a una, no de la | |
condición que suelen tener las de semejante | |
trato, porque naturalmente era caritativa y sé | |
dolía de las calamidades de sus prójimos, y | |
así, acudió luego a curar a don Quijote, y | |
hizo que una hija suya, doncella, muchacha y | |
de muy buen parecer, la ayudase a curar a su | |
huésped. Servía en la venta, así mesmo una | |
moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, | |
de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro | |
no muy sana. Verdad es que la gallardía del | |
cuerpo suplía las demás faltas: «No tenía siete | |
palmos de los pies a la cabeza y las espaldas, | |
que algún tanto le cargaban, la hacían mirar | |
al suelo más de lo que ella quisiera. Esta | |
gentil moza, pues, ayudó a la doncella; y las dos | |
hicieron una muy mala cama a don Quijote | |
en un camaranchón que, en otros tiempos, | |
daba manifiestos indicios que había servido de | |
pajar muchos años. En la cual también | |
alojaba un harriero que tenía su cama hecha un | |
poco más allá de la de nuestro don Quijote, | |
y, aunque era de las enjalmas y mantas de | |
sus machos, hacía mucha ventaja a la de don | |
Quíjote que solo contenía cuatro mal lisas | |
tablas sobre dos no muy iguales bancos, y un | |
colchón que, en lo sutil, parecía colcha, lleno de | |
bodoques, que a no mostrar que eran de lana | |
por algunas roturas, al tiento, en la dureza, | |
semejaban de guijarro y dos sabanas hechas | |
de cuero de adarga y una frazada, cuyos hilos | |
si se quisieran contar, no se perdiera uno solo | |
de la cuenta. | |
En esta maldita cama se acostó don Quijote. | |
Y luego la ventera y su hija le emplastaron | |
de arriba abajo, alumbrándoles maritornes, | |
que así se llamaba la asturiana, y | |
como al bizmalle viese la ventera tan | |
acardenalado apartes a don Quijote, dijo que | |
aquello más parecían golpes que caída. | |
¿No fueron golpes, dijo Sancho, sino que | |
la peña tenía muchos picos y tropezones, y que | |
cada uno había hecho su cardenal. Y también | |
le dijo: «Haga vuestra merced, señora, de | |
manera que queden algunas estopas, que no | |
faltará quien las haya menester; que también me | |
duelen a mí un poco los lomos. | |
¿De esa manera?, respondió la ventera, | |
¿¿también debistes vós de caer? | |
¡No cay! ¡Dijo Sancho Panza, sino que del | |
sobresalto que tomé de ver caer a mi amo, | |
tal manera me duele a mí el cuerpo, que me | |
parece que me han dado mil palos. | |
¡Bien podrá ser eso!, dijo la doncella. | |
que a mí me ha acontecido muchas veces | |
soñar que caya de una torre abajo, y que | |
nunca acababa de llegar al suelo, y cuando | |
despertaba del sueño, hallarme tan molida y | |
quebrantada como si verdaderamente hubiera | |
caído... | |
¡Ay está el toque, señora! ¡Ay está el toque, señora! | |
Panza. ¡Que yo, sin soñar nada, sino estando | |
mas despierto que ahora estoy, me hallo con | |
pocos menos cardenales que mi señor don | |
Quíjote. | |
¿Cómo se llama este caballero? ¿Preguntó | |
la asturiana maritornes. | |
don Quijote de la Mancha, respondió | |
Sancho Panza, y es caballero aventurero, y | |
de los mejores y más fuertes que de luengos | |
tiempos acá se han visto en el mundo. | |
¿Qué es caballero aventurero? | |
moza. | |
¿Tan nueva sois en el mundo, que no lo | |
¿Sabéis vos? | |
sabed, hermana mía, que caballero aventurero | |
es una cosa que en dos palabras se ve apaleado | |
y emperador. Hoy está la más desdichada | |
criatura del mundo, y la más menesterosa, y | |
mañana tendría dos o tres coronas de | |
reinos que dar a su escudero. | |
¿Cómo vos, siéndolo deste tan buen | |
señor, –no tenéis a lo que | |
parece, siquiera algún condado? | |
¿Aún es temprano?, respondió Sancho. | |
porque no ha sino un mes que andamos buscando | |
las aventuras, y hasta ahora no hemos topado | |
con ninguna que lo sea. Y tal vez hay que sé | |
busca una cosa y se halla otra. Verdad es que | |
si mi señor don Quijote sana desta herida, | |
caída, y yo no quedo contrecho della, no | |
trocaría mis esperanzas con el mejor título de | |
¡España! | |
Todas estas pláticas estaba escuchando muy | |
atento don Quijote, y sentándose en el lecho | |
¿cómo pudo, tomando de la mano a la ventera, | |
le dijo: | |
Creedme, fermosa señora, que os podéis | |
llamar venturosa por haber alojado en este vuestro | |
castillo a mi persona, que es tal, que si yo | |
no la alabo, es por lo que suele decirse que la | |
alabanza propria envilece, pero mi escudero | |
os dirá quién soy. Solo os digo que tendré | |
eternamente escrito en mi memoria el servicio que | |
me habedes fecho, para agradecéroslo mientras | |
la vida me durare. ¡Y pluguiera a los altos | |
¡Cielos!, que el amor no me tuviera tan rendido y | |
tan sujeto a sus leyes, y los ojos de aquella | |
hermosa ingrata que digo entre mis dientes; | |
que los de esta fermosa doncella fueran señores | |
de mi libertad. | |
Confusas estaban la ventera y su hija y la | |
buena de maritornes, oyendo las razones del | |
andante caballero, que así las entendían cómo | |
si hablara en griego, aunque bien alcanzaron | |
que todas se encaminaban a ofrecimiento y | |
requiebros; y como no usadas a semejante | |
lenguaje, mirábanle y admirábanse, y pareciales | |
otro hombre de los que se usaban; y, agradeciéndole | |
con venteriles razones sus ofrecimientos, | |
le dejaron, y la asturiana maritornes | |
curó a Sancho, que no menos lo había menester | |
que su amo. | |
Había el harriero concertado con ella, que | |
aquella noche se refocilarían juntos, y ella le había | |
dado su palabra de que, en estando sosegados, | |
los huéspedes y durmiendo sus amos, le iría a | |
buscar y satisfacerle el gusto en cuanto le | |
mandase. Y cuéntase de esta buena moza que jamás | |
dio semejantes palabras que no las cumpliese, | |
aunque las diese en un monte, y sin testigo | |
alguno, porque presumía muy de hidalga, y no | |
tenía por afrenta estar en aquel ejercicio de | |
servir en la venta, porque decía ella que | |
desgracias y malos sucesos la habían traído a | |
aquel estado. | |
El duro, estrecho, apocado y fementido lecho | |
de don Quijote estaba primero en mitad de | |
aquel estrellado establo, y luego, junto a él, hizo | |
el suyo Sancho, que solo contenía una estera | |
de enea y una manta, que antes mostraba ser | |
de angeo tundido que de lana. Sucedía a estos | |
dos lechos el del harriero, fabricado, como sé | |
ha dicho, de las enjalmas y de todo el adorno | |
de los dos mejores mulos que traía, aunque | |
eran doce, lucios, gordos y famosos, porque era | |
uno de los ricos harrieros de Arébalo, según lo | |
dice el autor de esta historia que deste harriero | |
hace particular mención, porque le conocía muy | |
bien, y aun quieren decir que era algo pariente | |
suyo. Fuera de que Cide Mahamate Benengelí | |
fue historiador muy curioso y muy puntual | |
en todas las cosas; y échase bien de ver, pues | |
las que quedan referidas, con ser tan mínimas y | |
tan rateras, no las quiso pasar en silencio. | |
donde podrán tomar ejemplo los historiadores | |
graves que nos cuentan las acciones tan corta | |
y sucintamente, que apenas nos llegan a los | |
labios, dejándose en el tintero, ya por descuido, | |
por malicia o ignorancia, lo más substancial | |
de la obra. ¡Bien haya mil veces el autor | |
de Tablante de Ricamonte, y aquel del otro | |
libro donde se cuenta los hechos del conde | |
Tomillas, y con qué puntualidad lo | |
describen todo! | |
Digo, pues, que después de haber visitado | |
el harriero a su recua, y dádole el segundo | |
pienso, se tendió en sus enjalmas y se dio a | |
esperar a su puntualísima maritornes. Ya | |
estaba Sancho bizmado y acostado, y aunque | |
procuraba dormir, no lo consentía el dolor de | |
sus costillas, y don Quijote, con el dolor de | |
las suyas, tenía los ojos abiertos como liebre. | |
Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella | |
no había otra luz que la que daba una lámpara | |
que colgada en medio del portal ardía. Esta | |
maravillosa quietud, y los pensamientos que | |
siempre nuestro caballero traía de los | |
sucesos que a cada paso se cuentan en los | |
libros autores de su desgracia, le trujo a la | |
imaginación una de las extrañas locuras que | |
buenamente imaginarse pueden. Y fue que él sé | |
imaginó haber llegado a un famoso castillo, | |
que, como se ha dicho, castillos eran a su | |
parecer todas las ventas donde alojaba, y que la | |
hija del ventero lo era del señor del castillo, la | |
cuál, vencida de su gentileza, se había enamorado | |
de él, y prometido que aquella noche, a furto | |
de sus padres, vendría a yacer con él una buena | |
pieza; y, teniendo toda esta quimera, que él sé | |
había fabricado, por firme y valedera, sé | |
comenzo a acuitar y a pensar en el peligroso | |
trance en que su honestidad se había de ver, | |
y propuso en su corazón de no cometer | |
alevosía a su señora Dulcinea del Toboso, | |
aunque la mesma reina Ginebra con su dama | |
Quintañona se le pusiesen delante. | |
Pensando, pues, en estos disparates, se llegó | |
el tiempo y la hora que para él fue menguada, | |
de la venida de la asturiana, la cual en | |
camisa y descalza, cogidos los cabellos en una | |
albanega de fustán, con tácitos y atentados | |
pasos, entró en el aposento donde los tres | |
alojaban, en busca del harriero. Pero apenas | |
llegó a la puerta, cuando don Quijote la | |
sintió, y sentándose en la cama, a pesar de sus | |
bizmas y con dolor de sus costillas, tendió los | |
brazos para recebir a su fermosa doncella. | |
La asturiana, que toda recogida y callando, | |
iba con las manos delante buscando a su | |
querido, topó con los brazos de don Quijote, el | |
cuál la asio fuertemente de una muñeca, y | |
tirándola hacía sí, sin que ella osase hablar | |
palabra, la hizo sentar sobre la cama. | |
luego la camisa, y, aunque ella era de arpillera, | |
a él le pareció ser de finísimo y delgado | |
cendal. Trahía en las muñecas unas cuentas de | |
vidro, pero a él le dieron vislumbres de | |
preciosas perlas orientales. Los cabellos que en | |
alguna manera tiraban a crines, él los marcó por | |
hebras de lucídisimo oro de Arabia, cuyo | |
resplandor al del mesmo sol escurecía. Y él | |
aliento que, sin duda, alguna olía a ensalada | |
fiambre y trasnochada, a él le pareció que | |
arrojaba de su boca un olor süave y aromático; | |
y, finalmente, él la pintó en su imaginación | |
de la misma traza y modo que lo había | |
leído en sus libros, de la otra princesa que | |
vino a ver el mal ferido caballero, vencida | |
de sus amores, con todos los adornos que aquí | |
van puestos. Y era tanta la ceguedad del | |
pobre hidalgo, que el tacto ni el aliento, ni | |
otras cosas que traía en sí la buena doncella, | |
no le desengañaban, las cuales pudieran hacer | |
vomitar a otro que no fuera harriero; antes le | |
parecía que tenía entre sus brazos a la diosa | |
de la hermosura. Y, teniéndola bien asida, con | |
voz amorosa y baja, le comenzo a decir: | |
Quisiera hallarme en términos, fermosa y | |
alta señora, de poder pagar tamaña merced | |
como la que con la vista de vuestra gran | |
fermosura me habedes fecho; pero ha querido la | |
fortuna, que no se cansa de perseguir a los | |
buenos ponerme en este lecho donde yago | |
tan molido y quebrantado, que, aunque de mí | |
voluntad quisiera satisfacer a la vuestra, fuera | |
imposible. Y más que se añade a esta | |
imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe | |
que tengo dada a la simpar Dulcinea del | |
Toboso, única señora de mis más escondidos | |
pensamientos. Que si esto no vuiera de por | |
medio, no fuera yo tan sandio caballero, que | |
dejara pasar en blanco la venturosa ocasión | |
en que vuestra gran bondad me ha puesto. | |
maritornes estaba congojadísima y trasudando | |
de verse tan asida de don Quijote, y | |
sin entender ni estar atenta a las razones que | |
le decía, procuraba, sin hablar palabra, | |
desasirse. El bueno del harriero, a quien tenían | |
despierto sus malos deseos, desde el punto que | |
entró su coima por la puerta, la sintió; estuvo | |
atentamente escuchando todo lo que don Quijote | |
decía, y celoso de que la asturiana le | |
vuiese faltado a la palabra por otro, sé | |
fue llegando más al lecho de don Quijote, y | |
estúvose quedo hasta ver en qué paraban | |
aquellas razones que él no podía entender. | |
Pero como vio que la moza forcejaba por desasirse, | |
y don Quijote trabajaba por tenella, | |
pareciéndole mal la burla, enarboló el brazo en | |
alto y descargó tan terrible puñada sobre las | |
estrechas quijadas del enamorado caballero, | |
que le bañó toda la boca en sangre; y no contento | |
con esto, se le subió encima de las costillas, | |
y con los pies, más que de trote, se las | |
paseó todas de cabo a cabo. El lecho que era | |
un poco endeble y de no firmes fundamentos, | |
no pudiendo sufrir la añadidura del harriero, | |
dio consigo en el suelo, a cuyo gran ruido | |
desperto el ventero, y luego imaginó que debían | |
de ser pendencias de maritornes, porque | |
habiéndola llamado a boces, no respondía. Con esta | |
sospecha se levantó, y encendiendo un candil, | |
se fue hacia donde había sentido la pelaza. | |
moza, viendo que su amo venía, y que era de | |
condición terrible, toda medrósica y alborotada, | |
se acogió a la cama de Sancho Panza, que | |
aun dormía, y allí se acorrucó y se hizo un | |
ovillo. | |
El ventero entró diciendo: | |
¿Adónde estás, puta? ¡Ah, buen seguro! | |
son tus cosas estas. | |
En esto desperto, Sancho, y, sintiendo aquel | |
bulto casi encima de sí, penso que tenía la | |
pesadilla y comenzo a dar puñadas a una y | |
otra parte, y entre otras alcanza con no sé | |
cuantas a maritornes, la cual, sentida del dolor, | |
echando a rodar la honestidad, dio el retorno | |
a Sancho con tantas, que a su despecho le | |
quitó el sueño; el cual, viéndose tratar de | |
aquella manera, y sin saber de quién, alzándose | |
como pudo, se abrazó con maritornes, y | |
comenzaron entre los dos la más reñida y | |
graciosa escaramuza del mundo. | |
Viendo, pues, el harriero a la lumbre del | |
candil del ventero, cuál andaba su dama, | |
dejando a don Quijote, acudió a dalle el socorro | |
necesario; lo mismo hizo el ventero, pero con | |
intención diferente, porque fue a castigar a la | |
moza, creyendo sin duda que ella sola era la | |
ocasión de toda aquella armonía. Y, así, ¿cómo | |
suele decirse: «El gato al rato, el rato a la | |
cuerda, la cuerda al palo, daba el harriero a | |
Sancho, Sancho, a la moza, la moza a él, él | |
ventero a la moza, y todos menudeaban con | |
tanta priesa que no se daban punto de | |
reposo; y fue lo bueno que al ventero se le | |
apagó el Candil, y como quedaron ascuras, | |
dábanse tan sin compasión todos a bulto, que | |
a doquiera que ponían la mano, no dejaban | |
cosa sana. | |
Alojaba acaso aquella noche en la venta | |
un cuadrillero de los que llaman de la santa | |
Hermandad vieja de Toledo, el cual, oyendo | |
así mesmo el extraño estruendo de la | |
pelea, asio de su media vara y de la caja de | |
lata de sus títulos, y entró ascuras en él | |
aposento, diciendo: | |
¡Ténganse a la justicia! ¡Ténganse a la santa | |
¡Hermandad! | |
Y el primero con quien topó fue con él | |
apuñeado de don Quijote, que estaba en su | |
derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido | |
alguno; y, echándole a tiento mano a las barbas, | |
no cesaba de decir: ¡favor a la justicia!, | |
Pero viendo que el que tenía asido no sé | |
bullía ni meneaba, sé dio a entender que estaba | |
muerto, y que los que allí dentro estaban eran | |
sus matadores, y con esta sospecha, reforzo la | |
voz, diciendo: | |
¡Ciérrese la puerta de la venta! ¡Miren no sé | |
vaya nadie, que han muerto aquí a un hombre! | |
Esta voz sobresaltó a todos, y cada cual | |
dejó la pendencia en el grado que le tomó la | |
Retírose el ventero a su aposento, el | |
harriero a sus enjalmas, la moza a su rancho; | |
solos los desventurados don Quijote y Sancho | |
no se pudieron mover de donde estaban. | |
en esto el cuadrillero la barba de don Quijote, | |
y salió a buscar luz para buscar y prender los | |
delincuentes; mas no la halló, porque él | |
ventero de industria, había muerto la lámpara | |
cuando se retiró a su estancia y fuele forzoso | |
acudir a la chimenea, donde, con mucho trabajo, | |
tiempo, encendió el cuadrillero otro candil. | |
Había ya vuelto en este tiempo de su parasismo | |
don Quijote, y con él mesmo tono | |
de voz con que el día antes había llamado a su | |
escudero, cuando estaba tendido en el val de | |
las estacas, le comenzo a llamar, diciendo: | |
¡Sancho amigo! ¿Duermes? ¡Duermes, amigo, | |
¿Sancho? | |
¿Qué tengo de dormir, pesia a mí? | |
Sancho, lleno de pesadumbre y de despecho; | |
que no parece sino que todos los diablos | |
han andado comigo esta noche. | |
¿Puédeslo creer así, sin duda, respondió | |
don Quijote. ¿Por qué, o yo sé poco, o este | |
castillo es encantado, porque has de saber... | |
Mas esto que ahora quiero decirte, hasme de | |
jurar que lo tendrás secreto hasta después de | |
mi muerte.” | |
Sí, juro, respondió Sancho. | |
“Dígolo”, replicó don Quijote, porque soy | |
enemigo de que se quite la honra a nadie. | |
Digo que si juro, tornó a decir, Sancho. | |
que lo callaré hasta después de los días de | |
vuestra merced, y plega a Dios que lo pueda | |
descubrir mañana. | |
¿Tan malas obras te hago, Sancho? | |
respondió don Quijote –¿qué me querrías ver | |
muerto con tanta brevedad? | |
¿No es por eso?, respondió Sancho, sino | |
porque soy enemigo de guardar mucho las | |
cosas, y no querría que se me pudriesen de | |
guardadas.” | |
Sea por lo que fuere, dijo don Quijote, | |
que más fío de tu amor y de tu cortesía; y así, | |
has de saber que esta noche me ha sucedido | |
una de las más extrañas aventuras que yo sabré | |
encarecer; y por contártela en breve, sabrás | |
¡Qué poco ha que a mí vino la hija del señor | |
deste castillo, que es la más apuesta y fermosa | |
doncella que en gran parte de la tierra se puede | |
hallar. ¿Qué te podría decir del adorno de su | |
persona? ¿Qué de su gallardo entendimiento? | |
que de otras cosas ocultas, que por guardar | |
la fe que debo a mi señora Dulcinea del Toboso, | |
dejaré pasar intactas y en silencio? Solo | |
te quiero decir que, envidioso el cielo de tanto, | |
bien como la ventura me había puesto en las | |
manos o quizá, y esto es lo más cierto, que | |
como tengo dicho, es encantado este castillo, | |
al tiempo que yo estaba con ella en dulcísimos | |
y amorosísimos coloquios, sin que yo la | |
viese ni supiese por dónde venía, vino una | |
mano pegada a algún brazo de algún descomunal | |
gigante, y aséntome una puñada en las | |
quijadas, tal, que las tengo todas bañadas en | |
sangre, y después me molió de tal suerte que | |
estoy peor que ayer cuando los gallegos, | |
que por demasías de Rocinante nos hicieron el | |
agravio que sabes, ¿por dónde conjeturo que él | |
tesoro de la fermosura de esta doncella le debe | |
de guardar algún encantado moro, y no debe | |
de ser para mí. | |
Ni para mí tampoco, respondió Sancho, | |
porque más de cuatrocientos moros me han | |
aporreado a mí de manera que el molimiento | |
de las estacas fue tortas y pan pintado. Pero | |
Dígame, señor, ¿cómo llama a esta buena y | |
rara aventura, habiendo quedado della cual | |
quedamos? Aun vuestra merced, menos mal, pues | |
tuvo en sus manos aquella incomparable | |
fermosura que ha dicho. Pero yo, ¿qué tuve, sino | |
los mayores porrazos que pienso recebir en | |
toda mi vida? ¡Desdichado de mí y de la madre | |
que me parió, que ni soy caballero andante, ni | |
lo pienso ser jamás, y de todas las | |
malandanzas me cabe la mayor parte! | |
Luego, ¿también estás tú aporreado? | |
respondió don Quijote. | |
No le he dicho que sí, pesia a mí, | |
linaje?” dijo Sancho. | |
¡No tengas pena, amigo!, dijo don Quijote. | |
que yo haré ahora el bálsamo precioso | |
con que sanaremos en un abrir y cerrar | |
de ojos... | |
Acabó en esto de encender el Candil el | |
cuadrillero, y entró a ver el que pensaba que era | |
muerto, y así, como le vio entrar Sancho, | |
viéndole venir en camisa y con su paño de cabeza | |
y candil en la mano, y con una muy mala cara, | |
preguntó a su amo. | |
Señor, ¿si será este adicha el moro encantado | |
que nos vuelve a castigar, si se dejó algo | |
en el tintero? | |
¿No puede ser el moro?, respondió don | |
Quíjote, porque los encantados no se dejan ver | |
de nadie. | |
Si no se dejan ver, déjanse sentir, | |
Sancho. “Si no, díganlo mis espaldas.” | |
¿También lo podrían decir las mías?, respondió | |
don Quijote. Pero no es bastante indicio | |
ese para creer que este que se ve sea el | |
encantado moro. | |
Llegó el cuadrillero, y como los halló | |
hablando en tan sosegada conversación, quedó | |
suspenso. Bien es verdad que aun don Quijote sé | |
estaba boca arriba, sin poderse menear de puro | |
molido y emplastado. | |
cuadrillero, y dijole: | |
Pues, ¿cómo va, buen hombre? | |
¿Hablará yo más bien criado?, respondió don | |
Quíjote, si fuera que vos... | |
tierra hablar desa suerte a los caballeros | |
andantes, majadero? | |
El cuadrillero, que se vio tratar tan mal de un | |
hombre de tan mal parecer, no lo pudo sufrir, y, | |
alzando el Candil con todo su aceite, dio a don | |
Quíjote con él en la cabeza, de suerte que le | |
dejó muy bien descalabrado, y como todo quedó | |
ascuras, saliose luego, y Sancho Panza | |
dijo: | |
Sin duda, señor, que este es el moro | |
encantado, y debe de guardar el tesoro para otros, | |
y para nosotros solo guarda las puñadas y los | |
candilazos... | |
¿Así es? ¿Respondió don Quijote, y no hay | |
que hacer caso destas cosas de encantamentos, | |
ni hay para qué tomar cólera ni enojo con ellas; | |
que, como son invisibles y fantásticas, no | |
hallaremos de quien vengarnos, aunque más lo | |
procuremos. Levántate, Sancho, si puedes, y llama | |
al alcaide de esta fortaleza, y procura que se me | |
de un poco de aceite, vino sal y romero para | |
hacer el salutifero valsamo; que en verdad que | |
creo que lo he bien menester ahora, porque sé | |
me va mucha sangre de la herida que esta | |
fantasma me ha dado. | |
Levántose Sancho con harto dolor de sus | |
huesos, y fue ascuras donde estaba el ventero, | |
y, encontrándose con el cuadrillero, que estaba | |
escuchando en qué paraba su enemigo, le dijo: | |
Señor, quienquiera que seáis, hacednos | |
merced y beneficio de darnos un poco de romero, | |
aceite, sal y vino, que es menester para | |
curar uno de los mejores caballeros andantes | |
que hay en la tierra el cual yace en aquella | |
cama mal ferido por las manos del encantado | |
moro que está en esta venta. | |
Cuando el cuadrillero tal oyo, túbole por | |
hombre falto de seso. Y porque ya comenzaba | |
a amanecer, abrió la puerta de la venta, y | |
llamando al ventero, le dijo lo que aquel buen | |
hombre quería. El ventero le proveyó de | |
cuanto quiso, y Sancho se lo llevó a don | |
Quíjote que estaba con las manos en la cabeza, | |
quejándose del dolor del candilazo, que no le | |
había hecho más mal que levantarle dos chichones | |
algo crecidos, y lo que él pensaba que | |
era sangre no era sino sudor que sudaba con | |
la congoja de la pasada tormenta. | |
En resolución, él tomó sus simples, de los | |
cuáles hizo un compuesto, mezclándolos todos | |
y cociéndolos un buen espacio, hasta que le | |
pareció que estaban en su punto. Pidió | |
luego alguna redoma para echallo, y como no la | |
vuo en la venta, se resolvió de ponello en una | |
alcuza o aceitera de hoja de lata, de quien él | |
ventero le hizo grata donación. Y luego dijo | |
sobre la alcuza más de ochenta paternostres | |
y otras tantas avemarías, salves y credos, y a | |
cada palabra acompañaba una cruz, a modo de | |
bendición; a todo lo cual se hallaron presentes | |
Sancho, el ventero y cuadrillero, que ya el | |
harriero sosegadamente andaba entendiendo en | |
el beneficio de sus machos. | |
Hecho esto, quiso el mesmo hacer luego la | |
esperiencia de la virtud de aquel precioso | |
bálsamo que él se imaginaba, y así se bebió de | |
lo que no pudo caber en la alcuza, y quedaba | |
en la olla donde se había cocido, casi media | |
azumbre; y apenas lo acabó de beber, cuando | |
comenzo a vomitar de manera que no le quedó | |
cosa en el estómago, y con las ansias y | |
agitación del vómito le dio un sudor copiosísimo, | |
por lo cual mandó que le arropasen y le | |
dejásen solo. Hiciéronlo así, y quedose | |
dormido más de tres horas, al cabo de las | |
cuales desperto y se sintió aliviadísimo del | |
cuerpo, y en tal manera mejor de su quebrantamiento, | |
que se tuvo por sano. Y verdaderamente | |
creyo que había acertado con el valsamo | |
de fierabras, y que con aquel remedio podía | |
acometer desde allí adelante, sin temor alguno, | |
cualquiera ruinas, batallas y pendencias, por | |
peligrosas que fuesen. | |
Sancho Panza, que también tuvo a milagro | |
la mejoria de su amo, le rogo que le diese a | |
el lo que quedaba en la olla, que no era poca | |
cantidad. Concedióselo don Quijote y él, | |
tomándola a dos manos, con buena fe y mejor | |
talante, se la echó a pechos y envasó bien | |
poco menos que su amo. Es, pues, el caso que | |
el estómago del pobre Sancho no debía de ser | |
tan delicado como el de su amo; y así, | |
primero que vomitase le dieron tantas ansias, | |
bascas, con tantos trasudores y desmayos, que él | |
penso bien y verdaderamente que era llegada | |
su última hora, y viéndose tan afligido y | |
congojado, maldecía el bálsamo y al ladrón que | |
se lo había dado. | |
Viéndole así don Quijote, le dijo: | |
Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene | |
de no ser armado caballero, porque tengo para | |
mí que este licor no debe de aprovechar a los | |
que no lo son. | |
Si eso sabia vuestra merced, replicó | |
Sancho, ¡amal haya yo y toda mi parentela!, ¡para | |
¿qué consintió que lo gustase? | |
En esto hizo su operación el brevaje, y | |
comenzo el pobre escudero a desaguarse por | |
entrambas canales, con tanta priesa, que la | |
estera de enea sobre quien se había vuelto a | |
echar, ni la manta de ángeo con que se cubría, | |
fueron más de provecho. Sudaba y trasudaba | |
con tales parasismos y accidentes, que no | |
solamente él, sino todos pensaron que se le | |
acababa la vida. Durole esta borrasca y mala | |
andanza casi dos horas, al cabo de las cuales no | |
quedó como su amo, sino tan molido y | |
quebrantado, que no se podía tener. | |
Pero don Quijote, que, como se ha dicho, | |
se sintió aliviado y sano, quiso partirse luego | |
a buscar aventuras, pareciéndole que todo él | |
tiempo que allí se tardaba era quitársele al | |
mundo y a los en el menesterosos de su favor | |
y amparo, y más con la seguridad y confianza | |
que llevaba en su bálsamo; y así, forzado | |
deste deseo, el mismo ensilló a Rocinante, | |
enalbardó al jumento de su escudero, a quien | |
también ayudó a vestir y a subir en el asno. | |
Púsose luego a caballo, y, llegándose a un | |
rincón de la venta, asio de un lanzón que allí | |
estaba para que le sirviese de lanza. | |
Estábanle mirando todos cuantos había en la | |
venta, que pasaban de más de veinte personas; | |
mirábale también la hija del ventero, y él | |
también no quitaba los ojos della, y de cuando | |
en cuando arrojaba un sospiro que parecía | |
que le arrancaba de lo profundo de sus | |
entrañas, y todos pensaban que debía de ser de él | |
dolor que sentía en las costillas; a lo menos | |
pensábanlo aquellos que la noche antes le | |
habían visto bizmar. | |
Ya que estuvieron los dos a caballo, puesto | |
a la puerta de la venta, llamó al ventero, y con | |
voz muy reposada y grave le dijo: | |
Muchas y muy grandes son las mercedes, | |
señor alcaide, que en este vuestro castillo he | |
recebido, y quedo obligadísimo a agradeceroslas | |
todos los días de mi vida. Si os las puedo | |
pagar en haceros vengado de algún soberbio | |
que os haya fecho algún agravio, sabed que | |
mi oficio no es otro sino valer a los que poco | |
pueden, y vengar a los que reciben tuertos, y | |
castigar alevosías. Recorred vuestra memoria, | |
y si halláis alguna cosa deste jaez que | |
encomendarme, no hay sino decilla, que yo os | |
prometo, por la orden de caballero que recebí, de | |
faceros satisfecho y pagado a toda vuestra | |
voluntad.” | |
El ventero le respondió con él mesmo. | |
sosiego. | |
Señor caballero, yo no tengo necesidad de | |
que vuestra merced me vengue ningún agravio, | |
porque yo sé tomar la venganza que me | |
parece cuando se me hacen. Solo he menester | |
que vuestra merced me pague el gasto que | |
esta noche ha hecho en la venta, así de la | |
paja y cebada de sus dos bestias, como de la | |
cena y camas.” | |
Luego, ¿venta es esta? | |
Quíjote. | |
¡Y muy honrada! | |
¿Engañado he vivido hasta aquí? Respondió | |
don Quijote; que en verdad que pensé que | |
era castillo y no malo; pero, pues es así | |
que no es castillo sino venta, lo que se podrá | |
hacer por ahora es que perdonéis por la | |
paga; que yo no puedo contravenir a la orden | |
de los caballeros andantes, de los cuales sé | |
cierto, sin que hasta ahora haya leído cosa en | |
contrario, que jamás pagaron posada ni otra | |
cosa en venta donde estuviesen, porque sé | |
les debe de fuero y de derecho cualquier buen | |
acogimiento que se les hiciere, en pago del | |
insufrible trabajo que padecen buscando las | |
aventuras de noche y de día, en invierno y en | |
verano, a pie y a caballo, con sed y con hambre, | |
con calor y con frío, sujetos a todas las | |
inclemencias del cielo y a todos los incomodos | |
de la tierra. | |
Poco tengo yo que ver en eso, respondió | |
el ventero. ¡Págueseme lo que se me debe, y | |
dejémonos de cuentos ni de caballerías, que | |
yo no tengo cuenta con otra cosa que con | |
cobrar mi hacienda. | |
Vos sois un sandio y mal hostalero. | |
respondió don Quijote. | |
Y, poniendo piernas al Rocinante, | |
terciando su lanzón, se salió de la venta sin que | |
nadie le detuviese, y él, sin mirar si le seguía | |
su escudero, se alongo un buen trecho. El ventero | |
que le vio ir y que no le pagaba, acudió a | |
cobrar de Sancho Panza, el cual dijo que, pues | |
su señor no había querido pagar, que tampoco | |
el pagaría, porque siendo el escudero de | |
caballero andante como era, la mesma regla y | |
razón corría por el cómo por su amo en no | |
pagar cosa alguna en los mesones y ventas. | |
Amohínose mucho desto el ventero, y amenazole | |
que si no le pagaba, que lo cobraría de modo | |
que le pesase. A lo cual Sancho respondió | |
que, por la ley de caballería que su amo había | |
recebido, no pagaría un solo cornado, aunque | |
le costase la vida, porque no había de perder | |
por él la buena y antigua usanza de los | |
caballeros andantes, ni se habían de quejar dél los | |
escuderos de los tales que estaban por venir | |
al mundo, reprochándole el quebrantamiento | |
de tan justo fuero. | |
Quiso la mala suerte del desdichado Sancho | |
que, entre la gente que estaba en la venta, sé | |
hallasen cuatro perailes de Segovia, tres | |
agujeros del potro de Córdoba, y dos vecinos de | |
la Heria de Sevilla, gente alegre, bien | |
intencionada, maleante y juguetona, los cuales casi | |
como instigados y movidos de un mesmo | |
espíritu, se llegaron a Sancho, y, apeándole de él, | |
asno, uno de ellos entró por la manta de la cama | |
del huésped, y, echándole en ella, alzaron los | |
ojos, y vieron que el techo era algo más bajo | |
de lo que habían menester para su obra, y | |
determinaron salirse al corral, que tenía por límite | |
el cielo. Y allí, puesto Sancho en mitad de la | |
manta, comenzaron a levantarle en alto y a | |
holgarse con él, como con perro por | |
carnestolendas. | |
Las voces que el mísero manteado daba fueron | |
tantas que llegaron a los oídos de su amo, | |
el cual, deteniéndose a escuchar | |
atentamente, creyo que alguna nueva aventura le | |
venía, hasta que claramente conoció que el que | |
gritaba era su escudero; y, volviendo las | |
riendas, con un penado galope llegó a la venta, y | |
hallándola cerrada, la rodeó por ver si hallaba | |
por donde entrar... Pero no vuo llegado a las | |
paredes del corral, que no eran muy altas, | |
cuando vio el mal juego que se le hacía a su | |
escudero. Viole bajar y subir por el aire, con | |
tanta gracia y presteza, que, si la cólera le | |
dejara, tengo para mí que se riera. Probo a subir | |
desde el caballo a las bardas, pero estaba tan | |
molido y quebrantado, que aun apearse no | |
pudo, y así, desde encima del caballo, comenzo | |
a decir tantos denuestos y baldones a los | |
que a Sancho manteaban, que no es posible | |
acertar a escribillos; mas no por esto cesaban | |
ellos de su risa y de su obra, ni el volador | |
Sancho dejaba sus quejas, mezcladas ya con | |
amenazas, ya con ruegos; mas todo aprovechaba | |
poco ni aprovechó hasta que de puro cansados | |
le dejáron. Trujéronle allí su asno y, | |
subiéndole encima, le arroparon con su gaván. | |
y la compasiva de maritornes, viéndole tan | |
fatigado, le pareció ser bien socorrelle con un | |
jarro de agua, y así se le trujo del pozo, por | |
ser más frío, tómole Sancho, y llevándole a | |
la boca, se paró a las voces que su amo le | |
daba, diciendo: | |
¡Hijo, Sancho! ¡No bebas agua! ¡Hijo! ¡No la | |
bebas, que te matará! Ves aquí tengo el | |
santísimo balsamo”, y enseñábale la alcuza del | |
brevaje, que con dos gotas que dél bebas | |
sanarás sin duda. | |
A estas voces volvió, Sancho, los ojos, como | |
de través, y dijo con otras mayores: | |
Por dicha ¿hásele olvidado a vuestra | |
merced como yo no soy caballero, o quiere que | |
acabe de vomitar las entrañas que me quedaron | |
de anoche? ¡Guárdese su licor con todos los | |
diablos y déjeme a mí! | |
Y el acabar de decir esto, y el comenzar a | |
beber, todo fue uno; mas ¿cómo al primer trago | |
vio que era agua, no quiso pasar adelante, y | |
rogo a maritornes que se le trujese de vino, | |
y así lo hizo ella de muy buena voluntad, y | |
lo pagó de su mesmo dinero, porque en | |
efecto, se dice della que, aunque estaba en | |
aquel trato, tenía unas sombras y lejos de | |
cristiana. | |
Así, como bebió Sancho dio de los carcaños, | |
a su asno, y abriéndole la puerta de la | |
venta de par en par, se salió della, muy | |
contento de no haber pagado nada, y de haber salido | |
con su intención, aunque había sido a costa de | |
sus acostumbrados fiadores, que eran sus | |
Verdad es que el ventero se quedó con | |
sus alforjas en pago de lo que se le debía; mas | |
Sancho no las echó menos, según salió turbado. | |
Quiso el ventero atrancar bien la puerta | |
así como le vio fuera; mas no lo consintieron | |
los manteadores, que era gente que, aunque | |
don Quijote fuera verdaderamente de los | |
caballeros andantes de la tabla Redonda, no le | |
estimaran en dos ardites. | |
Llegó Sancho a su amo marchito y desmayado, | |
tanto que no podía harrear a su jumento. | |
Cuando así le vio don Quijote, le dijo: | |
Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que | |
aquel castillo o venta de que es encantado | |
sin duda, porque aquellos que tan atrozmente | |
tomaron pasatiempo contigo, ¿qué podían ser | |
sino fantasmas y gente del otro mundo? | |
confirmo esto por haber visto que cuando estaba | |
por las bardas del corral mirando los actos | |
de tu triste tragedia, no me fue posible subir | |
por ellas, ni menos pude apearme de Rocinante, | |
porque me debían de tener encantado; que | |
te juro por la fe de quien soy que, si pudiera | |
subir o apearme, que yo te hiciera vengado | |
de manera que aquellos follones y malandrines | |
se acordarán de la burla para siempre, | |
aunque en ello supiera contravenir a las leyes | |
de la caballería, que, como ya muchas veces, | |
te he dicho, no consienten que caballero ponga | |
mano contra quien no lo sea, si no fuere en | |
defensa de su propria vida y persona, en caso | |
de urgente y gran necesidad. | |
También me vengara yo si pudiera, fuera o | |
no fuera armado caballero, pero no pude; | |
aunque tengo para mí que aquellos que sé | |
holgaron conmigo no eran fantasmas, ni hombres | |
encantados, como vuestra merced dice, sino | |
hombres de carne y de hueso como nosotros; | |
y todos, según los hoy, nombrar cuando me | |
volteaban, tenían sus nombres, que el uno sé | |
llamaba Pedro Martínez, y el otro Tenorio | |
Hernández, y el ventero hoy que se llamaba Juan | |
Palomeque el zurdo. Así, que, señor, el no poder | |
saltar las bardas del corral, ni apearse de él | |
caballo, en al estuvo que en encantamentos. | |
Y lo que yo saco en limpio de todo esto es, | |
que estas aventuras que andamos buscando, | |
al cabo, al cabo, nos han de traer a tantas | |
desventuras, que no sepamos cuál es nuestro | |
pie derecho. Y lo que sería mejor y más | |
acertado, según mi poco entendimiento, fuera el | |
volvernos a nuestro lugar, ahora que es tiempo | |
de la siega y de entender en la hacienda, | |
dejándonos de andar de Ceca en Meca y de zoca | |
en colodra, como dicen. | |
¡Qué poco sabes, Sancho, respondió don | |
Quíjote, ¡de achaque de caballería!, calla y ten | |
paciencia; que día vendrá donde veas, por | |
vista de ojos, cuán honrosa cosa es andar en | |
este ejercicio. Si no, dime, ¿qué mayor contento | |
puede haber en el mundo, o qué gusto puede | |
igualarse al de vencer una batalla y al de | |
triunfar de su enemigo? Ninguno, sin duda | |
alguna... | |
¿Así debe de ser?, respondió Sancho, | |
puesto que yo no lo sé, que después | |
que somos caballeros andantes, o vuestra | |
merced lo es que yo no hay para qué me cuente | |
en tan honroso número--jamás hemos vencido | |
batalla alguna, si no fue la del bizcaino, y | |
aun de aquella salió vuestra merced con media | |
oreja y media celada menos; que después acá | |
todo ha sido palos y más palos, puñadas y más | |
puñadas, llevando yo de ventaja el manteamiento, | |
y haberme sucedido por personas encantadas, | |
de quien no puedo vengarme para saber | |
hasta donde llega el gusto del vencimiento del | |
enemigo, como vuestra merced dice. | |
Esa es la pena que yo tengo y la que tú | |
debes tener, Sancho, respondió don Quijote; | |
pero de aquí adelante yo procuraré haber a las | |
manos alguna espada hecha por tal maestria, | |
que al que la trujere consigo no le puedan | |
hacer ningún género de encantamentos. Y aun | |
podría ser que me deparase la ventura aquella | |
de Amadís, cuando se llamaba el caballero | |
de la ardiente espada, que fue una de las | |
mejores espadas que tuvo caballero en el mundo, | |
porque, fuera que tenía la virtud dicha, cortaba | |
como una navaja, y no había armadura, por fuerte | |
y encantada que fuese que se le parase | |
delante.” | |
«Yo soy tan venturoso», dijo Sancho, que | |
cuando eso fuese y vuestra merced viniese | |
a hallar espada semejante, solo vendría a | |
servir y aprovechar a los armados caballeros, | |
como el bálsamo y a los escuderos, que sé | |
los papen duelos. | |
¿No temas eso, Sancho?, dijo don Quijote, | |
que mejor lo hará el cielo contigo. | |
En estos coloquios iban don Quijote y su | |
escudero, cuando vio don Quijote que por él | |
camino que yuan venía hacía ellos una grande | |
y espesa polvareda, y, en viéndola, sé | |
volvió a Sancho y le dijo: | |
Este es el día, ¡oh, Sancho!, en el cual se ha | |
de ver el bien que me tiene guardado mí | |
suerte. Este es el día, digo, ¿en qué se ha de | |
mostrar, tanto como en otro alguno, el valor de | |
mi brazo, y en el que tengo de hacer obras que | |
queden escritas en el libro de la fama por todos | |
los venideros siglos. ¿Ves aquella polvareda | |
que allí se levanta, Sancho? Pues toda es | |
cuajada de un copiosísimo ejército que de | |
diversas e innumerables gentes por allí viene | |
marchando... | |
A esa cuenta, dos deben de ser, dijo | |
Sancho, porque de esta parte contraria se levanta | |
así mesmo otra semejante polvareda. | |
Volvió a mirarlo don Quijote, y vio que así | |
era la verdad, y, alegrándose sobremanera, | |
penso sin duda alguna que eran dos ejércitos | |
que venían a envestirse y a encontrarse en | |
mitad de aquella espaciosa llanura, porque | |
tenía a todas horas y momentos llena la fantasía | |
de aquellas batallas, encantamentos, sucesos, | |
desatinos, amores, desafíos, que en los libros | |
de caballerías se cuentan, y todo cuanto | |
hablaba, pensaba o hacía, era encaminado a | |
cosas semejantes, y la polvareda que había visto | |
la levantaban dos grandes manadas de ovejas | |
y carneros, que por aquel mesmo camino de | |
dos diferentes partes venían, las cuales, con él | |
polvo, no se echaron de ver hasta que llegaron | |
cerca. Y con tanto ahínco afirmaba don Quijote | |
que eran ejércitos, que Sancho lo vino a | |
creer y a decirle: | |
Señor, pues ¿qué hemos de hacer | |
nosotros? | |
¿Qué? ¿Dijo don Quijote? ¿Favorecer y | |
ayudar a los menesterosos y desvalidos. Y has de | |
saber, Sancho, que este que viene por nuestra | |
frente le conduce y guía el grande emperador | |
Alifanfarón, señor, de la grande isla | |
Trapobana; este otro que a mis espaldas marcha | |
es el de su enemigo el rey de los garamantas, | |
pentapolen del arremangado brazo, porque | |
siempre entra en las batallas con el brazo | |
derecho desnudo. | |
Pues, ¿por qué se quieren tan mal estos dos | |
señores?” preguntó Sancho. | |
¡Quiérense mal!, respondió don Quijote, | |
porque este alefanfarón es un foribundo. | |
pagano, y está enamorado de la hija de Pentapolín, | |
que es una muy fermosa y además agraciada | |
señora, y es cristiana, y su padre no sé | |
la quiere entregar al rey pagano, si no deja | |
primero la ley de su falso profeta Mahoma, | |
se vuelve a la suya. | |
¡Para mis barbas, si no hace | |
muy bien Pentapolín, y que le tengo de | |
ayudar en cuanto pudiere! | |
¿En eso harás lo que debes, Sancho?, dijo | |
don Quijote, porque para entrar en batallas | |
semejantes no se requiere ser armado | |
caballero.” | |
Bien se me alcanza eso, respondió | |
Pero, ¿dónde pondremos a este asno, | |
que estemos ciertos de hallarle después de | |
pasada la refriega? Porque el entrar en ella | |
en semejante caballería no creo que está en | |
uso hasta ahora. | |
«Así es verdad», dijo don Quijote. ¿Lo que | |
puedes hacer dél es dejarle a sus aventuras, | |
ora se pierda o no, porque serán tantos los | |
caballos que tendremos después que salgamos | |
vencedores, que aun corre peligro rocinante | |
no le trueque por otro. Pero estame atento y | |
mira que te quiero dar cuenta de los caballeros | |
más principales que en estos dos ejércitos | |
vienen. Y para que mejor los veas y notes, | |
retirémonos a aquel altillo que allí se hace, de | |
donde se deben de descubrir los dos ejércitos. | |
Hiciéronlo así, y pusiéronse sobre una | |
loma, desde la cual se vieran bien las dos | |
manadas que a don Quijote se le hicieron ejércitos | |
si las nubes del polvo que levantaban | |
no les turbara y cegara la vista; pero con todo | |
esto, viendo en su imaginación lo que no veya | |
ni había, con voz levantada, comenzo a decir: | |
Aquel caballero que allí ves de las armas | |
jaldes, que trae en el escudo un león coronado, | |
rendido a los pies de una doncella, es el | |
valeroso laurcalco, señor de la puente de Plata, | |
el otro de las armas de las flores de oro, | |
que trae en el escudo tres coronas de plata en | |
campo azul, es el temido Micocolembo, gran | |
duque de Quirocía; el otro de los miembros | |
giganteos, que está a su derecha mano, es el | |
nunca medroso Brandabarbarán de Boliche, | |
señor de las tres Arabias, que viene armado | |
de aquel cuero de serpiente, y tiene por escudo | |
una puerta, que, según es fama, es una de | |
las del templo que derribó Sansón, cuando con | |
su muerte se vengó de sus enemigos. | |
Pero vuelve los ojos a estotra parte y verás | |
delante, y en la frente de estotro ejército al | |
siempre vencedor y jamás vencido timonel de | |
Carcajona, príncipe de la nueva Bizcaya, que viene | |
armado con las armas partidas a cuarteles, | |
azules, verdes, blancas y amarillas, y trae en él | |
escudo un gato de oro en campo leonado, con | |
una letra que dice: «Miau», que es el principio | |
del nombre de su dama, que, según se dice, | |
es la simpar Miulina, hija del duque | |
alfeñiquen del algarve; el otro que carga y oprime | |
los lomos de aquella poderosa alfana que trae | |
las armas como nieve blancas, y el escudo blanco | |
y sin empresa alguna, es un caballero novel, | |
de nación francés, llamado pierres papín, | |
señor de las baronías de Utrique; el otro que | |
bate las hijadas con los herrados carcaños. | |
a aquella pintada y ligera cebra, y trae las | |
armas de los veros azules, es el poderoso duque | |
de Nerbia, espartafilardo del bosque, que trae | |
por empresa en el escudo una esparraguera, | |
con una letra en castellano que dice así: | |
¡Rastrea mi suerte! | |
Y de esta manera fue nombrando muchos | |
caballeros del uno y del otro escuadrón, que el | |
se imaginaba, y a todos les dio sus armas, | |
colores, empresas y motes de improviso, llevado | |
de la imaginación de su nunca vista locura, | |
y sin parar, prosiguió diciendo: | |
A este escuadrón frontero forman y hacen | |
gentes de diversas naciones. Aquí están los que | |
bebían las dulces aguas del famoso Janto; | |
los montuosos que pisan los masílicos campos, | |
los que descubren el finísimo y menudo | |
oro en la felice Arabia, los que gozan las | |
famosas y frescas riberas del claro Termodonte | |
los que sangran por muchas y diversas | |
vías al dorado Pactolo; los númidas, dudosos | |
en sus promesas; los persas en arcos y | |
flechas famosos; los partos, los medos, que | |
pelean huyendo, los arabes de mudables casas, | |
los citas tan crüeles como blancos, los | |
etíopes, de horadados labios y otras infinitas | |
naciones, cuyos rostros conozco y veo, aunque de los | |
nombres no me acuerdo. En estotro escuadrón | |
vienen los que beben las corrientes cristalinas | |
del olivifero Betis, los que tersan y pulen sus | |
rostros con el licor del siempre rico y dorado | |
Tajo, los que gozan las provechosas aguas del | |
divino génil, los que pisan los tartesíos | |
campos de pastos abundantes, los que se alegran | |
en los eliseos jerezanos prados, los manchegos, | |
ricos y coronados de rubias espigas, los de | |
hierro vestidos, reliquias antiguas de la sangre | |
goda; los que en Pisuerga se bañan, famoso | |
por la mansedumbre de su corriente, los que su | |
ganado apacientan en las extendidas dehesas | |
del tortuoso Guadiana, celebrado por su | |
escondido curso; los que tiemblan con el frío del | |
silboso Pirineo, y con los blancos copos del | |
levantado apenino. Finalmente, cuantos toda la | |
Europa en sí contiene y encierra. | |
¡Válame Dios, y cuántas provincias dijo! | |
cuantas naciones nombró, dándole a cada una | |
con maravillosa presteza los atributos que le | |
pertenecían, todo absorto y empapado en lo | |
que había leído en sus libros mentirosos! | |
Estaba Sancho Panza colgado de sus palabras, | |
sin hablar ninguna, y de cuándo en cuándo | |
volvía la cabeza a ver si veya los caballeros | |
y gigantes que su amo nombraba; y como no | |
descubría a ninguno, le dijo: | |
Señor, encomiendo al diablo hombre, ni | |
gigante ni caballero de cuantos vuestra merced | |
dice, parece por todo esto, a lo menos, | |
yo no los veo; quizá todo debe ser | |
encantamento como las fantasmas de anoche. | |
¿Cómo dices eso? ¿Respondió don Quijote? | |
¿No oyes el relinchar de los caballos el tocar | |
de los clarines, el ruido de los atambores? | |
No oigo otra cosa, respondió Sancho, sino | |
muchos balidos de ovejas y carneros. | |
Y así era la verdad, porque ya llegaban | |
cerca los dos rebaños. | |
El miedo que tienes, dijo don Quijote, | |
hace, Sancho, que ni veas ni oyas a derechas. | |
Porque uno de los efectos del miedo es | |
turbar los sentidos y hacer que las cosas no | |
parezcan lo que son; y si es que tanto temes, | |
retírate a una parte y déjame solo; que solo | |
basto a dar la victoria a la parte a quien yo | |
diere mi ayuda. | |
Y, diciendo esto, puso las espuelas a | |
Rocinante, y puesta la lanza en el ristre, bajó de | |
la costezuela como un rayo. | |
Diole voces, Sancho, diciéndole: | |
Vuélvase vuestra merced, señor don Quijote, | |
que boto a Dios, que son carneros y ovejas | |
las que va a envestir! ¡Vuélvase, desdichado, | |
del padre que me engendró! ¡Qué locura es | |
esta? ¡Mire que no hay gigante ni caballero | |
alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos, | |
ni enteros ni veros azules ni endiablados! ¡Qué | |
es lo que hace? ¡Apecador soy yo a Dios! | |
Ni por esas volvió don Quijote. Antes, en | |
altas voces, iba diciendo: | |
¡Ea, caballeros, los que seguís y militáis | |
debajo de las banderas del valeroso emperador | |
pentapolín del arremangado brazo, seguidme | |
todos; veréis cuán fácilmente le doy | |
venganza de su enemigo Alefanfarón, de | |
la Trapobana! | |
Esto diciendo, se entró por medio del | |
escuadrón de las ovejas y comenzo de alanceallas | |
con tanto coraje y denuedo, como si de veras | |
alanceara a sus mortales enemigos. | |
pastores y ganaderos que con la manada venían | |
dábanle voces que no hiciese aquello; pero | |
viendo que no aprovechaban, desciñéronse las | |
hondas y comenzaron a saludarle los oídos | |
con piedras como el puño. Don Quijote no sé | |
curaba de las piedras; antes, discurriendo a | |
todas partes, decía: | |
¿Adónde estás, soberbio Alifanfarón? | |
Vente a mí, que un caballero solo soy que | |
desea de solo a solo probar tus fuerzas, | |
quitarte la vida, en pena de la que das al valeroso | |
¡Pentapolín Garamanta! | |
Llegó en esto una peladilla de arroyo, y | |
dándole en un lado, le sepultó dos costillas en | |
el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, creyo sin | |
duda que estaba muerto o mal ferido, y | |
acordándose de su licor, sacó su alcuza y púsosela | |
a la boca, y comenzo a echar licor en él | |
estómago; mas antes que acabase de envasar lo | |
que a él le parecía que era bastante, llegó otra | |
almendra y diole en la mano y en el alcuza, tan | |
de lleno que se la hizo pedazos, llevándole de | |
camino tres o cuatro dientes y muelas de la | |
boca, y machucándole malamente dos dedos | |
de la mano. | |
Tal fue el golpe primero y tal el segundo, | |
que le fue forzoso al pobre caballero dar | |
consigo del caballo abajo. Llegáronse a él los | |
pastores y creyeron que le habían muerto. Y así, | |
con mucha priesa, recogieron su ganado y | |
cargaron de las reses muertas que pasaban | |
de siete, y sin averiguar otra cosa, se fueron. | |
Estábase todo este tiempo, Sancho, sobre la | |
cuesta, mirando las locuras que su amo hacía, | |
y arrancábase las barbas, maldiciendo la hora | |
y el punto en que la fortuna se le había dado a | |
conocer. Viéndole, pues, caído en el suelo y | |
que ya los pastores se habían ido, bajó de la | |
cuesta y llegóse a él, y hallóle de muy mal arte, | |
aunque no había perdido el sentido, y dijole: | |
¿No le decía yo, señor don Quijote, que sé | |
volviese, que los que iba a acometer no eran | |
ejércitos, sino manadas de carneros? | |
¿Cómo eso puede desparecer y | |
contrahacer aquel ladrón del sabio mi enemigo. | |
Sábete, Sancho, que es muy fácil cosa a los tales | |
hacernos parecer lo que quieren, y este maligno | |
que me persigue, envidioso de la gloria | |
que vio que yo había de alcanzar desta batalla, | |
ha vuelto los escuadrones de enemigos en | |
manadas de ovejas. Si no, haz una cosa, Sancho, | |
por mi vida, porque te desengañes y veas ser | |
verdad lo que te digo. Sube en tu asno y | |
síguelos bonitamente, y verás cómo, en alejándose | |
de aquí algún poco, se vuelven en su ser | |
primero, y, dejando de ser carneros, son hombres | |
hechos y derechos como yo te los pinté primero. | |
Pero no vayas ahora, que he menester | |
tu favor y ayuda. Llégate a mí y mira cuántas | |
muelas y dientes me faltan, que me parece | |
que no me ha quedado ninguno en la boca. | |
Llégose Sancho tan cerca, que casi le metía | |
los ojos en la boca, y fue a tiempo que ya había | |
obrado el bálsamo en el estómago de don | |
Quíjote, y al tiempo que Sancho llegó a mirarle | |
la boca, arrojó de sí, más recio que una | |
escopeta cuanto dentro tenía, y dio con todo ello | |
en las barbas del compasivo escudero. | |
¡Santa María! ¡Y ¿qué es esto | |
¿Qué me ha sucedido? Sin duda este pecador | |
está herido de muerte, pues vomita sangre por | |
la boca.” | |
Pero reparando un poco más en ello, echó | |
de ver en la color, sabor y olor, que no era | |
sangre, sino el bálsamo de la alcuza, que él le | |
había visto beber, y fue tanto el asco que tomó, | |
que, revolviéndosele el estómago, vomitó las | |
tripas sobre su mismo señor, y quedaron | |
entrambos como de perlas. Acudió Sancho a su | |
asno para sacar de las alforjas con que | |
limpiarse, y con que curar a su amo, y como no | |
las halló, estuvo a punto de perder el juicio. | |
Maldíjose de nuevo y propuso en su corazón | |
de dejar a su amo y volverse a su tierra, | |
aunque perdiese el salario de lo servido, y las | |
esperanzas del gobierno de la prometida insula. | |
Levántose en esto, don Quijote, y, puesta la | |
mano izquierda en la boca, porque no se le | |
acabasen de salir los dientes, así con la otra | |
las riendas de Rocinante, que nunca se había | |
movido de junto a su amo, tal era de leal y | |
bien acondicionado, y fuese adonde su | |
escudero estaba, de pechos sobre su asno, con la | |
mano en la mejilla, en guisa de hombre | |
pensativo además. Y, viéndole don Quijote de | |
aquella manera, con muestras de tanta | |
tristeza, le dijo: | |
Sábete, Sancho, que no es un hombre más | |
que otro, si no hace más que otro. Todas estas | |
borrascas que nos suceden son señales de que | |
presto ha de serenar el tiempo, y han de | |
sucedernos bien las cosas, porque no es posible | |
que el mal ni el bien sean durables, y de aquí | |
se sigue que, habiendo durado mucho el mal, él | |
bien está ya cerca. Así que no debes congojarte | |
por las desgracias que a mí me suceden, | |
pues a ti no te cabe parte dellas. | |
¿Cómo no? | |
el que ayer mantearon, era otro que él | |
hijo de mi padre? Y las alforjas que hoy me | |
faltan, con todas mis alhajas, son de otro que | |
del mismo? | |
¿Qué te faltan las alforjas, Sancho? | |
don Quijote. | |
Sí, que me faltan. | |
Dese modo no tenemos qué comer hoy. | |
replicó don Quijote. | |
¿Eso fuera?, respondió Sancho, ¿cuándo | |
faltarán por estos prados las hierbas que | |
vuestra merced dice que conoce con que suelen | |
suplir semejantes faltas los tan mal aventurados | |
andantes caballeros como vuestra merced | |
es... | |
Con todo eso, respondió don Quijote, | |
tomara yo ahora más aina un cuartal de pan, | |
o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, | |
que cuantas yerbas describe Dioscorides, | |
aunque fuera el ilustrado por el doctor | |
laguna. Mas, con todo esto, sube en tu | |
jumento, Sancho, el bueno, y vente tras mí; que | |
Dios, que es proveedor de todas las cosas, | |
no nos ha de faltar, y más, andando tan en su | |
servicio como andamos, pues no falta a los | |
mosquitos del aire, ni a los gusanillos de la | |
tierra, ni a los renacuajos del agua. Y es tan | |
piadoso que hace salir su sol sobre los | |
buenos y los malos, y llueve sobre los injustos | |
y justos.” | |
Más bueno era vuestra merced, dijo | |
Sancho, para predicador que para caballero | |
andante... | |
De todo sabían y han de saber los | |
caballeros andantes, Sancho, dijo don Quijote, | |
porque caballero andante vuo en los pasados | |
siglos, que así se paraba a hacer un sermón | |
o plática en mitad de un campo real, como si | |
fuera graduado por la universidad de París, de | |
donde se infiere que nunca la lanza embotó | |
la pluma, ni la pluma la lanza. | |
Ahora bien, sea así como vuestra merced | |
dice... ¿Vamos ahora de | |
aquí, y procuremos donde alojar esta noche, | |
y quiera Dios que sea en parte donde no haya | |
mantas, ni manteadores, ni fantasmas, ni moros | |
encantados; que si los hay, daré al diablo el | |
hato y el garabato. | |
¡Pídeselo tú a Dios, hijo! ¡Dijo don Quijote, | |
y guía tú por donde quisieres; que esta vez | |
quiero dejar a tu eleción el alojarnos. | |
dame acá la mano, y atiéntame con el dedo, y | |
mira bien cuántos dientes y muelas me faltan | |
deste lado derecho, de la quijada alta, que | |
allí siento el dolor. | |
Metió Sancho los dedos, y, estándole | |
tentando, le dijo: | |
¡Cuántas muelas solía vuestra merced | |
tener en esta parte? | |
“Cuatro”, respondió don Quijote, “fuera de | |
la cordal, todas enteras y muy sanas. | |
Mire vuestra merced bien lo que dice. | |
señor, respondió Sancho. | |
Digo cuatro, si no eran cinco, respondió | |
don Quijote, porque en toda mi vida me han | |
sacado diente ni muela de la boca, ni se me | |
ha caído ni comido de neguijón ni de rehúma | |
alguna... | |
Pues en esta parte de abajo, dijo Sancho, | |
¿no tiene vuestra merced más de dos muelas | |
y media, y en la de arriba ni media, | |
ninguna, que toda está rasa como la palma de la | |
mano... | |
¡Sin ventura yo! ¡Dijo don Quijote, oyendo | |
las tristes nuevas que su escudero le daba, | |
que más quisiera que me vuieran derribado un | |
brazo, como no fuera el de la espada, porque | |
te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas | |
es como molino sin piedra, y en mucho más | |
se ha de estimar un diente que un diamante. | |
Mas a todo esto estamos sujetos los que | |
profesamos la estrecha orden de la caballería. | |
Sube, amigo y guía, que yo te seguiré al paso | |
que quisieres... | |
Hízolo así, Sancho, y encaminóse hacía donde | |
le pareció que podía hallar acogimiento, sin | |
salir del camino real que por allí yua muy | |
seguido. Yéndose, pues, poco a poco, porque él | |
dolor de las quijadas de don Quijote no le | |
dejaba sosegar ni atender a darse priesa, | |
quiso Sancho entretenelle y divertille. | |
diciéndole alguna cosa, y entre otras que le dijo, | |
fue lo que se dirá en el siguiente capítulo. | |
Paréceme, señor mío, que todas estas | |
desventuras que estos días nos han sucedido, sin | |
duda alguna, han sido pena del pecado cometido | |
por vuestra merced contra la orden de su | |
caballería, no habiendo cumplido el juramento | |
que hizo de no comer pan a manteles, ni con | |
la reina folgar, con todo aquello que a esto sé | |
sigue, y vuestra merced juró de cumplir hasta | |
quitar aquel almete de Malandrino, o cómo sé | |
llama el moro, que no me acuerdo bien. | |
¿Tienes mucha razón, Sancho?, dijo don | |
Quíjote... Mas para decirte verdad, ello se me | |
había pasado de la memoria, y también puedes | |
tener por cierto que por la culpa de no habérmelo | |
tú acordado en tiempo, te sucedió aquello | |
de la manta; pero yo haré la enmienda que | |
modos hay de composición en la orden de la | |
caballería para todo. | |
Pues, ¿juré yo algo, por dicha? | |
¡Sancho! | |
No importa que no hayas jurado, dijo don | |
Quíjote. ¡Basta que yo entiendo que de participantes | |
no estás muy seguro, y por sí o por no, | |
no será malo proveernos de remedio. | |
Pues si ello es así, dijo Sancho, “mire | |
vuestra merced no se le torne a olvidar esto, | |
como lo del juramento; quizá les volverá la | |
gana a las fantasmas de solazarse otra vez | |
conmigo, y aun con vuestra merced, si le ven tan | |
pertinaz.” | |
En estas y otras pláticas les tomó la noche en | |
mitad del camino, sin tener ni descubrir dónde | |
aquella noche se recogiesen; y lo que no había | |
de bueno en ello era que perecían de hambre, | |
que con la falta de las alforjas les faltó toda la | |
despensa y matalotaje. Y para acabar de confirmar | |
esta desgracia les sucedió una aventura, | |
que, sin artificio alguno, verdaderamente lo | |
parecía. Y fue que la noche cerró con alguna | |
escuridad; pero con todo esto caminaban, | |
creyendo Sancho que, pues aquel camino era real, | |
a una o dos leguas, de buena razón hallaría en | |
él alguna venta. | |
Yendo, pues, desta manera, la noche escura, | |
el escudero hambriento y el amo con gana de | |
comer, vieron que por el mesmo camino que | |
iban, venían, hacía ellos gran multitud de lumbres, | |
que no parecían sino estrellas que se movían. | |
Pasmose Sancho en viéndolas, y don Quijote | |
no las tuvo todas consigo; tiró el uno del | |
cabestro a su asno, y el otro de las riendas a su | |
rocino, y estuvieron quedos mirando atentamente | |
lo que podía ser aquello, y vieron que | |
las lumbres se yuan acercando a ellos, y | |
mientras más se llegaban mayores parecían. A cuya | |
vista Sancho comenzo a temblar como un azogado, | |
y los cabellos de la cabeza se le erizaron | |
a don Quijote, el cual, animándose un poco, | |
dijo: | |
Esta, sin duda, Sancho, debe de ser | |
grandísima y peligrosísima aventura, donde será | |
necesario que yo muestre todo mi valor y | |
esfuerzo. | |
¡Desdichado de mí! | |
acaso esta aventura fuese de fantasmas, como | |
me lo va pareciendo, ¿adónde habrá costillas que | |
la sufran? | |
Por más fantasmas que sean, dijo don | |
Quíjote. ¿No consentiré yo que te toque en | |
el pelo de la ropa; que si la otra vez se burlaron | |
contigo, fue porque no pude yo saltar las | |
paredes del corral; pero ahora estamos en campo | |
raso donde podré yo, como quisiere, esgremir. | |
mi espada.” | |
Y si le encantan y entomecen, ¿cómo la otra | |
vez lo hicieron”, dijo Sancho. ¿Qué | |
aprovechará estar en campo abierto o no? | |
“Con todo eso”, replicó don Quijote, | |
ruego, Sancho, que tengas buen ánimo; que la | |
experiencia te dará a entender el que yo tengo. | |
Sí tendré, si a Dios place, respondió | |
¡Sancho! | |
Y, apartándose los dos a un lado del | |
camino, tornaron a mirar atentamente lo que | |
aquello de aquellas lumbres que caminaban | |
podía ser, y de allí a muy poco descubrieron | |
muchos encamisados, cuya temerosa visión de | |
todo punto remató el ánimo de Sancho Panza, | |
el cual comenzo a dar diente con diente, como | |
quien tiene frío de cuartana, y creció más el | |
batir y dentellear cuando distintamente vieron | |
lo que era, porque descubrieron hasta veinte | |
encamisados, todos a caballo, con sus hachas | |
encendidas en las manos, detrás de los cuales | |
venía una litera cubierta de luto, a la cual | |
seguían otros seis de a caballo, enlutados hasta | |
los pies de las mulas, que bien vieron que no | |
eran caballos en el sosiego con que caminaban. | |
Yuan los encamisados murmurando entre | |
sí, con una voz baja y compasiva. Esta extraña | |
visión a tales horas y en tal despoblado, | |
bien bastaba para poner miedo en el corazón | |
de Sancho, y aun en el de su amo; y así | |
fuera en cuanto a don Quijote, que ya Sancho | |
había dado al través con todo su esfuerzo. | |
contrario le avino a su amo, al cual en aquel | |
punto se le representó en su imaginación, al | |
vivo, que aquella era una de las aventuras de | |
sus libros. Figúrosele que la litera eran andas | |
donde debía de ir algún mal ferido o muerto | |
caballero, cuya venganza a él solo estaba | |
reservada, y sin hacer otro discurso, enristró su | |
lanzón, púsose bien en la silla, y con gentil brío | |
y continente se puso en la mitad del camino | |
por donde los encamisados forzosamente habían | |
de pasar, y cuando los vio cerca, alzó la voz | |
y dijo: | |
¡Deteneos, caballeros, oh quien quiera que | |
seáis, y dadme cuenta de quién sois, de donde | |
venís, ¿adónde vais? ¿Qué es lo que en aquellas | |
andas lleváis; que, según las muestras, o | |
vosotros habéis fecho o vos han fecho, algún | |
desaguisado, y conviene y es menester que yo | |
lo sepa, o bien para castigaros del mal que | |
fecistes, o bien para vengaros del tuerto que | |
vos ficieron... | |
¡Vamos de priesa!, respondió uno de los | |
encamisados, y está la venta lejos, y no nos | |
podemos detener a dar tanta cuenta como | |
pedís... | |
Y, picando la mula, pasó adelante. Sintiose | |
desta respuesta grandemente don Quijote, y | |
trabando del freno dijo: | |
Deteneos y sed más bien criado, y dadme | |
cuenta de lo que os he preguntado; si no, | |
conmigo sois todos en batalla. | |
Era la mula asombradiza, y al tomarla de él | |
freno se espantó de manera que, alzándose en | |
los pies, dio con su dueño por las hancas en | |
el suelo. Un mozo que iba a pie, viendo caer | |
al encamisado, comenzo a denostar a don | |
Quíjote el cual, ya encolerizado, sin esperar | |
mas, enristrando su lanzón, arremetió a uno de | |
los enlutados y mal ferido dio con él en tierra; | |
y revolviéndose por los demás, era cosa de ver | |
con la presteza que los acometía y desbarataba, | |
que no parecía sino que en aquel instante | |
le habían nacido alas a Rocinante, según andaba | |
de ligero y orgulloso. Todos los encamisados | |
era gente medrosa y sin armas, y así, con | |
facilidad en un momento dejaron la refriega y | |
comenzaron a correr por aquel campo con las | |
hachas encendidas, que no parecían sino a los | |
de las máscaras que en noche de regocijo y | |
fiesta corren. Los enlutados, así mesmo | |
revueltos y envueltos en sus faldamentos y lobas, | |
no se podían mover; así que muy a su salvo, | |
don Quijote los apaleó a todos y les hizo dejar | |
el sitio mal de su grado, porque todos pensaron | |
que aquel no era hombre, sino diablo del | |
infierno que les salía a quitar el cuerpo muerto | |
que en la litera llevaban. | |
Todo lo miraba, Sancho, admirado del | |
ardimiento de su señor, y decía entre sí: | |
Sin duda este mi amo es tan valiente y | |
esforzado, como él dice. | |
Estaba una hacha ardiendo en el suelo junto | |
al primero que derribó la mula, a cuya luz | |
le pudo ver don Quijote, y, llegándose a él, le | |
puso la punta del lanzón en el rostro, diciéndole | |
que se rindiese, si no, que le mataría. | |
cuál respondió el caído: | |
Harto rendido estoy, pues no me puedo | |
mover, que tengo una pierna quebrada, suplico | |
a vuestra merced, si es caballero cristiano, | |
que no me mate, que cometera un gran sacrilegio; | |
que soy licenciado y tengo las primeras | |
órdenes... | |
Pues ¿quién diablos os ha traído aquí? | |
dijo don Quijote, ¿siendo hombre de iglesia? | |
¿Quién, señor? | |
desventura... | |
Pues otra mayor os amenaza, dijo don | |
Quíjote, si no me satisfacéis a todo cuanto | |
primero os pregunté. | |
Con facilidad será vuestra merced satisfecho. | |
respondió el licenciado; y así, sabrá | |
vuestra merced, que aunque denantes dije que | |
yo era licenciado, no soy sino bachiller, y | |
Llámome Alonso López; soy natural de alcobendas, | |
vengo de la ciudad de Baeza con otros | |
once sacerdotes, que son los que huyeron con | |
las hachas; vamos a la ciudad de Segovia | |
acompañando un cuerpo muerto, que va en | |
aquella litera, que es de un caballero que | |
murió en Baeza, donde fue depositado, y ahora | |
como digo, llevábamos sus huesos a su | |
sepultura que está en Segovia, de donde es | |
natural.” | |
¿Y quién le mató? | |
Dios, por medio de unas calenturas pestillentes, | |
que le dieron”, respondió el bachiller. | |
Desa suerte, dijo don Quijote, quitado | |
me ha nuestro señor del trabajo que había de | |
tomar en vengar su muerte, si otro alguno le | |
hubiera muerto; pero habiéndole muerto quien | |
le mató, no hay sino callar y encoger los | |
hombros, porque lo mesmo hiciera si a mí | |
mismo me matara, y quiero que sepa vuestra | |
reverencia que yo soy un caballero de la | |
Mancha, llamado don Quijote, y es mi oficio y | |
ejercicio andar por el mundo enderezando | |
tuertos y desfaciendo agravios. | |
No sé cómo pueda ser eso de enderezar | |
tuertos, dijo el bachiller, pues a mí de | |
derecho me habéis vuelto tuerto, dejándome una | |
pierna quebrada, la cual no se verá derecha | |
en todos los días de su vida, y el agravio que | |
en mí habéis deshecho, ha sido dejarme | |
agraviado de manera que me quedaré agraviado | |
para siempre; y harta desventura ha sido topar | |
con vos, que vais buscando aventuras. | |
No todas las cosas, respondió don Quijote, | |
suceden de un mismo modo; el daño estuvo, | |
señor bachiller Alonso López, en venir, | |
como veníades, de noche, vestidos con aquellas | |
sobrepellices, con las hachas encendidas, | |
rezando, cubiertos de luto, que propiamente | |
semejábades cosa mala y del otro mundo, y | |
así, yo no pude dejar de cumplir con mí | |
obligación acometiéndoos, y os acometiera, aunque | |
verdaderamente supiera que érades los mesmos | |
satanases del infierno, que por tales | |
os juzgué y tuve siempre. | |
Ya que así lo ha querido mi suerte, dijo | |
el bachiller, suplico a vuestra merced, señor, | |
caballero andante, que tan mala andanza me | |
ha dado, me ayude a salir de debajo desta | |
mula, que me tiene tomada una pierna entre | |
el estribo y la silla. | |
¡Hablara yo para mañana! ¡Dijo don | |
Quijote, y ¿hasta cuándo aguardábades a | |
decirme vuestro afán? | |
Dio luego voces a Sancho Panza que viniese; | |
pero él no se curó de venir, porque andaba | |
ocupado desbalijando una acémila de repuesto | |
que traían aquellos buenos señores, bien | |
bastecida de cosas de comer. | |
costal de su gaván, y recogiendo todo lo que | |
pudo y cupo en el talego, cargó su jumento, y | |
luego acudió a las voces de su amo y ayudó a | |
sacar al señor bachiller de la opresión de la | |
mula, y, poniéndole encima della, le dio la | |
hacha, y don Quijote le dijo que siguiese la | |
derrota de sus compañeros, a quien de su | |
parte pidiese perdón del agravio; que no había | |
sido en su mano dejar de haberle hecho. | |
Díjole también, Sancho. | |
Si acaso quisieren saber esos señores quién | |
ha sido el valeroso que tales los puso, dirales | |
vuestra merced, que es el famoso don Quijote | |
de la Mancha, que por otro nombre se llama el | |
caballero de la Triste Figura. | |
Con esto se fue el bachiller y don Quijote | |
preguntó a Sancho que le había movido a | |
llamarle el caballero de la Triste Figura, más | |
entonces que nunca. | |
Yo se lo diré, respondió Sancho. ¿Por qué | |
le he estado mirando un rato a la luz de | |
aquella hacha que lleva aquel mal andante, y | |
verdaderamente tiene vuestra merced la más mala | |
figura de poco acá que jamás he visto; y | |
débelo de haber causado, o ya el cansancio deste | |
combate, o ya la falta de las muelas y dientes. | |
¿No es eso?, respondió don Quijote, sino | |
que el sabio, a cuyo cargo debe de estar el | |
escribir la historia de mis hazañas, le habrá | |
parecido que será bien que yo tome algún nombre | |
apelativo, como lo tomaban todos los caballeros | |
pasados. ¿Cuál se llamaba el de la ardiente | |
espada, cuál el del Unicornio; aquel el | |
de las doncellas; aqueste el del ave fénix, el | |
otro el caballero del grifo; estotro el de la | |
muerte, y por estos nombres e insignias eran | |
conocidos por toda la redondez de la tierra. | |
así, digo que el sabio ya dicho te habrá puesto | |
en la lengua y en el pensamiento ahora que me | |
llamases el caballero de la Triste Figura, como | |
pienso llamarme desde hoy en adelante, y para | |
que mejor me cuadre tal nombre, determino | |
de hacer pintar, cuando haya lugar, en mí | |
escudo una muy triste figura. | |
No hay para qué gastar tiempo y dineros | |
en hacer esa figura–, dijo Sancho–, sino lo | |
¿Qué se ha de hacer es que vuestra merced descubra | |
la suya y de rostro a los que le miraren, | |
que, sin más ni más, y sin otra imagen ni escudo, | |
le llamarán el de la Triste Figura, y créame | |
que le digo verdad, porque le prometo a vuestra | |
merced, señor, y esto sea dicho en burlas, | |
que le hace tan mala cara la hambre y la falta | |
de las muelas, que, como ya tengo dicho, | |
se podrá muy bien excusar la triste pintura. | |
Riose don Quijote del donaire de Sancho; | |
pero, con todo, propuso de llamarse de aquel | |
nombre en pudiendo pintar su escudo o rodela, | |
como había imaginado. | |
En esto volvió el bachiller, y le dijo a don | |
Quíjote. | |
Olvidábaseme de decir que advierta vuestra | |
merced que queda descomulgado, por haber | |
puesto las manos violentamente en cosa sagrada. | |
Jujta ilud, si quis suadente diábolo, | |
No entiendo ese latín, respondió don | |
Quíjote. Mas yo sé bien que no puse las | |
manos, sino este lanzón; cuanto más que yo no | |
pensé que ofendía a sacerdotes ni a cosas | |
de la iglesia, a quien respeto y adoro como | |
católico y fiel cristiano que soy, sino a | |
fantasmas y a vestiglos del otro mundo; y cuando | |
eso así fuese, en la memoria tengo lo que le | |
pasó al Cid Ruy Díaz, cuando quebró la silla | |
del embajador de aquel rey, delante de su | |
Santidad del papa, por lo cual lo descomulgó, | |
y anduvo aquel día el buen Rodrigo de Vivar | |
como muy honrado y valiente caballero. | |
En oyendo esto, el bachiller se fue, como | |
queda dicho, sin replicarle palabra. | |
Quisiera don Quijote mirar si el cuerpo que | |
venía en la litera eran huesos o no; pero no | |
lo consintió Sancho, diciéndole: | |
Señor, vuestra merced ha acabado esta | |
peligrosa aventura lo más a su salvo de todas | |
las que yo he visto; esta gente, aunque vencida | |
y desbaratada, podría ser que cayese en la | |
cuenta de que los venció sola una persona, y | |
corridos y avergonzados desto, volviesen a | |
rehacerse y a buscarnos, y nos diesen en | |
qué entender. El jumento está como conviene, | |
la montaña cerca, la hambre carga, no hay | |
qué hacer, sino retirarnos con gentil compás, | |
de pies, y como dicen, váyase el muerto a | |
la sepultura y el vivo a la hogaza. | |
Y, antecogiendo su asno, rogo a su señor que | |
le siguiese, el cual, pareciéndole que Sancho | |
tenía razón sin volverle a replicar le siguió. | |
a poco trecho que caminaban por entre dos | |
montañuelas, se hallaron en un espacioso y | |
escondido valle, donde se apearon, y Sancho | |
alivió el jumento, y tendidos sobre la verde | |
yerba, con la salsa de su hambre, almorzaron, | |
comieron, merendaron y cenaron a un mesmo | |
punto, satisfaciendo sus estómagos con más de | |
una fiambrera que los señores clérigos del | |
difunto que pocas veces se dejan mal pasar, en | |
la acémila de su repuesto traían. | |
Más sucedióles otra desgracia, que Sancho | |
la tuvo por la peor de todas, y fue que no | |
tenían vino que beber, ni aun agua que llegar a | |
la boca; y acosados de la sed, dijo Sancho, | |
viendo que el prado donde estaban estaba | |
colmado de verde y menuda hierba, lo que se dirá | |
en el siguiente capítulo. | |
No es posible, señor mío, sino que estás | |
yerbas dan testimonio de que por aquí cerca | |
debe de estar alguna fuente o arroyo que | |
estas hierbas humedece; y así será bien que | |
vamos un poco más adelante; que ya toparemos | |
donde podamos mitigar esta terrible sed que | |
nos fatiga, que sin duda causa mayor pena | |
que la hambre... | |
Pareciole bien el consejo a don Quijote, y | |
tomando de la rienda a Rocinante y Sancho | |
del cabestro a su asno, después de haber puesto | |
sobre él los relieves que de la cena quedaron, | |
comenzaron a caminar por el Prado arriba a | |
tiento, porque la escuridad de la noche no les | |
dejaba ver cosa alguna; mas no hubieron | |
andado docientos pasos, cuando llegó a sus | |
oídos un grande ruido de agua, como que de | |
algunos grandes y levantados riscos sé | |
despeñaba. Alégroles el ruido en gran manera, y | |
parándose a escuchar hacía qué parte sonaba, | |
oyeron a deshora otro estruendo que les aguó, | |
el contento del agua, especialmente a Sancho, | |
que naturalmente era medroso y de poco | |
ánimo. Digo que oyeron que daban unos golpes | |
a compás, con un cierto crujir de hierros y | |
cadenas que, acompañados del furioso estruendo, | |
del agua, que pusieran pavor a cualquier | |
otro corazón que no fuera el de don Quijote. | |
Era la noche, como se ha dicho, escura y | |
ellos acertaron a entrar entre unos árboles | |
altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, | |
hacían un temeroso y manso ruido, de manera | |
que la soledad, el sitio, la escuridad, el ruido | |
del agua con el susurro de las hojas, todo | |
causaba horror y espanto; y más cuando vieron | |
que ni los golpes cesaban, ni el viento dormía, | |
ni la mañana llegaba, añadiéndose a todo esto | |
el ignorar el lugar donde se hallaban. Pero don | |
Quíjote, acompañado de su intrépido corazón, | |
saltó sobre Rocinante, y, embrazando su rodela, | |
terció su lanzón, y dijo: | |
Sancho amigo, has de saber que yo nací | |
por querer del cielo en esta nuestra edad de | |
yerro, para resucitar en ella la de oro o la | |
dorada, como suele llamarse. Yo soy aquel | |
para quien están guardados los peligros, las | |
grandes hazañas, los valerosos hechos. Yo soy, | |
digo otra vez quien ha de resucitar los de la | |
tabla Redonda, los doce de Francia y los Nueve | |
de la fama y el que ha de poner en olvido | |
los plátires, los tablantes, olivantes y tirantes, | |
los Febos y Belianises, con toda la caterva | |
de los famosos caballeros andantes del pasado | |
tiempo, haciendo en este en que me hallo | |
tales grandezas, extrañezas y fechos de armas, | |
que escurezcan las más claras que ellos ficieron. | |
Bien notas, escudero fiel y legal, las tinieblas | |
desta noche, su extraño silencio, el sordo | |
y confuso estruendo destos árboles, el | |
temeroso ruido de aquella agua en cuya busca | |
venimos, que parece que se despeña y derrumba | |
desde los altos montes de la luna, y aquel | |
incesable golpear que nos hiere y lastima los | |
oídos, las cuales cosas todas juntas, y cada una | |
por si son bastantes a infundir miedo, temor | |
y espanto en el pecho del mesmo Marte, | |
cuanto más en aquel que no está acostumbrado | |
a semejantes acontecimientos y aventuras. | |
Pues todo esto que yo te pinto, son incentivos y | |
despertadores de mi ánimo, que ya hace que | |
el corazón me reviente en el pecho, con él | |
deseo que tiene de acometer esta aventura, | |
por más dificultosa que se muestra. Así que | |
aprieta un poco las cinchas a Rocinante, y | |
Quédate a Dios y espérame aquí hasta tres días | |
no más, en los cuales si no volviere, puedes | |
tú volverte a nuestra aldea, y desde allí por | |
hacerme merced, y buena obra, irás al Toboso, | |
donde dirás a la incomparable señora mía | |
Dulcínea que su cautivo caballero murió por | |
acometer cosas que le hiciesen digno de | |
poder llamarse suyo. | |
Cuando Sancho oyó las palabras de su amo, | |
comenzo a llorar con la mayor ternura del rey. | |
mundo, y a decille: | |
Señor, yo no sé por qué quiere vuestra | |
merced acometer esta tan temerosa aventura, | |
ahora es de noche, aquí no nos ve nadie, bien | |
podemos torcer el camino y desviarnos de él | |
peligro, aunque no bebamos en tres días, y | |
pues no hay quien nos vea, menos habrá quien | |
nos note de cobardes; cuanto más que yo he | |
oído predicar al cura de nuestro lugar que | |
vuestra merced bien conoce que quien busca | |
el peligro, perece en él; así que no es bien | |
tentar a Dios acometiendo tan desaforado hecho, | |
donde no se puede escapar sino por milagro, | |
y basta los que ha hecho el cielo con | |
vuestra merced en librarle de ser manteado, | |
como yo lo fui, y en sacarle vencedor, libre y | |
salvo de entre tantos enemigos como | |
acompañaban al difunto. Y cuando todo esto no | |
mueva ni ablande ese duro corazón, muévale | |
el pensar y creer que apenas se habrá vuestra | |
merced apartado de aquí, cuando yo, de miedo, | |
de mi anima a quien quisiere llevarla. Yo salí | |
de mi tierra, y dejé hijos y mujer por venir a | |
servir a vuestra merced, creyendo valer más | |
y no menos; pero como la cudicia rompe el | |
saco, a mí me ha rasgado mis esperanzas, | |
pues cuando más vivas las tenía de alcanzar | |
aquella negra y malhadada insula que tantas | |
veces vuestra merced me ha prometido, veo | |
que, en pago y trueco della, me quiere ahora | |
dejar en un lugar tan apartado del trato | |
humano. Por un solo Dios, señor mío, que no sé | |
me faga tal desaguisado! Y ya que del todo no | |
quiera vuestra merced desistir de acometer | |
este fecho, dilátelo a lo menos hasta la | |
mañana que, a lo que a mí me muestra la ciencia, | |
que aprendí cuando era pastor, no debe de | |
haber desde aquí al alba tres horas, porque la | |
boca de la bocina está encima de la cabeza, y | |
hace la media noche en la línea del brazo | |
izquierdo... | |
¿Cómo puedes tú, Sancho, dijo don | |
Quíjote –ver dónde hace esa línea, ni dónde | |
está esa boca o ese colodrillo que dices, si | |
hace la noche tan escura, que no parece en | |
todo el cielo estrella alguna? | |
¿Así es? ¿Pero tiene el miedo | |
muchos ojos, y ve las cosas debajo de tierra, | |
cuanto más encima en el cielo, puesto que | |
por buen discurso, bien se puede entender que | |
¡Hay poco de aquí al día! | |
¡Falte lo que faltare!, respondió don Quijote, | |
que no se ha de decir por mí ahora, ni en | |
ningún tiempo que lágrimas y ruegos me | |
apartaron de hacer lo que debía a estilo de | |
caballero; y así, te ruego, Sancho, que calles, | |
que Dios, que me ha puesto en corazón de | |
acometer ahora esta tan no vista y tan temerosa | |
aventura, tendrá cuidado de mirar por mi salud | |
y de consolar tu tristeza. Lo que has de hacer es | |
apretar bien las cinchas a Rocinante y quedarte | |
aquí, que yo daré la vuelta presto, o vivo o | |
muerto.” | |
Viendo, pues, Sancho la última resolución | |
de su amo, y cuán poco valían con él sus | |
lágrimas, consejos y ruegos, determinó de | |
aprovecharse de su industria, y hacerle esperar | |
hasta el día si pudiese; y así, cuando | |
apretaba las cinchas al caballo, bonitamente y sin | |
ser sentido, ató con el cabestro de su asno | |
ambos pies a Rocinante, de manera que, cuando | |
don Quijote se quiso partir, no pudo, porque | |
el caballo no se podía mover sino a saltos. | |
Viendo Sancho Panza el buen suceso de su | |
embuste, dijo. | |
Ea, señor, que el cielo, conmovido de mis | |
lágrimas y plegarias, ha ordenado que no sé | |
pueda mover Rocinante, y si vos queréis porfiar | |
y espolear y dalle será enojar a la fortuna, | |
y dar coces, como dicen, contra el aguijón. | |
Desesperábase con esto don Quijote, y por | |
mas que ponía las piernas al caballo, menos le | |
podía mover; y sin caer en la cuenta de la | |
ligadura, tuvo por bien de sosegarse y | |
esperar, o a que amaneciese o a que Rocinante | |
se menease, creyendo sin duda que aquello | |
venía de otra parte que de la industria de | |
Sancho; y así, le dijo: | |
Pues así es, Sancho, que Rocinante no | |
puede moverse, yo soy contento de esperar a | |
que ría el alba, aunque yo llore lo que ella | |
tardaré en venir. | |
¿No hay que llorar?, respondió Sancho, que | |
yo entretendré a vuestra merced contando | |
cuentos desde aquí al día, si ya no es que sé | |
quiere apear y echarse a dormir un poco sobre | |
la verde hierba, a uso de caballeros andantes, | |
para hallarse más descansado cuando llegue | |
el día, y punto de acometer esta tan | |
desemejable aventura que le espera. | |
¿A qué llamas apear o a qué dormir? | |
don Quijote. | |
caballeros que toman reposo en los peligros? | |
Duerme tú, que naciste para dormir. | |
Haz lo que quisieres, que yo haré lo que viere | |
que más viene con mi pretensión. | |
No se enoje vuestra merced, señor mío, | |
respondió Sancho, que no lo dije por tanto. | |
Y, llegándose a él, puso la una mano en él | |
arzón delantero, y la otra en el otro, de modo | |
que quedó abrazado con el muslo izquierdo | |
de su amo, sin osarse apartar dél un dedo. Tal | |
era el miedo que tenía a los golpes que | |
todavía alternativamente sonaban. | |
Díjole don Quijote que contase algún | |
cuento para entretenerle, como se lo había | |
prometido, a lo que Sancho dijo que sí hiciera, si | |
le dejara el temor de lo que oía. | |
Pero con todo eso, yo me esforzaré a decir | |
una historia que, si la acierto a contar, y no | |
me van a la mano, es la mejor de las historias; | |
y esteme vuestra merced atento, que ya | |
comienzo. Érase que se era el bien que | |
viniere para todos sea, y el mal para quien lo | |
fuere a buscar... | |
merced, señor mío, que el principio que los | |
antiguos dieron a sus consejas no fue así como | |
quiera que fue una sentencia de Catón | |
zonzorino romano, que dice: «Y el mal para | |
quien le fuere a buscar, que viene aquí como | |
anillo al dedo, para que vuestra merced se esté | |
quedo, y no vaya a buscar el mal a ninguna | |
parte, sino que nos volvamos por otro camino, | |
pues nadie nos fuerza a que sigamos este, | |
donde tantos miedos nos sobresaltan. | |
¡Sigue tu cuento, Sancho! ¡Dijo don | |
Quíjote, y del camino que hemos de seguir | |
Déjame a mí el cuidado. | |
Digo, pues, prosiguió, Sancho, que en un | |
lugar de Estremadura había un pastor cabrerizo, | |
quiero decir que guardaba cabras, el cual pastor | |
o cabrerizo, como digo, de mi cuento, sé | |
llamaba Lope Ruiz, y este Lope Ruiz andaba | |
enamorado de una pastora que se llamaba | |
Torralba, la cual pastora llamada Torralba era | |
hija de un ganadero rico, y este ganadero | |
rico... | |
Si de esa manera cuentas tu cuento, Sancho, | |
dijo don Quijote, repitiendo dos veces | |
lo que vas diciendo, no acabarás en dos días; | |
dilo seguidamente y cuéntalo como hombre | |
de entendimiento, y si no, no digas nada. | |
De la misma manera que yo lo cuento, | |
respondió Sancho: «Se cuentan en mi tierra | |
todas las consejas, y yo no sé contarlo de otra, | |
ni es bien que vuestra merced me pida que | |
haga usos nuevos. | |
Di cómo quisieres, respondió don Quijote. | |
que pues la suerte quiere que no pueda | |
dejar de escucharte, prosigue. | |
Así que, señor mío, de mi anima, prosiguió | |
Sancho, que, como ya tengo dicho, este | |
pastor andaba enamorado de Torralva la | |
pastora, que era una moza rolliza, zahareña y | |
tiraba algo a hombruna, porque tenía unos | |
pocos de bigotes, que parece que ahora | |
la veo.” | |
¿Luego conocístela tú? | |
¿No la conocí yo? ¿Pero | |
quien me conto este cuento me dijo que era | |
tan cierto y verdadero, que podía bien, cuando | |
lo contase a otro, afirmar y jurar que lo había | |
visto todo. Así que, yendo días y viniendo | |
días el diablo que no duerme, y que todo lo | |
añasca, hizo de manera que el amor que él | |
pastor tenía a la pastora se volviese en | |
omecillo y mala voluntad, y la causa fue, según | |
malas lenguas, una cierta cantidad de celillos | |
que ella le dio tales que pasaban de la raya | |
y llegaban a lo vedado, y fue tanto lo que él | |
pastor la aborreció de allí adelante, que por | |
no verla, se quiso ausentar de aquella tierra, | |
irse donde sus ojos no la viesen jamás. | |
Torralba, que se vio desdeñada del Lope, | |
luego le quiso bien, mas que nunca le había | |
querido... | |
Esa es natural condición de mujeres. | |
dijo don Quijote: «Desdeñar a quien las quiere | |
y amar a quien las aborrece. Pasa adelante, | |
¡Sancho! | |
“Sucedió”, dijo Sancho, “que el pastor puso | |
por obra su determinación, y, antecogiendo sus | |
cabras, se encaminó por los campos de Estremadura | |
para pasarse a los reinos de Portugal. | |
La torralba que lo supo se fue tras él, y | |
seguíale a pie y descalza desde lejos, con un | |
bordón en la mano y con unas alforjas al | |
cuello, donde llevaba, según es fama, un pedazo | |
de espejo y otro de un peine, y no sé qué | |
botecillo de mudas para la cara; mas llevase lo | |
que llevase, que yo no me quiero meter ahora | |
en averiguallo, solo diré que dicen que él | |
pastor llegó con su ganado a pasar el río | |
Guadiana, y en aquella sazón iba crecido y | |
casi fuera de madre, y por la parte que llegó | |
no había barca ni barco, ni quien le pasase a | |
él ni a su ganado de la otra parte, de lo que sé | |
congojó mucho, porque veía que la torralba | |
venía ya muy cerca, y le había de dar mucha | |
pesadumbre con sus ruegos y lágrimas; mas | |
tanto anduvo mirando que vio un pescador | |
que tenía junto a sí un barco tan pequeño, que | |
solamente podían caber en él una persona y | |
una cabra, y con todo esto, le habló y concerto | |
con el que le pasase a él, y a trescientas cabras | |
que llevaba. Entró el pescador en el barco y el barco, y | |
pasó una cabra, volvió y pasó otra; tornó a | |
volver, y tornó a pasar otra. | |
merced cuenta en las cabras que el pescador | |
va pasando, porque si se pierde una de la | |
memoria, se acabará el cuento y no será | |
posible contar más palabra de él. | |
digo que el desembarcadero de la otra parte | |
estaba lleno de cieno y resbaloso, y tardaba el | |
pescador mucho tiempo en ir y volver. | |
todo esto, volvió por otra cabra y otra, y | |
otra... | |
Haz cuenta que las pasó todas, dijo don | |
Quíjote. No andes yendo y viniendo desa | |
manera que no acabarás de pasarlas en un | |
año... | |
¿Cuántas han pasado hasta ahora? | |
dijo Sancho. | |
¿Yo, qué diablos sé? | |
Quíjote. | |
¡Ay, lo que yo dije que tuviese buena | |
cuenta, pues, por Dios, que se ha acabado | |
el cuento que no hay pasar adelante. | |
¿Cómo puede ser eso? | |
¡Quijote! | |
saber las cabras que han pasado por estenso, | |
que si se yerra una del número no puedes | |
seguir adelante con la historia? | |
No, señor, en ninguna manera, respondió | |
Sancho, porque así como yo pregunté a vuestra | |
merced que me dijese cuantas cabras habían | |
pasado, y me respondió que no sabía, en aquel | |
mesmo instante se me fue a mí de la | |
memoria cuanto me quedaba por decir, y a fe que | |
era de mucha virtud y contento. | |
¿De modo, dijo don Quijote, que ya la | |
historia es acabada? | |
¿Tan acabada es como mi madre?, dijo | |
¡Sancho! | |
¡Dígote de verdad!, respondió don Quijote, | |
que tú has contado una de las más nuevas | |
consejas, cuento o historia, que nadie pudo | |
pensar en el mundo, y que tal modo de contarla, | |
ni dejarla, jamás se podrá ver ni habrá | |
visto en toda la vida, aunque no esperaba yo | |
otra cosa de tu buen discurso; mas no me | |
maravillo, pues quizá estos golpes, que no | |
cesan, te deben de tener turbado el rey. | |
entendimiento. | |
“Todo puede ser”, respondió Sancho. “Mas | |
yo sé que en lo de mi cuento no hay más que | |
decir que allí se acaba do comienza el yerro | |
de la cuenta del pasaje de las cabras. | |
¿Acabe norabuena donde quisiere?, dijo | |
don Quijote, y veamos si se puede mover | |
Rocinante. | |
Tornole a poner las piernas, y el tornó a dar | |
saltos y a estarse quedo. Tanto estaba de bien | |
atado. | |
En esto parece ser, o que el frío de la | |
mañana que ya venía o que Sancho vuiese | |
cenado algunas cosas lenitivas, o que fuese | |
cosa natural, que es lo que más se debe creer, | |
a él le vino en voluntad y deseo de hacer lo | |
que otro no pudiera hacer por él. Mas era | |
tanto el miedo que había entrado en su corazón, | |
que no osaba apartarse un negro de uña de su | |
amo, pues pensar de no hacer lo que tenía | |
gana, tampoco era posible, y así, lo que hizo, | |
por bien de paz fue soltar la mano derecha, | |
que tenía asida al arzón trasero, con la cual, | |
bonitamente y sin rumor alguno, se soltó la | |
lazada corrediza con que los calzones sé | |
sostenían, sin ayuda de otra alguna, y en | |
quitándosela, dieron luego abajo y se le quedaron | |
como grillos. Tras esto, alzó la camisa lo mejor | |
que pudo y echó al aire entrambas posaderas, | |
que no eran muy pequeñas. Hecho esto, que | |
él pensó que era lo más que tenía que hacer | |
para salir de aquel terrible aprieto y angustia, | |
le sobrevino otra mayor, que fue que le pareció | |
que no podía mudarse sin hacer estrepito | |
y ruido y comenzo a apretar los dientes, y a | |
encoger los hombros, recogiendo en sí él | |
aliento todo cuanto podía. Pero con todas | |
estas diligencias, fue tan desdichado, que al | |
cabo al cabo, vino a hacer un poco de ruido, | |
bien diferente de aquel que a él le ponía | |
tanto miedo. Oyolo, don Quijote, y dijo: | |
¿Qué rumor es ese, Sancho? | |
No sé, señor, respondió el; «Alguna cosa | |
nueva debe de ser, que las aventuras y | |
desventuras nunca comienzan por poco. | |
Tornó otra vez a probar ventura y sucedióle | |
tan bien, que sin más ruido ni alboroto que él | |
pasado, se halló libre de la carga que tanta | |
pesadumbre le había dado. Mas como don Quijote | |
tenía el sentido del holfato tan vivo como | |
el de los oídos, y Sancho estaba tan junto, | |
cosido con él, que casi por línea recta subían | |
los vapores hacía arriba, no se pudo excusar de | |
que algunos no llegasen a sus narices, y | |
apenas vuieron llegado, cuando él fue al socorro | |
apretándolas entre los dos dedos, y con tono | |
algo gangoso, dijo: | |
Paréceme, Sancho, que tienes mucho | |
miedo... | |
Sí tengo. Mas, ¿en qué | |
lo echa de ver vuestra merced ahora más que | |
nunca? | |
¿En qué ahora más que nunca hueles, y no a | |
ámbar”, respondió don Quijote. | |
¡Bien podrá ser! ¡Dijo Sancho! ¡Mas yo no | |
tengo la culpa, sino vuestra merced, que me | |
trae a deshoras, y por estos no acostumbrados | |
pasos... | |
¡Retírate tres o cuatro allá, amigo! ¡Dijo don | |
Quíjote --todo esto sin quitarse los dedos de | |
las narices, y desde aquí adelante ten más | |
cuenta con tu persona y con lo que debes a la | |
mía, que la mucha conversación que tengo | |
contigo ha engendrado este menosprecio. | |
“Apóstaré”, replicó Sancho, –que piensa | |
vuestra merced, que yo he hecho de mí | |
persona alguna cosa que no deba. | |
Peor es meneallo, amigo Sancho, | |
respondió don Quijote. | |
En estos coloquios y otros semejantes | |
pasaron la noche amo y mozo. Mas viendo Sancho | |
que a más andar se venía la mañana, con | |
mucho tiento desligó a Rocinante y se ató los | |
calzones. Como rocinante se vio libre, aunque | |
el de suyo no era nada brioso, parece que sé | |
resintió y comenzo a dar manotadas, porque | |
corvetas, con perdón suyo, no las sabia hacer. | |
Viendo, pues, don Quijote que ya Rocinante | |
se movía, lo tuvo a buena señal, y creyo que | |
lo era de que acometiese aquella temerosa | |
aventura. Acabó en esto de descubrirse el alba | |
y de parecer distintamente las cosas, y vio don | |
Quíjote que estaba entre unos árboles altos, que | |
ellos eran castaños, que hacen la sombra | |
muy escura; sintió también que el golpear no | |
cesaba, pero no vio quien lo podía causar. | |
así, sin más detenerse, hizo sentir las espuelas | |
a Rocinante, y, tornando a despedirse de Sancho, | |
le mandó que allí le aguardase tres días | |
a lo más largo, como ya otra vez se lo había | |
dicho, y que si al cabo dellos no vuiese vuelto, | |
tuviese por cierto que Dios había sido servido | |
de que en aquella peligrosa aventura se le | |
acabasen sus días. Tornole a referir el recado y | |
embajada que había de llevar de su parte a su | |
señora Dulcinea, y que en lo que tocaba a la | |
paga de sus servicios no tuviese pena, porque | |
él había dejado hecho su testamento antes que | |
saliera de su lugar, donde se hallaría gratificado | |
de todo lo tocante a su salario, rata por | |
cantidad del tiempo que vuiese servido; pero | |
que si Dios le sacaba de aquel peligro sano, | |
salvo y sin cautela, se podía tener por muy | |
más que cierta la prometida insula. | |
De nuevo tornó a llorar Sancho, oyendo de | |
nuevo las lastimeras razones de su buen señor, | |
y determinó de no dejarle hasta el último | |
tránsito y fin de aquel negocio. | |
De estas lágrimas y determinación tan honrada | |
de Sancho Panza, saca el autor desta historia | |
que debía de ser bien nacido, y por lo menos, | |
cristiano viejo, cuyo sentimiento enterneció | |
algo a su amo, pero no tanto que mostrase | |
flaqueza alguna; antes, disimulando lo mejor que | |
pudo, comenzo a caminar hacía la parte por | |
donde le pareció que el ruido del agua y del | |
golpear venía. Seguíale Sancho a pie, llevando | |
como tenía de costumbre, del cabestro a su | |
jumento, perpetuo compañero de sus prósperas, y | |
adversas fortunas. Y habiendo andado una buena | |
pieza por entre aquellos castaños y árboles | |
sombríos, dieron en un pradecillo que al pie de | |
unas altas peñas se hacía, de las cuales sé | |
precipitaba un grandísimo golpe de agua. Al pie | |
de las peñas estaban unas casas mal hechas, | |
que más parecían ruinas de edificios que casas, | |
de entre las cuales advirtieron que salía el | |
ruido y estruendo de aquel golpear, que aún no | |
cesaba. | |
Alborotose rocinante con el estruendo del | |
agua y de los golpes, y, sosegándole don | |
Quíjote, se fue llegando poco a poco a las casas, | |
encomendándose de todo corazón a su señora, | |
suplicándole que en aquella temerosa jornada | |
y empresa le favoreciese, y de camino sé | |
encomendaba también a Dios que no le olvidase. | |
No se le quitaba Sancho del lado, el cual alargaba | |
cuanto podía el cuello y la vista por entre | |
las piernas de Rocinante, por ver si vería ya lo | |
que tan suspenso y medroso le tenía. | |
Otros cien pasos serían los que anduvieron, | |
cuando, al doblar de una punta, pareció | |
descubierta y patente la misma causa, sin que | |
pudiese ser otra, de aquel horrisono y para | |
ellos, espantable ruido, que tan suspensos y | |
medrosos toda la noche los había tenido. | |
eran, si no lo has, oh léctor, por pesadumbre | |
y enojo---seis mazos de batán, que con | |
sus alternativos golpes aquel estruendo | |
formaban. | |
Cuando don Quijote vio lo que era, enmudeció | |
y pásmose de arriba abajo. | |
y vio que tenía la cabeza inclinada sobre | |
el pecho, con muestras de estar corrido. | |
también don Quijote a Sancho, y viole que tenía | |
los carrillos hinchados y la boca llena de | |
risa, con evidentes señales de querer reventar | |
con ella, y no pudo su melanconía tanto con | |
el que a la vista de Sancho pudiese dejar de | |
reírse; y como vio Sancho que su amo había | |
comenzado, solto la presa, de manera que tuvo | |
necesidad de apretarse las hijadas con los | |
puños por no reventar riendo. Cuatro veces | |
sosego, y otras tantas volvió a su risa con él | |
mismo ímpetu que primero, de lo cual ya sé | |
daba al diablo don Quijote, y más cuando le | |
hoyo decir cómo por modo de fisga. ¿Has de | |
saber, ¡oh, Sancho amigo!, que yo nací por | |
querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro | |
para resucitar en ella la dorada o de oro. | |
soy aquel para quien están guardados los | |
peligros, las hazañas grandes, los valerosos | |
fechos, y por aquí fue repitiendo todas o las | |
más razones que don Quijote dijo la vez | |
primera que oyeron los temerosos golpes. | |
Viendo, pues, don Quijote que Sancho hacía | |
burla dél, se corrió y enojó en tanta manera, | |
que alzó el lanzón y le asentó dos palos tales, | |
que si, como los recibió en las espaldas, los | |
recibiera en la cabeza, quedará libre de pagarle | |
el salario, si no fuera a sus herederos, viendo | |
Sancho, que sacaba tan malas veras de sus | |
burlas, con temor de que su amo no pasase | |
adelante en ellas, con mucha umildad le dijo: | |
Sosiéguese vuestra merced, que por Dios | |
que me burlo. | |
Pues porque os burláis, no me burlo yo. | |
respondió don Quijote. | |
alegre. ¡Paréceos a vós que si, como estos fueron | |
mazos de batán fueran otra peligrosa aventura, | |
no había yo mostrado el ánimo que convenía | |
para emprendella y acaballa? ¿Estoy yo | |
obligado, a dicha, siendo, como soy, caballero, | |
a conocer y destinguir los sones y saber | |
¿Cuáles son de batán o no? Y más que podría | |
ser, como es verdad, que no los he visto en mí | |
vida como vos los habréis visto, como villano | |
ruin que sois, criado y nacido entre ellos. | |
Sí, no, haced vos que estos seis mazos se vuelvan | |
en seis jayanes, y echádmelos a las barbas | |
uno a uno o todos juntos, y cuando yo no | |
diere con todos patas arriba, haced de mí la | |
burla que quisiéredes. | |
¡No haya más, señor mío! Replicó Sancho, | |
que yo confieso que he andado algo risueño | |
en demasía. Pero dígame vuestra merced, | |
ahora que estamos en paz, así Dios le saque | |
de todas las aventuras que le sucedieren tan | |
sano y salvo como le ha sacado desta---¿no | |
ha sido cosa de reír, y lo es de contar. | |
gran miedo que hemos tenido? ¿A lo menos | |
el que yo tuve, que de vuestra merced ya yo | |
sé que no le conoce, ni sabe qué es temor, | |
espanto.” | |
¿No niego yo? ¿Respondió don Quijote que | |
lo que nos ha sucedido no sea cosa digna de | |
risa; pero no es digna de contarse, que no son | |
todas las personas tan discretas que sepan | |
poner en su punto las cosas. | |
“A lo menos”, respondió Sancho, “supo | |
vuestra merced poner en su punto el lanzón, | |
apuntándome a la cabeza y dándome en las | |
espaldas, gracias a Dios y a la diligencia que | |
puse en ladearme... Pero vaya, que todo saldrá | |
en la colada, que yo he oído decir: «Ese te | |
quiere bien, que te hace llorar, y más que | |
suelen los principales señores, tras una mala | |
palabra que dicen a un criado, darle luego unas | |
calzas, aunque no sé lo que le suelen dar tras | |
haberle dado de palos, si ya no es que los | |
caballeros andantes dan, tras palos, insulas o | |
reinos en tierra firme. | |
¿Tal podría correr el dado?, dijo don Quijote, | |
que todo lo que dices viniese a ser verdad; | |
y perdona lo pasado, pues eres discreto | |
y sabes que los primeros movimientos no son | |
en mano del hombre, y está advertido de aquí | |
adelante en una cosa para que te abstengas, | |
reportes en el hablar demasiado conmigo; que | |
en cuantos libros de caballerías he leído, que | |
son infinitos, jamás he hallado que ningún | |
escudero hablase tanto con su señor como tú | |
con el tuyo. Y en verdad que lo tengo a gran | |
falta, tuya y mía. ¿Tuya en qué me estimas en | |
poco, mía, en que no me dejo estimar en más. | |
Sí, que gandalín, escudero de Amadís de Gaula, | |
conde fue de la ínsula firme, y se lee del | |
que siempre hablaba a su señor con la gorra | |
en la mano, inclinada la cabeza y doblado el | |
cuerpo, more turquesco. Pues ¿qué diremos | |
de Gasabal, escudero de don Galaor, que fue | |
tan callado, que para declararnos la excelencia | |
de su maravilloso silencio, sola una vez se | |
nombra su nombre en toda aquella tan grande | |
como verdadera historia? De todo lo que he | |
dicho has de inferir, Sancho, que es menester | |
hacer diferencia de amo a mozo, de señor a | |
criado y de caballero a escudero. Así que | |
desde hoy en adelante nos hemos de tratar con | |
más respeto, sin darnos cordelejo, porque de | |
cualquiera manera que yo me enoje con vos, | |
ha de ser mal para el cantaro. Las mercedes | |
y beneficios que yo os he prometido llegarán | |
a su tiempo; y si no llegaren, el salario a lo | |
menos no se ha de perder, como ya os he | |
dicho... | |
¡Está bien cuanto vuestra merced dice! | |
dijo Sancho... Pero querría yo saber por sí | |
acaso no llegase el tiempo de las mercedes, y | |
fuese necesario acudir al de los salarios, | |
cuanto ganaba un escudero de un caballero | |
andante en aquellos tiempos, y si se concertaban | |
por meses o por días, como peones de | |
albañir.” | |
¿No creo yo?, respondió don Quijote, que | |
jamás los tales escuderos estuvieron a salario, | |
sino a merced. Y si yo ahora te le he señalado | |
a ti en el testamento cerrado que dejé en mí | |
casa, fue por lo que podía suceder; que aún no | |
sé cómo prueba en estos tan calamitosos tiempos | |
nuestros la caballería, y no querría que por | |
pocas cosas penase mi ánima en el otro | |
mundo. Porque quiero que sepas, Sancho, que en | |
él no hay estado más peligroso que el de los | |
aventureros.” | |
«Así es verdad», dijo Sancho, “pues solo | |
el ruido de los mazos de un batán pudo | |
alborotar y desasosegar el corazón de un tan | |
valeroso andante aventurero como es vuestra, | |
merced. Más bien puede estar seguro que, de | |
aquí adelante, no despliegue mis labios para | |
hacer donaire de las cosas de vuestra merced, | |
si no fuere para honrarle como a mi amo, | |
señor natural... | |
Desa manera, replicó don Quijote, “vivirás | |
sobre la haz de la tierra, porque, después | |
de a los padres, a los amos se ha de respetar | |
como si lo fuesen. | |
En esto comenzó a llover un poco, y quisiera | |
Sancho, que se entrarán en el molino de los | |
batanes. Mas ¿habíales cobrado tal aborrecimiento | |
don Quijote, por la pesada burla que en él | |
ninguna manera quiso entrar dentro; y así, | |
torciendo el camino a la derecha mano, dieron | |
en otro como el que habían llevado el día de | |
antes. | |
De allí apoco descubrió don Quijote un | |
hombre a caballo, que traía en la cabeza una | |
cosa que relumbraba como si fuera de oro, y | |
aun él apenas le vuo visto, cuando se volvió | |
a Sancho y le dijo: | |
Paréceme, Sancho, que no hay refrán que | |
no sea verdadero, porque todos son sentencias | |
sacadas de la mesma experiencia, madre de | |
las ciencias todas, especialmente aquel que | |
dice: «Donde una puerta se cierra, otra se abre». | |
Dígolo porque si anoche nos cerró la ventura | |
la puerta de la que buscábamos, engañándonos | |
con los batanes, ahora nos abre de par en par | |
otra para otra mejor y más cierta aventura; | |
que, si yo no acertare a entrar por ella, mía, | |
será la culpa, sin que la pueda dar a la poca | |
noticia de batanes, ni a la escuridad de la | |
noche. Digo esto porque, si no me engaño, hacía | |
nosotros viene uno que trae en su cabeza | |
puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo | |
hice el juramento que sabes. | |
Mire vuestra merced bien lo que dice, y | |
mejor lo que hace”, dijo Sancho. «Que no | |
querría que fuesen otros batanes que nos | |
acabasen de abatanar y aporrear el sol. | |
sentido.” | |
¡Válate el diablo por hombre! ¡Replicó don | |
¿Qué va de yelmo a batanes? | |
“No sé nada”, respondió Sancho.” Mas a fe | |
que si yo pudiera hablar tanto como solía, que | |
quizá diera tales razones que vuestra merced | |
viera que se engañaba en lo que dice. | |
¿Cómo me puedo engañar en lo que digo? | |
traidor escrupuloso?” –Dime, | |
¿No ves aquel caballero que hacía nosotros | |
viene, sobre un caballo rucio rodado, que trae | |
puesto en la cabeza un yelmo de oro? | |
Lo que yo veo y columbro, respondió | |
Sancho, no es sino un hombre sobre un asno, | |
pardo como el mío, que trae sobre la cabeza | |
una cosa que relumbra. | |
Pues ése es el yelmo de Mambrino, dijo | |
don Quijote. | |
con él a solas; verás cuán sin hablar palabra, | |
por ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura | |
y queda por mío el yelmo que tanto he | |
deseado.” | |
Yo me tengo en cuidado el apartarme. | |
replicó Sancho... Mas, ¡quiera Dios!, torno a | |
decir que horegano sea y no batanes. | |
Ya os he dicho, hermano, que no me mentéis, | |
ni por pienso, mas eso de los batanes | |
dijo don Quijote –que voto–, y no digo más, | |
que os batanee el alma. | |
Calló Sancho, con temor que su amo no | |
cumpliese el voto que le había echado, redondo | |
como una bola. | |
Es, pues, el caso que el yelmo y el caballo | |
y caballero que don Quijote vehía, era esto. | |
que en aquel contorno había dos lugares, el uno | |
tan pequeño que ni tenía bótica ni barbero, y | |
el otro, que estaba junto a él, sí; y así, | |
el barbero del mayor servía al menor, en él | |
cuál tuvo necesidad un enfermo de sangrarse | |
y otro de hacerse la barba, para lo cual venía | |
el barbero y traya una bacía de azófar, y quiso | |
la suerte que, al tiempo que venía, comenzo | |
a llover, y porque no se le manchase el sombrero, | |
que debía de ser nuevo, se puso la bacía | |
sobre la cabeza, y, como estaba limpia, desde | |
media legua relumbraba. Venía sobre un asno | |
pardo, como Sancho dijo, y esta fue la | |
ocasión que a don Quijote le pareció caballo | |
rucio rodado y caballero y yelmo de oro, | |
que todas las cosas que veya con mucha facilidad | |
las acomodaba a sus desvariadas caballerías | |
y mal andantes pensamientos. Y cuando él | |
vio que el pobre caballero llegaba cerca, sin | |
ponerse con él en razones, a todo correr de | |
Rocinante le enristró con el lanzón bajo, llevando | |
intención de pasarle de parte a parte; mas | |
cuando a él llegaba, sin detener la furia de su | |
carrera, le dijo: | |
Defiéndete, cautiva criatura, o entriégame | |
de tu voluntad lo que con tanta razón se me | |
debe! | |
El barbero, que, tan sin pensarlo ni temerlo, | |
vio venir aquella fantasma sobre sí, no tuvo | |
otro remedio, para poder guardarse del golpe | |
de la lanza, si no fue el dejarse caer del asno | |
abajo, y no vuo tocado al suelo, cuando sé | |
levantó más ligero que un gamo y comenzo a | |
correr por aquel llano, que no le alcanzara el | |
viento. Déjose la bacía en el suelo, con la cual | |
se contentó don Quijote, y dijo que el pagano | |
había andado discreto, y que había imitado al | |
castor, el cual, viéndose acosado de los | |
cazadores, se taraza y arpa con los dientes | |
aquello por lo que él, por distinto natural, sabe | |
que es perseguido. Mandó a Sancho que alzase | |
el yelmo, el cual, tomándola en las | |
manos, dijo. | |
¡Por Dios, que la bacía es buena, y que vale | |
un real de a ocho como un maravedí! | |
Y dándosela a su amo, se la puso luego en | |
la cabeza, rodeándola a una parte y a otra, | |
buscándole el encaje, y como no se le | |
hallaba, dijo. | |
Sin duda que el pagano, a cuya medida sé | |
forjó primero esta famosa celada, debía de | |
tener grandísima cabeza, y lo peor de ello es que | |
le falta la mitad. | |
Cuando Sancho oyó llamar a la vacía celada, | |
no pudo tener la risa; mas vínosele a las | |
mientes la cólera de su amo, y calló en la | |
mitad della. | |
¿De qué te ríes, Sancho? ¿Dijo don | |
Quíjote. | |
“Riome”, respondió él, “de considerar la | |
gran cabeza que tenía el pagano dueño deste | |
almete, que no semeja sino una bacía de | |
barbero pintiparada. | |
¿Sabes qué imagino, Sancho? Que esta | |
famosa pieza deste encantado yelmo, por algún | |
extraño acidente debió de venir a manos de | |
quien no supo conocer ni estimar su valor, y | |
sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, | |
debió de fundir la otra mitad para aprovecharse | |
del precio y de la otra mitad hizo esta | |
que parece bacía de barbero, como tú dices; | |
pero sea lo que fuere, que para mí que la | |
conozco no hace al caso su trasmutación; que | |
yo la aderezaré en el primer lugar donde haya | |
herrero, y de suerte que no le haga ventaja, ni | |
aún le llegue la que hizo y forjó el dios de las | |
herrerías para el dios de las batallas, y en | |
este entre tanto la traeré como pudiere, que más | |
vale algo que no nada, cuanto más que bien | |
será bastante para defenderme de alguna | |
pedrada... | |
¿Eso será, dijo Sancho, si no se tira con | |
onda, como se tiraron en la pelea de los | |
dos ejércitos, cuando le santiguaron a vuestra | |
merced las muelas y le rompieron el alcuza | |
donde venía aquel benditísimo brevaje que | |
me hizo vomitar las asaduras. | |
No me da mucha pena el haberle perdido. | |
que ya sabes tú, Sancho, dijo don Quijote, | |
que yo tengo la receta en la memoria. | |
También la tengo yo, respondió Sancho. | |
Pero si yo le hiciere ni le probare más en mí | |
vida, aquí sea mi hora; cuanto más que no | |
pienso ponerme en ocasión de haberle menester, | |
porque pienso guardarme con todos mis | |
cinco sentidos de ser ferido ni de ferir a nadie. | |
De lo del ser otra vez manteado no digo nada, | |
que semejantes desgracias mal se pueden | |
prevenir, y si vienen, no hay que hacer otra cosa | |
sino encoger los hombros, detener el aliento, | |
cerrar los ojos y dejarse ir por donde la | |
suerte y la manta nos llevaré. | |
¡Mal cristiano eres, Sancho!, dijo, oyendo | |
esto, don Quijote, porque nunca olvidas la | |
injuria que una vez te han hecho, pues sábete | |
que es de pechos nobles y generosos no hacer | |
caso de niñerías. ¿Qué pie sacaste cojo, qué | |
costilla quebrada, qué cabeza rota, para que no | |
se te olvide aquella burla? ¡Qué, bien apurada | |
la cosa, burla fue y pasatiempo; que a no | |
entenderlo yo así, ya yo vuiera vuelto | |
allá y vuiera hecho en tu venganza más daño | |
que el que hicieron los griegos por la robada | |
La cual si fuera en este tiempo, o mí | |
Dulcínea fuera en aquel, pudiera estar segura | |
que no tuviera tanta fama de hermosa como | |
tiene... | |
Y aquí dio un sospiro, y le puso en las | |
nubes. Y dijo Sancho: | |
Pase por burlas, pues la venganza no | |
puede pasar en veras; pero yo sé de qué calidad | |
fueron las veras y las burlas, y sé también | |
que no se me caerán de la memoria, como nunca | |
se quitarán de las espaldas. Pero dejando | |
esto aparte, dígame vuestra merced qué haremos | |
deste caballo rucio rodado, que parece asno | |
pardo, que dejó aquí desamparado aquel martino | |
que vuestra merced derribó; que, según el sol, | |
puso los pies en polvorosa y cogió las de | |
Villadiego, no lleva pergenio de volver por él jamás, | |
y ¡para mis barbas, si no es bueno el rucio! | |
¡Nunca yo acostumbro! ¡Dijo don Quijote, | |
despojar a los que venzo, ni es uso de caballería | |
quitarles los caballos y dejarlos a pie; | |
si ya no fuese que el vencedor vuiese perdido | |
en la pendencia el suyo; que, en tal caso, | |
lícito es tomar el del vencido, como ganado en | |
guerra licita. Así, que, Sancho, deja ese caballo, | |
o asno o lo que tú quisieres que sea, que | |
como su dueño nos vea alongados de aquí, | |
volverá por él. | |
“… dios sabe si quisiera llevarle”, replicó | |
Sancho, o por lo menos, trocalle con este mío, | |
que no me parece tan bueno. Verdaderamente | |
que son estrechas las leyes de caballería, pues | |
no se extienden a dejar trocar un asno por | |
otro, y querría saber si podría trocar los | |
aparejos siquiera. | |
En eso no estoy muy cierto, respondió | |
don Quijote; y en caso de duda, hasta estar | |
mejor informado, digo que los trueques, si es | |
que tienes de ellos necesidad extrema. | |
¿Tan extrema es? ¿Qué | |
si fueran para mí misma persona, no los | |
vuiera menester más. | |
Y luego, abilitado con aquella licencia, hizo | |
mutació caparum, y puso su jumento a las | |
mil lindezas, dejándole mejorado en tercio y | |
quinto. | |
Hecho esto, almorzaron de las sobras del | |
real que del acémila despojaron, bebieron del | |
agua del arroyo de los batanes, sin volver la | |
cara a mirallos. Tal era el aborrecimiento que | |
les tenían, por el miedo en que les habían. | |
puesto. Cortada, pues, la cólera, y aun la | |
malenconia, subieron a caballo, y sin tomar | |
determinado camino, por ser muy de caballeros | |
andantes el no tomar ninguno cierto, se pusieron | |
a caminar por donde la voluntad de Rocinante | |
quiso que se llevaba tras sí la de su amo, | |
y aun la del asno que siempre le seguía por | |
dondequiera que guiaba, en buen amor y | |
compañía. Con todo esto, volvieron al camino | |
real, y siguieron por él a la ventura, sin otro | |
disignió alguno. | |
Yendo, pues, así caminando, dijo Sancho, | |
a su amo. | |
Señor, ¿quiere vuestra merced darme | |
licencia que departa un poco con él? | |
después que me puso aquel áspero mandamiento | |
del silencio se me han podido más de cuatro | |
cosas en el estómago, y una sola que ahora | |
tengo en el pico de la lengua no querría que sé | |
mal lograse. | |
«Dila», dijo don Quijote, y se breve en | |
tus razonamientos, que ninguno hay gustoso sí | |
es largo. | |
Digo, pues, señor, –que | |
de algunos días a esta parte he considerado | |
cuán poco se gana y granjea de andar | |
buscando estas aventuras que vuestra merced | |
busca por estos desiertos y encrucijadas de | |
caminos donde ya que se venzan y acaben las | |
más peligrosas, no hay quien las vea ni sepa, y | |
así se han de quedar en perpetuo silencio y | |
en perjuicio de la intención de vuestra | |
merced y de lo que ellas merecen. Y así, me | |
parece que sería mejor, salvo el mejor parecer | |
de vuestra merced, que nos fuésemos a servir | |
a algún emperador o a otro príncipe grande, | |
que tenga alguna guerra en cuyo servicio | |
vuestra merced muestre el valor de su persona, | |
sus grandes fuerzas y mayor entendimiento; | |
que visto esto del señor, a quien sirvieremos | |
por fuerza nos ha de remunerar a | |
cada cual según sus méritos, y allí no faltará | |
quien ponga en escrito las hazañas de vuestra | |
merced para perpetua memoria. De las mías | |
no digo nada, pues no han de salir de los límites | |
escuderiles; aunque sé decir que si se usa en | |
la caballería escribir hazañas de escuderos, | |
que no pienso que se han de quedar las mías | |
entre renglones. | |
¿No dices mal, Sancho?, respondió don | |
Quíjote. Mas antes que se llegue a ese término | |
es menester andar por el mundo, como en | |
aprobación, buscando las aventuras para que, | |
acabando algunas, se cobre nombre y fama tal, | |
que cuando se fuere a la corte de algún gran | |
monarca, ya sea el caballero conocido por sus | |
obras, y que apenas le hayan visto entrar los | |
muchachos por la puerta de la ciudad, cuando | |
todos le sigan y rodeen, dando voces, diciendo: | |
¿Este es el caballero del sol, o de la | |
sierpe o de otra insignia alguna, debajo de | |
la cual vuiere acabado grandes hazañas. | |
es, dirán, el que venció en singular batalla al | |
gigantazo brocabruno de la gran Fuerza; el | |
que desencantó al gran Mameluco de Persía | |
del largo encantamento en que había estado | |
casi novecientos años. | |
mano, irán pregonando sus hechos, y luego, | |
al alboroto de los muchachos y de la demás | |
gente, se parará a las fenestras de su real | |
palacio el rey de aquel reino; y así, como vea | |
al caballero, conociéndole por las armas o por | |
la empresa del escudo, forzosamente ha de | |
decir: ¡ea, sus! Salgan mis caballeros cuantos | |
en mi corte están, a recebir a la flor de la | |
caballería, que allí viene! ¿A cuyo mandamiento | |
saldrán todos, y él llegará hasta la mitad de | |
la escalera, y le abrazará estrechísimamente, | |
y le dará paz, besándole en el rostro, y luego | |
le llevará por la mano al aposento de la | |
señora reina, adonde el caballero la hallará | |
con la infanta, su hija, que ha de ser una de | |
las más fermosas y acabadas doncellas que | |
en gran parte de lo descubierto de la tierra, | |
duras penas se pueda hallar. Sucederá tras | |
esto, luego en continente, que ella ponga los | |
ojos en el caballero y él en los della, y cada | |
uno parezca al otro cosa más divina que | |
humana, y sin saber cómo ni cómo no, han | |
de quedar presos y enlazados en la intricable | |
red amorosa, y con gran cuita en sus corazones, | |
por no saber cómo se han de fablar para descubrir | |
sus ansias y sentimientos. Desde allí le | |
llevarán, sin duda, a algún cuarto del palacio, | |
ricamente aderezado, donde, habiéndole quitado | |
las armas, le traerán un rico manto de | |
escarlata con que se cubra, y, si bien pareció | |
armado, tan bien y mejor ha de parecer en | |
farseto. | |
Venida la noche, cenará con el rey, reina | |
e infanta, donde nunca quitará los ojos | |
della, mirándola a furto de los circunstantes, y | |
ella hará lo mesmo con la mesma sagacidad, | |
porque, como tengo dicho, es muy discreta | |
doncella. Levantarse an las tablas y entrará | |
a deshora por la puerta de la sala un feo, y | |
pequeño enano con una fermosa dueña, que entre | |
dos gigantes, detrás del enano viene, con | |
cierta aventura hecha por un antiquísimo | |
sabio que el que la acabare será tenido por él | |
mejor caballero del mundo. Mandará luego | |
el rey, que todos los que están presentes la | |
prueben, y ninguno le dará fin y cima sino | |
el caballero huésped, en mucho pro de su | |
fama, de lo cual quedará contentísima la | |
infanta, y se tendrá por contenta y pagada | |
además por haber puesto y colocado sus | |
pensamientos en tan alta parte. Y lo bueno es que | |
este rey o príncipe o lo que es tiene una muy | |
reñida guerra con otro tan poderoso como él, | |
y el caballero huésped le pide al cabo de | |
algunos días que ha estado en su corte, | |
licencia para ir a servirle en aquella guerra | |
dicha. Dárasela el rey de muy buen talante, y él | |
caballero le besará cortésmente las manos por | |
la merced que le face. | |
Y aquella noche se despedirá de su señora | |
la infanta por las rejas de un jardín, que cae en | |
el aposento donde ella duerme, por las cuales | |
ya otras muchas veces la había fablado, siendo | |
medianera y sabidora de todo una doncella | |
de quien la infanta mucho se fiaba, sospirará | |
él, desmayárase ella, traerá agua la | |
doncella, acuitárase mucho porque viene | |
la mañana y no querría que fuesen descubiertos, | |
por la honra de su señora. Finalmente, | |
la infanta volverá en sí, y dará sus blancas | |
manos por la reja al caballero, el cual se las | |
besará mil y mil veces y se las bañará en | |
lágrimas. Quedará concertado entre los dos del | |
modo que se han de hacer saber sus buenos | |
¡Oh, malos sucesos! Y rogárale la princesa que | |
se detenga lo menos que pudiere; prometérselo | |
ha él con muchos juramentos; tórnale a besar | |
las manos, y despídese con tanto sentimiento, | |
que estará a poco por acabar la vida. Vase | |
desde allí a su aposento, échase sobre su | |
lecho, no puede dormir del dolor de la partida, | |
madruga muy de mañana; vase a despedir | |
del rey y de la reina y de la infanta. Dícenle | |
habiéndose despedido de los dos, que la | |
señora infanta, está mal dispuesta, y que no | |
puede recebir visita. Piensa el caballero que es | |
de pena de su partida, traspasásele el | |
corazón, y falta poco de no dar indicio manifiesto | |
de su pena; está la doncella medianera delante; | |
halo de notar todo, váselo a decir a su señora, | |
la cual la recibe con lágrimas, y le dice que | |
una de las mayores penas que tiene es no saber | |
quien sea su caballero, y si es de linaje de | |
reyes o no; asegurala la doncella que no | |
puede caber tanta cortesía, gentileza y valentía | |
como la de su caballero, sino en subjeto real y | |
grave. Consuélase con esto la cuitada. Procura | |
consolarse, por no dar mal indicio de sí a | |
sus padres, y a cabo de dos días sale en público. | |
Ya se es ido el caballero, pelea en la guerra, | |
vence al enemigo del rey, gana muchas ciudades, | |
triunfa de muchas batallas. Vuelve a la | |
corte, ve a su señora por dónde suele, | |
conciértase que la pida a su padre por mujer en | |
pago de sus servicios; no se la quiere dar el | |
rey, porque no sabe quién es; pero con todo | |
esto, o robada o de otra cualquier suerte que | |
sea, la infanta viene a ser su esposa y su padre | |
lo viene a tener a gran ventura, porque se vino | |
a averiguar que el tal caballero es hijo de un | |
valeroso rey de no sé qué reino, porque creo | |
que no debe de estar en el mapa. Muérese el | |
padre, hereda la infanta, queda rey el caballero, | |
en dos palabras. Aquí entra luego el hacer | |
mercedes a su escudero y a todos aquellos | |
que le ayudaron a subir a tan alto estado. | |
Casa a su escudero con una doncella de la | |
infanta, que será, sin duda, la que fue tercera | |
en sus amores, que es hija de un duque muy | |
principal.” | |
¡Eso pido y barras derechas! ¡Dijo | |
Sancho, a eso me atengo, porque todo al pie de | |
la letra ha de suceder por vuestra merced, | |
llamándose el caballero de la Triste Figura. | |
¡No lo dudes, Sancho, replicó don Quijote, | |
porque del mesmo modo y por los | |
mesmos pasos que esto he contado, suben y | |
han subido los caballeros andantes a ser reyes | |
y emperadores. Solo falta ahora mirar qué | |
rey de los cristianos o de los paganos tenga | |
guerra y tenga hija hermosa; pero tiempo habrá | |
para pensar esto, pues, como te tengo dicho, | |
primero se ha de cobrar fama por otras partes, que | |
se acuda a la corte. También me falta otra cosa. | |
que, puesto caso que se halle rey con guerra, | |
con hija hermosa, y que yo haya cobrado fama | |
increible por todo el universo, no sé yo cómo | |
se podía hallar que yo sea de linaje de reyes, | |
por lo menos, primo segundo de emperador; | |
porque no me querrá el rey dar a su hija por | |
mujer, si no está primero muy enterado en esto, | |
aunque más lo merezcan mis famosos hechos. | |
Así que, por esta falta, temo perder lo que mí | |
Brazo tiene bien merecido. Bien es verdad que | |
yo soy hijodalgo de solar conocido, de posesión | |
y propriedad, y de devengar quinientos | |
sueldos, y podría ser que el sabio que | |
escribiese mi historia deslindase de tal manera | |
mi paréntela y decendencia, que me hallase | |
quinto o sesto nieto de rey. Porque te hago | |
saber, Sancho, que hay dos maneras de linajes | |
en el mundo. Unos que traen y deriban su | |
decendencia de príncipes y monarcas, a quien | |
poco a poco el tiempo ha deshecho, y han | |
acabado en punta, como pirámide puesta al | |
revés, otros tuvieron principio de gente | |
baja, y van subiendo de grado en grado hasta | |
llegar a ser grandes señores. De manera que | |
está la diferencia en que unos fueron, que ya | |
no son, y otros son, que ya no fueron, y podría | |
ser yo destos que, después de averiguado, | |
vuiese sido mi principio grande y famoso, con | |
lo cual se debía de contentar el rey mi suegro, | |
que vuiere de ser; y cuando no, la infanta | |
me ha de querer de manera que, a pesar de | |
su padre, aunque claramente sepa que soy | |
hijo de un azacán, me ha de admitir por señor | |
y por esposo; y si no, aquí entra el roballa y | |
llevalla donde más gusto me diere que el | |
tiempo o la muerte ha de acabar el enojo de | |
sus padres.” | |
¡Ay, entra bien también! ¡Dijo Sancho, | |
que algunos desalmados dicen: «No pidas de | |
grado lo que puedes tomar por fuerza, | |
aunque mejor cuadra decir: «Más vale salto de | |
mata, que ruego de hombres buenos. | |
porque, si el señor rey, suegro de vuestra | |
merced, no se quisiere domeñar a entregalle a | |
mi señora la infanta, no hay sino como vuestra | |
merced dice, roballa y trasponella. Pero está el | |
daño que, en tanto que se hagan las paces, | |
y se goce pacíficamente del reino, el pobre | |
escudero se podrá estar a diente en esto de las | |
mercedes, si ya no es que la doncella tercera | |
que ha de ser su mujer, se sale con la infanta, | |
y él pasa con ella su mala ventura hasta | |
que el cielo ordene otra cosa, porque bien | |
podrá, creo yo, desde luego dársela su señor por | |
ligítima esposa. | |
¿Eso no hay quien la quite?, dijo don | |
Quíjote. | |
Pues como eso sea, respondió Sancho, | |
no hay sino encomendarnos a Dios y dejar | |
correr la suerte por donde mejor lo | |
encaminare. | |
¡Ah, lo que hagalo Dios! Respondió don Quijote, | |
como yo deseo, y tú, Sancho, has menester, | |
y ruin sea quien por ruin se tiene. | |
¡Sea para Dios!, dijo Sancho, que yo | |
cristiano viejo soy, y para ser conde esto me | |
basta.” | |
Y aun te sobra, dijo don Quijote. Y cuando | |
no lo fueras, no hacía nada al caso, porque | |
siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza, | |
sin que la comprés ni me sirvas con nada. | |
Porque en haciéndote conde, cátate ahí | |
caballero, y digan lo que dijeren, que a buena fe | |
que te han de llamar, señoría, mal que les pese. | |
¡Amontas, que no sabría yo autorizar el | |
litado! ¿Dijo Sancho? | |
«Dictado has de decir que no litado», dijo | |
su amo. | |
Sea así, respondió Sancho Panza. | |
que le sabría bien acomodar, porque por vida | |
mía, que un tiempo fui muñidor de una | |
cofradía, y que me asentaba tan bien la ropa de | |
muñidor, que decían todos que tenía | |
presencia para poder ser prioste de la mesma. | |
cofradía. Pues ¿qué será cuando me ponga un | |
ropón ducal acuestas, o me vista de oro y de | |
perlas, a uso de conde extranjero? Para mí | |
tengo que me han de venir a ver de cien | |
leguas.” | |
¡Bien parecerás! ¡Dijo don Quijote! Pero | |
será menester que te rapes las barbas a menudo; | |
que, según las tienes de espesas, aborrascadas | |
y mal puestas, si no te las rapas a | |
navaja cada dos días, por lo menos, a tiro de | |
escopeta se echará de ver lo que eres. | |
¿Qué hay más, dijo Sancho, sino tomar | |
un barbero y tenelle asalariado en casa. | |
Y aun, si fuere menester, le haré que ande tras | |
mí, como caballerizo de grande. | |
Pues, ¿cómo sabes tú?, preguntó don Quijote, | |
que los grandes llevan detrás de sí a | |
sus caballerizos? | |
¿Yo se lo diré? ¿Respondió Sancho? | |
años pasados estuve un mes en la corte, y | |
allí vi que, paseándose un señor muy pequeño, | |
que decían que era muy grande, un hombre | |
le seguía a caballo a todas las vueltas que | |
daba, que no parecía sino que era su rabo. | |
Pregunté que como aquel hombre no se juntaba | |
con el otro, sino que siempre andaba | |
Respondiéronme que era su caballerizo, | |
y que era uso de grandes llevar tras sí a los | |
tales. Desde entonces lo sé tan bien, que | |
nunca se me ha olvidado. | |
Digo que tienes razón, dijo don Quijote, | |
y que así puedes tú llevar a tu barbero, que | |
los usos no vinieron todos juntos, ni sé | |
inventaron a una, y puedes ser tú el primero conde | |
que lleve tras sí su barbero, y aun es de más | |
confianza el hacer la barba que ensillar un | |
caballo.” | |
Quédese eso del barbero a mi cargo. | |
dijo Sancho, y al de vuestra merced se quede | |
el procurar venir a ser rey y el hacerme | |
conde... | |
¿Así será? ¿Respondió don Quijote? | |
Y, alzando los ojos, vio lo que se dirá en | |
el siguiente capítulo. | |
Cuenta Cide Hamete Benengelí, autor aravigo | |
y manchego en esta gravísima altisonante, | |
mínima, dulce e imaginada historia, que | |
después que entre el famoso don Quijote de la | |
Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron | |
aquellas razones, que en el fin del capítulo | |
veinte y uno quedan referidas, que don Quijote | |
alzó los ojos, y vio que por el camino que | |
llevaba venían hasta doce hombres a pie, | |
ensartados como cuentas en una gran cadena de | |
hierro por los cuellos, y todos con esposas a | |
las manos; venían así mismo con ellos dos | |
hombres de a caballo y dos de a pie, los de a | |
caballo con escopetas de rueda, y los de a pie | |
con dardos y espadas, y que así como Sancho | |
Panza los vido, dijo. | |
Esta es cadena de galeotes. Gente forzada | |
del rey, que va a las galeras. | |
¿Cómo gente forzada? | |
¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna | |
gente? | |
No digo eso, respondió Sancho, sino que | |
es gente que por sus delitos va condenada a | |
servir al rey en las galeras de por fuerza. | |
En resolución, replicó don Quijote, ¿cómo | |
quiera que ello sea, esta gente, aunque los | |
llevan, van de por fuerza y no de su voluntad. | |
¿Así es? | |
Pues desa manera, dijo su amo, aquí | |
encaja la ejecución de mi oficio. Desfacer | |
fuerzas y socorrer y acudir a los miserables. | |
¡Advierta vuestra merced!, dijo Sancho, | |
que la justicia, que es el mesmo rey, no hace | |
fuerza ni agravio a semejante gente, sino que | |
los castiga en pena de sus delitos. | |
Llegó en esto la cadena de los galeotes, y | |
don Quijote, con muy corteses razones, pidió | |
a los que yuan en su guarda fuesen servidos | |
de informalle y decille la causa o causas, | |
porque llevaban aquella gente de aquella | |
manera. | |
Una de las guardas de a caballo respondió | |
que eran galeotes, gente de su majestad, que | |
iba a galeras, y que no había más que decir, ni | |
él tenía más que saber. | |
“Con todo eso”, replicó don Quijote, “querría | |
saber de cada uno dellos, en particular la | |
causa de su desgracia. | |
Añadio, a estas otras tales y tan comedidas | |
razones para moverlos a que le dijesen lo que | |
deseaba, que la otra guarda de a caballo le | |
dijo: | |
Aunque llevamos aquí el registro y la fe de | |
las sentencias de cada uno destos malaventurados, | |
no es tiempo este de detenerles a sacarlas | |
ni a leellas; vuestra merced llegue y se lo | |
pregunte a ellos mesmos que ellos lo dirán | |
si quisieren; que si querrán, porque es gente | |
que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías. | |
Con esta licencia, que don Quijote se tomara | |
aunque no se la dieran, se llegó a la cadena y | |
al primero le preguntó que por qué pecados | |
iba de tan mala guisa; él le respondió que | |
por enamorado iba de aquella manera. | |
¿Por eso no más? | |
Pues si por enamorados echan a galeras, días | |
¡Ah, qué pudiera yo estar bogando en ellas! | |
No son los amores como los que vuestra | |
merced piensa”, dijo el galeote, “que los míos | |
fueron que quise tanto a una canasta de cólar | |
atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo | |
tan fuertemente, que a no quitármela la justicia | |
por fuerza, aun hasta ahora no la vuiera | |
dejado de mi voluntad. Fue en fragante, no vuo | |
lugar de tormento; concluyóse la causa, | |
acomodáronme las espaldas con ciento, y por | |
añadidura tres precisos de gurapas, y acabóse | |
la obra.” | |
¿Qué son gurapas? ¿Preguntó don Quijote? | |
¡Gurapas son galeras!, respondió el galeote. | |
El cuál era un mozo de hasta edad de veinte | |
y cuatro años, y dijo que era natural de | |
Piedrahita. | |
Lo mesmo preguntó don Quijote al segundo, | |
el cual no respondió palabra, según iba | |
de triste y malencónico; mas respondió por | |
él el primero, y dijo: | |
Este, señor, va por canario, digo por | |
músico y cantor. | |
Pues ¿cómo? ”, repitió don Quijote. | |
músicos y cantores van también a galeras? | |
Sí, señor, respondió el galeote. ¡Que no hay | |
peor cosa que cantar en el ansia. | |
Antes he yo oído decir, dijo don Quijote, | |
que quien canta sus males espanta. | |
¡Acá es al revés! ¡Que | |
quien canta una vez, llora toda la vida. | |
No lo entiendo, dijo don Quijote. | |
Mas una de las guardas le dijo: | |
Señor caballero. Cantar en el ansia se dice, | |
entre esta gente non santa, confesar en él | |
tormento. A este pecador le dieron tormento y | |
confeso su delito, que era ser cuatrero, que | |
es ser ladrón de bestias, y por haber confesado | |
le condenaron por seis años a galeras, amén, | |
de docientos azotes que ya lleva en las | |
espaldas. Y va siempre pensativo y triste, porque | |
los demás ladrones que allá quedan, y aquí | |
van, le maltratan y aniquilan y escarnecen, y | |
tienen en poco, porque confeso y no tuvo animo | |
de decir nones, porque dicen ellos que tantas | |
letras tiene un no como un sí, y que harta | |
ventura tiene un delincuente que está en su | |
lengua su vida o su muerte, y no en la de los | |
testigos y probanzas; y para mí tengo que no | |
van muy fuera de camino. | |
Y yo lo entiendo así, respondió don | |
Quíjote. | |
El cual, pasando al tercero, preguntó lo | |
que a los otros; el cual, de presto y con mucho | |
desenfado, respondió y dijo: | |
Yo voy por cinco años a las señoras. | |
gurapas por faltarme diez ducados. | |
Yo daré veinte de muy buena gana, dijo | |
don Quijote, por libraros desa pesadumbre. | |
¿Eso me parece?, respondió el galeote, | |
como quien tiene dineros en mitad del golfo | |
y se está muriendo de hambre, sin tener adonde | |
comprar lo que ha menester. Dígolo porque, | |
si a su tiempo tuviera yo esos veinte ducados | |
que vuestra merced ahora me ofrece, vuiera | |
untado con ellos la péndola del escribano, | |
avivado el ingenio del procurador, de manera | |
que hoy me viera en mitad de la plaza de zocodober, | |
de Toledo, y no en este camino, atraillado | |
como galgo. Pero Dios es grande. Paciencia, | |
y basta.” | |
Pasó don Quijote al cuarto, que era un | |
hombre de venerable rostro, con una barba | |
blanca que le pasaba del pecho el cual, | |
oyéndose preguntar la causa porque allí venía, | |
comenzo a llorar, y no respondió palabra; | |
mas el quinto condenado le sirvió de lengua, | |
y dijo: | |
Este hombre honrado va por cuatro años a | |
galeras, habiendo paseado las acostumbradas | |
vestido en pompa y a caballo. | |
«Eso es», dijo Sancho Panza, a lo que a | |
mí me parece haber salido a la vergüenza. | |
¡Así es! Replicó el galeote. Y la culpa | |
porque le dieron esta pena es por haber sido | |
corredor de oreja, y aun de todo el cuerpo. | |
efecto, quiero decir que este caballero va por | |
alcahuete, y por tener así mesmo sus | |
puntas y collar de hechicero. | |
A no haberle añadido esas puntas y collar. | |
dijo don Quijote, “por solamente el alcahuete | |
limpio no merecía el ir a vogar en las galeras, | |
sino a mandarlas y a ser general dellas, porque | |
no es así como quiera el oficio de alcahuete; | |
que es oficio de discretos y necesarisimo en | |
la república bien ordenada, y que no le debía | |
ejercer, sino gente muy bien nacida, y aun había | |
de haber veedor y examinador de los tales, como | |
le hay de los demás oficios, con número deputado | |
y conocido como corredores de lonja, y | |
desta manera se excusarían muchos males que | |
se causan por andar este oficio y ejercicio | |
entre gente idiota y de poco entendimiento, como | |
son mujercillas de poco más a menos, pajecillos | |
y truhanes de pocos años y de poca | |
experiencia que a la más necesaria ocasión, y | |
cuando es menester dar una traza que importe, | |
se les hielan las migas entre la boca y la mano, | |
y no saben cuál es su mano derecha. | |
pasar adelante y dar las razones porque convenía | |
hacer elección de los que en la república | |
habían de tener tan necesario oficio; pero | |
no es el lugar acomodado para ello. Algún día | |
lo diré a quien lo pueda proveer y remediar. | |
Solo digo ahora que la pena que me ha causado | |
ver estas blancas canas y este rostro venerable | |
en tanta fatiga por alcahuete, me la ha quitado | |
el adjunto de ser hechicero; aunque bien sé | |
que no hay hechizos en el mundo que puedan | |
mover y forzar la voluntad, como algunos simples | |
piensan que es libre nuestro albedrío, y no | |
hay hierba ni encanto que le fuerce. Lo que suelen | |
hacer algunas mujercillas simples y algunos | |
embusteros bellacos, es algunas misturas y | |
venenos con que vuelven locos a los hombres, | |
dando a entender que tienen fuerza para hacer | |
querer bien, siendo, como digo, cosa | |
imposible forzar la voluntad. | |
«Así es–, dijo el buen viejo, y en verdad, | |
señor, que en lo de hechicero que no tuve | |
culpa; en lo de alcahuete no lo pude negar. Pero | |
nunca pensé que hacía mal en ello, que toda | |
mi intención era que todo el mundo se holgase | |
y viviese en paz y quietud sin pendencias | |
ni penas; pero no me aprovechó nada este | |
buen deseo para dejar de ir a donde no | |
espero volver, según me cargan los años, y un | |
mal de orina que llevo, que no me deja | |
reposar un rato.” | |
Y aquí tornó a su llanto como de primero, y | |
túvole, Sancho, tanta compasión, que sacó un | |
real de a cuatro del seno, y se le dio de limosna. | |
Pasó adelante don Quijote y preguntó a otro | |
su delito, el cual respondió con no menos, sino | |
con mucha más gallardía que el pasado. | |
Yo voy aquí, porque me burlé demasiadamente | |
con dos primas, hermanas mías, y con | |
otras dos hermanas que no lo eran mías; | |
finalmente, tanto me burlé con todas, que resultó | |
de la burla crecer la paréntela tan intricadamente, | |
que no hay diablo que la declare. | |
Provóseme todo, faltó favor, no tuve dineros, | |
víame a pique de perder los tragaderos; | |
sentenciáronme a galeras por seis años, | |
consentí. Castigo es de mi culpa; mozo soy, dure | |
la vida, que con ella todo se alcanza. Si vuestra | |
merced, señor caballero, lleva alguna cosa con | |
que socorrer a estos pobretes, Dios se lo | |
pagará en el cielo, y nosotros tendremos en la | |
tierra, cuidado de rogar a Dios en nuestras | |
oraciones por la vida y salud de vuestra | |
merced que sea tan larga y tan buena como su | |
buena presencia merece. | |
Este iba en hábito de estudiante, y dijo una | |
de las guardas, que era muy grande hablador y | |
muy gentil latino. | |
Tras todos estos venía un hombre de muy | |
buen parecer, de edad de treinta años, sino | |
que al mirar metía el un ojo en el otro un poco. | |
Venía diferentemente atado que los demás, | |
porque traya una cadena al pie tan grande, que | |
se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas | |
a la garganta, la una en la cadena y la otra | |
de las que llaman guarda-amigo o pie-de-amigo, | |
de la cual decendían dos hierros que llegaban | |
a la cintura, en los cuales se asían dos | |
esposas, donde llevaba las manos, cerradas con | |
un grueso candado, de manera que ni con las | |
manos podía llegar a la boca, ni podía bajar la | |
cabeza a llegar a las manos. Preguntó don | |
Quíjote que como iba aquel hombre con tantas | |
prisiones más que los otros. | |
guarda, porque tenía aquel solo más delitos | |
que todos los otros juntos, y que era tan | |
atrevido y tan grande bellaco, que aunque le | |
llevaban de aquella manera, no iban seguros de él, | |
sino que temían que se les había de huír. | |
¿Qué delitos puede tener?, dijo don | |
Quíjote, si no han merecido más pena que | |
echalle a las galeras? | |
¡Va por diez años! ¡Replicó la guarda! | |
es como muerte cebil . No se quiera saber | |
mas sino que este buen hombre es el famoso | |
gines de Pasamonte, que por otro nombre | |
llaman ginesillo de Parapilla. | |
¡Señor comisario!, dijo entonce el galeote, | |
Váyase poco a poco, y no andemos ahora a | |
deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me | |
llamo, y no Ginesillo, y Pasamonte es mí | |
alcurnia, y no parapilla, como volce dice; y cada | |
uno sé de una vuelta a la redonda, y no hará | |
poco... | |
Hable con menos tono, replicó el comisario, | |
señor ladrón de más de la marca, si no | |
quiere que le haga callar, mal que le pese. | |
Bien parece, ¿qué va | |
el hombre como Dios es servido; pero algún | |
día sabrá alguno si me llamo ginesillo de | |
Parapilla o no. | |
Pues ¿no te llaman así, embustero? | |
dijo la guarda. | |
Si llaman, mas yo haré | |
que no me lo llamen o me las pelaría donde | |
yo digo entre mis dientes. Señor caballero, si | |
tiene algo que darnos, dénoslo ya y vaya con | |
Dios que ya enfada con tanto querer saber | |
vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que | |
yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está | |
escrita por estos pulgares. | |
“Dice verdad”, dijo el comisario, “¿que el | |
mesmo ha escrito su historia, que no hay más | |
y deja empeñado el libro en la cárcel en | |
docientos reales. | |
Y le pienso quitar, dijo Ginés, si quedara | |
en docientos ducados. | |
¿Tan bueno es? ¿Dijo don Quijote? | |
¿Es tan bueno? ¡Qué mal | |
año para Lazarillo de Tormes y para todos | |
cuantos de aquel género se han escrito o | |
escribieren. Lo que le sé decir a bohece es que trata | |
verdades, y que son verdades tan lindas y tan | |
donosas, que no puede haber mentiras que sé | |
le igualen. | |
¿Y cómo se intitula el libro? ¿Preguntó don | |
Quíjote. | |
La vida de Ginés de Pasamonte, | |
respondió el mismo. | |
¿Y está acabado? ¿Preguntó don Quijote? | |
¿Cómo puede estar acabado?, respondió él, | |
si aún no está acabada mi vida? Lo que está | |
escrito es desde mi nacimiento hasta el punto | |
que esta última vez me han echado en galeras. | |
Luego, ¿otra vez habéis estado en ellas? | |
dijo don Quijote. | |
Para servir a Dios y al rey, otra vez he | |
estado cuatro años, y ya sé a que sabe el sol. | |
bizcocho y el corbacho”, respondió Ginés. ¿Y no me | |
pesa mucho de ir a ellas, porque allí tendré | |
lugar de acabar mi libro, que me quedan | |
muchas cosas que decir, y en las galeras de | |
España hay más sosiego de aquel que sería | |
menester, aunque no es menester mucho más para | |
lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé | |
de coro.” | |
¿Ábil pareces?, dijo don Quijote. | |
¡Y desdichado! ¿Respondió Ginés, porque | |
siempre las desdichas persiguen al buen | |
ingenio.” | |
¡Persiguen a los bellacos! | |
Ya le he dicho, señor comisario, | |
respondió Pasamonte que se vaya poco a poco; | |
que aquellos señores no le dieron esa vara | |
para que maltratase a los pobretes que aquí | |
vamos, sino para que nos guiase y llevase | |
adonde su majestad manda. Si no, ¡por vida | |
de... basta! ¿Qué podría ser que saliesen algún | |
día en la colada las manchas que se hicieron | |
en la venta, y todo el mundo calle y viva bien, | |
y hable mejor, y caminemos, que ya es mucho | |
regodeo este. | |
Alzó la vara en alto el comisario para dar | |
a Pasamonte, en respuesta de sus amenazas, | |
mas don Quijote se puso en medio y le rogo | |
que no le maltratase, pues no era mucho que | |
quien llevaba tan atadas las manos tuviese | |
algún tanto suelta la lengua; y, volviéndose a | |
todos los de la cadena, dijo: | |
De todo cuanto me habéis dicho, hermanos, | |
carísimos, he sacado en limpio, que, aunque os | |
han castigado por vuestras culpas, las penas | |
que vais a padecer no os dan mucho gusto, y | |
que vais a ellas muy de mala gana y muy contra | |
vuestra voluntad, y que podría ser que él | |
poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la | |
falta de dineros de este, el poco favor del otro, y | |
finalmente el torcido juicio del juez hubiese | |
sido causa de vuestra perdición, y de no haber | |
salido con la justicia que de vuestra parte | |
teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora | |
en la memoria, de manera que me está diciendo, | |
persuadiendo y aun forzando que muestre | |
con vosotros el efecto para que el cielo me arrojó | |
al mundo, y me hizo profesar en él la orden de | |
caballería que profeso, y el voto que en ella | |
hice de favorecer a los menesterosos y opresos | |
de los mayores. Pero, porque sé que una de | |
las partes de la prudencia es que lo que sé | |
puede hacer por bien no se haga por mal, quiero | |
rogar a estos señores guardianes y comisario | |
sean servidos de desataros y dejaros ir en paz; | |
que no faltarán otros que sirvan al rey en | |
mejores ocasiones, porque me parece duro caso | |
hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo | |
libres. Cuanto más, señores, guardas, añadió | |
don Quijote, que estos pobres no han cometido | |
nada contra vosotros; allá se lo haya cada | |
uno con su pecado. Dios hay en el cielo, que no | |
se descuida de castigar al malo, ni de premiar | |
al bueno, y no es bien que los hombres | |
honrados sean verdugos de los otros hombres, no | |
yéndoles nada en ello. Pido esto con esta | |
mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo | |
cumplís algo que agradeceros; y cuando de grado | |
no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con él | |
valor de mi brazo, harán que lo hagáis por | |
fuerza... | |
¡Donosa majadería! | |
¡Bueno está el donaire con que ha salido | |
a cabo de rato! Los forzados del rey quiere que | |
le dejemos, como si tuviéramos autoridad para | |
soltarlos, o él la tuviera para mandárnoslo. | |
Váyase vuestra merced, señor, norabuena su | |
camino adelante, y enderécese ese bacín que | |
trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies | |
al gato! | |
¡Vos sois el gato y el rato y el bellaco! | |
respondió don Quijote. Y, diciendo y haciendo, | |
arremetió con él tan presto, que sin que tuviese | |
lugar de ponerse en defensa, dio con él en | |
el suelo, mal herido de una lanzada, y avínole | |
bien que este era el de la escopeta. Las demás | |
guardas quedaron atonitas y suspensas del no | |
esperado acontecimiento; pero, volviendo sobre | |
sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo, | |
y los de a pie a sus dardos, y arremetieron | |
a don Quijote, que con mucho sosiego los | |
aguardaba; y sin duda lo pasara mal si los | |
galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de | |
alcanzar libertad, no la procuraran, | |
procurando romper la cadena donde venían | |
ensartados. Fue la revuelta de manera que las | |
guardas, ya por acudir a los galeotes que sé | |
desataban, ya por acometer a don Quijote que | |
los acometía, no hicieron cosa que fuese de | |
provecho. Ayudó Sancho, por su parte, a la | |
soltura de Ginés de Pasamonte, que fue el primero | |
que saltó en la campaña, libre y desembarazado, | |
y, arremetiendo al comisario caído, | |
le quitó la espada y la escopeta, con la cual, | |
apuntando al uno y señalando al otro, sin | |
disparalla jamás, no quedó guarda en todo el | |
campo, porque se fueron huyendo, así de la | |
escopeta de Pasamonte, como de las muchas | |
pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban. | |
Entristeciose mucho, Sancho, deste suceso, | |
porque se le representó que los que yuan | |
huyendo habían de dar noticia del caso a la | |
Santa Hermandad, la cual, a campana herida, | |
saldría a buscar los delincuentes, y así se lo | |
dijo a su amo, y le rogo que luego de allí sé | |
partiesen y se emboscasen en la sierra, que | |
estaba cerca. | |
¡Bien está eso! ¡Pero yo | |
sé lo que ahora conviene que se haga. | |
Y llamando a todos los galeotes, que | |
andaban alborotados y habían despojado al | |
comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron | |
todos a la redonda, para ver lo que les | |
mandaba; y así les dijo: | |
De gente bien nacida es agradecer los | |
beneficios que reciben, y uno de los pecados que | |
más a Dios ofende es la ingratitud. Dígolo | |
porque ya habéis visto, señores, con manifiesta | |
experiencia el que de mí habéis recebido, en | |
pago del cualquerría, y es mi voluntad que | |
cargados de esa cadena que quité de vuestros | |
cuellos, luego os pongáis en camino y vais a | |
la ciudad del Toboso, y allí os presentéis ante | |
la señora Dulcinea del Toboso, y le digáis que | |
su caballero el de la Triste Figura, se le envía | |
a encomendar, y le contéis punto por punto | |
todos los que ha tenido esta famosa aventura, | |
hasta poneros en la deseada libertad; y hecho | |
esto, os podréis ir donde quisiéredes, a la | |
buena ventura.” | |
Respondió por todos gines de Pasamonte, | |
y dijo: | |
Lo que vuestra merced nos manda, señor, | |
libertador nuestro, es imposible de toda | |
imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir | |
juntos por los caminos, sino solos y divididos, | |
y cada uno, por su parte, procurando meterse | |
en las entrañas de la tierra, por no ser hallado | |
de la Santa Hermandad, que, sin duda, alguna, | |
ha de salir en nuestra busca. Lo que vuestra | |
merced puede hacer, y es justo que haga, es | |
mudar ese servicio y montazgo de la señora | |
Dulcínea del Toboso, en alguna cantidad de | |
avemarías y credos, que nosotros diremos por la | |
intención de vuestra merced, y esta es cosa que | |
se podrá cumplir de noche y de día, huyendo | |
o reposando, en paz o en guerra... Pero pensar | |
que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto, | |
digo, a tomar nuestra cadena y a ponernos en | |
camino del Toboso, es pensar que es ahora de | |
noche, que aún no son las diez del día, y es | |
pedir a nosotros eso como pedir peras al olmo. | |
Pues, ¡voto a tal!, dijo don Quijote, ya | |
puesto en cólera, “don hijo de la puta, don | |
Ginesillo de Paropillo, o cómo os llamáis, que | |
habéis de ir vos solo, rabo entre piernas, con | |
toda la cadena a cuestas! | |
Pasamonte, que no era nada bien sufrido, | |
estando ya enterado que don Quijote no era muy | |
cuerdo, pues tal disparate había acometido. | |
como el de querer darles libertad, viéndose | |
tratar de aquella manera, hizo del ojo a los | |
compañeros, y, apartándose aparte, comenzaron a | |
llover tantas piedras sobre don Quijote, que | |
no se daba manos a cubrirse con la rodela, y | |
el pobre de Rocinante no hacía más caso de la | |
espuela que si fuera hecho de bronce. | |
se puso tras su asno, y con él se defendía de la | |
nube y pedrisco que sobre entrambos llovía. | |
No se pudo escudar tan bien don Quijote que | |
no le acertasen, no sé cuantos guijarros en él | |
cuerpo, con tanta fuerza, que dieron con él en | |
el suelo; y apenas hubo caído, cuando fue | |
sobre él el estudiante, y le quitó la vacía de la | |
cabeza, y diole con ella tres o cuatro golpes en | |
las espaldas, y otros tantos en la tierra, con que | |
la hizo pedazos. Quitáronle una ropilla que | |
traía sobre las armas y las medias calzas le | |
querían quitar, si las grevas no lo estorbaran. | |
A Sancho le quitaron el gabán, y dejándole | |
en pelota, repartiendo entre sí los demás | |
despojos de la batalla, se fueron cada uno por | |
su parte, con más cuidado de escaparse de la | |
Hermandad, que temían que de cargarse de la | |
cadena e ir a presentarse ante la señora | |
Dulcínea del Toboso. | |
Solos quedaron Jumento y Rocinante, Sancho | |
y don Quijote. El jumento, cabizbajo y | |
pensativo, sacudiendo de cuándo en cuándo | |
las orejas, pensando que aún no había cesado | |
la borrasca de las piedras que le perseguían | |
los oídos; Rocinante, tendido junto a su amo, | |
que también vino al suelo de otra pedrada; | |
Sancho en pelota y temeroso de la santa | |
Hermandad, don Quijote, mohínisimo de verse | |
tan mal parado por los mismos, a quien tanto | |
bien había hecho. | |
Viéndose tan mal parado don Quijote, dijo | |
a su escudero. | |
Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el | |
hacer bien a villanos es echar agua en la mar. | |
Si yo hubiera creído lo que me dijiste, yo | |
hubiera excusado esta pesadumbre; pero ya | |
está hecho. Paciencia y escarmentar para desde | |
aquí adelante. | |
¿Así escarmentará vuestra merced?, respondió | |
Sancho, como yo soy turco; pero, pues | |
dice que si me hubiera creído, se hubiera | |
excusado este daño, créame ahora y excusará otro | |
mayor, porque le hago saber que con la santa | |
Hermandad no hay usar de caballerías; que no | |
se le da a ella por cuantos caballeros andantes | |
hay dos maravedís, y sepa que ya me parece | |
que sus saetas me zumban por los oídos. | |
¿Naturalmente eres cobarde, Sancho?, dijo | |
don Quijote... Pero porque no digas que soy | |
contumaz, y que jamás hago lo que me aconsejas, | |
por esta vez quiero tomar tu consejo y | |
apartarme de la furia que tanto temes; mas ha | |
de ser con una condición, que jamás, en vida | |
ni en muerte, has de decir a nadie que yo me | |
retiré y aparté deste peligro de miedo, sino por | |
complacer a tus ruegos; que si otra cosa dijeres, | |
mentiras en ello, y desde ahora para entonces, | |
y desde entonces para ahora, te desmiento, | |
y digo que mientes y mentiras todas las veces | |
que lo pensares o lo dijeres. Y no me repliques | |
más que en solo pensar que me aparto y retiro | |
de algún peligro, especialmente deste que | |
parece que lleva algún es, no es, de sombra de | |
miedo, estoy ya para quedarme y para aguardar | |
aquí solo, no solamente a la Santa Hermandad | |
qué dices y temes, sino a los hermanos | |
de los doce tribus de Israel, y a los siete | |
Macabeos, y a Castor y a Polux, y aun a | |
todos los hermanos y hermandades que hay en | |
el mundo.” | |
Señor, respondió Sancho que el retirar | |
no es huír, ni el esperar es cordura, cuando él | |
peligro sobrepuja a la esperanza, y de sabios | |
es guardarse hoy para mañana, y no aventurarse | |
todo en un día. Y sepa que, aunque zafío | |
y villano, todavía se me alcanza algo desto que | |
llaman buen gobierno; así que no se arrepienta | |
de haber tomado mi consejo, si no suba en Rocinante | |
si puede o si no, yo le ayudaré y sígame, | |
que el caletre me dice que hemos menester | |
ahora más los pies que las manos. | |
Subio don Quijote, sin replicarle más palabra, | |
y, guiando Sancho sobre su asno, se entraron | |
por una parte de sierra Morena, que allí | |
junto estaba, llevando Sancho intención de | |
atravesarla toda, e ir a salir al viso o a | |
almódobar del campo y esconderse algunos días | |
por aquellas asperezas, por no ser hallados sí | |
la hermandad los buscase. Anímole a esto | |
haber visto que de la refriega de los galeotes sé | |
había escapado libre la despensa que sobre su | |
asno venía, cosa que la juzgó a milagro, según | |
fue lo que llevaron y buscaron los galeotes. | |
Así como don Quijote entró por aquellas | |
montañas, se le alegró el corazón, pareciéndole | |
aquellos lugares acomodados para las aventuras | |
que buscába. Reducíansele a la memoria | |
los maravillosos acaecimientos que en semejantes | |
soledades y asperezas habían sucedido a | |
caballeros andantes. Yua pensando en estas | |
cosas tan embebecido y trasportado en ellas, | |
que de ninguna otra se acordaba. Ni Sancho | |
llevaba otro cuidado, después que le pareció | |
que caminaba por parte segura, sino de satisfacer | |
su estómago con los relieves que del despojo | |
clérical habían quedado, y así iba tras su | |
amo sentado a la mujeriega sobre su | |
jumento, sacando de un costal y embaulando | |
en su panza, y no se le diera por hallar otra | |
ventura, entre tanto que iba de aquella | |
manera un ardite. | |
En esto alzó los ojos y vio que su amo | |
estaba parado, procurando con la punta del lanzón | |
alzar no sé qué bulto que estaba caído en él | |
suelo, por lo cual se dio priesa a llegar a | |
ayudarle si fuese menester; y cuando llegó | |
fue a tiempo que alzaba con la punta de él | |
lanzón un cojín y una maleta asida a él, medio | |
podridos o podridos del todo y deshechos; mas | |
pesaba tanto, que fue necesario que Sancho | |
se apease a tomarlos, y mándole su amo | |
que viese lo que en la maleta venía. | |
Hízolo con mucha presteza, Sancho, y aunque | |
la maleta venía cerrada con una cadena y su | |
candado, por lo roto y podrido della vio lo que | |
en ella había, que eran cuatro camisas de | |
delgada holanda, y otras cosas de lienzo no menos | |
curiosas que limpias, y en un pañizuelo halló | |
un buen montoncillo de escudos de oro, y así | |
como los vio dijo: | |
¡Bendito sea todo el cielo, que nos ha | |
deparado una aventura que sea de provecho! | |
Y, buscando más, halló un librillo de memoria | |
ricamente guarnecido. Este le pidió don | |
Quíjote, y mándole que guardase el dinero y lo | |
tomase para él. | |
la merced, y desbalijando a la balija de su | |
lencería, la puso en el costal de la despensa. Todo | |
lo cual visto por don Quijote, dijo: | |
Paréceme, Sancho, y no es posible que sea | |
otra cosa que algún caminante descaminado | |
debió de pasar por esta sierra, y salteándole | |
malandrines, le debieron de matar y le trujeron | |
a enterrar en esta tan escondida parte. | |
¿No puede ser eso?, respondió Sancho, | |
porque si fueran ladrones, no se dejaran aquí | |
este dinero. | |
«Verdad dices», dijo don Quijote, «y así, no | |
adivino ni doy en lo que esto pueda ser; mas | |
espérate, veremos si en este librillo de memoria | |
¿Hay alguna cosa escrita por donde podamos | |
rastrear y venir en conocimiento de lo que | |
deseamos.” | |
Abriole, y lo primero que halló en él, escrito | |
como en borrador, aunque de muy buena letra, | |
fue un soneto, que, leyéndole alto, porque | |
Sancho también lo oyese, vio que decía desta | |
manera. | |
¡Oh, le falta al amor conocimiento! | |
o le sobra crueldad, o no es mi pena | |
igual a la ocasión que me condena | |
al género más duro de tormento. | |
Pero si Amor es dios, es argumento | |
que nada ignora, y es razón muy buena | |
que un dios no sea crüel, pues ¿quién ordena | |
el terrible dolor que adoro y siento? | |
Si digo que sois vos, Fili, no acierto, | |
que tanto mal en tanto bien no cabe, | |
ni me viene del cielo esta ruina. | |
Presto habré de morir, que es lo más cierto. | |
que al mal de quien la causa no se sabe | |
milagro es acertar la medicina. | |
Por esa trova, dijo Sancho, ¿no se puede | |
saber nada, si ya no es que por ese hilo que | |
está ahí se saque el ovillo de todo. | |
¿Qué hilo está aquí? ¿Dijo don Quijote? | |
Paréceme, dijo Sancho, que vuestra | |
merced nombró ahí Hilo. | |
¿No dije sino Fili?, respondió don Quijote, | |
y este, sin duda, es el nombre de la dama de | |
quien se queja el autor deste soneto; y a fe | |
que debe de ser razonable poeta, o yo sé poco | |
del arte.” | |
Luego ¿también?, dijo Sancho, ¿se le | |
entiende a vuestra merced de trovas? | |
Y más de lo que tú piensas, respondió don | |
Quíjote, y veraslo cuando lleves una carta, | |
escrita en verso de arriba abajo, a mi señora | |
Dulcínea del Toboso, porque quiero que sepas | |
Sancho, que todos o los más caballeros andantes | |
de la edad pasada eran grandes trovadores | |
y grandes músicos; que estas dos abilidades | |
o gracias, por mejor decir, son anejas a | |
los enamorados andantes. Verdad es que las | |
coplas de los pasados caballeros tienen más | |
de espíritu que de primor. | |
Lea más vuestra merced, dijo Sancho. | |
que ya hallará algo que nos satisfaga. | |
Volvió la hoja don Quijote, y dijo: | |
Esto es prosa y parece carta. | |
¿Carta misiva, señor? | |
En el principio no parece sino de amores, | |
respondió don Quijote. | |
Pues lea vuestra merced alto, dijo Sancho, | |
que gusto mucho destas cosas de amores. | |
¡Que me place! ¡Dijo don Quijote! | |
Y leyéndola alto, como Sancho se lo había | |
rogado, vio que decía desta manera: | |
Tu falsa promesa y mi cierta desventura | |
me llevan aparte donde antes volverán a tus | |
oídos las nuevas de mi muerte, que las razones | |
de mis quejas. Desechásteme, ¡oh ingrata!, | |
por quien tiene más, no por quien vale más | |
que yo... Mas si la virtud fuera riqueza que sé | |
estimara, no envidiara yo dichas ajenas, | |
llorara desdichas propias. Lo que levantó tú | |
hermosura han derribado tus obras. Por ella | |
entendí que eras ángel, y por ellas conozco que | |
eres mujer. Quédate en paz, causadora de mí | |
guerra, y haga el cielo que los engaños de tú | |
esposo estén siempre encubiertos, porque tú no | |
quedes arrepentida de lo que heciste, y yo no | |
tome venganza de lo que no deseo. | |
Acabando de leer la carta, dijo don | |
Quíjote. | |
Menos por esta que por los versos se puede | |
sacar más de que quien la escribió es algún | |
desdeñado amante. | |
Y, hojeando casi todo el librillo, halló otros | |
versos y cartas, que algunos pudo leer y otros | |
no; pero lo que todos contenían eran quejas, | |
lamentos, desconfïanzas, sabores y sinsabores, | |
favores y desdenes, solenizados los unos y | |
llorados los otros. | |
En tanto que don Quijote pasaba el libro, | |
pasaba Sancho la maleta, sin dejar rincón en | |
toda ella, ni en el cojín que no buscase, | |
escudriñase e inquiriese, ni costura que no | |
deshiciese, ni vedija de lana que no escarmenase, | |
porque no se quedase nada por diligencia, | |
mal recado. Tal golosina habían despertado en él | |
los hallados escudos que pasaban de ciento. | |
Y aunque no halló más de lo hallado, dio por | |
bien empleados los vuelos de la manta, el vomitar | |
del brevaje, las bendiciones de las estacas, | |
las puñadas del harriero, la falta de las | |
alforjas, el robo del gabán y toda la hambre, | |
sed y cansancio que había pasado en servicio | |
de su buen señor, pareciéndole que estaba | |
más que revien pagado con la merced | |
recebida de la entrega del hallazgo. | |
Con gran deseo quedó el caballero de la | |
Triste figura de saber quién fuese el dueño | |
de la maleta, conjeturando por el soneto y | |
carta, por el dinero en oro y por las tan | |
buenas camisas, que debía de ser de algún | |
principal enamorado, a quien desdenes y malos | |
tratamientos de su dama debían de haber | |
conducido a algún desesperado término. Pero ¿cómo | |
por aquel lugar inhabitable y escabroso no | |
parecía persona alguna de quien poder informarse, | |
no se curó de más que de pasar adelante, | |
sin llevar otro camino que aquel que | |
Rocinante quería, que era por donde él podía | |
caminar, siempre con imaginación que no podía | |
faltar por aquellas malezas alguna extraña | |
aventura. | |
Yendo, pues, con este pensamiento, vio que | |
por cima de una montañuela, que delante de | |
los ojos se le ofrecía, iba saltando un hombre | |
de risco en risco y de mata en mata con extraña | |
ligereza. Figúrosele que iba desnudo, la barba | |
negra y espesa, los cabellos muchos y rabultados | |
los pies descalzos y las piernas sin cosa | |
alguna; los muslos cubrían unos calzones, al | |
parecer, de terciopelo leonado, mas tan hechos | |
pedazos que por muchas partes se le descubrían | |
las carnes. Traía la cabeza descubierta, | |
y, aunque pasó con la ligereza que se ha dicho, | |
todas estas menudencias miró y notó el caballero | |
de la triste figura; y, aunque lo procuró, | |
no pudo seguille, porque no era dado a la | |
debilidad de Rocinante andar por aquellas | |
asperezas, y más siendo el de suyo pisacorto y | |
flemático. Luego imaginó don Quijote que | |
aquel era el dueño del cojín y de la maleta, | |
y propuso en sí de buscalle, aunque supiese | |
andar un año por aquellas montañas hasta | |
hallarle; y así, mandó a Sancho que se apease | |
del asno, y atajase por la una parte de | |
la montaña, que él iría por la otra, y podría | |
ser que topasen, con esta diligencia, con aquel | |
hombre que con tanta priesa se les había | |
quitado de delante. | |
¿No podré hacer eso?, respondió Sancho, | |
porque en apartándome de vuestra merced, | |
luego es conmigo el miedo que me asalta | |
con mil géneros de sobresaltos y visiones. | |
sírvale esto que digo de aviso, para que de | |
aquí adelante no me aparte un dedo de su | |
presencia.” | |
¡Así será!, dijo el de la triste figura, y | |
yo estoy muy contento de que te quieras valer | |
de mi ánimo, el cual no te ha de faltar, aunque | |
te falte el ánima del cuerpo, y vente ahora tras | |
mi poco a poco, o cómo pudieres, y haz de los | |
ojos lanternas; rodearemos esta serrezuela, | |
quizá toparemos con aquel hombre que vimos, él | |
cuál, sin duda, alguna, no es otro que el dueño | |
de nuestro hallazgo. | |
A lo que Sancho respondió. | |
Harto mejor sería no buscalle, porque si | |
le hallamos, y acaso fuese el dueño del dinero, | |
claro está que lo tengo de restituir; y así, fuera | |
mejor, sin hacer esta inútil diligencia, poseerlo | |
yo con buena fe, hasta que por otra vía menos | |
curiosa y diligente pareciera su verdadero | |
señor, y quizá fuera a tiempo que lo hubiera | |
gastado, y entonces el rey me hacía franco. | |
¿Engáñaste en eso, Sancho?, respondió don | |
Quíjote, que ya que hemos caído, en sospecha | |
de quien es el dueño, cuasi delante, | |
estamos obligados a buscarle y volvérselos; y, | |
cuando no le buscásemos, la vehemente | |
sospecha que tenemos de que él lo sea nos pone | |
ya en tanta culpa como si lo fuese. Así que, | |
Sancho amigo, no te dé pena el buscalle, por | |
la que a mí se me quitará si le hallo. | |
Y así, picó a Rocinante, y siguiole Sancho | |
con su acostumbrado jumento. Y, habiendo | |
rodeado parte de la montaña, hallaron en | |
un arroyo caída, muerta y medio comida de | |
perros y picada de grajos, una mula ensillada | |
y enfrenada. Todo lo cual confirmó en ellos | |
mas la sospecha de que aquel que huía era | |
el dueño de la mula y del cojín. Estándola | |
mirando, oyeron un silbo como de pastor que | |
guardaba ganado; y a deshora, a su siniestra | |
mano, parecieron una buena cantidad de cabras, | |
y tras ellas, por cima de la montaña, pareció | |
el cabrero que las guardaba, que era un | |
hombre anciano. Diole voces don Quijote y | |
rogole que bajase donde estaban. Él respondió | |
a gritos que quien les había traído por aquel | |
lugar, pocas o ningunas veces pisado, sino de | |
pies de cabras o de lobos y otras fieras, que | |
por allí andaban. | |
bajase, que de todo le darían buena cuenta. | |
Bajó el cabrero, y en llegando adonde don | |
Quíjote estaba, dijo. | |
Apostaré que está mirando la mula de alquiler | |
que está muerta en esa hondonada, pues a | |
buena fe que ha ya seis meses que está en | |
ese lugar. Díganme, ¿han topado por ahí a su | |
dueño? | |
¿No hemos topado a nadie?, respondió don | |
Quíjote, sino a un cojín y a una maletilla que | |
no lejos de este lugar hallamos. | |
También la hallé yo, respondió el cabrero. | |
mas nunca la quise alzar ni llegar a ella, | |
temeroso de algún desmán, y de que no me la | |
pidiesen por de hurto, que es el diablo sotil, | |
y debajo de los pies se levanta allombre. | |
cosa donde tropiece y caya, sin saber cómo ni | |
como no.” | |
Eso mesmo es lo que yo digo, respondió | |
Sancho, que también la hallé yo, y no quise | |
llegar a ella con un tiro de piedra; allí la | |
dejé, y allí se queda como se estaba, que no | |
quiero perro con cencerro. | |
Decidme, buen hombre, dijo don Quijote, | |
¿Sabéis vos quién sea el dueño destas | |
prendas? | |
Lo que sabré yo decir, dijo el cabrero, ¿es | |
que habrá al pie de seis meses, poco más a | |
menos que llegó a una majada de pastores, | |
que estará como tres leguas deste lugar un | |
mancebo de gentil talle y apostura, caballero | |
sobre esa mesma mula que ahí está muerta, | |
y con el mesmo cojín y maleta que decís | |
que hallastes y no tocastes. Pregúntonos que | |
cuál parte de esta sierra era la más áspera y | |
escondida. Dijímosle que era esta donde ahora | |
estamos, y es así la verdad, porque si entráis | |
media legua más adentro, quizá no acertaréis | |
a salir; y estoy maravillado de cómo habéis | |
podido llegar aquí, porque no hay camino ni | |
senda que a este lugar encamine. | |
Digo, pues, que en oyendo nuestra respuesta | |
el mancebo, volvió las riendas y encaminó | |
hacía el lugar donde le señalamos, dejándonos | |
a todos contentos de su buen talle, y | |
admirados de su demanda y de la priesa con | |
que le víamos caminar y volverse hacía la sierra; | |
y desde entonces nunca más le vimos hasta | |
que desde allí a algunos días salió al camino | |
a uno de nuestros pastores, y sin decille nada, | |
se llegó a él y le dio muchas puñadas, | |
coces, y luego se fue a la borrica del hato y le | |
quitó cuanto pan y queso en ella traía, y con | |
extraña ligereza, hecho esto, se volvió a | |
emboscar en la sierra. ¿Cómo esto supimos | |
algunos cabreros, le anduvimos a buscar casi | |
dos días por lo más cerrado de esta sierra, al | |
cabo de los cuales le hallamos metido en él | |
hueco de un grueso y valiente alcornoque. | |
Salió a nosotros con mucha mansedumbre, ya roto | |
el vestido y el rostro disfigurado y tostado | |
del sol, de tal suerte que apenas le conocíamos | |
sino que los vestidos, aunque rotos, con | |
la noticia que de ellos teníamos, nos dieron a | |
entender que era el que buscábamos. | |
Salúdonos cortésmente, y en pocas y muy | |
buenas razones nos dijo que no nos maravillásemos | |
de verle andar de aquella suerte, porque | |
así le convenía para cumplir cierta penitencia | |
que por sus muchos pecados le había sido | |
impuesta. Rogámosle que nos dijese quién era; | |
mas nunca lo pudimos acabar con él. Pedímosle | |
también que cuando hubiese menester el sustento, | |
sin el cual no podía pasar, nos dijese | |
donde le halláriamos, porque con mucho amor | |
y cuidado se lo llevaríamos; y que si esto tampoco | |
fuese de su gusto, que a lo menos saliese | |
a pedirlo, y no a quitarlo, a los pastores. | |
Agradeció nuestro ofrecimiento, pidió perdón | |
de los asaltos pasados, y ofreció de pedirlo | |
de allí adelante, por amor de Dios, sin dar | |
molestia alguna a nadie. En cuanto lo que | |
tocaba a la estancia de su habitación, dijo que no | |
tenía otra que aquella que le ofrecía la | |
ocasión donde le tomaba la noche y acabó su | |
plática con un tan tierno llanto, que bien | |
fuéramos de piedra los que escuchado le habíamos, sí, | |
en él no le acompañáramos, considerándole | |
como le habíamos visto la vez primera, y cuál | |
le veíamos entonces, porque, como tengo dicho, | |
era un muy gentil y agraciado mancebo, y en | |
sus corteses y concertadas razones mostraba ser | |
bien nacido y muy cortesana persona; que | |
puesto que éramos rústicos los que le | |
escuchábamos, su gentileza era tanta, que bastaba | |
a darse a conocer a la mesma rusticidad. | |
Y estando en lo mejor de su plática, paró y | |
enmudeciose; clavó los ojos en el suelo por un | |
buen espacio, en el cual todos estuvimos | |
quedos y suspensos, esperando en qué había de | |
parar aquel envelesamiento, con no poca lástima | |
de verlo, porque por lo que hacía de abrir | |
los ojos, estar fijo mirando al suelo sin mover | |
pestaña gran rato, y otras veces cerrarlos | |
apretando los labios y enarcando las cejas, | |
fácilmente conocimos que algún accidente de locura | |
le había sobrevenido. Mas él nos dio a entender | |
presto ser verdad lo que pensábamos, porque | |
se levantó con gran furia del suelo donde sé | |
había echado, y arremetió con el primero que | |
halló junto a sí con tal denuedo y rabia, que | |
si no se le quitáramos, le matara a puñadas y | |
a bocados, y todo esto hacía diciendo: ¡Ah! | |
¡Fementido Fernando! ¡Aquí, aquí me pagarás la | |
sin razón que me heciste! Estas manos te | |
sacarán el corazón donde albergan y tienen | |
manida todas las maldades juntas, principalmente | |
la fraude y el engaño. | |
otras razones, que todas se encaminaban a | |
decir mal de aquel Fernando, y a tacharle de | |
traidor y fementido. | |
Quitámosele, pues, con no poca pesadumbre, | |
y él, sin decir más palabra, se apartó | |
de nosotros, y se emboscó corriendo por entre | |
estos jarales y malezas, de modo que nos | |
imposibilitó el seguille. Por esto conjeturamos | |
que la locura le venía a tiempos, y que | |
alguno que se llamaba Fernando le debía | |
de haber hecho alguna mala obra, tan pesada | |
cuanto lo mostraba el término a que le había | |
conducido. Todo lo cual se ha confirmado | |
después acá con las veces que han sido muchas, | |
que él ha salido al camino, unas a pedir a los | |
pastores le den de lo que llevan para comer, y | |
otras a quitárselo por fuerza, porque cuando | |
está con el accidente de la locura, aunque los | |
pastores se lo ofrezcan de buen grado, no lo | |
admite, sino que lo toma a puñadas; y cuando | |
está en su seso, lo pide, por amor de Dios, | |
cortés y comedidamente, y rinde por ello muchas | |
gracias, y no con falta de lágrimas. | |
Verdad os digo, señores. Prosiguió el | |
cabrero, que ayer determinamos yo y cuatro | |
zagales, los dos criados y los dos amigos míos, | |
de buscarle hasta tanto que le hallemos, y | |
después de hallado, ya por fuerza, ya por grado, | |
le hemos de llevar a la villa de Almodovar, | |
que está de aquí ocho leguas, y allí le | |
curaremos, si es que su mal tiene cura, o sabremos | |
quién es cuando esté en su seso, y si tiene | |
parientes a quien dar noticia de su desgracia. | |
Esto es, señores, lo que sabré deciros de lo que | |
me habéis preguntado, y entended que el dueño | |
de las prendas que hallastes es el mesmo. | |
que vistes pasar con tanta ligereza como | |
desnudez”. -Que ya le había dicho don Quijote | |
¿cómo había visto pasar aquel hombre saltando | |
por la sierra. | |
El cual quedó admirado de lo que al cabrero | |
había oído, y quedó con más deseo de saber | |
quién era el desdichado loco y propuso en sí | |
lo mesmo que ya tenía pensado. De buscalle | |
por toda la montaña, sin dejar rincón ni cueva | |
en ella que no mirase hasta hallarle... | |
hízolo mejor la suerte de lo que él pensaba, | |
esperaba, porque en aquel mesmo instante | |
pareció por entre una quebrada de una sierra, | |
que salía donde ellos estaban, el mancebo que | |
buscaba, el cual venía hablando entre sí cosas | |
que no podían ser entendidas de cerca cuanto | |
más de lejos. Su traje era cual se ha pintado, | |
solo que, llegando cerca, vio don Quijote que | |
un coleto hecho pedazos que sobre sí traía, | |
era de ámbar, por donde acabó de entender | |
que persona que tales hábitos traía no debía | |
de ser de infima calidad. | |
En llegando el mancebo a ellos, les saludo | |
con una voz desentonada y bronca, pero | |
con mucha cortesía. Don Quijote le volvió las | |
saludes con no menos comedimiento, y apeándose | |
de Rocinante, con gentil continente y donaire | |
le fue a abrazar y le tuvo un buen espacio | |
estrechamente entre sus brazos, como si de | |
luengos tiempos le hubiera conocido. El otro, a | |
¿Quién podemos llamar el roto de la mala | |
figura, como a don Quijote el de la Triste, | |
después de haberse dejado abrazar, le apartó un | |
poco de sí, y, puestas sus manos en los hombros, | |
de don Quijote, le estuvo mirando como que | |
quería ver si le conocía; no menos admirado | |
quizá de ver la figura, talle y armas de don | |
Quíjote, que don Quijote lo estaba de verle a | |
En resolución, el primero que habló después | |
del abrazamiento fue el Roto, y dijo lo que sé | |
dirá adelante. | |
Dice la historia que era grandísima la | |
atención con que don Quijote escuchaba al astroso | |
caballero de la sierra, el cual, prosiguiendo su | |
plática, dijo. | |
Por cierto, señor, quien quiera que seáis, | |
que yo no os conozco, yo os agradezco las | |
muestras y la cortesía que conmigo habéis usado, | |
y quisiera yo hallarme en términos que, con | |
más que la voluntad, pudiera servir la que | |
habéis mostrado tenerme en el buen acogimiento | |
que me habéis hecho; mas no quiere mi suerte | |
darme otra cosa con que corresponda a las | |
buenas obras que me hacen, que buenos | |
deseos de satisfacerlas. | |
Los que yo tengo, respondió don Quijote, | |
son de serviros; tanto que tenía determinado | |
de no salir destas sierras hasta hallaros y saber | |
de vos si el dolor que en la extrañeza de | |
vuestra vida mostráis tener, se podía hallar | |
algún género de remedio, y si fuera menester | |
buscarle, buscarle con la diligencia posible. | |
Y cuando vuestra desventura fuera de aquellas | |
que tienen cerradas las puertas a todo género | |
de consuelo, pensaba ayudaros a llorarla, y | |
plañirla como mejor pudiera, que todavía es | |
consuelo en las desgracias hallar quien sé | |
duela dellas. Y si es que mi buen intento merece | |
ser agradecido con algún género de cortesía, | |
yo os suplico, señor, por la mucha que veo que | |
en vos se encierra, y juntamente os conjuro | |
por la cosa que en esta vida más habéis amado | |
o amáis, que me digáis quién sois y la causa | |
que os ha traído a vivir y a morir entre estas | |
soledades como bruto animal, pues moráis | |
entre ellos tan ajeno de vos mismo, cual lo | |
muestra vuestro traje y persona. Y juro -añadio | |
don Quijote, por la orden de caballería | |
que recebí, aunque indigno y pecador, y por la | |
profesión de caballero andante, que si en | |
esto, señor, me complacéis de serviros con las | |
verás a qué me obliga el ser quien soy, ora | |
remediando vuestra desgracia, si tiene remedio, | |
ora ayudándoos a llorarla, ¿cómo os lo he | |
prometido.” | |
El caballero del Bosque, que de tal manera | |
hoyo hablar al de la triste figura, no hacía sino | |
mirarle y remirarle y tornarle a mirar de arriba | |
a bajo, y después que le hubo bien mirado, | |
le dijo: | |
Si tienen algo que darme a comer, por amor | |
de Dios que me lo den; que después de haber | |
comido, yo haré todo lo que se me manda, en | |
agradecimiento de tan buenos deseos como | |
aquí se me han mostrado. | |
Luego sacaron, Sancho de su costal y el cabrero | |
de su zurrón, con que satisfizo el Roto su | |
hambre, comiendo lo que le dieron como persona | |
atontada, tan apriesa, que no daba espacio | |
de un bocado al otro, pues antes los engullía | |
que tragaba; y en tanto que comía, ni él ni | |
los que le miraban hablaban palabra. ¿Cómo | |
acabó de comer, les hizo de señas que le | |
siguiesen, como lo hicieron, y él los llevó a un | |
verde pradecillo que a la vuelta de una peña | |
poco desviada de allí estaba. En llegando a él, | |
se tendió en el suelo encima de la hierba, y los | |
demás hicieron lo mismo; y todo esto sin que | |
ninguno hablase hasta que el Roto, después | |
de haberse acomodado en su asiento, dijo: | |
Si gustáis, señores, que os diga en breves | |
razones la inmensidad de mis desventuras, | |
habéisme de prometer de que con ninguna pregunta | |
ni otra cosa no interromperéis el hilo de | |
mi triste historia, porque en el punto que lo | |
hagáis, en ése se quedará lo que fuere | |
contando... | |
Estas razones del roto trujeron a la memoria | |
a don Quijote el cuento que le había contado | |
su escudero, cuando no acerto el número | |
de las cabras que habían pasado el río, y sé | |
quedó la historia pendiente. Pero volviendo al | |
Roto, prosiguió diciendo: | |
Esta prevención que hago es porque querría | |
pasar brevemente por el cuento de mis | |
desgracias; que el traerlas a la memoria no me | |
sirve de otra cosa que añadir otras de nuevo, | |
y mientras menos me preguntaredes, más presto | |
acabaré yo de decillas, puesto que no dejaré | |
por contar cosa alguna que sea de importancia | |
para no satisfacer del todo a vuestro | |
deseo.” | |
don Quijote se lo prometió en nombre de | |
los demás, y él, con este seguro, comenzo desta | |
manera. | |
Mi nombre es Cardenio, mi patria una ciudad | |
de las mejores de esta Andalucía, mi linaje | |
noble, mis padres ricos, mi desventura tanta, | |
que la deben de haber llorado mis padres y sentido | |
mi linaje, sin poderla aliviar con su riqueza, | |
que, para remediar desdichas del cielo, poco | |
suelen valer los bienes de fortuna. Vivía en | |
esta mesma tierra un cielo, donde puso el | |
amor toda la gloria que yo acertara a desearme. | |
Tal es la hermosura de Luscinda, doncella | |
tan noble y tan rica como yo, pero de más | |
ventura, y de menos firmeza de la que a mis | |
honrados pensamientos se debía. A esta Luscinda | |
amé, quise y adoré desde mis tiernos y primeros | |
años, y ella me quiso a mí con aquella sencillez | |
y buen ánimo que su poca edad permitía. | |
Sabían nuestros padres nuestros intentos, y | |
no les pesaba dello, porque bien vehían que | |
cuando pasaran adelante, no podían tener | |
otro fin que el de casarnos, cosa que casi la | |
concertaba la igualdad de nuestro linaje, y | |
riquezas. Creció la edad, y con ella el amor de | |
entrambos, que al padre de Luscinda le | |
pareció que por buenos respetos estaba obligado | |
a negarme la entrada de su casa, casi imitando | |
en esto a los padres de aquella Tisbe tan | |
decantada de los poetas. Y fue esta negación | |
añadir llama a llama y deseo a deseo, porque | |
aunque pusieron silencio a las lenguas, no | |
le pudieron poner a las plumas, las cuales, con | |
más libertad que las lenguas, suelen dar a | |
entender a quien quieren lo que en el alma está | |
encerrado. ¡Qué muchas veces la presencia de | |
la cosa amada turba y enmudece la intención | |
más determinada y la lengua más atrevida. | |
¡Cielos! ¡Y cuántos billetes le escribí! ¡Cuán | |
regaladas y honestas respuestas tuve! ¡Cuántas | |
canciones compuse, y cuantos enamorados versos, | |
donde el alma declaraba y trasladaba sus | |
sentimientos, pintaba sus encendidos deseos, | |
entretenía sus memorias y recreaba su voluntad! | |
En efecto, viéndome apurado, y que mi alma | |
se consumía con el deseo de verla, determiné | |
poner por obra y acabar en un punto lo que | |
me pareció que más convenía para salir con | |
mi deseado y merecido premio, y fue el | |
pedírsela a su padre por legítima esposa, como lo | |
hice. A lo que él me respondió que me agradecía | |
la voluntad que mostraba de honralle. | |
y de querer honrarme con prendas suyas, pero | |
que siendo mi padre vivo, a él tocaba de justo | |
derecho hacer aquella demanda, porque, si no, | |
fuese con mucha voluntad y gusto suyo, no | |
era Luscinda mujer para tomarse ni darse | |
a hurto. | |
Yo le agradecí su buen intento, pareciéndome | |
que llevaba razón en lo que decía, y que | |
mi padre vendría en ello como yo se lo dijese. | |
Y con este intento, luego, en aquel mismo | |
instante, fui a decirle a mi padre lo que | |
deseaba, y al tiempo que entré en un aposento | |
donde estaba, le hallé con una carta abierta en | |
la mano, la cual, antes que yo le dijese palabra, | |
me la dio, y me dijo: «Por esa carta verás, | |
Cardenio, la voluntad que el duque Ricardo | |
tiene de hacerte merced. | |
como ya vosotros, señores, debéis de saber, | |
es un grande de España que tiene su estado | |
en lo mejor de esta Andalucía. | |
la carta, la cual venía tan encarecida, que a mí | |
mesmo me pareció mal si mi padre dejaba de | |
cumplir lo que en ella se le pedía, que era que | |
me envïase luego donde él estaba, que quería | |
que fuese compañero, no criado, de su hijo | |
el mayor, y que él tomaba a cargo el ponerme | |
en estado que correspondiese a la estimación | |
en que me tenía. Ley la carta y enmudecí | |
leyéndola, y más cuando ohí que mi padre me | |
decía: «De aquí a dos días te partirás», | |
Cardenio, a hacer la voluntad del duque, y da | |
Gracias a Dios que te va abriendo camino por | |
donde alcances lo que yo sé que mereces. | |
Añadió, a estas otras razones de padre, | |
consejero. | |
Llégose el término de mi partida, hablé una | |
noche a Luscinda, díjele todo lo que pasaba, | |
y lo mesmo hice a su padre, suplicándole | |
se entretuviese algunos días y dilatase el | |
darle estado hasta que yo viese lo que | |
Ricardo me quería. Él me lo prometió, y ella me | |
lo confirmó con mil juramentos y mil | |
desmayos. Vine, en fin, donde el duque Ricardo | |
estaba, fui dél tan bien recebido y tratado, que | |
desde luego comenzo la envidia a hacer su | |
oficio, teniéndomela los criados antiguos, | |
pareciéndoles que las muestras que el duque daba | |
de hacerme merced habían de ser en perjuicio | |
suyo. Pero el que más se holgo con mi ida | |
fue un hijo segundo del duque, llamado | |
Fernando, mozo gallardo, gentil hombre, liberal, | |
y enamorado, el cual en poco tiempo quiso | |
que fuese tan su amigo, que daba que decir | |
a todos; y aunque el mayor me quería bien y | |
me hacía merced, no llegó al extremo con que | |
don Fernando me quería y trataba. | |
Es, pues, el caso que, como entre los | |
amigos, no hay cosa secreta que no se comunique, | |
y la privanza que yo tenía con don Fernando | |
dejaba de serlo por ser amistad, todos sus | |
pensamientos me declaraba, especialmente | |
uno enamorado que le traía con un poco de | |
desasosiego. Quería bien a una labradora, | |
vasalla de su padre, y ella los tenía muy | |
ricos, y era tan hermosa, recatada, discreta y | |
honesta, que nadie que la conocía sé | |
determinaba en cuál destas cosas tuviese más | |
excelencia, ni más se aventajase. Estas tan | |
buenas partes de la hermosa labradora redujeron | |
a tal término los deseos de don Fernando, | |
que se determinó, para poder alcanzarlo, | |
conquistar la entereza de la labradora, darle | |
palabra de ser su esposo, porque de otra | |
manera era procurar lo imposible. Yo, obligado | |
de su amistad, con las mejores razones que | |
supe, y con los más vivos ejemplos que pude, | |
procuré estorbarle y apartarle de tal propósito. | |
Pero viendo que no aprovechaba, determiné | |
de decirle el caso al duque Ricardo, su padre. | |
Mas don Fernando, como astuto y discreto, sé | |
receló y temió desto, por parecerle que estaba | |
yo obligado, en vez de buen criado, a no | |
tener encubierta cosa que tan en perjuicio de | |
la honra de mi señor el duque venía; y así, por | |
divertirme y engañarme, me dijo que no | |
hallaba otro mejor remedio para poder apartar | |
de la memoria, la hermosura que tan sujeto le | |
tenía que el ausentarse por algunos meses, y | |
que quería que el ausencia fuese que los | |
dos nos viniésemos en casa de mi padre, con | |
ocasión que darían al duque que venía a | |
ver y a feriar unos muy buenos caballos que en | |
mi ciudad había, que es madre de los mejores | |
del mundo. | |
Apenas le oí yo decir esto cuando, movido | |
de mi afición, aunque su determinación no | |
fuera tan buena, la aprobara yo por una de las | |
más acertadas que se podían imaginar, por | |
ver cuán buena ocasión y coyuntura se me | |
ofrecía de volver a ver a mi Luscinda. | |
este pensamiento y deseo aprove su parecer | |
y esforce su propósito, diciéndole que lo | |
pusiese por obra con la brevedad posible, | |
porque, en efecto, la ausencia hacía su oficio a | |
pesar de los más firmes pensamientos. Ya, | |
cuando él me vino a decir esto, según después | |
se supo, había gozado a la labradora, con título | |
de esposo, y esperaba ocasión de descubrirse | |
a su salvo, temeroso de lo que el duque, su | |
padre, haría cuando supiese su disparate. | |
Sucedió, pues, que, como el amor en los | |
mozos por la mayor parte no lo es, sino | |
apetito, el cual, como tiene por último fin, el | |
deleite, en llegando a alcanzarle se acaba, y ha | |
de volver atrás aquello que parecía amor, | |
porque no puede pasar adelante del término que | |
le puso naturaleza, el cual término no le puso a | |
lo que es verdadero amor. Quiero decir que | |
así como don Fernando gozó a la labradora, | |
se le aplacaron sus deseos y se resfriaron sus | |
ahíncos, y si primero fingía quererse ausentar | |
por remediarlos, ahora de veras procuraba irse | |
por no ponerlos en ejecución. | |
licencia, y mándome que le acompañase. | |
Venimos a mi ciudad, recibiole mi padre cómo | |
quién era. Vi yo luego a Luscinda, tornaron a | |
vivir, aunque no habían estado muertos, | |
amortiguados, mis deseos, de los cuales di | |
cuenta, por mi mal, a don Fernando, por | |
parecerme que, en la ley de la mucha amistad que | |
mostraba, no le debía encubrir nada. | |
la hermosura, donaire y discreción de Luscinda | |
de tal manera que mis alabanzas movieron | |
en él los deseos de querer ver doncella | |
de tantas buenas partes adornada. Cumplíselos | |
yo, por mi corta suerte, enseñándosela | |
una noche, a la luz de una vela, por una ventana | |
por donde los dos solíamos hablarnos. | |
en sayo tal, que todas las bellezas hasta | |
entonces por él vistas las puso en olvido. | |
Enmudeció, perdió el sentido, quedó absorto; y | |
finalmente, tan enamorado, cuál lo veréis en él | |
discurso del cuento de mi desventura. Y para | |
encenderle más el deseo que a mí me celaba, | |
y al cielo a solas descubría, quiso la fortuna | |
que hallase un día un billete suyo pidiéndome | |
que la pidiese a su padre por esposa, tan | |
discreto, tan honesto y tan enamorado, que en | |
leyéndolo, me dijo que en sola Luscinda sé | |
encerraban todas las gracias de hermosura y | |
de entendimiento que en las demás mujeres | |
del mundo estaban repartidas. | |
Bien es verdad que quiero confesar ahora | |
que, puesto que yo veía con cuán justas | |
causas don Fernando a Luscinda alababa, me | |
pesaba de oír aquellas alabanzas de su boca, | |
y comence a temer y a recelarme dél, | |
porque no se pasaba momento donde no quisiese | |
que tratásemos de Luscinda, y él movía la | |
plática, aunque la trujese por los cabellos, | |
cosa que despertaba en mí un no sé qué dé | |
celos, no porque yo temiese revés alguno de | |
la bondad y de la fe de Luscinda, pero con | |
todo eso, me hacía temer mi suerte lo mesmo | |
que ella me aseguraba. Procuraba siempre | |
don Fernando leer los papeles que yo a | |
Luscinda enviaba, y los que ella me respondía, | |
a título que de la discreción de los dos gustaba | |
mucho. Acaeció, pues, que habiéndome pedido | |
Luscinda un libro de caballerías en que leer, | |
de quien era ella muy aficionada, que era el | |
de Amadís de Gaula. | |
¿No hubo bien oído don Quijote nombrar | |
libro de caballerías, cuando dijo: | |
con que me dijera vuestra merced al | |
principio de su historia, que su merced de la | |
señora Luscinda era aficionada a libros de | |
caballerías, no fuera menester otra exajeración | |
para darme a entender la alteza de su | |
entendimiento, porque no le tuviera tan bueno como | |
vos, señor, le habéis pintado, si careciera del | |
gusto de tan sabrosa leyenda; así que para | |
conmigo no es menester gastar más palabras | |
en declararme su hermosura, valor y entendimiento; | |
que, con solo haber entendido su afición, | |
la confirmo por la más hermosa y más discreta | |
mujer del mundo, y quisiera yo, señor, que | |
vuestra merced le hubiera enviado, junto con | |
Amadís de Gaula, al bueno de don Rugel de | |
Grecia, que yo sé que gustara la señora | |
Luscinda mucho de Daraida y Jeraya, y de | |
las discreciones del pastor Darinel, y de | |
aquellos admirables versos de sus bucólicas, | |
cantadas y representadas por él con todo | |
donaire, discreción y desenvoltura; pero tiempo | |
podrá venir en que se enmiende esa falta, y | |
no dura más en hacerse la enmienda de | |
cuanto quiera vuestra merced ser servido de | |
venirse conmigo a mi aldea; que allí le podré | |
dar más de trescientos libros, que son el regalo | |
de mi alma y el entretenimiento de mi vida, | |
aunque tengo para mí que ya no tengo ninguno, | |
merced a la malicia de malos y envidiosos | |
encantadores. Y perdóneme vuestra merced el | |
haber contravenido a lo que prometimos de no | |
interromper su plática, pues en oyendo cosas | |
de caballerías y de caballeros andantes, así es | |
en mi mano dejar de hablar en ellos, como lo | |
es en la de los rayos del sol dejar de calentar, | |
ni humedecer en los de la luna. Así que, | |
perdón y proseguir, que es lo que ahora hace más | |
al caso.” | |
En tanto que don Quijote estaba diciendo lo | |
que queda dicho, se le había caído a Cardenio | |
la cabeza sobre el pecho, dando muestras de | |
estar profundamente pensativo. Y puesto que | |
dos veces le dijo don Quijote que prosiguiese | |
su historia, ni alzaba la cabeza, ni respondía | |
palabra. Pero al cabo de un buen espacio la | |
levantó, y dijo: | |
No se me puede quitar del pensamiento, ni | |
habrá quien me lo quite en el mundo, ni quien | |
me dé a entender otra cosa, y sería un majadero | |
el que lo contrario entendiese o creyese, | |
sino que aquel bellaconazo del maestro | |
Elisabat estaba amancebado con la reina | |
Madásima... | |
Eso no, ¡voto a tal!, respondió con mucha | |
cólera don Quijote y arrojóle como tenía de | |
costumbre; y esa es una muy gran malicia, | |
o bellaquería, por mejor decir. La reina | |
Madásima fue muy principal señora, y no se ha | |
de presumir que tan alta princesa se había de | |
amancebar con un sacapotras; y quien lo | |
contrario entendiere, miente como muy gran | |
bellaco. Y yo se lo daré a entender a pie o a | |
caballo, armado o desarmado, de noche o de día, | |
o como más gusto le diere. | |
Estábale mirando Cardenio muy atentamente, | |
al cual ya había venido el accidente de su | |
locura, y no estaba para proseguir su historia, | |
ni tampoco don Quijote se la oyera, según | |
le había disgustado lo que de Madásima le había | |
oído. ¡Extraño caso! que así volvió por ella | |
como si verdaderamente fuera su verdadera, | |
natural señora. Tal le tenían sus descomulgados | |
libros. Digo, pues, que como ya Cardenio | |
estaba loco y se oyó tratar de mentís y de | |
bellaco, con otros denuestos semejantes, pareciole | |
mal la burla, y alzó un guijarro que halló | |
junto a sí, y dio con él en los pechos tal | |
golpe a don Quijote, que le hizo caer de | |
espaldas. Sancho Panza, que de tal modo vio | |
parar a su señor, arremetió al loco con el puño | |
cerrado, y el Roto le recibió de tal suerte, que | |
con una puñada dio con él a sus pies, y luego | |
se subió sobre él y le brumó las costillas muy | |
a su sabor. El cabrero que le quiso defender, | |
corrió el mesmo peligro. Y después que los | |
tuvo a todos rendidos y molidos, los dejó y sé | |
fue con gentil sosiego a emboscarse en la | |
montaña. | |
Levantose Sancho, y con la rabia que tenía | |
de verse aporreado tan sin merecerlo, acudió | |
a tomar la venganza del cabrero, diciéndole | |
que él tenía la culpa de no haberles avisado | |
que a aquel hombre le tomaba a tiempos la | |
locura; que si esto supieran, hubieran estado | |
sobre aviso para poderse guardar. | |
el cabrero que ya lo había dicho, y que si él no | |
lo había oído, que no era suya la culpa. | |
Sancho Panza, y tornó a replicar el cabrero, y | |
fue el fin de las réplicas asirse de las barbas, | |
darse tales puñadas, que si don Quijote no los | |
pusiera en paz, se hicieran pedazos. | |
Sancho, asido con el cabrero. | |
Déjeme vuestra merced, señor caballero, | |
de la triste figura, que en éste que es villano | |
como yo, y no está armado caballero, bien | |
puedo a mi salvo satisfacerme del agravio que | |
me ha hecho, peleando con el mano a mano, | |
como hombre honrado. | |
«Así es”, dijo don Quijote. Pero yo sé | |
que él no tiene ninguna culpa de lo sucedido. | |
Con esto los apaciguo y don Quijote volvió | |
a preguntar al cabrero si sería posible hallar | |
a Cardenio, porque quedaba con grandísimo | |
deseo de saber el fin de su historia. | |
cabrero lo que primero le había dicho, que | |
era no saber de cierto su manida, pero que si | |
anduviese mucho por aquellos contornos no | |
dejaría de hallarle, o cuerdo o loco. | |
Despidiose del cabrero don Quijote, y | |
subiendo otra vez sobre Rocinante, mandó a | |
Sancho que le siguiese, el cual lo hizo con su | |
jumento de muy mala gana. | |
poco entrando en lo más áspero de la montaña, | |
y Sancho iba muerto por razonar con su amo, | |
y deseaba que él comenzase la plática por | |
no contravenir a lo que le tenía mandado; mas | |
no pudiendo sufrir tanto silencio, le dijo: | |
Señor don Quijote, vuestra merced me | |
eche su bendición y me dé licencia, que desde | |
aquí me quiero volver a mi casa y a mi mujer | |
y a mis hijos, con los cuales, por lo menos, | |
hablaré y departiré todo lo que quisiere; | |
porque querer vuestra merced que vaya con él | |
por estas soledades de día y de noche, y que | |
no le hable cuando me diere gusto, es enterrarme | |
en vida. Si ya quisiera la suerte que los | |
animales hablaran, como hablaban en tiempo | |
de Guisopete, fuera menos mal, porque | |
departiera yo con mi jumento lo que me | |
viniera en gana, y con esto pasara mi mala | |
ventura, que es recia cosa y que no se puede | |
llevar en paciencia, andar buscando aventuras | |
toda la vida, y no hallar sino coces y | |
manteamientos, ladrillazos y puñadas, y con todo | |
esto, nos hemos de coser la boca, sin osar | |
decir lo que el hombre tiene en su corazón, como | |
si fuera mudo.” | |
Ya te entiendo, Sancho, respondió don | |
Quíjote. ¿Tú mueres porque te alcé el entredicho | |
que te tengo puesto en la lengua. | |
por alzado y di lo que quisieres, con condición | |
que no ha de durar este alzamiento más de | |
en cuanto anduvieremos por estas sierras. | |
¡Sea así! ¡Dijo Sancho! ¡Hable yo ahora | |
que después Dios sabe lo que será, y comenzando | |
a gozar de ese salvoconduto, digo que | |
que le iba a vuestra merced en volver tanto | |
por aquella reina magimasa, o cómo sé | |
llama? ¡Oh, qué hacía al caso que aquel abad | |
fuese su amigo o no? Que si vuestra merced | |
pasara con ello, pues no era su juez, bien | |
creo yo que el loco pasara adelante con su | |
historia, y se vuieran ahorrado el golpe del golpe del | |
guijarro y las coces, y aun más de seis | |
torniscones. | |
¿A fe, Sancho?, respondió don Quijote que | |
si tú supieras como yo lo sé, cuán honrada y | |
cuán principal señora era la reina Madasima, | |
yo sé que dijeras que tuve mucha paciencia, | |
pues no quebre la boca por donde tales | |
blasfemias salieron, porque es muy gran | |
blasfemia decir ni pensar que una reina esté | |
amancebada con un cirujano. La verdad de él | |
cuento es que aquel maestro Elisabat, que él | |
loco dijo, fue un hombre muy prudente y de | |
muy sanos consejos, y sirvió de ayo y de | |
médico a la reina. Pero pensar que ella era su | |
amiga es disparate, digno de muy gran | |
castigo. Y porque veas que Cardenio no supo lo | |
que dijo, has de advertir que cuando lo dijo | |
ya estaba sin juicio. | |
«Eso digo yo», dijo Sancho. ¿Qué no había | |
¿para qué hacer cuenta de las palabras de un | |
loco, porque si la buena suerte no ayudara a | |
vuestra merced, y encaminara el guijarro a la | |
cabeza como le encaminó al pecho, buenos | |
quedáramos por haber vuelto por aquella mí | |
señora, que Dios cohonda. Pues ¡amontas que | |
no se librara Cardenio por loco! | |
“Contra cuerdos y contra locos”, respondió | |
don Quijote, está obligado cualquier | |
caballero andante a volver por la honra de las | |
mujeres cualesquiera que sean, cuanto más por | |
las reinas de tan alta guisa y pro como fue | |
la reina Madásima, a quien yo tengo particular | |
afición por sus buenas partes, porque fuera | |
de haber sido fermosa, además fue muy prudente | |
y muy sufrida en sus calamidades, que | |
las tuvo muchas. Y los consejos y compañía | |
del maestro Elisabat le fue y le fueron de | |
mucho provecho y alivio para poder llevar sus | |
trabajos con prudencia y paciencia. Y de aquí | |
tomó ocasión el vulgo, ignorante y mal | |
intencionado de decir y pensar que ella era su | |
manceba. Y mienten, digo otra vez, y mentiran | |
otras docientas, todos los que tal pensaren | |
y dijeren! | |
Ni yo lo digo ni lo pienso, respondió | |
Allá se lo hayan, con su pan se lo coman. | |
Si fueron amancebados o no, a Dios habrán | |
dado la cuenta. De mis viñas vengo, no sé | |
nada; no soy amigo de saber vidas ajenas; | |
que el que compra y miente en su bolsa lo | |
siente. Cuanto más que desnudo nací, desnudo | |
me hallo. Ni pierdo ni gano. Mas ¿qué lo | |
fuesen, ¿qué me va a mí? Y muchos piensan | |
que hay tocinos y no hay estacas. Mas, ¿quién | |
puede poner puertas al campo? ¿Cuánto más | |
que de Dios dijeron... | |
¡Válame Dios! ¡Y qué de | |
necedades vas, Sancho, ensartando? ¿Qué va | |
de lo que tratamos a los refranes que enhilas? | |
Por tu vida, Sancho, que calles, y de aquí | |
adelante, entrémetete en espolear a tu asno, y | |
deja de hacerlo en lo que no te importa. | |
entiende con todos tus cinco sentidos que todo | |
cuanto yo he hecho, hago e hiciere, va muy | |
puesto en razón y muy conforme a las reglas | |
de caballería, que las sé mejor que cuantos | |
caballeros las profesaron en el mundo. | |
Señor, respondió Sancho, ¿y es buena | |
regla de caballería, que andemos perdidos por | |
estas montañas, sin senda ni camino, buscando | |
a un loco, el cual, después de hallado, | |
quizá le vendrá en voluntad de acabar lo que | |
dejó comenzado, no de su cuento, sino de la | |
cabeza de vuestra merced y de mis costillas, | |
acabándonoslas de romper de todo punto? | |
¡Calla, te digo otra vez, Sancho! ¡Dijo don | |
Quíjote, porque te hago saber que no solo | |
me trae por estas partes el deseo de hallar al | |
loco cuanto el que tengo de hacer en ellas | |
una hazaña con que he de ganar perpetuo | |
nombre y fama en todo lo descubierto de la | |
tierra, y será tal que he de echar con ella el | |
sello a todo aquello que puede hacer perfecto | |
y famoso a un andante caballero. | |
¿Y es de muy gran peligro esa hazaña? | |
preguntó Sancho Panza. | |
¡No! Respondió el de la Triste Figura, | |
puesto que de tal manera podía correr el rey | |
dado que echásemos azar en lugar de | |
encuentro; pero todo ha de estar en tu | |
diligencia.” | |
¿En mi diligencia? | |
Sí, dijo don Quijote, porque si vuelves | |
presto de adonde pienso enviarte, presto sé | |
acabará mi pena, y presto comenzará mí | |
gloria; y porque no es bien que te tenga más | |
suspenso esperando en lo que han de parar | |
mis razones, quiero, Sancho, que sepas que él | |
famoso Amadís de Gaula fue uno de los más | |
perfectos caballeros andantes. No he dicho | |
bien fue uno. Fue el solo, el primero, el único, | |
el señor de todos cuantos vuo en su tiempo | |
en el mundo. ¡Mal año y mal mes para don | |
Belianís, y para todos aquellos que dijeren | |
que se le igualó en algo, porque se engañan, | |
juro cierto! Digo, así mismo que cuando | |
algún pintor quiere salir famoso en su arte, | |
procura imitar los originales de los más únicos | |
pintores que sabe. Y esta mesma regla corre | |
por todos los más oficios o ejercicios de | |
cuenta que sirven para adorno de las repúblicas. | |
Y así lo ha de hacer, y hace el que quiere. | |
alcanzar nombre de prudente y sufrido, imitando | |
a Ulises, en cuya persona y trabajos nos | |
pinta Homero un retrato vivo de prudencia y | |
de sufrimiento; como también nos mostro, Virgilio, | |
en persona de Eneas, el valor de un hijo | |
piadoso, y la sagacidad de un valiente y entendido | |
capitán, no pintándolo ni descubriéndolo | |
como ellos fueron, sino como habían de | |
ser, para quedar ejemplo a los venideros | |
hombres de sus virtudes. De esta mesma suerte, | |
Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los | |
valientes y enamorados caballeros, a quien | |
debemos de imitar todos aquellos que debajo | |
de la bandera de amor y de la caballería | |
militamos. Siendo, pues, esto así, como lo es, | |
hallo yo, Sancho amigo, que el caballero | |
andante que más le imitare, estará más cerca de | |
alcanzar la perfección de la caballería. Y una | |
de las cosas en que más este caballero mostro | |
su prudencia, valor, valentía, sufrimiento, | |
firmeza y amor, fue cuando se retiró, desdeñado | |
de la señora Oriana, a hacer penitencia | |
en la peña Pobre, mudado su nombre en | |
el de Beltenebros, nombre por cierto significativo | |
y proprio para la vida que el de su | |
voluntad había escogido. Así, que me es a mí | |
más fácil imitarle en esto que no en hender | |
gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos, | |
desbaratar ejércitos, fracasar armadas y | |
deshacer encantamentos. Y pues estos lugares | |
son tan acomodados para semejantes efectos | |
no hay para qué se deje pasar la ocasión, | |
que ahora con tanta comodidad me ofrece | |
sus guedejas.” | |
En efecto, ¿qué es lo que | |
vuestra merced quiere hacer en este tan | |
remoto lugar? | |
¿Ya no te he dicho? ¿Respondió don Quijote? | |
que quiero imitar a Amadís haciendo aquí de él | |
desesperado, del sandio y del furioso, por | |
imitar juntamente al valiente don Roldán, cuando | |
halló en una fuente las señales de que angélica | |
la Bella había cometido vileza con Medoro | |
de cuya pesadumbre se volvió loco, y | |
arrancó los árboles, enturbió las aguas de las | |
claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, | |
abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas, | |
y hizo otras cien mil insolencias dignas | |
de eterno nombre y escritura? Y, puesto que yo | |
no pienso imitar a Roldán o Orlando, | |
Rotolando, que todos estos tres nombres tenía, | |
parte por parte en todas las locuras que hizo, | |
dijo y penso, haré el bosquejo como mejor | |
pudiere en las que me pareciere ser más | |
exenciales, y podrá ser que viniese a contentarme | |
con sola la imitación de Amadís, que sin hacer | |
locuras de daño, sino de lloros y sentimientos, | |
alcanzó tanta fama como el que más. | |
«Paréceme a mí», dijo Sancho, que los | |
caballeros que lo tal ficieron fueron provocados | |
y tuvieron causa para hacer esas necedades | |
y penitencias. Pero vuestra merced, ¿qué | |
causa tiene para volverse loco, ¿qué dama le ha | |
desdeñado, o qué señales ha hallado que le | |
den a entender que la señora Dulcinea del | |
Toboso ha hecho alguna niñería con moro, | |
cristiano? | |
¡Ahí está el punto! ¡Respondió don Quijote! | |
y ésa es la fineza de mi negocio. | |
volverse loco un caballero andante con causa, ni | |
grado ni gracias; el toque está desatinar sin | |
ocasión y dar a entender a mi dama que si en | |
seco hago esto. ¿Qué hiciera en mojado? ¿Cuánto | |
más que harta ocasión tengo en la larga | |
ausencia que he hecho de la siempre, señora mía, | |
Dulcínea del Toboso, que, como ya oíste decir, | |
a aquel pastor de marras, Ambrosio. ¿Quién | |
está ausente, todos los males tiene y teme. | |
Así que, Sancho amigo, no gastes tiempo en | |
aconsejarme que deje tan rara, tan felice y | |
tan no vista imitación. Loco soy, loco he de | |
ser hasta tanto que tú vuelvas con la respuesta | |
de una carta que contigo pienso enviar a mí | |
señora Dulcinea; y si fuere tal cual a mi fe sé | |
le debe acabarse a mi sandez y mi penitencia; | |
y si fuere al contrario, seré loco de veras, y | |
siéndolo, no sentiré nada. Así que, de | |
cualquiera manera que responda, saldré del conflito | |
y trabajo en que me dejares, gozando el bien | |
que me trujeres, por cuerdo o no sintiendo el | |
mal que me aportares, por loco... Pero dime, | |
Sancho, ¿traes bien guardado el yelmo de | |
Mambrino? Que ya vi que le alzaste del suelo | |
cuando aquel desagradecido le quiso hacer | |
pedazos; pero no pudo, donde se puede echar de | |
ver la fineza de su temple. | |
A lo cual respondió Sancho. | |
¡Vive Dios, señor caballero de la Triste | |
figura que no puedo sufrir ni llevar en paciencia | |
algunas cosas que vuestra merced dice! Y | |
que por ellas vengo a imaginar que todo cuanto | |
me dice de caballerías y de alcanzar reinos | |
e imperios, de dar ínsulas y de hacer otras | |
mercedes y grandezas, como es uso de caballeros | |
andantes, que todo debe de ser cosa de | |
viento y mentira, y todo pastraña o patraña, | |
como lo llamaremos, porque quien oyere decir | |
a vuestra merced, que una bacía de barbero es | |
el yelmo de Mambrino, y que no salga de este | |
error en más de cuatro días, ¿qué ha de pensar | |
sino que quien tal dice y afirma debe de tener | |
guero el juicio? La bacía yo la llevo en él | |
costal toda abollada, y llevola para aderezarla en | |
mi casa y hacerme la barba en ella, si Dios me | |
diere tanta gracia que algún día me vea con | |
mi mujer y hijos. | |
Mira, Sancho, por el mismo que denantes | |
juraste, te juro, ¿qué tienes | |
el más corto entendimiento que tiene ni tuvo | |
escudero en el mundo. ¿Qué es posible que | |
en cuanto ha que andas conmigo no has echado | |
de ver que todas las cosas de los caballeros | |
andantes parecen quimeras, necedades y | |
desatinos, y que son todas hechas al revés? Y no | |
porque sea ello así, sino porque andan entre | |
nosotros siempre una caterva de encantadores | |
que todas nuestras cosas mudan y truecan, | |
y les vuelven según su gusto, y según tienen | |
la gana de favorecernos o destruirnos; y así, | |
eso que a ti te parece bacía de barbero me | |
parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le | |
parecerá otra cosa. Y fue rara providencia de él | |
sabio que es de mi parte hacer que parezca | |
bacía a todos lo que real y verdaderamente es | |
yelmo de Mambrino, a causa que, siendo el de | |
tanta estima, todo el mundo me perseguirá. | |
por quitármele; pero como ven, que no es más | |
de un bacín de barbero, no se curan de procuralle, | |
como se mostro bien en el que quiso rompelle | |
y le dejó en el suelo sin llevarle; que a fe | |
que si le conociera, que nunca él le dejara. | |
Guárdale, amigo, que por ahora no le he | |
menester; que antes me tengo de quitar todas | |
estas armas, y quedar desnudo como cuando | |
nací, si es que me da en voluntad de seguir en | |
mi penitencia más a Roldán que a Amadís. | |
Llegaron en estas pláticas al pie de una alta | |
montaña, que casi como peñón tajado estaba | |
sola entre otras muchas que la rodeaban. | |
por su falda un manso arroyuelo, y hacíase | |
por toda su redondez un prado tan verde y | |
vicioso, que daba contento a los ojos que le | |
miraban. Había por allí muchos árboles | |
silvestres, y algunas plantas y flores que hacían | |
el lugar apacible. Este sitio escogió el caballero | |
de la triste figura para hacer su penitencia, y | |
así, en viéndole, comenzo a decir en voz alta, | |
como si estuviera sin juicio. | |
¡Este es el lugar, ¡oh, cielos!, que diputo y | |
escojo para llorar la desventura en que vosotros | |
mesmos me habéis puesto. Este es el sitio | |
donde el humor de mis ojos acrecentará las | |
aguas de este pequeño arroyo, y mis continos. | |
y profundos sospiros moverán a la contina. | |
las hojas destos montaraces árboles, en | |
testimonio y señal de la pena que mi asendereado | |
¡Oh, vosotros, quien quiera que | |
seáis, rústicos dioses, que en este inhabitable | |
lugar tenéis vuestra morada. Oíd las quejas | |
deste desdichado amante, a quien una luenga | |
ausencia, y unos imaginados celos han traído | |
a lamentarse entre estas hasperezas y a quejarse | |
de la dura condición de aquella ingrata, | |
bella, término y fin de toda humana hermosura! | |
¡Oh, vosotras, nápeas y driadas, que tenéis | |
por costumbre de habitar en las espesuras de | |
los montes, así los ligeros y lascivos satiros, | |
de quien sois, aunque en vano amadas, no | |
perturben jamás vuestro dulce sosiego, que | |
me ayudéis a lamentar mi desventura, o a lo | |
menos, ¡no os canséis de oílla! ¡Oh Dulcinea | |
del Toboso, día de mi noche, gloria de mí | |
pena, norte de mis caminos, estrella de mí | |
ventura, así el cielo te la dé buena en cuanto | |
acertares a pedirle, que consideres el lugar y | |
el estado a que tu ausencia me ha conducido, | |
y que con buen término correspondas al que | |
a mi fe se le debe! ¡Oh, solitarios árboles, que | |
desde hoy en adelante habéis de hacer compañía | |
a mi soledad. Dad indicio, con el blando | |
movimiento de vuestras ramas, que no os | |
desagrade mi presencia! ¡Oh tú, escudero mío, | |
agradable compañero en más prósperos, y | |
adversos sucesos, toma bien en la memoria lo | |
que aquí me verás hacer, para que lo cuentes | |
y recites a la causa total de todo ello! | |
Y diciendo esto, se apeó de Rocinante, y en | |
un momento le quitó el freno y la silla, y, | |
dándole una palmada en las ancas, le dijo: | |
Libertad te da el que sin ella queda. | |
caballo tan extremado por tus obras cuán desdichado | |
por tu suerte! Vete por do quisieres; que | |
en la frente llevas escrito que no te igualó en | |
ligereza el hipogrifo de Astolfo, ni él | |
nombrado Frontino, que tan caro le costó a | |
¡Bradamante! | |
Viendo esto, Sancho, dijo: | |
¡Bien haya quien nos quitó ahora del trabajo | |
de desenalbardar al rucio; que a fe que no | |
faltarán palmádicas que dalle, ni cosas que | |
decille en su alabanza; pero si él aquí estuviera, | |
no consintiera yo que nadie le desalbardara, | |
pues no había para qué, que a él no le | |
tocaban las generales de enamorado, ni de | |
desesperado, pues no lo estaba su amo, que | |
era yo, cuando Dios quería. Y, en verdad, señor, | |
caballero de la Triste Figura, que si es que | |
mi partida y su locura de vuestra merced va | |
de veras que será bien tornar a ensillar a | |
Rocinante para que supla la falta del rucio, | |
porque será ahorrar tiempo a mi ida y vuelta. | |
que si la hago a pie, no sé cuándo llegaré, ni | |
cuando volveré, porque en resolución soy mal | |
caminante.” | |
Digo, Sancho, respondió don Quijote, | |
sea como tú quisieres, que no me parece mal | |
tu designio; y digo que de aquí a tres días te | |
partirás, porque quiero que en este tiempo | |
veas lo que por ella hago y digo, para que sé | |
lo digas. | |
Pues, ¿qué más tengo de ver?, dijo | |
Sancho, ¿qué lo que he visto? | |
¡Bien estás en el cuento! ¡Respondió don | |
Quíjote. ¿Ahora me falta rasgar las vestiduras | |
esparcir las armas y darme de calabazadas | |
por estas peñas, con otras cosas deste jaez, | |
que te han de admirar. | |
¡Por amor de Dios! ¡Dijo Sancho, que | |
mire vuestra merced cómo se da esas calabazadas. | |
que a tal peña podrá llegar, y en tal | |
punto que con la primera se acabase la | |
máquina desta penitencia; y sería yo de parecer | |
que, ya que a vuestra merced le parece que | |
son aquí necesarias calabazadas, y que no sé | |
puede hacer esta obra sin ellas, se contentase, | |
pues todo esto es fingido y cosa contrahecha | |
y de burla, se conténtase, digo, con | |
dárselas en el agua o en alguna cosa blanda, | |
como algodón, y déjeme a mí el cargo, que | |
yo diré a mi señora que vuestra merced se las | |
daba en una punta de peña más dura que la | |
de un diamante. | |
Yo agradezco tu buena intención, amigo. | |
¡Sancho! ¡Mas quiérote | |
hacer sabidor de que todas estas cosas que | |
hago no son de burlas sino muy de veras; | |
porque de otra manera sería contravenir a las | |
órdenes de caballería, que nos mandan que | |
no digamos mentira alguna, pena de relasos, | |
y el hacer una cosa por otra, lo mesmo | |
es que mentir. Así que mis calabazadas | |
han de ser verdaderas, firmes y valederas, | |
sin que lleven nada del sofístico ni del | |
fantástico. Y será necesario que me dejes | |
algunas hilas para curarme, pues que la | |
ventura quiso que nos faltase el bálsamo que | |
perdimos. | |
“Mas fue perder el asno”, respondió Sancho. | |
pues se perdieron en él las hilas y todo, | |
y ruégole a vuestra merced que no se acuerde | |
más de aquel maldito brevaje, que en solo | |
oírle mentar se me revuelve el alma, no | |
que el estómago. Y más le ruego que haga | |
cuenta que son ya pasados los tres días que | |
me ha dado de término para ver las locuras | |
que hace, que ya las doy por vistas y por | |
pasadas, en cosa juzgada, y diré maravillas a mí | |
señora, y escriba la carta y despácheme | |
luego, porque tengo gran deseo de volver a | |
sacar a vuestra merced deste purgatorio donde | |
le dejo. | |
¿Purgatorio le llamas, Sancho? | |
Quíjote. ¿Mejor hicieras de llamarle infierno | |
y aun peor, si hay otra cosa que lo sea. | |
¿Quién ha infierno? ¿Respondió Sancho? | |
“Nula es retencio, según he oído decir” | |
No entiendo qué quiere decir retencio, dijo | |
don Quijote. | |
¿Retencio es? ¿Respondió Sancho, que | |
quien está en el infierno nunca sale de él, ni | |
puede. Lo cual será al revés en vuestra merced, | |
o a mí me andaran mal los pies, si es que | |
llevo espuelas para avivar a Rocinante; y | |
póngame yo una por una en el toboso y delante | |
de mi señora Dulcinea, que yo le diré tales | |
cosas de las necedades y locuras, que todo es | |
uno que vuestra merced ha hecho y queda | |
haciendo que la venga a poner más blanda | |
que un guante, aunque la halle más dura que | |
un alcornoque; con cuya respuesta, dulce y | |
melificada, volveré por los aires como brujo, | |
y sacaré a vuestra merced deste purgatorio, | |
que parece infierno, y no lo es, pues hay esperanza | |
de salir de él, la cual, como tengo dicho, | |
no la tienen de salir los que están en el infierno, | |
ni creo que vuestra merced dirá otra cosa. | |
¡Así es la verdad!, dijo el de la Triste | |
Figura... Pero ¿qué haremos para escribir la | |
carta? | |
y la libranza pollinezca también. | |
¡Sancho! | |
¡Todo irá inserto! ¡Dijo don Quijote! ¡Y | |
sería bueno, ya que no hay papel, que la | |
escribiésemos, como hacían los antiguos, en hojas | |
de árboles o en unas tablitas de cera, aunque | |
tan dificultoso será hallarse eso ahora como él | |
papel. Mas ya me ha venido a la memoria | |
donde será bien, y aun más que bien, escribilla, | |
que es en el librillo de memoria que fue | |
de Cardenio, y tú tendrás cuidado de hacerla | |
trasladar en papel, de buena letra, en él | |
primer lugar que hallares donde haya maestro de | |
escuela de muchachos, o si no, cualquiera | |
sacristán te la trasladará, y no se la des a | |
trasladar a ningún escribano que hacen letra | |
procesada, que no la entenderá satanas. | |
Pues, ¿qué se ha de hacer de la firma? | |
dijo Sancho. | |
Nunca las cartas de Amadís se firman. | |
respondió don Quijote. | |
¡Está bien! ¡Pero la | |
libranza forzosamente se ha de firmar, y esa sí | |
se traslada, dirán que la firma es falsa, y | |
quedareme sin pollinos. | |
La libranza irá en el mesmo librillo | |
firmada que en viéndola mi sobrina, no pondrá | |
dificultad en cumplilla. Y en lo que toca a la | |
carta de amores, pondrás por firma. Vuestro | |
hasta la muerte, el caballero de la Triste | |
¿Y hará poco al caso que vaya de mano | |
ajena, porque a lo que yo me sé acordar, Dulcinea | |
no sabe escribir ni leer, y en toda su vida | |
ha visto letra mía ni carta mía, porque mis | |
amores y los suyos han sido siempre platónicos, | |
sin extenderse a más que a un honesto mirar. | |
Y aun esto tan de cuándo en cuándo, que | |
osaré jurar con verdad que en doce años que | |
ha que la quiero más que a la lumbre destos | |
ojos que han de comer la tierra, no la he visto | |
cuatro veces, y aun podrá ser que destas cuatro | |
veces no vuiese ella echado de ver la una | |
que la miraba. Tal es el recato y encerramiento | |
con que su padre Lorenzo Corchuelo y su | |
madre Aldonza Nogales la han criado. | |
¡Ta, ta! ¡Que la hija de | |
Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del | |
Toboso, llamada por otro nombre Aldonza | |
¿Lorenzo? | |
Esa es, dijo don Quijote, y es la que | |
merece ser señora de todo el universo. | |
¡Bien la conozco! ¡Dijo Sancho, y sé decir | |
que tira tan bien una barra como el más forzudo | |
zagal de todo el pueblo. ¡Vive el dador! | |
que es moza de chapa, hecha y derecha, y | |
de pelo en pecho, y que puede sacar la barba | |
del lodo a cualquier caballero andante, o por | |
andar que la tuviere por señora! ¡Oh, hideputa! | |
qué rejo que tiene y qué voz! Sé decir que sé | |
puso un día encima del campanario del aldea | |
a llamar unos zagales suyos que andaban en | |
un baruecho de su padre, y aunque estaban | |
de allí más de media legua, así la oyeron | |
como si estuvieran al pie de la torre, y lo | |
mejor que tiene es que no es nada melindrosa, | |
porque tiene mucho de cortesana. Con todos sé | |
burla y de todo hace mueca y donaire. Ahora | |
digo, señor caballero de la Triste Figura, que | |
no solamente puede y debe vuestra merced | |
hacer locuras por ella, sino que con justo título | |
puede desesperarse y ahorcarse; que nadie | |
habrá que lo sepa, que no diga que hizo demasiado | |
de bien, puesto que le lleve el diablo. | |
Y querría ya verme en camino solo por vella, | |
que ha muchos días que no la veo, y debe de | |
estar ya trocada, porque gasta mucho la faz de | |
las mujeres andar siempre al campo, al sol y | |
al aire. Y confieso a vuestra merced una | |
verdad, señor don Quijote, que hasta aquí he | |
estado en una grande ignorancia, que pensaba | |
bien y fielmente que la señora Dulcinea debía | |
de ser alguna princesa de quien vuestra | |
merced estaba enamorado, o alguna persona tal, | |
que mereciese los ricos presentes que vuestra | |
merced le ha enviado, así el del bizcaino | |
como el de los galeotes, y otros muchos que | |
deben ser, según deben de ser, muchas las | |
vitorias que vuestra merced ha ganado y ganó | |
en el tiempo que yo aún no era su escudero. | |
Pero bien considerado, ¿qué se le ha de dar a | |
la señora Aldonza Lorenzo, digo, a la señora | |
dulcínea del Toboso, de que se le vayan a hincar | |
de rodillas delante della los vencidos, que | |
vuestra merced le envía y ha de enviar? | |
Porque podría ser que al tiempo que ellos | |
llegasen estuviese ella rastrillando lino, | |
trillando en las heras, y ellos se corriesen de | |
verla, y ella se riese y enfadase de él | |
presente.” | |
Ya te tengo dicho antes de ahora. | |
muchas veces, Sancho, –dijo don Quijote– que | |
eres muy grande hablador, y que, aunque de | |
ingenio boto, muchas veces despuntas de | |
agudo; mas para que veas cuán necio eres tú | |
y cuán discreto soy yo, quiero que me oyas. | |
un breve cuento. Has de saber que una viuda | |
hermosa, moza, libre y rica, y sobre todo, | |
desenfadada, se enamoró de un mozo motilón, | |
rollizo y de buen tomo; alcanzolo a saber su | |
mayor, y un día dijo a la buena viuda, por | |
vía de fraternal reprehensión. ¡Maravillado | |
estoy, señora, y no sin mucha causa de que una | |
mujer tan principal, tan hermosa y tan rica | |
como vuestra merced, se haya enamorado de | |
un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota | |
como Fulano, habiendo en esta casa tantos | |
maestros, tantos presentados y tantos teólogos, | |
en quien vuestra merced pudiera escoger, | |
como entre peras, y decir: «Este quiero, aqueste | |
no quiero... Mas ella le respondió con mucho | |
donaire y desenvoltura. Vuestra merced, | |
señor mío, está muy engañado y piensa muy a | |
lo antiguo, si piensa que yo he escogido mal | |
en Fulano por idiota que le parece, pues para | |
lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe y más | |
que Aristóteles, ¿así que, Sancho, por lo | |
que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto | |
vale como la más alta princesa de la tierra. Sí, | |
que no todos los poetas que alaban damas | |
debajo de un nombre que ellos a su albedrío | |
les ponen, es verdad que las tienen. ¿Piensas | |
tú, que las Amariles, las Filis, las | |
Silvias, las Dianas, las Galateas, las Filidas | |
y otras tales de que los libros, los | |
romances, las tiendas de los barberos, los | |
teatros de las comedias, están llenos, fueron | |
verdaderamente damas de carne y hueso, y de | |
aquellos que las celebran y celebraron? No, por | |
cierto, sino que las más se las fingen por dar | |
subjeto a sus versos, y porque los tengan | |
por enamorados y por hombres que tienen | |
valor para serlo. Y así, bástame a mí pensar y | |
creer que la buena de Aldonza Lorenzo es | |
hermosa y honesta, y en lo del linaje importa | |
poco, que no han de ir a hacer la información | |
dél para darle algún hábito, y yo me hago cuenta | |
que es la más alta princesa del mundo. Porque | |
has de saber, Sancho, si no lo sabes, que | |
dos cosas solas incitan a amar más que otras, | |
que son la mucha hermosura y la buena fama, | |
y estas dos cosas se hallan consumadamente | |
en Dulcinea, porque en ser hermosa ninguna | |
le iguala, y en la buena fama pocas le llegan. | |
Y para concluir con todo, yo imagino que | |
todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte | |
nada; y pintola en mi imaginación como la | |
deseo, así en la belleza como en la | |
principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza | |
Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de | |
las edades preteritas, griega, bárbara o latina. | |
Y diga cada uno lo que quisiere; que si por | |
esto fuere reprehendido de los ignorantes, no | |
seré castigado de los rigurosos. | |
Digo que en todo tiene vuestra merced | |
razón”, respondió Sancho, y que yo soy un | |
asno; mas no sé yo para qué nombro asno en | |
mi boca, pues no se ha de mentar la soga en | |
casa del ahorcado. Pero venga la carta y a | |
Dios, que me mudo. | |
sacó el libro de memoria don Quijote, y | |
apartándose a una parte, con mucho sosiego | |
comenzo a escribir la carta, y, en acabándola, | |
llamó a Sancho y le dijo que se la quería | |
leer porque la tomase de memoria, si acaso | |
se le perdiese por el camino, porque de su | |
desdicha todo se podía temer. A lo cual | |
respondió Sancho: | |
Escríbala vuestra merced dos o tres veces | |
ahí en el libro, y démele, que yo le llevaré | |
bien guardado, porque pensar que yo la he | |
de tomar en la memoria es disparate, que la | |
tengo tan mala, que muchas veces se me olvida | |
como me llamo. Pero, con todo eso, dígamela | |
vuestra merced, que me holgaré mucho | |
de oílla, que debe de ir como de molde. | |
Escucha, que así dice, dijo don Quijote. | |
Carta de don Quijote | |
¡Ah, Dulcinea del Toboso | |
Soberana y alta señora. | |
El ferido de punta de ausencia y el llagado | |
de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea | |
del Toboso, te envía la salud que él no | |
tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tú | |
valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mí | |
afincamiento maguer que yo sea asaz de sufrido, | |
mal podré sostenerme en esta cuita, que | |
además de ser fuerte, es muy duradera. | |
buen escudero, Sancho, te dará entera relación, | |
¡Oh, bella ingrata, amada enemiga mía!, del | |
modo que por tu causa quedo. Si gustares de | |
acorrerme, tuyo soy, y si no, haz lo que te | |
viniere en gusto, que con acabar mi vida habré | |
satisfecho a tu crueldad y a mi deseo. | |
Tuyo hasta la muerte. | |
El caballero de la Triste Figura. | |
¡Por vida de mi padre!, dijo Sancho en | |
oyendo la carta, que es la más alta cosa que | |
jamás he oído! ¡Pesia a mí, y cómo que le dice | |
vuestra merced ahí todo cuanto quiere, y qué | |
bien que encaja en la firma el caballero de la | |
¡Triste figura! Digo de verdad que es vuestra | |
merced el mesmo diablo, y que no hay cosa | |
que no sepa... | |
Todo es menester, respondió don | |
Quíjote “para el oficio que trayo” | |
¡Ea, pues, pues, ponga vuestra | |
merced en esotra vuelta la cédula de los tres | |
pollinos, y fírmela con mucha claridad, porque | |
la conozcan en viéndola. | |
¡Que me place! ¡Dijo don Quijote! | |
Y, habiéndola escrito, se la leyo, que decía | |
así. | |
Mandará vuestra merced, por esta primera | |
de pollinos, señora sobrina, dar a Sancho | |
Panza, mi escudero, tres de los cinco que dejé | |
en casa y están a cargo de vuestra merced. | |
Los cuales tres pollinos se los mando librar | |
y pagar por otros tantos aquí recebidos de | |
contado que con esta y con su carta de | |
pago serán bien dados. | |
de Sierra Morena, a veinte y dos de agosto | |
deste presente año. | |
¡Buena está! ¡Dijo Sancho! ¡Fírmela | |
vuestra merced.” | |
¿No es menester firmarla?, dijo don | |
Quíjote, sino solamente poner mi rúbrica, que | |
es lo mesmo que firma, y para tres asnos, y | |
aun para trescientos, fuera bastante. | |
Yo me confío de vuestra merced, respondió | |
Sancho, “déjeme, iré a ensillar a Rocinante, | |
y aparéjese vuestra merced a echarme su | |
bendición que luego pienso partirme, sin ver | |
las sandeces que vuestra merced ha de hacer, | |
que yo diré que le vi hacer tantas, que no | |
quiera más.” | |
Por lo menos quiero, Sancho, y porque es | |
menester así, quiero, digo, que me veas | |
en cueros y hacer una o dos docenas de locuras, | |
que las haré en menos de media hora, porque | |
habiéndolas tú visto por tus ojos, puedas | |
jurar a tu salvo en las demás que quisieres | |
añadir; y asegurote que no dirás tú tantas | |
cuantas yo pienso hacer. | |
¡Por amor de Dios, señor mío, que no vea | |
yo en cueros a vuestra merced, que me dará | |
mucha lástima y no podré dejar de llorar! ¡Y | |
tengo tal la cabeza del llanto que anoche. | |
hice por el rucio, que no estoy para meterme | |
en nuevos lloros; y si es que vuestra merced | |
gusta de que yo vea algunas locuras, hagalas | |
vestido, breves y las que le vinieren más a | |
cuento. Cuanto más que para mí no era | |
menester nada deso, y, como ya tengo dicho, | |
fuera ahorrar el camino de mi vuelta, que ha | |
de ser con las nuevas que vuestra merced | |
desea y merece. Y si no, aparéjese la señora | |
Dulcínea; que si no responde como es razón, | |
¡Voto hago, solene, a quien puedo que le tengo | |
de sacar la buena respuesta del estómago a | |
coces y a bofetones. Porque, ¿dónde se ha de | |
sufrir que un caballero andante, tan famoso | |
como vuestra merced, se vuelva loco, sin qué | |
ni para qué por una...? No me lo haga decirla | |
señora, porque ¡por Dios! que despotrique y lo | |
eche todo a doce, aunque nunca se venda. | |
¡Bónico soy yo para eso! ¡Mal me conoce, pues | |
a fe que si me conociese, ¡qué me ayunase!, | |
¿A fe, Sancho?, dijo don Quijote, “qué, | |
a lo que parece, que no estás tú más cuerdo | |
que yo… | |
¿No estoy tan loco? ¿Respondió Sancho? | |
estoy más colérico. Pero dejando esto aparte, | |
¿Qué es lo que ha de comer vuestra merced en | |
tanto que yo vuelvo? ¿Ha de salir al camino, | |
como Cardenio, a quitárselo a los pastores? | |
¿No te dé pena ese cuidado?, respondió | |
don Quijote, porque, aunque tuviera, no | |
comiera otra cosa que las hierbas y frutos que | |
este prado y estos árboles me dieren; que la | |
fineza de mi negocio está en no comer, y en | |
hacer otras asperezas equivalentes. | |
Adiós, pues, ¿sabe | |
vuestra merced, que temo que no tengo de | |
acertar a volver a este lugar donde ahora le | |
dejo, según está de escondido? | |
Toma bien las señas, que yo procuraré no | |
apartarme destos contornos, dijo don | |
Quíjote, y aun tendré cuidado de subirme por | |
estos más altos riscos, por ver si te descubro | |
cuando vuelvas. Cuanto más que lo más acertado | |
será para que no me yerres y te pierdas, | |
que cortés algunas retamas de las muchas que | |
por aquí hay, y las vayas poniendo de trecho a | |
trecho hasta salir a lo raso, las cuales te | |
servirán de mojones y señales para que me halles | |
cuando vuelvas, a imitación del hilo del | |
laberinto de Perseo. | |
¡Así lo haré! ¡Así lo haré! ¡Así lo haré! ¡Así lo haré! ¡Así lo haré! | |
cortando algunos pidió la bendición a su | |
señor, y no sin muchas lágrimas de entrambos, | |
se despidió de él. Y, subiendo sobre Rocinante, | |
a quien don Quijote encomendo mucho, y que | |
mirase por él cómo por su propria persona, | |
se puso en camino del llano, esparciendo de | |
trecho a trecho los ramos de la retama, como | |
su amo se lo había aconsejado. Y así se fue, | |
aunque todavía le importunaba don Quijote | |
que le viese siquiera hacer dos locuras. | |
no vuo andado cien pasos, cuando volvió | |
y dijo: | |
Digo, señor, que vuestra merced ha dicho | |
muy bien. Que para que pueda jurar sin cargo | |
de conciencia que le he visto hacer locuras, | |
será bien que vea siquiera una, aunque bien | |
grande la he visto en la quedada de vuestra | |
merced.” | |
¿No te lo decía yo? ¿Dijo don Quijote? | |
¡Espérate, Sancho, que en un credo las haré! | |
Y, desnudándose con toda priesa los calzones, | |
quedó en carnes y en pañales, y luego, sin | |
más ni más, dio dos zapatetas en el aire y dos | |
tumbas la cabeza abajo y los pies en alto, | |
descubriendo cosas, que, por no verlas otra vez, | |
volvió Sancho la rienda a Rocinante, y se dio | |
por contento y satisfecho de que podía jurar | |
que su amo quedaba loco. Y así, le dejaremos | |
ir su camino hasta la vuelta, que fue breve. | |
Y, volviendo a contar lo que hizo el de la | |
Triste figura, después que se vio solo, dice la | |
historia que así como don Quijote acabó de | |
dar las tumbas o vueltas de medio abajo desnudo, | |
y de medio arriba vestido, y que vio que | |
Sancho se había ido sin querer aguardar a ver | |
más sandeces, se subió sobre una punta de una | |
alta peña, y allí tornó a pensar lo que otras | |
muchas veces había pensado, sin haberse jamás | |
resuelto en ello, y era que cuál sería mejor y | |
le estaría más a cuento. Imitar a Roldán en las | |
locuras desaforadas que hizo, o Amadís en | |
las malencónicas, y hablando entre sí mesmo | |
decía: «Si Roldán fue tan buen caballero, | |
y tan valiente como todos dicen, ¿qué maravilla? | |
pues al fin era encantado, y no le podía | |
matar nadie si no era metiéndole un alfiler de | |
a blanca por la punta del pie, y el traía | |
siempre los zapatos con siete suelas de hierro, | |
aunque no le valieron tretas contra Bernardo | |
del Carpio, que se las entendió y le ahogó | |
entre los brazos en roncesvalles. | |
dejando en él lo de la valentía a una parte, | |
vengamos a lo de perder el juicio, que es cierto | |
que le perdió por las señales que halló en la | |
fontana, y por las nuevas que le dio el sol. | |
pastor de que Angélica había dormido más de dos | |
siestas con Medoro, un morillo de cabellos | |
enrrizados y paje de Agramante. Y si él | |
entendió que esto era verdad y que su dama le | |
había cometido desaguisado, no hizo mucho | |
en volverse loco. Pero yo, ¿cómo puedo imitalle | |
en las locuras, si no le imito en la | |
ocasión dellas? Porque mi Dulcínea del Toboso | |
osaré yo jurar que no ha visto en todos los | |
días de su vida moró alguno. Así, como él | |
es, en su mismo traje, y que se está hoy como la | |
madre que la parió, y haríale agravio | |
manifiesto sí, imaginando otra cosa della, me | |
volviese loco de aquel género de locura de | |
Roldán el furioso. | |
Por otra parte, veo que Amadís de Gaula, | |
sin perder el juicio y sin hacer locuras, | |
alcanzó tanta fama de enamorado como el que | |
mas porque lo que hizo, según su historia, no | |
fue más de que, por verse desdeñado de su | |
señora Oriana, que le había mandado que no | |
pareciese ante su presencia hasta que fuese | |
su voluntad, de que se retiró a la peña | |
pobre en compañía de un ermitaño, y allí sé | |
hartó de llorar y de encomendarse a Dios, | |
hasta que el cielo le acorrió en medio de | |
su mayor cuita y necesidad. Y si esto es | |
verdad, como lo es, ¿para qué quiero yo tomar | |
trabajo ahora de desnudarme del todo, ni dar | |
pesadumbre a estos árboles, que no me han | |
hecho mal alguno, ni tengo para qué enturbiar | |
el agua clara destos arroyos, los cuales me | |
han de dar de beber cuando tenga gana? Viva | |
la memoria de Amadís, y sea imitado de don | |
Quíjote de la Mancha en todo lo que pudiere; | |
del cual se dirá lo que del otro se dijo, que | |
si no acabó grandes cosas, murió por acometellas | |
y si yo no soy desechado ni desdeñado, | |
de Dulcinea del Toboso, bástame como ya | |
he dicho estar ausente della. ¡Ea, pues, manos | |
a la obra! Venid a mi memoria, cosas de | |
Amadís, y enseñadme por dónde tengo de comenzar | |
a imitaros; mas ya sé que lo más que él | |
hizo fue rezar y encomendarse a Dios; pero | |
¿Qué haré de rosario que no le tengo? | |
En esto le vino al pensamiento como le haría, | |
y fue que rasgó una gran tira de las faldas | |
de la camisa que andaban colgando, y diole | |
honce ñudos, el uno más gordo que los demás, | |
y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí | |
estuvo, donde rezó un millón de Ave Marías. | |
Y lo que le fatigaba mucho era no hallar por | |
allí otro ermitaño que le confesase, y con | |
quien consolarse. Y, así, se entretenía | |
paseándose por el pradecillo, escribiendo y | |
grabando por las cortezas de los árboles y por la | |
menuda arena muchos versos, todos acomodados | |
a su tristeza, y algunos en alabanza de | |
Dulcínea. Mas los que se pudieron hallar | |
enteros, y que se pudiesen leer después que a | |
él allí le hallaron, no fueron más que estos que | |
aquí se siguen. | |
árboles, hierbas y plantas | |
que en aqueste sitio estáis, | |
tan altos, verdes y tantas. | |
Si de mi mal no os holgáis, | |
¡Escuchad mis quejas santas! | |
Mi dolor no os alborote, | |
aunque más terrible sea, | |
pues, por pagaros escote, | |
Aquí lloró don Quijote | |
ausencias de Dulcinea | |
del Toboso. | |
Es aquí el lugar adonde | |
el amador más leal | |
de su señora se esconde, | |
y ha venido a tanto mal | |
sin saber cómo o por dónde. | |
¡Tráele, amor, al estricote! | |
que es de muy mala ralea, | |
y así, hasta henchir un pipote, | |
Aquí lloró don Quijote | |
ausencias de Dulcinea | |
del Toboso. | |
Buscando las aventuras | |
por entre las duras peñas, | |
¡Maldiciendo entrañas duras, | |
que entre riscos y entre breñas | |
¡Halla el triste desventuras! | |
¡Hiriole amor con su azote! | |
no con su blanda correa, | |
y en tocándole el cogote, | |
Aquí lloró don Quijote | |
ausencias de Dulcinea | |
del Toboso. | |
No causó poca risa en los que hallaron los | |
versos referidos el añadidura del Toboso al | |
nombre de Dulcinea, porque imaginaron que | |
debió de imaginar don Quijote que si en | |
nombrando a Dulcinea no decía también del rey. | |
Toboso, no se podría entender la copla, y así | |
fue la verdad como el después confeso. Otros | |
muchos escribió; pero, como se ha dicho, no sé | |
pudieron sacar en limpio ni enteros, más | |
destas tres coplas. En esto, y en suspirar y en | |
llamar a los faunos y silvanos de aquellos | |
bosques, a las ninfas de los ríos, a la dolorosa y | |
umida Eco, que le respondiese, consolasen | |
y escuchasen, se entretenía, y en buscar | |
algunas hierbas con que sustentarse en tanto | |
que Sancho volvía; que si como tardó tres días, | |
tardará tres semanas, el caballero de la Triste | |
Figura quedará tan desfigurado, que no le | |
conociera la madre que lo parió. | |
Y será bien dejalle envuelto entre sus | |
suspiros y versos, por contar lo que le habino | |
a Sancho Panza en su mandadería. Y fue que | |
en saliendo al camino real, se puso en busca | |
del del Toboso, y otro día llegó a la venta | |
donde le había sucedido la desgracia de la manta; | |
y no la vuo bien visto, cuando le pareció que | |
otra vez andaba en los aires, y no quiso entrar | |
dentro, aunque llegó a hora que lo pudiera, y | |
debiera hacer, por ser la del comer, y llevar en | |
deseo de gustar algo caliente, que había grandes | |
días que todo era fïambre. Esta necesidad | |
le forzó a que llegase junto a la venta, todavía | |
dudoso si entraría o no. Y estando en esto, | |
salieron de la venta dos personas que luego | |
le conocieron, y dijo el uno al otro: | |
Dígame, señor, licenciado, aquel del | |
caballo. ¿No es Sancho Panza el que dijo el | |
ama de nuestro aventurero, que había salido | |
con su señor por escudero? | |
Sí es, dijo el licenciado, y aquel es el | |
caballo de nuestro don Quijote. | |
y conociéronle tan bien como aquellos | |
que eran el cura y el barbero de su mismo | |
lugar, y los que hicieron el escrutinio y acto. | |
general de los libros. Los cuales, así como | |
acabaron de conocer a Sancho Panza y a | |
Rocinante, deseosos de saber de don Quijote, | |
se fueron a él, y el cura le llamó por | |
su nombre, diciéndole: | |
Amigo Sancho Panza, ¿adónde queda | |
vuestro amo? | |
Conociolos luego Sancho Panza, y determinó | |
de encubrir el lugar y la suerte donde y | |
como su amo quedaba; y así les respondió | |
que su amo quedaba ocupado en cierta parte | |
y en cierta cosa que le era de mucha importancia, | |
la cual él no podía descubrir, por | |
los ojos que en la cara tenía. | |
¡No, no! ¡Dijo el barbero! ¡Sancho Panza! | |
si vos no nos decís dónde queda, imaginaremos | |
como ya imaginamos que vos le habéis | |
muerto y robado, pues venís encima de su | |
caballo, en verdad que nos habéis de dar él | |
dueño del rocín, o sobre eso morena. | |
No hay para qué conmigo amenazas, que yo | |
no soy hombre que robo ni mato a nadie. | |
cada uno mate su ventura, o Dios, que le hizo. | |
Mi amo queda haciendo penitencia en la mitad | |
de esta montaña, muy a su sabor. | |
Y luego, de corrida y sin parar, les conto de | |
la suerte que quedaba, las aventuras que le | |
habían sucedido, y como llevaba la carta a la | |
señora Dulcinea del Toboso, que era la hija | |
de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba | |
enamorado hasta los higados. Quedaron admirados | |
los dos de lo que Sancho Panza les contaba, y | |
aunque ya sabían la locura de don Quijote y | |
el género della, siempre que la oyan sé | |
admiraban de nuevo. Pidiéronle a Sancho Panza | |
que les enseñase la carta que llevaba a la | |
señora Dulcinea del Toboso; él dijo que iba | |
escrita en un libro de memoria, y que era | |
orden de su señor que la hiciese trasladar en | |
papel en el primer lugar que llegase, a lo | |
cuál dijo el cura que se la mostrase, que él | |
la trasladaría de muy buena letra. | |
mano en el seno Sancho Panza buscando el | |
librillo, pero no le halló ni le podía hallar sí | |
le buscara hasta ahora, porque se había | |
quedado don Quijote con él, y no se le había dado, | |
ni a él se le acordó de pedírsele. | |
Cuando Sancho vio que no hallaba el libro, | |
fuésele parando mortal el rostro, y tornándose | |
a tentar todo el cuerpo muy apriesa, tornó | |
a echar de ver que no le hallaba, y sin más ni | |
más, se hechó entrambos puños a las barbas, y | |
se arrancó la mitad de ellas, y luego apriesa | |
y sin cesar, se dio media docena de puñadas | |
en el rostro y en las narices que se las bañó | |
todas en sangre. Visto lo cual por el cura y él | |
barbero, le dijeron que que le había sucedido, | |
que tan mal se paraba. | |
¿Qué me ha de suceder? ¿Qué respondió Sancho? | |
sino el haber perdido de una mano a otra, | |
en un estante, tres pollinos, que cada uno | |
era como un castillo. | |
¿Cómo es eso? | |
¡He perdido el libro de memoria! ¿Respondió | |
Sancho, ¿dónde venía carta para Dulcinea | |
y una cédula firmada de su señor, por | |
la cual mandaba que su sobrina me diese | |
tres pollinos de cuatro o cinco que estaban en | |
casa.” | |
Y con esto les conto la perdida del rucio. | |
Consólole el cura, y dijole que en hallando a | |
su señor, él le haría revalidar la manda, y que | |
tornase a hacer la libranza en papel, como era | |
uso y costumbre, porque las que se hacían en | |
libros de memoria jamás se acetaban, ni | |
cumplían. Con esto se consolo Sancho, y dijo que | |
como aquello fuese así, que no le daba | |
mucha pena la perdida de la carta de Dulcinea, | |
porque él la sabia casi de memoria, de la cual | |
se podría trasladar donde y cuando quisiesen. | |
Decildo, Sancho, pues, –dijo el barbero– | |
que después la trasladaremos. | |
Parose, Sancho Panza, a rascar la cabeza | |
para traer a la memoria la carta, y ya se ponía | |
sobre un pie y ya sobre otro; unas veces miraba | |
al suelo, otras al cielo y al cabo de | |
haberse roído la mitad de la yema de un | |
dedo, teniendo suspensos a los que esperaban | |
que ya la dijese, dijo al cabo de | |
grandísimo rato. | |
¡Por Dios, señor, licenciado, que los diablos | |
lleven la cosa que de la carta se me | |
acuerda! Aunque en el principio decía: «Alta y | |
sobajada señora... | |
¿No diría, -dijo el barbero, sobajada, | |
sino sobrehumana o soberana señora. | |
«Así es–, dijo Sancho–. Luego, si mal no | |
me acuerdo, proseguía... Si mal no me acuerdo. | |
el llego y falto de sueño, y el ferido besa | |
a vuestra merced las manos, ingrata y muy | |
desconocida hermosa, y no sé qué decía de | |
salud y de enfermedad que le enviaba, y por | |
aquí iba escurriendo hasta que acababa en | |
Vuestro hasta la muerte, el caballero de la | |
¡Triste figura! | |
No poco gustaron los dos de ver la buena | |
memoria de Sancho Panza, y alabáronsela | |
mucho, y le pidieron que dijese la carta otras | |
dos veces, para que ellos así mesmo la | |
tomasen de memoria para trasladalla a su tiempo. | |
Tornola a decir, Sancho, otras tres veces, y | |
otras tantas volvió a decir otros tres mil | |
disparates. Tras esto, conto así mesmo las cosas | |
de su amo, pero no habló palabra acerca de él | |
manteamiento que le había sucedido en aquella | |
venta, en la cual rehúsaba entrar. | |
también como su señor, en trayendo que le | |
trujese buen despacho de la señora Dulcinea | |
del Toboso, se había de poner en camino a | |
procurar como ser emperador, o por lo menos | |
monarca, que así lo tenían concertado entre | |
los dos; y era cosa muy fácil venir a serlo, | |
según era el valor de su persona y la fuerza de | |
su brazo, y que, en siéndolo, le había de casar | |
a él, porque ya sería viudo que no podía ser | |
menos, y le había de dar por mujer a una | |
doncella de la emperatriz, heredera de un rico, | |
grande estado, de tierra firme, sin ínsulos, | |
insulas, que ya no las quería. | |
Decía esto, Sancho, con tanto reposo, | |
limpiándose de cuándo en cuando las narices, y | |
con tan poco juicio, que los dos se admiraron | |
de nuevo, considerando cuán vehemente había | |
sido la locura de don Quijote, pues había llevado | |
tras sí el juicio de aquel pobre hombre. | |
quisieron cansarse en sacarle del error en que | |
estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba, | |
nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y | |
a ellos les sería de más gusto oír sus necedades. | |
Y así, le dijeron que rogase a Dios por | |
la salud de su señor, que cosa contingente y | |
muy agible era venir con el discurso de él | |
tiempo a ser emperador, como él decía, o por lo | |
menos arzobispo o otra dignidad equivalente. | |
A lo cual respondió Sancho: | |
Señores, si la Fortuna rodease las cosas | |
de manera que a mi amo le viniese en voluntad | |
de no ser emperador, sino de ser arzobispo, | |
querría yo saber ahora qué suelen | |
dar los arzobispos andantes a sus escuderos. | |
¡Suélenles dar! ¡Algún | |
beneficio simple o curado, o alguna sacristanía, | |
que les vale mucho de renta rentada, | |
amén del pie de altar, que se suele estimar en | |
otro tanto... | |
Para eso será menester, replicó Sancho, | |
que el escudero no sea casado y que sepa | |
ayudar a misa por lo menos; y si esto es así, | |
desdichado de yo, que soy casado y no se la | |
primera letra del a B C! ¿Qué será de mí si a | |
mi amo le da antojo de ser arzobispo, y no | |
emperador, como es uso y costumbre de los | |
caballeros andantes? | |
¿No tengáis pena, Sancho amigo?, dijo el | |
barbero, que aquí rogaremos a vuestro amo, | |
y se lo aconsejaremos, y aun se lo pondremos | |
en caso de conciencia que sea emperador y | |
no arzobispo, porque le será más fácil, a causa | |
de que él es más valiente que estudiante. | |
Así me ha parecido a mí, respondió | |
Sancho; aunque sé decir que para todo tiene | |
abilidad. Lo que yo pienso hacer de mi parte | |
es rogarle a nuestro señor que le eche a | |
aquellas partes donde él más se sirva, y adonde a | |
mi más mercedes me haga. | |
¿Vos lo decís como discreto?, dijo el cura, | |
y lo haréis como buen cristiano. Mas lo que | |
ahora se ha de hacer es dar orden cómo sacar | |
a vuestro amo de aquella inútil penitencia que | |
decís que queda haciendo, y para pensar el | |
modo que hemos de tener y para comer, que | |
ya es hora, será bien nos entremos en esta | |
venta.” | |
Sancho dijo que entrasen ellos, que él | |
esperaría allí fuera, y que después les diría la | |
causa porque no entraba, ni le convenía entrar | |
en ella; mas ¿qué les rogaba que le sacasen | |
allí algo de comer que fuese cosa caliente, y | |
ansí mismo, cebada para Rocinante. Ellos sé | |
entraron y le dejaron, y de allí apoco el | |
barbero le sacó de comer. Después, habiendo bien | |
pensado entre los dos el modo que tendrían | |
para conseguir lo que deseaban, vino el cura | |
en un pensamiento muy acomodado al gusto | |
de don Quijote, y para lo que ellos querían. | |
fue que dijo al barbero que lo que había pensado | |
era que él se vestiría en hábito de doncella | |
andante, y que él procurase ponerse lo | |
mejor que pudiese como escudero, y que así | |
irían adonde don Quijote estaba, fingiendo | |
ser ella una doncella afligida y menesterosa, | |
y le pediría un don el cual él no podría | |
dejársele de otorgar como valeroso caballero | |
andante, y que el don que le pensaba pedir | |
era que se viniese con ella, donde ella le | |
llevase a desfacerle un agravio que un mal | |
caballero le tenía fecho, y que le suplicaba así | |
mesmo que no la mandase quitar su antifaz, | |
ni la demandase cosa de su facienda, fasta | |
que la vuiese fecho derecho de aquel mal | |
caballero, y que creyese, sin duda, que don | |
Quíjote vendría en todo cuanto le pidiese por | |
este término, y que desta manera le sacarían | |
de allí y le llevarían a su lugar, donde | |
procurarían ver si tenía algún remedio su extraña | |
locura. | |
No le pareció mal al barbero la invención | |
del cura, sino también, que luego la pusieron | |
por obra. Pidiéronle a la ventera una saya | |
y unas tocas, dejándole en prendas una sotana | |
nueva del cura. El barbero hizo una gran barba | |
de una cola rucía o roja de buey, donde él | |
ventero tenía colgado el peine. Pregúntoles la | |
ventera que ¿para qué le pedían aquellas cosas? | |
El cura le contó en breves razones la locura de | |
don Quijote, y como convenía aquel disfraz | |
para sacarle de la montaña donde a la sazón | |
estaba. Cayeron luego el ventero y la ventera | |
en que el loco era su huésped, el de él | |
bálsamo y el amo del manteado escudero, y | |
contaron al cura todo lo que con él les había | |
pasado sin callar lo que tanto callaba Sancho. | |
En resolución, la ventera vistió al cura de | |
modo que no había más que ver. Púsole una | |
saya de paño, llena de fajas de terciopelo | |
negro de un palmo en ancho, todas acuchilladas, | |
y unos corpiños de terciopelo verde guarnecidos, | |
con unos ribetes de raso blanco, que sé | |
debieron de hacer ellos y la saya en tiempo | |
del rey Bamba. No consintió el cura que le | |
tocasen, si no púsose en la cabeza un birretillo | |
de lienzo colchado que llevaba para dormir de | |
noche y ciñóse por la frente una liga de tafetán | |
negro, y con otra liga hizo un antifaz con | |
que se cubrió muy bien las barbas y el rostro. | |
Encasquétose su sombrero, que era tan grande | |
que le podía servir de quitasol, y cubriéndose | |
su herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, | |
y el barbero en la suya, con su barba que | |
le llegaba a la cintura, entre roja y blanca, como | |
aquella que, como se ha dicho, era hecha de | |
la cola de un buey barroso. Despidiéronse de | |
todos y de la buena de maritornes, que | |
prometió de rezar un rosario, aunque pecadora, | |
porque Dios les diese buen suceso en tan | |
arduo y tan cristiano negocio como era el | |
que habían emprendido. | |
Mas apenas hubo salido de la venta, | |
cuando le vino al cura un pensamiento. ¿Qué | |
hacía mal en haberse puesto de aquella manera, | |
por ser cosa indecente que un sacerdote | |
se pusiese así, aunque le fuese mucho en | |
ello, y, diciéndoselo al barbero, le rogo que | |
trocasen trajes, pues era más justo que él | |
fuese la doncella menesterosa, y que él haría | |
el escudero, y que así se profanaba menos | |
su dignidad; y que, si no lo quería hacer, | |
determinaba de no pasar adelante, aunque a | |
don Quijote se le llevase el diablo. | |
En esto llegó Sancho, y de ver a los dos en | |
aquel traje, no pudo tener la risa. En efeto, | |
el barbero vino en todo aquello que el cura | |
quiso, y, trocando la invención, el cura le fue | |
informando el modo que había de tener, y las | |
palabras que había de decir a don Quijote para | |
moverle y forzarle a que con él se viniese, y | |
dejase la querencia del lugar que había escogido | |
para su vana penitencia. El barbero respondió | |
que, sin que se le diese lición, él lo | |
pondría bien en su punto. No quiso vestirse | |
por entonces, hasta que estuviesen junto de | |
donde don Quijote estaba, y así dobló sus | |
vestidos, y el cura acomodó su barba, y | |
siguieron su camino guiándolos Sancho Panza, el | |
cuál les fue contando lo que les aconteció con | |
el loco que hallaron en la sierra, encubriendo | |
empero el hallazgo de la maleta y de cuanto | |
en ella venía; que maguer que tonto era un | |
poco codicioso el mancebo. | |
Otro día llegaron al lugar donde Sancho | |
había dejado puestas las señales de las ramas | |
para acertar el lugar donde había dejado a su | |
señor, y en reconociéndole, les dijo cómo | |
aquella era la entrada, y que bien se podían | |
vestir, si era que aquello hacía al caso para la | |
libertad de su señor, porque ellos le habían | |
dicho antes que el ir de aquella suerte, y | |
vestirse de aquel modo era toda la importancia | |
para sacar a su amo de aquella mala vida que | |
había escogido, y que le encargaban mucho | |
que no dijese a su amo quién ellos eran, | |
que los conocía, y que si le preguntase cómo | |
se lo había de preguntar, si dio la carta a | |
Dulcínea dijese que sí, y que, por no saber leer, | |
le había respondido de palabra, diciéndole que | |
le mandaba, sopena de la su desgracia, que | |
luego al momento se viniese a ver con ella, | |
que era cosa que le importaba mucho, porque | |
con esto y con lo que ellos pensaban decirle, | |
tenían por cosa cierta reducirle a mejor vida, | |
y hacer con el que luego se pusiese en | |
camino para ir a ser emperador o monarca, que | |
en lo de ser arzobispo no había de qué temer. | |
Todo lo escuchó, Sancho, y lo tomó muy bien | |
en la memoria, y les agradeció mucho la | |
intención que tenían de aconsejar a su señor | |
fuese emperador, y no arzobispo, porque él | |
tenía para sí que para hacer mercedes a sus | |
escuderos más podían los emperadores que | |
los arzobispos andantes. También les dijo que | |
sería bien que él fuese delante a buscarle, y | |
darle la respuesta de su señora; que ya | |
sería ella bastante a sacarle de aquel lugar, sin | |
que ellos se pusiesen en tanto trabajo. | |
Parecioles bien lo que Sancho Panza decía, y así, | |
determinaron de aguardarle hasta que volviese | |
con las nuevas del hallazgo de su amo. | |
Entrose, Sancho, por aquellas quebradas de | |
la sierra, dejando a los dos en una por donde | |
corría un pequeño y manso arroyo, a quien | |
hacían sombra agradable y fresca otras peñas | |
y algunos árboles que por allí estaban. | |
calor, y el día que allí llegaron era de los del | |
mes de agosto, que por aquellas partes suele | |
ser el ardor muy grande. La hora, las tres de la | |
tarde. Todo lo cual hacía al sitio más agradable, | |
y que convidase a que en él esperasen | |
la vuelta de Sancho, como lo hicieron. | |
Estando, pues, los dos allí sosegados y a la | |
sombra, llegó a sus oídos una voz, que, sin | |
acompañarla son de algún otro instrumento, | |
dulce y regaladamente sonaba, de que no poco | |
se admiraron, por parecerles que aquel no era | |
lugar donde pudiese haber quien tan bien | |
cantase, porque, aunque suele decirse que por | |
las selvas y campos se hallan pastores de | |
voces extremadas, mas son encarecimientos de | |
poetas que verdades; y más cuando advirtieron | |
que lo que oían cantar eran versos no | |
de rústicos ganaderos, sino de discretos | |
cortesanos. Y confirmó esta verdad haber sido los | |
versos que oyeron estos. | |
¿Quién menoscaba mis bienes? | |
¡Oh, qué desdeñes! | |
¿Y quién aumenta mis duelos? | |
¡Los celos! | |
¿Y quién prueba mi paciencia? | |
¡Ausencia! | |
De ese modo, en mi dolencia | |
¡Ningún remedio se alcanza! | |
pues me matan la esperanza | |
desdenes, celos y ausencia. | |
¿Quién me causa este dolor? | |
¡Amor! | |
¿Y quién mi gloria repugna? | |
¡Fortuna! | |
¿Y quién consiente en mi duelo? | |
¡El cielo! | |
De ese modo, yo recelo | |
¡Morir deste mal extraño! | |
pues se aumentan en mi daño | |
¡Amor, fortuna y el cielo! | |
¿Quién mejorará mi suerte? | |
¡La muerte! | |
Y el bien de amor, ¿quién le alcanza? | |
¡Oh, qué mudanza! | |
Y sus males, ¿quién los cura? | |
¡Oh, qué hay que está con ella | |
De ese modo no es cordura | |
querer curar la pasión, | |
cuando los remedios son. | |
muerte, mudanza y locura. | |
La hora, el tiempo, la soledad, la voz y la | |
destreza del que cantaba, causó admiración y | |
contento en los dos oyentes, los cuales sé | |
estuvieron quedos, esperando si otra alguna cosa | |
oían; pero viendo que duraba algún tanto el | |
silencio, determinaron de salir a buscar el sol. | |
músico que con tan buena voz cantaba, y | |
queriéndolo poner en efecto, hizo la mesma voz | |
que no se moviesen, la cual llegó de nuevo a | |
sus oídos, cantando este soneto. | |
¡De qué mano es esto! | |
Santa amistad, que con ligeras alas, | |
tu apariencia quedándose en el suelo, | |
entre benditas almas en el cielo, | |
subiste alegre a las impíreas salas, | |
desde allá, cuando quieres, nos señalas | |
la justa paz cubierta con un velo, | |
por quien a veces se trasluce el celo | |
de buenas obras, que a la fin son malas. | |
¡Deja el cielo, oh amistad! ¡Oh no permitas | |
que el engaño se vista tu librea | |
con que destruye a la intención sincera; | |
que si tus apariencias no le quitas, | |
¡Presto ha de verse el mundo en la pelea | |
de la discorde confusión primera. | |
El canto se acabó con un profundo suspiro, | |
y los dos con atención volvieron a esperar si | |
más se cantaba; pero viendo que la música sé | |
había vuelto en sollozos y en lastimeros ayes, | |
acordaron de saber quién era el triste, tan | |
extremado en la voz como doloroso en los | |
gemidos, y no anduvieron mucho, cuando al | |
volver de una punta de una peña, vieron a un | |
hombre del mismo talle y figura que Sancho | |
Panza les había pintado cuando les contó el | |
cuento de Cardenio, el cual hombre, cuando | |
los vio, sin sobresaltarse, estuvo quedo, con la | |
cabeza inclinada sobre el pecho, a guisa de | |
hombre pensativo, sin alzar los ojos a | |
mirarlos más de la vez primera, cuando de | |
improviso llegaron. | |
El cura, que era hombre bien hablado, como | |
el que ya tenía noticia de su desgracia, pues | |
por las señas le había conocido, se llegó a él, y | |
con breves, aunque muy discretas razones, le | |
rogo y persuadió que aquella tan miserable | |
vida dejase, porque allí no la perdiese, que | |
era la desdicha mayor de las desdichas. Estaba | |
Cardenio entonces en su entero juicio, libre de | |
aquel furioso accidente que tan a menudo le | |
sacaba de sí mismo, y así, viendo a los dos en | |
traje tan no usado de los que por aquellas | |
soledades andaban, no dejó de admirarse algún | |
tanto y más cuando oyo que le habían hablado | |
en su negocio como en cosa sabida, porque las | |
razones que el cura le dijo así lo dieron a | |
entender, y así respondió desta manera: | |
Bien veo yo, señores, quien quiera que | |
seáis, que el cielo, que tiene cuidado de | |
socorrer a los buenos, y aun a los malos muchas | |
veces sin yo merecerlo me envía, en estos tan | |
remotos y apartados lugares del trato común | |
de las gentes, algunas personas que, poniéndome | |
delante de los ojos, con vivas y varias | |
razones cuando sin ella hando en hacer la vida | |
que hago, han procurado sacarme desta a | |
mejor parte; pero como no saben que sé yo qué | |
en saliendo deste daño, he de caer en otro | |
mayor, quizá me deben de tener por hombre de | |
flacos discursos, y aun lo que peor sería por | |
de ningún juicio; y no sería maravilla que así | |
fuese, porque a mí se me trasluce que la fuerza | |
de la imaginación de mis desgracias es tan | |
intensa y puede tanto en mi perdición, que, sin | |
que yo pueda ser parte a estorbarlo, vengo a | |
quedar como piedra falto de todo buen | |
sentido y conocimiento, y vengo a caer en la | |
cuenta de esta verdad, cuando algunos me | |
dicen y muestran señales de las cosas que he | |
hecho en tanto que aquel terrible accidente | |
me señorea, y no sé más que dolerme en vano | |
y maldecir sin provecho mi ventura y dar | |
por disculpa de mis locuras el decir la causa | |
dellas a cuantos oírla quieren, porque viendo | |
los cuerdos cuál es la causa, no se maravillarán | |
de los efectos, y si no me dieren remedio, a lo | |
menos no me darán culpa, convirtiéndoseles | |
el enojo de mi desenvoltura en lástima de mis | |
desgracias. Y si es que vosotros, señores, venís | |
con la mesma intención que otros han | |
venido, antes que paséis adelante en vuestras | |
discretas persuasiones, os ruego que escuchéis | |
el cuento que no le tiene de mis desventuras, | |
porque quizá, después de entendido, ahorraréis | |
del trabajo que tomaréis en consolar un | |
mal que de todo consuelo es incapaz. | |
Los dos, que no deseaban otra cosa que | |
saber de su mesma boca la causa de su daño, | |
le rogaron se la contase, ofreciéndole de no | |
hacer otra cosa de la que él quisiese en su | |
remedio o consuelo; y con esto, el triste | |
caballero comenzo su lastimera historia casi por | |
las mesmas palabras y pasos que la había | |
contado a don Quijote y al cabrero pocos días | |
atrás, cuando por ocasión del maestro Elisabat | |
y puntualidad de don Quijote en guardar el sol? | |
decoro a la caballería, se quedó el cuento | |
imperfeto como la historia lo deja contado. | |
ahora quiso la buena suerte que se detuvo el rey. | |
accidente de la locura, y le dio lugar de contarlo | |
hasta el fin; y así, llegando al paso del | |
billete que había hallado don Fernando entre | |
el libro de Amadís de Gaula, dijo Cardenio | |
que le tenía bien en la memoria y que decía | |
desta manera. | |
¡Luscinda a Cardenio | |
Cada día descubro en vos valores que me | |
obligan y fuerzan a que en más os estime; y | |
así, si quisiéredes sacarme de esta deuda sin | |
ejecutarme en la honra, lo podréis muy bien | |
hacer. Padre tengo, que os conoce y que me | |
quiere bien el cual, sin forzar mi voluntad, | |
cumplirá la que será justo que vos | |
tengáis, si es que me estimáis, como decís, y | |
como yo creo. | |
Por este billete me moví a pedir a Luscinda | |
por esposa, como ya os he contado, y este fue | |
por quien quedó Luscinda en la opinión de | |
don Fernando, por una de las más discretas, y | |
avisadas mujeres de su tiempo, y este billete | |
fue el que le puso en deseo de destruirme | |
antes que el mío se efetuase. | |
Fernando, en lo que reparaba el padre de | |
Luscinda, que era en que mi padre se la pidiese, | |
lo cual yo no le osaba decir, temeroso que no | |
vendría en ello, no porque no tuviese bien | |
conocida la calidad, bondad, virtud y hermosura | |
de Luscinda, y que tenía partes bastantes | |
para enoblecer cualquier otro linaje de España, | |
sino porque yo entendía de él que deseaba | |
que no me casase tan presto, hasta ver lo | |
que el duque Ricardo hacía conmigo. En resolución, | |
le dije que no me aventurába a decírselo | |
a mi padre, así por aquel inconveniente | |
como por otros muchos que me acobardaban, | |
sin saber cuáles eran, sino que me parecía que | |
lo que yo desease jamás había de tener efecto. | |
A todo esto me respondió don Fernando. | |
que él se encargaba de hablar a mi padre, y | |
hacer con el que hablase al de Luscinda. | |
¡Marío ambicioso! ¡Oh, Catilina cruel! ¡Oh, Sila! | |
facinoroso! ¡Oh, galalón embustero! ¡Oh, bellido | |
¡Oh, Julián vengativo! ¡Oh, Judás codicioso! | |
Traidor, cruel, vengativo y embustero, ¿qué | |
deservicios te había hecho este triste, que con | |
tanta llaneza te descubrió los secretos, y | |
contentos de su corazón? ¿Qué ofensa te hice? | |
¿Qué palabras te dije o qué consejos te di, | |
que no fuesen todos encaminados a acrecentar | |
tu honra y tu provecho? Mas, ¿de qué me | |
quejo, desventurado de mí?, pues es cosa cierta | |
que cuando traen las desgracias la corriente | |
de las estrellas, como vienen de alto a bajo, | |
despeñándose con furor y con violencia, no hay | |
fuerza en la tierra que las detenga, ni industria | |
humana que prevenirlas pueda. | |
pudiera imaginar que don Fernando, caballero | |
ilustre, discreto, obligado de mis servicios, | |
poderoso para alcanzar lo que el deseo amoroso | |
le pidiese donde quiera que le ocupase, sé | |
había de enconar, como suele decirse, en | |
tomarme a mí una sola oveja, que aún no | |
poseía? Pero quédense estas consideraciones | |
aparte, como inútiles y sin provecho, y | |
añudemos el roto hilo de mi desdichada historia. | |
Digo, pues, que pareciéndole a don | |
Fernando, que mi presencia le era inconveniente | |
para poner en ejecución su falso y mal | |
pensamiento, determinó de enviarme a su hermano | |
mayor con ocasión de pedirle unos dineros | |
para pagar seis caballos, que de industria | |
y solo para este efecto de que me ausentase, | |
para poder mejor salir con su dañado intento, | |
el mesmo día que se ofreció hablar a mí | |
padre los compró, y quiso que yo viniese por él | |
dinero. ¿Pude yo prevenir esta traición? ¿Pude, | |
por ventura caer en imaginarla? No, por cierto; | |
antes, con grandísimo gusto me ofrecí a partir | |
luego, contento de la buena compra hecha. | |
Aquella noche hablé con Luscinda, y le dije lo | |
que con don Fernando quedaba concertado, y | |
que tuviese firme esperanza de que tendrían | |
efecto nuestros buenos y justos deseos; ella | |
me dijo tan segura como yo de la traición de | |
don Fernando, que procurase volver presto, | |
porque creía que no tardaría más la conclusión | |
de nuestras voluntades que tardase mí | |
padre de hablar al suyo. No sé qué se fue | |
que, en acabando de decirme esto, se le llenaron | |
los ojos de lágrimas, y un nudo se le | |
atraveso en la garganta, que no le dejaba | |
hablar palabra de otras muchas, que me | |
pareció que procuraba decirme. | |
Quedé admirado deste nuevo accidente, | |
hasta allí jamás en ella visto, porque siempre | |
nos hablábamos las veces que la buena fortuna | |
y mi diligencia lo concedía, con todo regocijo | |
y contento, sin mezclar en nuestras pláticas | |
lágrimas, suspiros, celos, sospechas, | |
temores. Todo era engrandecer yo mi ventura | |
por habérmela dado el cielo por señora, exajeraba | |
su belleza, admirábame de su valor y | |
entendimiento. Volvíame ella el recambio, | |
alabando en mí lo que como enamorada le | |
parecía digno de alabanza. Con esto nos | |
contábamos cien mil niñerías y acaecimientos de | |
nuestros vecinos y conocidos, y a lo que más | |
se extendía mi desenvoltura era a tomarle, casi | |
por fuerza, una de sus bellas y blancas manos | |
y llegarla a mi boca, según daba lugar la | |
estrecheza de una baja reja que nos dividia. Pero | |
la noche que precedió al triste día de mi partida, | |
ella lloró, gimio y suspiró, y se fue y me | |
dejó lleno de confusión y sobresalto, espantado | |
de haber visto tan nuevas y tan tristes | |
muestras de dolor y sentimiento en Luscinda; | |
pero, por no destruir mis esperanzas, todo lo | |
atribuy a la fuerza del amor que me tenía, y al | |
dolor que suele causar la ausencia en los que | |
bien se quieren. | |
En fin, yo me partí, triste y pensativo, llena | |
el alma de imaginaciones y sospechas, sin | |
saber lo que sospechaba ni imaginaba. Claros | |
indicios que me mostraban el triste suceso | |
y de suentura que me estaba guardada. | |
al lugar donde era enviado. Di las cartas al | |
hermano de don Fernando, fui bien recebido, | |
pero no bien despachado, porque me mandó | |
aguardar, bien a mi disgusto, ocho días, y en | |
parte donde el duque, su padre, no me viese, | |
porque su hermano le escribía que le envïase | |
cierto dinero sin su sabiduría. Y todo fue | |
invención del falso don Fernando, pues no le | |
faltaban a su hermano dineros para despacharme | |
luego. Orden y mandato fue este que | |
me puso en condición de no obedecerle, por | |
parecerme imposible sustentar tantos días la | |
vida en el ausencia de Luscinda, y más habiéndola | |
dejado con la tristeza que os he contado; | |
pero, con todo esto, obedecí, como buen criado, | |
aunque veía que había de ser a costa de mí | |
salud. | |
Pero a los cuatro días que allí llegué, | |
llegó un hombre en mi busca con una carta | |
que me dio, que en el sobrescrito conocí ser | |
de Luscinda, porque la letra dél era suya. | |
Abrila temeroso y con sobresalto, creyendo | |
que cosa grande debía de ser la que la había | |
movido a escribirme estando ausente, pues | |
presente pocas veces lo hacía. Pregúntele al | |
hombre, antes de leerla, ¿quién se la había dado | |
y el tiempo que había tardado en el camino. | |
Díjome que acaso, pasando por una calle de | |
la ciudad, a la hora de mediodía, una señora | |
muy hermosa le llamó desde una ventana, los | |
ojos llenos de lágrimas, y que con mucha | |
priesa, le dijo: «¡Hermano, si sois cristiano!» | |
como parecéis, por amor de Dios os ruego | |
que encaminéis luego luego esta carta al | |
lugar y a la persona que dice el sobrescrito, | |
que todo es bien conocido, y en ello haréis un | |
gran servicio a nuestro señor; y para que no | |
los falte comodidad de poderlo hacer, tomad | |
lo que va en este pañuelo. | |
me arrojó por la ventana un pañuelo, donde | |
venían atados cien reales, y esta sortija de oro | |
que aquí traigo, con esa carta que os he dado, | |
y luego, sin aguardar respuesta mía, se quitó | |
de la ventana, aunque primero vio como yo | |
tomé la carta y el pañuelo, y por señas le dije | |
que haría lo que me mandaba; y así, | |
viéndome tan bien pagado del trabajo que podía | |
tomar en traérosla, y conociendo por él | |
sobrescrito que érades vos a quien se enviaba, | |
porque yo, señor, os conozco muy bien y obligado | |
así mesmo de las lágrimas de aquella | |
hermosa señora, determiné de no fiarme de | |
otra persona, sino venir yo mesmo a dárosla. | |
Y en diez y seis horas que ha que se me | |
dio, he hecho el camino, que sabéis que es de | |
¡Diez y ocho leguas! | |
En tanto que el agradecido y nuevo correo | |
esto me decía, estaba yo colgado de sus | |
palabras, temblándome las piernas, de manera que | |
apenas podía sostenerme. En efecto, abrí la | |
carta y vi que contenía estas razones. | |
La palabra que don Fernando os dio de | |
hablar a vuestro padre para que hablase al | |
mío, la ha cumplido más en su gusto que | |
en vuestro provecho. Sabed, señor, que él me | |
ha pedido por esposa, y mi padre, llevado de | |
la ventaja que él piensa que don Fernando os | |
hace, ha venido en lo que quiere, con tantas | |
verás que de aquí a dos días se ha de hacer | |
el desposorio, tan secreto y tan a solas, que | |
solo han de ser testigos los cielos, y alguna | |
gente de casa. Cuando yo quedo, imaginaldo, si | |
os cumple venir, beldo; y si os quiero bien, | |
no, el suceso de este negocio os lo dará a | |
contender. ¡A Dios plega que esta llegue a | |
vuestras manos, antes que la mía se vea en | |
condición de juntarse con la de quien tan mal sabe | |
guardar la fe que promete! | |
Estas, en suma, fueron las razones que la | |
carta contenía, y las que me hicieron poner | |
luego en camino, sin esperar otra respuesta, | |
otros dineros; que bien claro conocí entonces | |
que no la compra de los caballos, sino la de | |
su gusto, había movido a don Fernando a | |
enviarme a su hermano. El enojo que contra don | |
Fernando concebí, junto con el temor de perder | |
la prenda que con tantos años de servicios | |
y deseos tenía granjeada, me pusieron alas, | |
pues, casi como en vuelo, otro día me puse en | |
mi lugar, al punto y hora que convenía para | |
ir a hablar a Luscinda. Entré secreto y dejé | |
una mula en que venía en casa del buen | |
hombre que me había llevado la carta, y quiso | |
la suerte que entonces la tuviese tan buena, | |
que hallé a Luscinda puesta a la reja, testigo | |
de nuestros amores. Conociome, Luscinda, | |
luego, y conocila yo, mas no como debía ella | |
conocerme y yo conocerla. Pero ¿quién hay | |
en el mundo que se pueda alabar que ha | |
penetrado y sabido el confuso pensamiento, | |
condición mudable de una mujer? Ninguno, | |
por cierto. Digo, pues, que así como | |
Luscinda me vio, me dijo: «¡De boda | |
estoy vestida; ya me están aguardando en la | |
¡Cala don Fernando el traidor y mi padre el | |
codicioso, con otros testigos, que antes lo | |
serán de mi muerte que de mi desposorio. | |
No te turbes, amigo, sino procura hallarte | |
presente a este sacrificio, el cual si no | |
pudiere ser estorbado de mis razones, una daga | |
llevo escondida, que podrá estorbar más. | |
determinadas fuerzas, dando fin a mi vida, | |
principio a que conozcas la voluntad que te | |
¡He tenido y tengo! | |
Yo le respondí, turbado y apriesa. | |
temeroso no me faltase lugar para responderla. | |
Hagan, señora, tus obras verdaderas tus | |
palabras; que si tú llevas daga para acreditarte, | |
aquí llevo yo espada para defenderte con | |
ella o para matarme, si la suerte nos fuere | |
¿No creo que pudo oír todas estas | |
razones, porque sentí que la llamaban apriesa, | |
porque el desposado aguardaba. | |
esto la noche de mi tristeza, púsoseme el sol | |
de mi alegría, quedé sin luz en los ojos y sin | |
discurso en el entendimiento. No acertaba a | |
entrar en su casa, ni podía moverme aparte | |
alguna; pero considerando cuánto importaba | |
mi presencia para lo que suceder pudiese en | |
aquel caso, me animé lo más que pude y entré | |
en su casa, y como ya sabía muy bien todas | |
sus entradas y salidas, y más con el alboroto | |
que de secreto en ella andaba, nadie me echó | |
de ver; así que, sin ser visto, tuve lugar de | |
ponerme en el hueco que hacía una ventana | |
de la mesma sala, que con las puntas y | |
remates de dos tapices se cubría, por entre las | |
cuáles podía yo ver, sin ser visto, todo cuanto | |
en la sala se hacía. | |
¡Quién pudiera decir ahora los sobresaltos | |
que me dio el corazón, mientras allí estuve, los | |
pensamientos que me ocurrieron, las consideraciones | |
que hice, que fueron tantas y tales, | |
que ni se pueden decir, ni aun es bien que sé | |
digan? Basta que sepáis que el desposado entró | |
en la sala, sin otro adorno que los mesmos | |
vestidos ordinarios que solía. | |
por padrino a un primo hermano de Luscinda, | |
y en toda la sala no había persona de fuera, | |
sino los criados de casa. | |
De allí a un poco salió de una recámara | |
Luscinda, acompañada de su madre y de dos | |
doncellas suyas, tan bien aderezada y | |
compuesta como su calidad y hermosura merecían, | |
y como quien era la perfección de la gala | |
y bizarría cortesana. No me dio lugar mí | |
suspensión y arrobamiento para que mirase y | |
notase en particular lo que traía vestido. | |
solo pude advertir a las colores que eran | |
encarnado y blanco, y en las vislumbres que | |
las piedras y joyas del tocado y de todo el | |
vestido hacían, a todo lo cual se aventajaba | |
la belleza singular de sus hermosos y rubios | |
cabellos tales, que en competencia de las | |
preciosas piedras y de las luces de cuatro hachas | |
que en la sala estaban, la suya con más | |
resplandor a los ojos ofrecían. ¡Oh memoria! | |
enemiga mortal de mi descanso! ¿De qué sirve | |
representarme ahora la incomparable belleza | |
de aquella adorada enemiga mía? ¿No será | |
mejor cruel memoria que me acuerdes y | |
representes lo que entonces hizo, para que | |
movido de tan manifiesto agravio, procure, ya que | |
no la venganza, a lo menos perder la vida? | |
No os canséis, señores, de oír estas | |
digresiones que hago; que no es mi pena de | |
aquellas que puedan ni deban contarse | |
sucintamente y de paso, pues cada circunstancia | |
suya me parece a mí que es digna de un largo | |
discurso.” | |
A esto le respondió el cura que, no solo no | |
se cansaban en oírle, sino que les daba mucho | |
gusto las menudencias que contaba, por ser | |
tales, que merecían no pasarse en silencio y | |
la mesma atención que lo principal de él | |
cuento. | |
Digo, pues, prosiguió Cardenio, que | |
estando todos en la sala, entró el cura de la | |
perrochía, y tomando a los dos por la mano | |
para hacer lo que en tal acto se requiere, al | |
decir: «¿Queréis, señora Luscinda, al señor don | |
Fernando, que está presente, por vuestro | |
legítimo esposo, como lo manda la Santa Madre, | |
¡Iglesia! ¡Yo saqué toda la cabeza y cuello de | |
entre los tapices, y con atentísimos oídos, | |
alma turbada me puse a escuchar lo que Luscinda | |
respondía, esperando de su respuesta la | |
sentencia de mi muerte o la confirmación de | |
mi vida. ¡Oh, quién se atreviera a salir entonces, | |
diciendo a voces: «¡Ah, Luscinda, Luscinda!», | |
mira lo que haces, considera lo que me debes, | |
mira que eres mía, y que no puedes ser de | |
¡Advierte que el decir tú sí y él | |
¡Acabárseme la vida ha de ser todo a un punto! | |
traidor don Fernando, robador de mi gloria, | |
¡Muerte de mi vida! ¿Qué quieres?, ¿qué | |
pretendes? Considera que no puedes cristianamente | |
llegar al fin de tus deseos, porque | |
Luscinda es mi esposa, y yo soy su marido. | |
¡Ah, loco de mí!, ahora que estoy ausente y lejos | |
del peligro, digo que había de hacer lo que no | |
hice; ahora que dejé robar mi cara prenda, | |
maldigo al robador, de quien pudiera vengarme | |
si tuviera corazón para ello, como le tengo | |
para quejarme. En fin, pues fui entonces | |
cobarde y necio, no es mucho que muera ahora | |
corrido, arrepentido y loco. | |
Estaba esperando el cura la respuesta de | |
Luscinda, que se detuvo un buen espacio en | |
darla, y cuando yo pensé que sacaba la daga | |
para acreditarse, o desataba la lengua para | |
decir alguna verdad o desengaño que en mí | |
provecho redundase, oigo que dijo con voz | |
desmayada y flaca. ¡Sí, quiero! Y lo mesmo | |
dijo don Fernando, y, dándole el anillo, quedaron | |
en indisoluble nudo ligados. Llegó | |
el desposado a abrazar a su esposa, y ella, | |
poniéndose la mano sobre el corazón, cayó | |
desmayada en los brazos de su madre. Resta ahora | |
decir cuál quedé yo, viendo en el «sí» que había | |
oído burladas mis esperanzas, falsas las | |
palabras y promesas de Luscinda, imposibilitado | |
de cobrar en algún tiempo el bien que en | |
aquel instante había perdido. Quedé falto de | |
consejo, desamparado, a mi parecer, de todo | |
el cielo, hecho enemigo de la tierra que me | |
sustentaba, negándome el aire aliento para | |
mis suspiros y el agua humor para mis ojos; | |
solo el fuego se acrecentó de manera que todo | |
ardía de rabia y de celos. | |
Alborotáronse todos con el desmayo de | |
Luscinda, y, desabrochándole su madre el pecho, | |
para que le diese el aire, se descubrió en | |
él un papel cerrado, que don Fernando tomó | |
luego y se le puso a leer a la luz de una de | |
las hachas, y, en acabando de leerle, se sento | |
en una silla, y se puso la mano en la mejilla | |
con muestras de hombre muy pensativo, sin | |
acudir a los remedios que a su esposa sé | |
hacían para que del desmayo volviese. | |
viendo alborotada toda la gente de casa, me | |
aventuré a salir, ora fuese visto o no, con | |
determinación que si me viesen, de hacer | |
un desatino tal, que todo el mundo viniera a | |
entender la justa indignación de mi pecho en | |
el castigo del falso don Fernando, y aun en él | |
mudable de la desmayada traidora. Pero mí | |
suerte que para mayores males, si es posible | |
que los haya me debe tener guardado, ordenó | |
que en aquel punto me sobrase el entendimiento, | |
que después acá me ha faltado; y así, | |
sin querer tomar venganza de mis mayores | |
enemigos, que, por estar tan sin pensamiento, | |
mío fuera fácil tomarla, quise tomarla de mí | |
mano y ejecutar en mí la pena que ellos | |
merecían, y aunquizá con más rigor del que | |
con ellos se usara si entonces les diera muerte, | |
pues la que se recibe repentina presto acaba | |
la pena; mas la que se dilata con tormentos, | |
siempre mata sin acabar la vida. | |
En fin, yo salí de aquella casa y vine a la | |
de aquel donde había dejado la mula, hice que | |
me la ensillase, sin despedirme dél subí en | |
ella, y salí de la ciudad sin osar, como otro | |
Lot, volver el rostro a miralla, y cuando me | |
vi en el campo solo, y que la escuridad de la | |
noche me encubría, y su silencio convidaba a | |
quejarme, sin respeto o miedo de ser escuchado, | |
ni conocido, solte la voz y desaté la lengua | |
en tantas maldiciones de Luscinda y de | |
don Fernando, como si con ellas satisficiera el sol | |
agravio que me habían hecho. | |
cruel, de ingrata, de falsa y desagradecida, | |
pero, sobre todos, de codiciosa, pues la riqueza | |
de mi enemigo la había cerrado los ojos de la | |
voluntad para quitármela a mí y entregarla a | |
aquel con quien más liberal y franca la fortuna | |
se había mostrado, y en mitad de la fuga destas | |
maldiciones y vituperios, la desculpaba, diciendo | |
que no era mucho que una doncella recogida | |
en casa de sus padres, hecha y acostumbrada | |
siempre a obedecerlos, hubiese querido | |
condecender con su gusto, pues le daban por | |
esposo a un caballero tan principal, tan rico y | |
tan gentil hombre, que a no querer recebirle, | |
se podía pensar, o que no tenía juicio, o que | |
en otra parte tenía la voluntad, cosa que | |
redundaba tan en perjuicio de su buena opinión | |
y fama. | |
Luego volvía diciendo que, puesto que ella | |
dijera que yo era su esposo, vieran ellos que | |
no había hecho en escogerme tan mala elección | |
que no la disculparan, pues antes de ofrecérseles | |
don Fernando, no pudieran ellos mesmos | |
acertar a desear, si con razón midiesen | |
su deseo, otro mejor que yo para esposo | |
de su hija, y que bien pudiera ella, antes de | |
ponerse en el trance forzoso y último de dar | |
la mano, decir que ya yo le había dado la mía; | |
que yo viniera y concediera con todo | |
cuanto ella acertara a fingir en este caso. | |
En fin, me resolví en que poco amor, poco | |
juicio, mucha ambición y deseos de grandezas | |
hicieron que se olvidase de las palabras | |
con que me había engañado, entretenido y | |
sustentado en mis firmes esperanzas, | |
honestos deseos. Con estas voces y con esta | |
inquietud caminé lo que quedaba de aquella | |
noche, y di al amanecer en una entrada destas | |
sierras, por las cuales caminé otros tres | |
días sin senda ni camino alguno, hasta que | |
vine a parar a unos prados, que no sé a qué | |
mano destas montañas caen, y allí pregunté | |
a unos ganaderos que hacía donde era lo más | |
áspero destas sierras. Dijéronme que hacía | |
esta parte. Luego me encaminé a ella, con | |
intención de acabar aquí la vida, y en | |
entrando por estas asperezas, del cansancio y | |
de la hambre se cayó mi mula muerta, o lo | |
que yo más creo, por desechar de sí tan inútil, | |
carga como en mí llevaba. Yo quedé a pie, | |
rendido de la naturaleza, traspasado de | |
hambre, sin tener ni pensar buscar quien me | |
socorriese. | |
De aquella manera estuve no sé qué tiempo | |
tendido en el suelo, al cabo del cual me | |
levanté sin hambre, y hallé junto a mí a unos | |
cabreros, que sin duda debieron ser los que mí | |
necesidad remediaron, porque ellos me dijeron | |
de la manera que me habían hallado, y cómo | |
estaba diciendo tantos disparates y desatinos, | |
que daba indicios claros de haber perdido el | |
juicio; y yo he sentido en mí, después acá, | |
que no todas veces le tengo cabal, sino tan | |
desmedrado y flaco, que hago mil locuras, | |
rasgándome los vestidos, dando voces por estas | |
soledades, maldiciendo mi ventura y repitiendo | |
en vano el nombre amado de mi enemiga, | |
sin tener otro discurso ni intento entonces que | |
procurar acabar la vida voceando; y cuando | |
en mí vuelvo, me hallo tan cansado y | |
molido que apenas puedo moverme. Mi más común | |
habitación es en el hueco de un alcornoque, | |
capaz de cubrir este miserable cuerpo. | |
baqueros y cabreros que andan por estas | |
montañas, movidos de caridad, me sustentan, | |
poniéndome el manjar por los caminos y por las | |
peñas por donde entienden que acaso podré | |
pasar y hallarlo; y así, aunque entonces me | |
falte el juicio, la necesidad natural me da a | |
conocer el mantenimiento, y despierta en mí | |
el deseo de apetecerlo y la voluntad de | |
tomarlo. Otras veces me dicen ellos, cuando me | |
encuentran con juicio, que yo salgo a los | |
caminos, y que se lo quito por fuerza, aunque me | |
lo den de grado, a los pastores que vienen | |
con ello del lugar a las majadas. | |
De esta manera paso mi miserable y extrema | |
vida hasta que el cielo sea servido de | |
conducirle a su último fin, o de ponerle en | |
mi memoria, para que no me acuerde de la | |
hermosura y de la traición de Luscinda y del | |
agravio de don Fernando; que si esto él hace | |
sin quitarme la vida, yo volveré a mejor | |
discurso mis pensamientos; donde no, no hay sino | |
rogarle que absolutamente tenga misericordia | |
de mi alma, que yo no siento en mi valor ni | |
fuerzas para sacar el cuerpo de esta estrecheza | |
en que por mi gusto he querido ponerle. | |
Esta es, ¡oh, señores!, la amarga historia de | |
mi desgracia. Decidme si es tal que pueda | |
celebrarse con menos sentimientos que los que en | |
mi habéis visto. Y no os canséis en persuadirme, | |
ni aconsejarme lo que la razón os dijere | |
que puede ser bueno para mi remedio, porque | |
ha de aprovechar conmigo lo que aprovecha | |
la medicina recetada de famoso médico al | |
enfermo que recebir no la quiere. Yo no quiero | |
salud sin Luscinda, y pues ella gustó de ser | |
ajena, siendo o debiendo ser mía, guste yo | |
de ser de la desventura, pudiendo haber sido de | |
la buena dicha. Ella quiso, con su mudanza, | |
hacer estable mi perdición; yo querré con | |
procurar perderme, hacer contenta su voluntad, y | |
será ejemplo a los por venir de que a mí solo | |
faltó lo que a todos los desdichados sobra, | |
los cuales suele ser consuelo la imposibilidad | |
de tenerle, y en mí es causa de mayores | |
sentimientos y males, porque aun pienso que | |
no se han de acabar con la muerte. | |
Aquí dio fin Cardenio a su larga plática, y | |
tan desdichada como amorosa historia, y al | |
tiempo que el cura se prevenía para decirle | |
algunas razones de consuelo, le suspendió una | |
voz que llegó a sus oídos, que en lastimados | |
acentos oyeron que decía lo que se dirá en la | |
cuarta parte de esta narración, que en este punto | |
dio fin a la tercera el sabio, y atentado | |
historiador Cide Hamete Benengelí. |
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